14 Jul Destino desconocido
Las Tropas Marciales al servicio del gobierno esperaban agrupadas en el andén donde se hallaba el tren de ultra velocidad dedicado al transporte de mercancías. El gobernador de Expocity había recibido el reconocimiento internacional por ser la primera gran urbe de Nueva Europa en introducir esos trenes de alto y carísimo desarrollo tecnológico.
El gobernador acababa de convocar por los medios televisivos a parte de sus ciudadanos para recordarles que tenían una cita en un acto público de inminente celebración.
La ciudad estaba plagada de enormes edificios construidos formando barrios absolutamente idénticos. Todas las barriadas contaban con los mismos jardines de especies arbóreas y vegetales que nunca se podaban para no dañar la “expansión natural de la naturaleza naturalmente natural”. Este era el slogan literal que esgrimía el gobierno del país con la firme creencia de que resultaba genial aplicado a la protección del medio ambiente.
Todos los barrios contenían tiendas de alimentación, ropa, productos farmacéuticos y pequeños parques infantiles, absolutamente iguales.
Cada barrio disponía exactamente de 10 edificios de 20 plantas de altura, coloreados en gris y blanco, en cuyas fachadas alternaban señales indicadoras de formas geométricas. Cada una de ellas representaba un código de categoría social en función de la forma y el color:
–Rombo azul para los administrativos no funcionarios; rombo verde para los funcionarios; cuadrado rojo para obreros; cuadrado verde para operarios en general, no obreros. Había un número inscrito en cada señal junto al balcón de cada vecino. Un ciudadano, un número.
Los que ostentaban puestos superiores en la escala social habitaban como es lógico las privilegiadas áreas de exclusión, vigiladas todo el día, donde solo se accedía mediante códigos QR personalizados.
Las llamaban en conjunto “Zona E” y allí los edificios eran de tan solo 4 plantas. Eso sí, cada familia ocupaba un único edificio.
Los miembros de las fuerzas de seguridad habitaban la “Zona H”, localizada en las afueras de Expocity, como ocurría en el resto de mega ciudades del país y de Nueva Europa. La distribución por clases sociales y edificios era la misma en todo el continente.
Destino desconocido
El gobernador de Expocity había estado haciendo campaña informativa de prevención dirigida a todos los habitantes.
–“Este es un aviso muy importante para todos vosotros y vosotras –anunciaba el gobernador Pauling a bombo y platillo en todos los canales oficiales de televisión–. Es una buena ocasión para convocaros a mi discurso programado para este domingo a las once de la mañana en el andén principal de la estación Termini. Os espero a todos y todas con gran ilusión.
Cuando llegaron el día y hora concertados por Pauling, los andenes de la Estación Términi eran un hervidero de habitantes de la Zona H, el suburbio de los empleados en seguridad y milicia, expectantes ante el anuncio que iba a llegar de un momento a otro.
–Os he congregado aquí, queridos ciudadanos de Expocity –anunciaba Pauling a través de una pantalla gigantesca habilitada junto al andén principal–, porque el gobierno de este país quiere responder a vuestras inquietudes y dudas respecto a las últimas reformas que ha hecho. Por eso abrimos en su momento el Buzón Ciudadano, para recoger vuestras quejas y reclamaciones. He de decir que son muchas. Hemos recibido cuatro mil quinientas, de las cuales han sido clasificadas como correctas mil ciento doce, pues contenían todos los datos personales requeridos. La identificación es imprescindible, os lo recuerdo.
–Habrá varios actos como el de hoy –continuaba el gobernador con forzado entusiasmo–, porque tendrán lugar uno por cada barrio o zona. Ahora os toca a los vecinos de la Zona H. Todos habéis recibido en casa la cita para estar aquí, sabéis que es por mandato legal y no se puede eludir, como si fuerais citados para una mesa electoral. Muchas gracias por venir.
Las Tropas Marciales, esos fieles guardianes que respaldaban la seguridad del gobierno ante cualquier eventualidad, tomaron posiciones en la estación y en toda la zona H. Vigilaban desde sus tanquetas la correcta evolución del acto velando por la inexistencia de acciones individuales que pudieran inducir a la disidencia.
–Deseamos fervientemente –vociferaba el gobernador Pauling desde aquel escenario virtual– que os sintáis inspirados por el recorrido que os tenemos preparado en nuestro Tren de Ultra Velocidad. Yo me encuentro en su interior en estos momentos y mi misión a lo largo del viaje será saludaros y recoger vuestros comentarios e inquietudes. Este gobierno desea escucharos.
