13 Dic Cuentos de Navidad. La bestia errante
Cuentos de Navidad. La bestia errante
El coloso iba arrollando a su paso la masa boscosa que poblaba su entorno, consciente de que no hallaría nunca un camino apropiado para su tamaño. Avanzaba sin pausa con la idea de descubrir a qué mundo había llegado.
Su transitar a través de eones sin haber encontrado reposo que le aliviara, le había convertido en un paria de pesarosa existencia, deseoso de conocer cuál sería su estancia final, dónde acabaría por aposentarse y cómo sería su peregrina vida de monstruo en un nuevo hábitat.
Las escamas fosilizadas de su coraza natural le convertían en una quimera casi indestructible, de enormes proporciones, que transmitía el terror a las diversas criaturas de la arboleda. Una gran cantidad de ardillas, conejos, comadrejas y hasta las nutrias del cercano río habían salido en espantada nada más detectar sus rotundos pasos. Es la desolación que acompañaba al coloso Zoorien, la bestia engendrada en un rincón lejano de la galaxia.
Tres amigos intentaban también abrirse paso por entre la espesura, cargados con su equipamiento de excursionistas. Mariola descansaba sobre una roca que le resultaba todo lo cómoda que podía esperarse de un asiento tan improvisado.
–Chicos, me parece que nos hemos pasado de hora. Deberíamos montar ya las tiendas de campaña y hacer noche en ese claro, por ejemplo, ¿lo veis?
Los dos compañeros de fatigas observaron cómo su compañera se secaba el sudor del cuello por encima de su pañuelo de seda y lunares rojos. La chaqueta de tela gruesa color ocre con cuatro bolsillos y los pantalones largos de franela del mismo tono remataban la esbelta figura de una aventurera que no se intimidaba ante nada.
–Hay un pequeño problema, Mariola –dijo Juan Manuel con voz divertida desde sus casi dos metros de estatura–. No tenemos reservas para el desayuno de mañana. En la bolsa que guardaba no queda ni rastro.
–Pero en la que guardaba yo hay de sobra –confirmó Mariola ante la sorpresa de los otros.
–Eres la bomba, Mari –dijo Andoni Tierra con su voz tonante propia de algunos presentadores de radio.
En ese instante oyeron un estrépito de árboles que caían a trozos como por arte de magia.
Al mismo tiempo, un contundente estruendo que asemejaba temblores de tierra ahogados por la espesura se acercaba a ellos. Juan Manuel y Andoni acudieron rápidamente a agarrar de los brazos a la chica y casi la sacaron en volandas de allí.
Pero cuanto más rápido intentaban correr, más cerca de ellos parecía rondar la amenaza. Ramas que se desprendían de troncos bien sólidos amarrados al fértil suelo, amenazaban con estrellarse contra sus cráneos y dejarlos allí a su suerte, enterrados en las arcillosas tierras que les rodeaban.
La copa entera de un álamo de casi treinta metros cayó rendida bajo el acoso y derribo de la criatura de otro mundo que apareció ante los ojos de los senderistas, quienes no sabían bien dónde meterse.
–Es… es… parece una… quimera –consiguió decir Juan Manuel.
–Bueno, las quimeras son difíciles de definir. –dijo Mariola con un tono más jocoso de lo que requería la situación–. En los documentos antiguos, las quimeras se dibujaban como un monstruo con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Y este no parece tener nada de eso.
–Al mencionar quimera –indicó Juan Manuel en tono de protesta– quise decir alucinación o delirio, querida. Es otro de sus significados, compañera.
Mientras tanto el monstruo había ralentizado sus movimientos y daba la sensación de un repentino interés por explorar aquel preciso círculo del terreno.
–¿Ves, Juan Manuel? –dijo su amigo susurrándole al oído–. Ese es el motivo de que ella no haya querido reparar en ti. Nunca le das la razón.
–Pero… ¿tú crees Andoni? Pues yo no. Mariola lo es todo para mí. Sabes que… no puedo vivir sin ella, no puedo.
El gigante intergaláctico se había quedado inmóvil contemplando el suelo que le rodeaba. Para esa quimera, aquellos compañeros de andanzas abultaban lo mismo que si fueran cervatillos del bosque. Pero hacían más ruido.
–Anda, majete –exclamó Andoni–. Echa a correr ¡ya! Hacia ese hueco de allí. ¡Vamos Mariola, ven!
Mariola ya había echado a correr en la dirección indicada cuando oyó la orden. Una vez dentro de la oquedad, se sentaron en lo más profundo de la misma, codo con codo, esperando acontecimientos.
