01 Oct Crónicas desde el barco de cable submarino
Feliciano se enfrentó a los catorce años al fallecimiento de su padre, debiendo hacerse cargo de la manutención de cuatro hermanas, su madre, su abuela… y él mismo. Siete personas y una sola aportación económica, la de su madre. Hasta los 21 años Feliciano estuvo trabajando en una empresa de publicidad de Vigo que aún hoy sigue en plena actividad. Novecientas pesetas al mes fueron su salario hasta esa edad.
Tuvo la fortuna de coincidir en la empresa con un hombre bueno que influyó decisivamente en parte de su vida, lo que agradecería por siempre, pues aquellos fueron años difíciles en plena dictadura, entre el 68 y el 72, en toda Galicia.
Hasta 1976 Feliciano estuvo trabajando de chico de los recados a la vez que estudiaba para obtener el título de administrativo, lo que consiguió a la edad de 18, en 1972.
Pero una llamada latía en su interior pues no podía apartar la idea de navegar, de embarcarse donde fuere para ver mundo.
–Poder viajar por lejos que se hallase el destino –pensaba él todo ufano, lleno de ilusiones juveniles e ideas osadas, aspirando a ganar un buen salario… ya notaba en sus pulmones el aroma marino cargado de salitre, azufre, algas y marisco. Lo llaman “maresía” en las zonas costeras.
–Es la perfecta combinación de todas esas sustancias la que hacen de la maresía el aroma característico que tanto te atrae, Feliciano –le contó el contramaestre al cabo de unos meses de conocerle, dirigiéndose al que consideraba uno de sus tripulantes más aventajados–. En bajas concentraciones –continuó el experto marino–, al azufre se le relaciona con el aroma de las marismas y el mar. Es cuando el azufre aparece en forma de dimetilsulfuro producido a partir del fitoplancton, un tipo de organismos acuáticos que se alimentan mediante el proceso de la fotosíntesis.
El aventajado alumno que era Feliciano no se quedaba atrás y ansiaba hacer ver a su mentor que él también había estudiado.
–El bromofenol es muy importante –anunció Feliciano–, un compuesto relacionado con la familia del iodo. Es el responsable de que los peces y demás animales marinos tengan olor a mar. Van absorbiendo estos bromofenoles de sus alimentos, que son los gusanos y las algas, adquiriendo con el paso del tiempo cada vez más ese olor tan conocido.
La convivencia durante mil y una singladuras convertiría al contramaestre y a Feliciano en dos amigos inseparables.
Pero nos encontramos en el momento en que nuestro protagonista había decidido embarcarse en su aventura marinera y fue cuando quiso utilizar sus contactos, pues familiares suyos trabajaban en una empresa inglesa de cable submarino de telecomunicaciones llamada “Cable Navigator Telcom» con buques bautizados con nombres como Reflection, Amundsen o Intrepid.
La necesidad real de medios económicos para subsistir es un hecho nefasto, una obviedad, pero debemos trasladarnos siempre al entorno social de cada época y cada país. De modo que Feliciano tuvo que poner los pies fuera de España enrolándose en un cablero inglés en el año 76 y poder así enviar dinero y mejorar la vida de su familia.
–Para mantenerles, aparte de la continua aportación de Feliciano, la madre contribuía y mucho trabajando de día en las mejilloneras y de noche en Pescanova, pero como el trabajo y la vivienda estaban muy alejados y debido a sus horarios laborales ella salía a altas horas de la madrugada por zonas poco seguras, Feliciano y sus hermanas se intercambiaban durante la semana para ir a buscarla teniendo que levantarse a media noche.
En febrero de 1976, Feliciano contacta con su tío Norberto y le expone su intención de lanzarse a surcar los siete mares.
–Vas a dar un paso decisivo en tu vida, Feli, pero yo debo prevenirte. Porque si vas a empezar en la empresa dando traspiés o zozobrando como si en lugar de navegar en un gran barco cablero lo hicieras en un frágil esquife, mi prestigio caerá por los suelos y eso no lo voy a tolerar ¿Lo entendiste bien?