Todos los presentes se sentían concernidos por el acontecimiento. También les había sorprendido que el gobierno quisiera convocarles con tanto bombo a esa especie de confesionario en que pretendía convertir el Tren.
Muchos eran los discordantes que deseaban desde hacía años un cambio de ciclo. Los más atrevidos hablaban de totalitarismo disfrazado de democracia, pero aquellas reflexiones permanecían en la intimidad de círculos de confianza muy reducidos. Nadie daba el paso para cambiar, porque el cambio estaba vetado por la propia autocensura que los ciudadanos desarrollaban dentro de sus mentes. En la parte contraria del escenario político oficial, las múltiples facciones que debían hacer oposición al gobierno se limitaban a actuar en un teatro muy bien dirigido.
Los medios de comunicación contribuían a la propaganda del poder fielmente, tanto como el montante de la financiación que recibían del mismo. Era una consecuencia lógica que los disidentes fueran una minoría, como había ocurrido siempre a lo largo de la Historia. Pero su número había crecido exponencialmente en los últimos tiempos.
Y ahora los ciudadanos se sentían convocados para algo completamente nuevo, algo parecido a un cambio de rumbo apetecible para el pueblo. Este llevaba aguantando durante décadas la firme e inamovible implantación de las leyes que, por Decreto Estatal, habían de cumplirse a rajatabla.
–Oye, Claudia –interpelaba Roberto Solano a su mujer con tono de duda–, es esperanzador lo que este gobernador está anunciando, pero me extraña que convoquen a la gente a esa especie de mitin. Si quieren cambiar lo que no nos gusta, que lo hagan y ya está ¿no?
–Bueno, un acto público cubierto por los principales canales de televisión y radio es un incentivo para apoyar una gran propaganda. Es algo que sabes de sobra –repuso ella desde la cama de matrimonio donde se hallaba sentada.
–Sí, sí, es que todo esto me parece una especie de despropósito –afirmó Roberto–, una cortina de humo. Están tramando otra cosa, seguro.
Claudia recogía su largo cabello en una trenza con dos horquillas entre los labios.
–No vengas ahora con teorías conspiranoicas, Roberto. Vamos, piensa que por una vez esos que manejan el poder pueden necesitar acercarse al ciudadano y darle un caramelito–. Se acercó a él y le dio un beso en los labios.
Destino desconocido
Roberto Solano, pareja de Claudia desde hacía 11 años, la miró con gesto de acuerdo. Roberto pertenecía al grupo especial Antidisturbios, que velaba por la seguridad de la ciudad en situaciones de emergencia social. Habitaban un piso en la Zona H, junto al resto de miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad de Expocity. Todas las señales identificativas en esa zona eran rombos verdes que les clasificaba como funcionarios. El Estado había organizado los territorios separando a los trabajadores por las funciones que realizaban dentro de cada puesto. Garantizaban así una reducción segura de la capacidad de la gente para relacionarse con otros miembros de la ciudadanía, dificultando la disidencia.
La Guardia Urbana era un grupo muy preparado para ataques antiterroristas con un entrenamiento durísimo que les cualificaba en el empleo de todo tipo de artes marciales y armas de fuego. Al igual que los militares de élite, todos los miembros de la Guardia Urbana vivían en la Zona H, por lo que los convocados al acto del gobernador en la Estación Términi de servicio saludaban allí a sus colegas y vecinos.
–¿Qué está pasando Marcelo? –preguntaba su compañero Juan Arribes con gesto de sincera sorpresa–. Esto no me huele nada bien.
–Mira, sé lo mismo que tú –se sinceró Marcelo–. Espero que no se trate de un simulacro bacteriológico. Nunca hemos hecho una prueba fuera del cuartel.
Juan miró a los ojos a Marcelo con una convicción de luchador nato que desconfiaba de cualquier acción que viniese de la cúpula del poder.
Marcelo y él habían compartido todo tipo de situaciones de riesgo combatiendo amenazas de ataques biológicos dentro y fuera del país. Su formación especial en disciplinas de combate avanzadas eran las mismas que las que aprendían todos los miembros de la Guardia Urbana, con el añadido de conocimientos sobre guerra bacteriológica y química.
