Consejos para otra vida

En esa mañana luminosa, María Victoria se acercó  al lugar que indicaba la página de internet surgida entre los primeros resultados de búsqueda. Se trataba de una especie de santuario a pie de calle, al que se accedía tras un gran portón. Una carpa blanca se hallaba instalada dentro de un amplio vestíbulo. Su interior refulgía como purificado por algún espíritu bueno. Era el “Refugio para almas perdidas” que había llamado su atención al consultar su ordenador unos días antes.

Ella buscaba un equilibrio, algo que sosegara su rebelión interior contra los estímulos desagradables que le producía el mundo exterior. Cada vez que salía de casa percibía esa acción como una afrenta personal, una prueba que debía superar para completar el día hasta que salía del trabajo.

Tras mucho pensar y venciendo su natural recelo contra cualquier experiencia nueva, tomó fuerzas para dirigirse a ese curioso edificio que encerraba la gran carpa blanca.

La intención de María Victoria al acercarse allí era encontrar respuestas a sus desengaños y frustraciones, a su recelo permanente del prójimo. A su negatividad.

Necesitaba una voz que calmara su pesar por aquello que detestaba, por todo lo que podía sacarla de su zona de confort, cada vez más alejada de ella. Quería reconstruir su yo, recomponer su mente, que parecía una fuente continua de perturbación.

De forma inesperada, una voz se hizo presente en la estancia. Parecía provenir de todos lados a la vez.

–Dime qué pesa en tu alma, buena mujer.

El sonido de esas palabras fue encontrando su fuente y la figura de un hombre menudo vestido con una túnica de tono marfil se hizo presente ante los ojos de María Victoria.

Ella dudó unos instantes antes de contestar.

–No es necesario que me adules, anciano. No soy una buena mujer. Mi alma no es noble –argumentó con tono agrio.

–La nobleza no suele ser reconocida por uno mismo, como la mayoría de virtudes del ser humano. Somos ciegos a los actos que tienen consecuencias positivas en la vida de los demás.

–Yo no he hecho nada por los demás. Siempre pienso mal de ellos. Mi desconfianza procede de mi experiencia.

–El que cree en lo que hace y consigue encarrilar su vida, sigue un camino de virtud –exclamó el anciano mirando a un punto del techo–. Los problemas llegan cuando factores que escapan a nuestro control obstaculizan ese camino. Entonces hay dos opciones: entrar en un laberinto de salida desconocida o encontrar la forma de sortear el obstáculo.

–Yo no creo en lo que hago, no veo que esté en mi mano hacer nada por nadie. No me inspiran confianza.

–Ese es tu laberinto, buena mujer. Has entrado en una espiral de recelo y a la vez autocompasión ¿De qué eres víctima?

María Victoria sintió una punzada en un costado al escuchar la pregunta. Una cascada de recuerdos se agolpó en su memoria.

–Soy víctima de la crueldad de varias personas, del maltrato verbal, de personas que buscan mi fracaso y quieren desacreditarme…

Su interlocutor se puso en pie abandonando su postura sentada con las piernas cruzadas.

–¿A quiénes apuntarías en una lista de personas que te quieren? –inquirió el hombre mientras ajustaba los pliegues de su túnica. La carpa bajo la que se encontraban reflejaba un halo de blanca luz natural.

–En mi familia, mis padres y algún hermano…  un hijo. Fuera de ella, dudo que haya alguien.

–Pues añade aquellas personas que por lo menos te aprecian ¿Cómo quedaría la lista?

–Exactamente igual. Las relaciones públicas no son lo mío. No genero corrientes positivas a mi alrededor.

–¿Has pensado que puedes estar equivocada? En tu trabajo, en una tienda del barrio, entre tus vecinos ¿no habrá personas que sientan simpatía o aprecio por ti? Piénsalo con detenimiento y mañana me lo dices ¿de acuerdo? –. El anciano remangó su túnica para levantarla del nivel del suelo y dio media vuelta para desaparecer tras un cortinaje.

Ese día María Victoria se aplicó con afán a la labor de recordar qué personas de su entorno podrían tenerla en aprecio. Se sorprendió al comprobar que ese mismo día había cruzado varias conversaciones, a veces tan solo un saludo, con al menos diez personas, incluido un cajero del supermercado y un vecino vestido de senderista que le contó por dónde iba a ir de ruta. La sonrisa de aquellos que simplemente saludaban era algo que jamás había apreciado, encerrada como estaba en su nube oscura.

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Disfrutaba con su pareja en momentos concretos, pero siempre encontraba su mente un resquicio para el pesimismo por las malas influencias externas.

–¿Y cuáles son esas influencias? –le preguntó el anciano a la mañana siguiente bajo la carpa blanca.

–Me afecta mucho todo lo que nos transmiten por los medios de comunicación, noticias desagradables, penuria, catástrofes climáticas, miseria. Tan solo cuelan una noticia que pintan como agradable entre toda la avalancha de desgracias. Aparte está mi día a día en el trabajo, que me sobrecarga de mal genio.