–Mi compromiso es firme, tío –fue la respuesta del joven.
–En estos días, el buque donde vas a embarcarte hará escala en Vigo y tendrás que estar preparado para embarcar. Vas a ir de inmediato al consignatario que lleva en Vigo la representación de la empresa para pasar las pruebas de acceso.
Una vez confirmada esta posibilidad, la siguiente misión del joven emprendedor será cómo afrontar la decisión de decírselo a su madre. Nunca se lo había mencionado a nadie de su familia excepto a su tío, cosa que era materia privada entre los dos.
Feliciano consiguió por fin que aceptaran su confirmación de embarque.
Una noche, antes de partir, al llegar a casa Feliciano encontró a su madre medio adormilada, abrió la puerta de su habitación y la llamó para comprobar que le escuchaba.
–¡Mamá! mañana embarco en el Amundsen… –la sorpresa de su madre fue colosal. No daba crédito…él se refugió en su habitación… ella intentó que le explicara para dar algún sentido a aquel disparate; él insistía en que ese sería su destino inmediato: echarse a alta mar al abrazo de enormes olas y tempestades, tal era el imaginario que se pasaba por la cabeza de ella, y no sin parte de razón.
–Escuchaste bien mamá, mañana me voy y embarco donde está el tío Norberto, no voy a dejarlo en evidencia…confía en mí.
–Pero no puede obligarte a hacerlo solo por no dejarlo en evidencia ¿Qué se ha creído?
–Que no, mamá, que he pasado varias pruebas para poder enrolarme en ese barco. El pobre tío me ha ayudado con su recomendación y si ahora me echo atrás lo dejaré en mala posición ante la empresa.
Su madre no debió pasar buena noche, pero ¿alguna vez después de estas vicisitudes lo había conseguido?
De esa manera, en febrero de 1976 Feliciano embarca en el Amundsen en el puerto de Vigo, contratado por Cable Navigator Telcom con una mezcla de sensaciones compuestas de aventura y extrañeza.
En el barco había unos 140 trabajadores españoles entre engrasadores, mecánicos, máquinas, marinería, cocina y mandos intermedios, así como un nutrido grupo de mandos ingleses, capitán, jefe de máquinas y los trabajadores técnicos en cableado y telecomunicaciones.
El viaje fue de tres días, algo que para él y sus compañeros resultó una experiencia maravillosa.
Cuando llegaron a Southampton, aquello supuso para ellos algo especial. Eran jóvenes y dispuestos a afrontar el cambio cultural con el entusiasmo del descubridor que sabe que está viviendo algo nuevo.
Unos días después de la llegada, el sobrecargo del Amundsen convoca a todos en cubierta. Habla impostando la voz para llegar a las últimas filas de tripulantes.
–El Amundsen va a estar en puerto varios meses mientras carga cable para el próximo filamento. Por eso tenemos que cambiar de buque y trasladar el Amundsen a un astillero de Immingham para poder transformarlo al ser un barco de mayor tonelaje. La localidad de Immingham está próxima a la costa del mar del Norte y a poca distancia al sur del estuario del Humber, en el Este de Inglaterra.
Les trasladaron a un barco llamado Intrepid. Había que remodelarlo y adaptarlo para que pudiera trabajar como cablero.
Tocaba vaciar de contenido el buque, sobre todo enseres de la vida diaria, ropa de cama, toallas, aperos de cocina…etc. para poder trabajar en oxicorte o soldadura y evitar así en lo posible problemas técnicos de seguridad. Este trabajo duró aproximadamente una quincena.
En el tiempo de ocio, los más jóvenes decidieron desplazarse a Greenwich y visitar el museo de las embarcaciones. Volvieron a Southampton… el Amundsen continuaba cargando cable y repetidores de señal que se instalaban aproximadamente cada 8 millas marinas.
Hay dos tipos de buques cableros, los de reparación del cable y los de tendido de cable. Estos son más grandes, como el Amundsen, sus tambores de almacenamiento del cable también y están puestos en paralelo para que un tambor pueda alimentar a otro, permitiendo instalar cable de forma mucho más rápida.