–Juan, creo que debemos hablar con Roberto Solano, de Antidisturbios, porque él lleva tiempo llamándonos la atención sobre esta situación de incertidumbre que vivimos en todo el país. Creo que ahora toma más sentido su teoría de la conspiración.
–Esa palabra no me gusta, Marcelo, pero sabes que yo y muchos de los colegas del Club Zona H apoyamos a Roberto. Vemos en él a un líder, no sé muy bien para qué momento o situación, pero solo él puede empujarnos a actuar unidos.
–¿Quieres decir que es el momento de seguir nuestro protocolo de emergencia? –inquirió Marcelo con los ojos muy abiertos.
Destino desconocido
El Club Zona H había sido constituido dos años antes por la desconfianza e inseguridad en que el gobierno nacional parecía haber sumido al país con múltiples mentiras y cambios de rumbo.
Leyes absurdamente formuladas, plagadas de errores, habían perjudicado a la ciudadanía liberando a presos de la peor calaña, incluyendo a violadores y asesinos.
Una campaña de desorientación concerniente a la identidad de géneros biológicos en el ser humano había sido implantada de forma que, desde niños, las personas dudaban de su condición sexual sin saber a qué sexo pertenecían o creyendo incluso que el suyo era inexistente.
El miedo irracional al cambio climático que habían conseguido propagar hacía décadas desde todos los países desarrollados, había calado en las sociedades de todo el mundo generando pavor y rechazo ante todo lo que fuese:
–Usar combustibles fósiles para el desarrollo de las naciones.
–La existencia de centrales nucleares para producir energía, demonizadas hasta el extremo de haber empezado a desmantelarlas en todo el continente.
–Operaciones de limpieza del medio natural, ya fuesen montañas, bosques o ríos, porque si se limpiaban alterarían el ciclo natural de los ecosistemas y acabarían en una especie de caos desconocido. Esta teoría, como muchas otras esgrimidas por los ecólogos de nuevo cuño, carecían de cualquier referencia científica que las avalara.
–Sacrificar animales para la alimentación humana, porque esas prácticas asesinas atentaban contra la integridad de seres cuya existencia primaba igual que si fuesen seres humanos. El consumo de insectos y alimentos de origen vegetal debía sustituir a cualquier otra forma de alimentación preexistente.
La crianza de ganado había sido denunciada como causante de una peligrosa huella de carbono que ponía en jaque a toda la Humanidad. Lo único cierto es que ningún fundamento o estudio científico apoyaba esta argumentación.
Por otra parte, integrar a las mujeres en los órganos de dirección y puestos de responsabilidad era una obligación que en ocasiones se traducía en organigramas empresariales repletos de personas del sexo femenino sin importar su cualificación profesional e idoneidad para el puesto en cuestión.
Y también sucedía lo contrario. Se daban casos en los que ya era mayoritaria la presencia femenina garantizando desde hacía muchos años junto a los hombres el éxito de dichas empresas, pero el gobierno obligaba a reclutar nuevas candidatas sustituyendo a los puestos masculinos, de forma que nadie sabía con exactitud de dónde venían ellas ni si tenía sentido práctico el cambio.
“Sospechas de un país en venta” era un documento distribuido en secreto dentro de los miembros del Club Zona H, que había logrado gran difusión en la clandestinidad. En él se resumían, por ejemplo, las prácticas incoherentes llevadas a cabo por el gobierno para conseguir que la balanza comercial entre importaciones y exportaciones quedara siempre a favor de las importaciones. Dicho informe exigía el cumplimiento por parte de la Nueva Europa de los acuerdos de producción agrícola, ganadera e industrial de los países miembros. Una Nueva Europa a la que pertenecía Expocity.
Lo que tachaba de lamentable el documento era el hecho de que el país donde residía Expocity cumplía todos los límites y restricciones. Las demás naciones miembros no lo hacían.
Más de un millar de habitantes de Expocity, militares y policías residentes en la Zona H, llenaban por completo hasta el último metro cuadrado de los andenes ferroviarios. Unos cuantos de ellos protestaban un tanto alarmados. Las Tropas Marciales les vigilaban contribuyendo a la incomodidad de la situación.
–Esto no se entiende ¿Qué quiere el gobernador? –preguntaba Juan Arribes.
–Yo creo que puede tratarse de un mitin político y que nosotros actuamos de oyentes –apuntó Lorenzo, otro de los presentes, mientras saludaba a Juan Arribes con un gesto de cabeza. Al igual que Marcelo y Juan, pertenecía a la sección de Guerra Bacteriológica del departamento de Sanidad de la Guardia Urbana.