–¿Y no has probado a desconectarte de todo eso? La lectura ayuda mucho, viajar, dar largos paseos también. Yo mismo encontré la paz y mi yo interior apuntándome a un grupo de amantes de la naturaleza.

–Mi pareja practica deportes de riesgo y eso me estresa aún más. Dejé de acompañarle en sus locuras.

–Pues búscate locuras propias. Mañana vienes y me cuentas qué cosas se te han ocurrido.

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María Victoria dedicó buena parte de ese día a encontrar alguna idea que pudiera adornar su vida y empujarla fuera de su quiste. Decidió desenchufar el televisor y el ordenador y salió a caminar hacia las afueras de la urbanización, hasta que alcanzó una extensa pradera por donde las familias solían disfrutar del aire libre. Un bosque de hayas y pinos colindaba con ese campo agreste reverdecido por las últimas lluvias. Las voces de los niños que jugueteaban por la pradera quedaban cada vez más lejos y en un momento dado ella empezó a confundirlas con el canto de los pajarillos del bosque, que parecían salirle al paso para saludarla.

Hasta ese instante nunca había sido consciente de que vivía en un entorno tan bello. No había conseguido apreciar el palpitar de la vida fuera de su burbuja.

Durante días y días María Victoria practicó la experiencia de salir al bosque a respirar a pleno pulmón, consiguiendo tener desconectados la tele y el ordenador de forma permanente. Saludaba a sus vecinos con intención de iniciar una conversación amena. Su estrés disminuyó.

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Ella llegó puntual, como siempre, a su cita con el anciano. Pero esta vez lo vio fuera de la estancia, en la calle, junto a la puerta de entrada. Se dirigió hacia él con una amplia sonrisa. Al fin había encontrado alternativas buenas en su vida.

–Lo conseguí, amigo mío. Desconecté de mis miedos y pasé una frontera. Fue como cruzar un río por un puente hasta ahora ignorado y pasar al otro lado, donde solo puedes encontrar afecto y concordia. Ahora me doy cuenta de lo lejos que estaba de la felicidad.

El hombre asintió con la cabeza.

Si me has encontrado–dijo el anciano– es porque ya no estás en el mundo terrenal. Has pasado a otra vida. Sí, un fallo de tu corazón te ha llevado hasta aquí.

–Mantener nuestras charlas –continuó– ha servido para que estés en paz con tu alma y veas todo lo bueno que has ido apartando de ti. Todo ser humano vive un período previo, preparatorio de lo que va a ser su final. En tu caso, te viste a ti misma consultando en un buscador de internet. Y me encontraste a mí. Una forma de que tu espíritu se reconcilie con la vida que dejaste atrás.

En ese instante, un halo de luz surgió ante ella y la llevó consigo por encima de ciudades y bosques, escuchando en el trayecto voces singulares que la animaban y notando presencias de otros espíritus cuya compañía resultaba reconfortante.

 


Y eso es todo por ahora. Si os ha gustado, dad un click en el corazoncito de más abajo ¡Hasta la próxima, amigos!

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22 Comentarios
  • Io
    Posted at 01:05h, 10 noviembre Responder

    Madre mía Marcos
    Sin palabras me ha dejado tu relato, con ese impactante, impredecible y sorprendente final,
    Me ha sorprendido y gustado tanto, que lo he leído dos veces.
    No me cansaré nunca de alabar tú facilidad narrativa para sumergir al lector en la historia, pero la reflexión y enseñanza que nos dejas con cada relato, especialmente con este, no tiene precio..
    Ojalá tod@s supiéramos valorar esas pequeñas cosas cotidianas, que muchas veces pasan desapercibidas, pero que en realidad son las que nos dan la felicidad, esas cosas que no cuestan nada, (como un gesto de cariño, una caricia, una sonrisa, una visitar, un beso, un aliento……, ) pero que tanto nos enriquecen en nuestras vidas y como personas.
    Mi reflexión ante tu relato, es que debemos dedicarnos más tiempo a los demás y hacerl@s felices, porque su felicidad será la nuestra y cuando llegue el momento de abandonar la vida terrenal, nuestro recuerdo y cariño perdurarán en el corazón y memoria de nuestros seres queridos.
    Impresionante relato Marcos!!

    • marcosplanet
      Posted at 14:58h, 10 noviembre Responder

      Tus comentarios suponen mucho para mi. Muchas gracias por reflexionar con esa profundidad, honestidad y buen corazón.
      Bellas palabras que anidan en las profundidades del alma.
      Un abrazo Io.