El monstruo les había localizado. Una especie de tentáculo lleno de protuberancias tan duras como piedras intentaba abrirse paso por el interior del hueco. Juan Manuel había palidecido a alta velocidad, Andoni permanecía mudo y Mariola les empujaba hacia otra abertura en las paredes de aquel agujero providencial.
–¿Qué creéis que es esto? ¿Una cueva? –preguntó Juan Manuel sin apenas poder respirar.
–No tengo ni idea –consiguió decir Andoni escapando de su mudez. Se había apretujado junto a sus amigos y pensaba que nunca más volvería a meterse por bosques inexplorados.
El tentáculo exploraba el escondite de los tres valientes y después de detenerse unos segundos emprendió una carrera hacia ellos.
–¡Venid chicos! ¡Rápido! –gritó Mariola con total decisión.
Una abertura en el suelo se abrió ante sus ojos junto a una losa de piedra. Sin dudarlo se introdujeron en aquella entrada, la cerraron con la piedra y descubrieron un único escalón bajo ellos. El resto era un conducto como un tobogán que penetraba en las profundidades.
–Esperemos, chicos, es lo mejor –aseguró ella.
–Sí, sí, yo de aquí no me muevo –dijo Juan Manuel, y eso llevó a una risa incontenible a sus dos compañeros de batalla.
–¿Sabéis qué creo que es esto? –preguntó Mariola–. Estamos dentro de las raíces de un roble o un haya. Lo que hemos hecho es entrar en ese espacio excavado por las raíces de árboles enormes a lo largo de los siglos. ¿Veis los brazos leñosos? Es típico de esas especies.
–Vale, Mariola, –dijo Andoni en tono irónico–, la clase de Biología ha estado bien, pero yo quiero salir de aquí e irme a mi casita para olvidar a ese monstruo y…
–A ver –intervino Juan Manuel–. Hace ya un rato que no oigo nada allá afuera ¿Qué tal si comprobamos si se ha ido esa bestia del averno?
El monstruo reflexionaba sobre las extrañas figuritas andantes que acababa de asustar. Lo más probable es que no quisieran salir de su escondite.
Decidió dar media vuelta. Pensó que de nada le serviría hurgar más por allí. Su cometido no era el enfrentamiento, no de momento, si no le surgían contiendas en las que participar. Aparte de que aún no había encontrado rivales de su tamaño, lo que le extrañaba sobremanera.
Ante todo, Zoorien debía encontrar un motivo para entender si debía quedarse en aquel planeta que le había salido al paso en medio de su sofisticado viaje a través de agujeros de gusano. El puente de espacio y de tiempo que había utilizado para llegar hasta allí no era de los que le resultaban conocidos, pero necesitaba un respiro para calmar su ansia de descubrimiento.
Había una fuerza interior que impulsaba a aquella criatura de otro mundo a encontrar un ecosistema nuevo donde alojarse, un ambiente que lo alejara de la cruda realidad que había de soportar en su propio planeta.
Una estructura maligna se había apoderado del buen entendimiento acabando con la paz e instaurando un nuevo régimen en el que Zoorien no se encontraba seguro. Como él, miles de criaturas había huido de Azárabor intentando escapar desesperadamente del conjunto de malas acciones que tuvieron que sufrir.
Ese nuevo régimen impuso unas condiciones de vida que impulsaron a los habitantes de Azárabor a comportamientos violentos y sangrientos. Ya nada era igual. La tolerancia y la solidaridad habían abandonado a todo ser vivo entre los habitantes de aquel planeta perteneciente a M33, la Galaxia del Triángulo.
La vida tranquila y predecible había sido eliminada de la faz de aquel cuerpo celeste, por lo que Zoorien caminaba ahora por aquella zona selvática del planeta Tierra siguiendo una especie de estrella de la paz y la concordia que pugnaba por emerger de su más profundo yo.
Pero eso no encajaba con el resto de su espíritu, lleno de sentimientos cargados de odio, venganza y agresividad, que amenazaban con echar abajo los buenos principios.
Olvidados ya los tres excursionistas en su refugio de raíces, la criatura informe arrasaba con la vida vegetal que iba aplastando con facilidad y asustaba a todo animal o insecto que circulara por donde pisaba. Sus huellas parecían grandes depresiones del terreno por donde a partir de entonces a la naturaleza le costaría bastante volver a abrirse paso.
En un momento dado, la bestia de otro mundo atisba una columnita humeante procedente de una guarida típica de los que Zoorien suponía que serían habitantes de aquel lugar.
Le sorprendió la pequeñez de ese habitáculo que además contaba con un granero y un corral con seres diminutos que correteaban por allí. Estos eran de menor tamaño que los que habían terminado por refugiarse bajo el árbol de grandes raíces.