–No tengo ni la menor idea, Lorenzo, pero esperar aquí a ver qué pasa no es lo mío –concluyó Juan Arribes.
–Será una convocatoria sorpresa de cara a las próximas elecciones generales –comentó Lorenzo.
–No lo creo en absoluto –sentenció Juan casi en un susurro–. Mira, muchos están inquietos, lo leo en sus miradas. Tenemos que hablar con todos los que podamos para estar alerta. Ahora mismo estamos rodeados por estos inútiles de las Tropas Marciales. Qué curioso, esos políticos que nos gobiernan creen que sus Marciales son el sumun de las fuerzas del orden, pero no tienen ni la mitad del entrenamiento que llevamos nosotros. Y mira que somos unos cuantos de las fuerzas especiales por aquí.
Roberto Solano, el autor de “Sospechas de un país en venta”, llevaba varias semanas entregado sin descanso a una labor de difusión de mensajes directos entre los miembros del “Club Zona H”. Claudia le miraba con preocupación.
–Cariño, sabes que me inquieta mucho esta especie de misión secreta que estás dirigiendo. No me gusta nada. Es como si estuvieras organizando “La Resistencia” al gobierno o algo así.
–No es nada que deba preocuparte. Estoy avanzando un paso más para cuando sea inevitable actuar. La gente debe estar preparada.
Ella lo miró con escepticismo, como si esa misión fuese un cuento de niños, un juego de espías peliculero y nada más.
–Roberto, estás exagerando, yo no veo conspiraciones de ninguna clase. Vivimos bien, podemos irnos de vacaciones, estamos pagando un piso decente, los niños van bien en el colegio ¿Por qué te parece que habría que tirar todo eso por la borda?
Él la miró con gesto afable, cargado de comprensión y cariño. Llevaban 15 años compartiendo claros y oscuros, siempre unidos ante cualquier adversidad.
–Claudia, ten por seguro que lo estoy haciendo por nosotros y por muchos, para evitar lo que puede ser una auténtica catástrofe.
Destino desconocido
En la Estación Términi, un pelotón de miembros de las Tropas Marciales comenzó a rodear todos los andenes al unísono. Los Marciales servían al Estado ciegamente, sobre todo porque eran guardianes privilegiados que habitaban la exclusiva Zona E junto al resto de élites de la Nación.
Sobre una enorme pared cercana, la proyección de vídeo de alta definición mostraba el rostro carnoso del gobernador Pauling.
–Estáis aquí en este momento –decía el gobernador con voz impostada– porque representáis la facción que más valora este gobierno. El grupo de fuerzas y cuerpos de seguridad. Dado que en pocos días se celebrarán elecciones generales, queremos recoger vuestras valiosas aportaciones que nos ayudarán a crear un gobierno nuevo por y para el pueblo. Lo mismo están haciendo en el resto de grandes urbes del país, así que la labor dará sin duda grandes frutos.
Una sensación de estupor generalizaba llenaba los corazones de todos los presentes. Aquello les parecía un sinsentido descomunal.
Juan Arribes permanecía atento a lo que sobresalía de las ventanas de cada vagón de alta velocidad estacionado. Una cápsula casi imperceptible pero muy familiar para él, mostraba una esfera transparente de cristal con un círculo negro en su centro. Al instante supo que se trataba de un compresor de gas letal que el equipo en que él trabajaba como guardia urbano solía usar para los simulacros de ataque terrorista.
Acto seguido tomó una decisión rápida. Cogió su teléfono móvil y marcó un número de sus contactos. A los pocos segundos empezaron a sonar teléfonos en cantidad creciente, hasta que al cabo de un minuto todo el andén resonaba con los tintineos.
Roberto Solano puso una mano en un hombro de Juan.
–Hola, amigo –dijo sin más–. Juan Arribes prosiguió el modus operandi preestablecido consistente en lanzar bengalas de humo azul para avisar a la mayoría de asistentes al acto del gobernador, en una señal muy conocida para aquellos que trabajaban en las fuerzas de seguridad.
En una maniobra colectiva de todos los convocados al acto gubernamental, los Marciales fueron obligados a deponer las armas y retenidos en los andenes de la estación. Una fuerza desconocida parecía mantener a los presentes unidos sin fisuras contra algo que ya sospechaban.