En mayo del 76 comienza el viaje para proceder a la instalación del servicio de comunicaciones entre Luzón (Filipinas) y Singapur. Salieron en junio siguiendo el siguiente recorrido: Southampton, Las Palmas y Captwon (Sudáfrica).
Ninguno de los tripulantes podía llegar a imaginar que durante ese trayecto sufrirían una de las tempestades más duras que tuvieron que soportar jamás.
Un día antes de llegar a su destino, Feliciano escucha a medianoche el resonar de las alarmas y ve cómo todo el personal tiene que situarse en cubierta.
–Esas olas quieren acabar con nosotros, pero no os dejéis engañar. Valen más unos segundos de espera bien templados que arriesgarse a ser sepultado por no haber obrado con sensatez –vociferó el contramaestre intentando hacerse oír bajo el estruendo. Una ola gigantesca invade la cubierta y amenaza con aplastar la nave. La espuma que levanta en su acción demoledora sobre el barco extiende una espesa capa blanca borboteante que abarcaba toda la cubierta. El rugido del mar embravecido llena todo el espacio y presiona los oídos de todos los presentes. Algunos no pueden ni gritar porque no se oyen a sí mismos absolutamente nada.
–De un momento a otro una de esas olas pasará por encima de la nave –bramó Feliciano lleno de estupor– ¿Qué hacemos, señor?
Con acciones medidas y estudiadas, el contramaestre distribuyó hábilmente a parte de la tripulación para recoger el material que andaba suelto y consiguió despejar la cubierta.
Los vaivenes a los que estaba siendo sometida la nave desplazaban múltiples objetos dentro de sus compartimentos. Algunos compañeros eran lanzados contra los paramentos metálicos llenos de remaches que conformaban las paredes del barco. La espalda de muchos de ellos quedaría resentida durante varios días impidiéndoles llevar una vida normal. El médico de abordo no dio abasto con las curas de diversa gravedad que tuvo que acometer in extremis.
En medio de la marejada, cada grupo de trabajo se dirigió a sus respectivos lugares de seguridad con el fin de seguir las órdenes de sus responsables. Marinería, máquinas y capitanía acudieron junto a sus ingenieros. Uno de los que más sufrieron fueron los trabajadores de máquinas pues un golpe de mar devastador rompió puertas y estantes del pañol de dicho compartimento.
Por todas partes empezaron a aparecer derrames de aceites, pinturas, barnices y un largo etcétera de sustancias y herramientas de todo tipo destrozándolo todo a su paso.
Las impresionantes olas parecían haberse confabulado para acabar arrastrando la nave a las profundidades oceánicas y los efectos del zarandeo permanente al que la sometían iban haciéndose notar cada vez con mayor intensidad.
Había que intentar recoger los restos en pleno temporal. Todos estaban más pendientes de la siguiente ola que del propio trabajo, pues cualquier pequeño despiste podía conducirles a una situación extrema poniendo en claro peligro sus vidas.
Había transcurrido la mitad de la noche cuando por fin pudieron poder poner algo de orden en aquel caos de objetos desparramados y rotos, herramientas de todos los tamaños, enseres y artilugios de lo más diverso flotando por los rincones, junto con la sensación de que la amenaza de un desastre no había dejado aún de planear sobre el barco.
Al mediodía llegaron a puerto, lo que les ayudó a finalizar el trabajo que no habían podido acabar durante esa noche interminable.
Esta aventura continuará en próximos episodios. Deja por favor tu comentario y dale like al corazoncito de más abajo si te ha gustado.
Rosa Fernanda Sánchez
Posted at 08:55h, 02 octubreEstaré alerta , de las aventuras que les esperan a Feliciano y al resto de los marineros…como siempre, tus relatos son de un grafismo excepcional, casi me veo en la cubierta del barco, zarandeada por la fuerza del temporal…
marcosplanet
Posted at 16:13h, 02 octubreMe alegra mucho que el relato te haya trasladado prácticamente al escenario real, Rosito.
Muchos besos.