  • Miguelángel Díaz
    Posted at 13:52h, 19 octubre Responder

    Hola, Marcos.
    Un relato que nos habla de la auto realización, del poder creer en nosotros mismos. Pese a que termina en la forma en que lo haces, un final más terrenal en que desarrollemos esa faceta es factible.
    Un fuerte abrazo 🙂

  • Antonio Arenas
    Posted at 21:57h, 02 octubre Responder

    Hermosa reflexión, me has recordado un poco el poema de Mario Benedett:

    El cuento es muy sencillo
    usted nace en su tiempo
    contempla atribulado
    el rojo azul del cielo
    el pájaro que emigra
    y el temerario insecto
    que será pisoteado
    por su zapato nuevo.

    Usted sufre de veras
    reclama por comida
    y por deber ajeno
    o acaso por rutina
    llora limpio de culpas
    benditas o malditas
    hasta que llega el sueño
    y lo descalifica.

    Usted se transfigura
    ama casi hasta el colmo
    logra sentirse eterno
    de tanto y tanto asombro
    pero las esperanzas
    no llegan al otoño
    y el corazón profeta
    se convierte en escombros.

    Usted por fin aprende
    y usa lo aprendido
    para saber que el mundo
    es como un laberinto
    en sus momentos claves
    infierno o paraíso
    amor o desamparo
    y siempre, siempre un lío.

    Usted madura y busca
    las señas del presente
    los ritos del pasado
    y hasta el futuro en ciernes
    quizá se ha vuelto sabio
    irremediablemente
    y cuando nada falta
    entonces usted muere..

    Saludos, amigo mío.

    • marcosplanet
      Posted at 22:37h, 02 octubre Responder

      Una comparativa que me parece muy certera. amigo Antonio. Muchas gracias por acercarnos al maestro Benedetti.
      Un abrazo.

  • Marta Colomer Sánchez
    Posted at 22:52h, 24 septiembre Responder

    Que bonita reflexión…en nuestro camino hay belleza, sosiego, alegría, bondad, amor… un sin fin de simpleza que nos pasan desapercibidas, verdaderas joyas de aprendizaje para hacer de nuestra vida la más maravillosa de las experiencias, solo hay que observar, escuchar, sentir y ver con los ojos del corazón.

  • Artfotografydvc
    Posted at 16:16h, 24 septiembre Responder

    muy buen post amigo

  • eliom
    Posted at 15:16h, 24 septiembre Responder

    Muy bueno , excelente, un poco triste pero bello. Gracias!!!

  • Estrella Pisa
    Posted at 15:00h, 24 septiembre Responder

    ¡Qué buen relato, Marcos!
    Es triste que tengamos que morir o vernos ante un precipicio para darnos cuenta de lo desorientados que andamos por la vida. Como María Victoria, cometemos el error de quejarnos de no poder confiar en nadie cuando, en realidad, somos nosotros los que generamos desconfianza en los demás y por eso les mantenemos alejados. Para cosechar primero debemos sembrar.
    Un fuerte abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 15:54h, 24 septiembre Responder

      Preciosa reflexión Estrella. Muchas gracias.
      Saludos!

  • Antonio Mompeán
    Posted at 14:04h, 24 septiembre Responder

    Muy buen relato Marcos, aunque con un final inesperado. No obstante me ha gustado mucho.
    Un saludo.

  • Merche
    Posted at 13:54h, 24 septiembre Responder

    Hola Marcos: ¡qué gran relato! Lástima el triste final, pero tiene su moraleja.
    Un abrazo. 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 15:55h, 24 septiembre Responder

      Eso quise en un principio, que cualquiera pudiera ver reflejado algo de su vida.
      Gracias por tu tiempo, Merche.
      Saludos

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 13:24h, 24 septiembre Responder

    Jo, que triste Marcos. Cuando creía que Maria Victoria había logrado ser feliz, resulta que había muerto…. Con que maestría giras te el relato para sorprendernos con su final. Muy bueno. Un abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 15:57h, 24 septiembre Responder

      Muchas gracias por tu tiempo y tu aportación al comentar. El blog se alimenta con la energía de vuestras opiniones.
      Saludos cordiales

  • Mario
    Posted at 12:24h, 24 septiembre Responder

    Buen Artículo Marcos, El final nunca tiene fecha, pero hay que prepararse para ella.

    • marcosplanet
      Posted at 15:57h, 24 septiembre Responder

      Eso es, amigo Mario. Muchas gracias por comentar.
      Saludos

  • Ric Hartasanchez
    Posted at 10:49h, 24 septiembre Responder

    Buen relato Marcos

    Es muy importante superar miedos para saber la diferencia entre lo que es sobrevivir y vivir la vida, me encanta tu blog y tu manera de ver la vida, espero que sigas por muchos años.
    Desde de mi punto de vista, he aprendido en pocos años muchas cosas que no sabemos de jóvenes, pero supongo que son los ciclos de la vida, aunque me hubiera gustado aprender antes, saludos, ¡sigue viviendo!

    • marcosplanet
      Posted at 16:00h, 24 septiembre Responder

      Es muy emotivo lo que dices. Muchas gracias por compartir sentimientos y por dedicar tiempo a este blog y su autor, que se nutren emocionalmente de vuestras valiosas aportaciones.
      Saludos!

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