En su cabeza se dibujó al instante una cadena de tipo alimenticio en la que aquellos seres pequeños servían de sustento a los que eran más grandes, como aquellos a los que él asustó.
Sin embargo, él se alimentaba de una dosis enorme de energía almacenada en órganos que actuaban como baterías. Estas dosificaban la energía restante y le indicaban a la bestia cuándo debía descansar y cuando podía disponer de esa energía acumulada.
Había anochecido. Zoorien había entrado sin saberlo en una zona de pastos especialmente llana, donde la hierba suave silenciaba completamente sus ruidosos andares. Sintió un impulso repentino que le obligó a tumbarse para contemplar el interior de aquella casa.
Los seres que la habitaban se hallaban sentados ante una mesa adornada con velas, ramas de olivo, coronas de acebo y diversos comestibles que parecían producirles gran placer. Al tiempo, emitían con voces que timbraban bien una serie de tonadas musicales muy atractivas. Luces de múltiples colores cubrían la superficie del arbolito que habían dispuesto junto a la chimenea donde temblaban las llamas de una luminosa hoguera.
Desde sus dieciséis ojos, curiosos a más no poder, observaba cómo aquellos seres se levantaban de la mesa y se unían en un movimiento que les hacía dar saltos y corretear por la sala, lo que el monstruo dedujo que se trataba de una especie de ritual muy sentido por los presentes.
Allá en su planeta, movimientos parecidos eran seguidos por los participantes en actos de adoración al dios Baal, a quien los habitantes de Azárabor veneraban como Gran Creador. Él era el principio y el fin, el “aft” y la “odrigan”, (el alfa y la omega), quien cuando todo parezca perdido deberá transformarse en azaraboriano para salvarles del fin de los tiempos.
La bestia errante había captado un mensaje latente sobre aquella imagen de concordia y de paz. Acababa de saber que no debía involucrarse con aquellos seres felices que compartían cosas sencillas, animados sobre todo por una creencia en el bien común que debía ser la mejor defensa contra el mal. La unidad de las familias en sus ritos y costumbres.
A lo lejos, los tres compañeros de excursión divisan la escena no sin temor. Pero en su interior saben que aquel monstruo de otras dimensiones ha encontrado algo que lo ha hecho cambiar. Y observan cómo Zoorien se aleja de la casita y describe con sus brazos un gigantesco círculo azulado. Su enorme anatomía cruza aquel umbral y desaparece entre un suave chisporroteo.
Algo ha cambiado también en las vidas de Mariola, Andoni y Juan Manuel. Algo que les hará meditar durante mucho tiempo.
Espero que este cuento os haya gustado. Si es así dale click al corazón de más abajo y por favor deja tu comentario. No cuesta nada.
¡Salud y suerte en la vida!
Nota: las imágenes de este post las he generado desde dos IA diferentes.
Nuria de Espinosa
Posted at 19:42h, 09 eneroHola Marcos, el cuento al final deja un rayo de esperanza para la bestia errante, a pesar del miedo que los tres parecen tener, que el monstruo pensase que no debía atacarles y desapareciese en el círculo azulado, no solo te lleva a meditar, sino a reflexionar sobre si realmente el mundo es tal y como lo vemos, o sí quizás los monstruos seamos nosotros. Un abrazo
marcosplanet
Posted at 12:41h, 10 eneroTu propuesta es muy acertada porque esa es una parte del mensaje de este cuento. Tal y como se ha transformado el ser humano en los últimos tiempos, es probable que existan otros seres allá en nuestra galaxia o en otras, que sean más comprensivos y equilibrados que nosotros.
Gracias por tu tiempo y un fuerte abrazo.
Federico Agüera Cañavate
Posted at 21:08h, 03 eneroUn final feliz para tu historia, como no podía ser de otra manera siendo un cuento de navidad.
marcosplanet
Posted at 14:18h, 04 eneroGracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado.
Saludos, Federico.
Rosa Fernanda Sánchez
Posted at 07:32h, 15 diciembreConmueve la soledad de Zoorien, llegado a un mundo desconocido, donde su tamaño resulta descomunal entre los seres que lo habitan..
Inigualable la descripción que haces de sus sentimientos…
Me ha encantado!. has hecho que regrese a ese mundo de fantasía donde disfrutaba tanto de niña, sintiéndome parte de las historias fantásticas que leía con auténtico deleite.
Muchas gracias, hermano
marcosplanet
Posted at 11:49h, 15 diciembreSi, su existencia es errante y desoladora. Pero está ahí la esperanza de que pueda encontrar algún día un mundo que le acoja.
Un beso, Rosita.