–¡Roberto! Gracias por tu gran ayuda en las últimas semanas –dijo Juan Arribes con entusiasmo–. Sin tus avisos de mensajería no habríamos podido salvar con éxito la situación. Mira cómo deponen las armas los Marciales. Espero que estén haciendo lo mismo en todo el país.
Roberto le miró con una sonrisa de satisfacción marcada en su rostro.
–Al parecer, el gobierno sigue estancado en los tiempos en que Hitler llenaba los trenes del exterminio. Hoy en día los tiempos han cambiado. Gracias al ser humano.
Y hasta aquí esta historia que, a buen seguro tendrá continuidad en próximos episodios.
¡Dale un click al corazoncito de aquí debajo si te ha gustado! Salud y suerte en la vida, amigos.
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Miguel Ángel Díaz Díaz
Posted at 13:23h, 26 julioUn relato muy interesante que no puede dejar de leerse, Marcos.
En esta distopía has metido una serie de elementos que entroncan con ideas que nos acompañan, algunas con una base científica, otras sin ella. El desenlace no podía ser más pausado de cómo lo has planteado.
Un fuerte abrazo 🙂
marcosplanet
Posted at 15:22h, 26 julioMuchas gracias por tu más que interesante aportación.
Saludos!
Mónica Castelló Puertas
Posted at 23:01h, 25 julioMe ha gustado mucho tu relato Marcos, pero no he podido evitar ver en el las consecuencias de la agenda 2030, por la similitud con las ciudades de 15 minutos, la cultura woke, las políticas ultra feministas junto al ecologismo radical que estamos viviendo y el inevitable cambio climático cuyas medidas que se pretenden tomar lo más probable sea que nos arruinen antes de que podamos evitarlo.. Espero leer prondo el siguiente capítulo…..un saludo!!!
marcosplanet
Posted at 08:30h, 26 julioMuchas gracias por tu aportación al comentar. Están claras las implicaciones que señalas con la cultura woke, etcétera.
La continuación estoy apunto de publicarla.
Saludos!
María Pilar
Posted at 17:07h, 23 julioHola, Marcos, desde el principio lo he leído como un relato distópico. Con tanta uniformidad en la descripción de la ciudad por oficios, con casas iguales, jardines iguales…, distribuída en zonas llamadas de manera tan impersonal como una letra: zona H, se convierte en un lugar angustioso, terrible. En cada zona viven los de una profesión concreta, para ser controlados como rebaño. Suena la voz del gobernador dando órdenes autoritarias, se le escucha, no se le ve. Te conmueve y te remueve por dentro: el tren de los campos de concentración nazis, la zona cero de NY, las mentira y engaños con los que se maneja al pueblo desde las altas instancias. Y sientes que esa ciudad, sin saber cómo haya sido antes, no va a ir a mejor, no va a avanzar, porque el control férreo de sus dirigentes va a anular cualquier idea de progreso, de ciencia, porque lo considerarán un enemigo del régimen. Y aquí me encuentro conque no es tan distópico, que esta ola nos está invadiendo con un poder impresionante porque todo vale para llegar al control del poder. Tenemos ejemplos como Trump y Bolsonaro. Meloni, Novak y Duda.
Hoy es día de elecciones en España. ¿Acaso no nos han llegado ramalazos de lo que aquí cuentas en la campaña?
Un saludo, Marcos.
marcosplanet
Posted at 13:15h, 25 julioDesde luego, comparto tus apreciaciones y agradezco tu interés y el tiempo dedicado. Daré continuidad a esta distopía en breve.
Saludos cordiales.
Matilde Guadalupe Marin Heredia
Posted at 13:58h, 21 julioMarcos, es estupendo tu relato. Pareciera algo futurista, y sin embargo ya es una realidad. Y a la vez, algo que no sé describir hace que logres que todo es producto de tu imaginación.
Me ha gustado mucho, se palpa tu grado de concientización y a la vez pareciera querer evadir..
Felicitaciones! Un abrazo.
marcosplanet
Posted at 11:49h, 23 julioGracias Matilde, me das muchos ánimos.
Saludos!
Dr. Krapp
Posted at 13:19h, 18 julioTu distopía es muy visual, casi veo las escenas. Partes de la realidad que ya conocemos, que nos suena y te diriges quizás a algún lugar desconocido pero probable.
Estupenda.
Saludos
marcosplanet
Posted at 01:04h, 19 julioMuchas gracias por tu aportación tan constructiva.
Saludos cordiales.
Merche
Posted at 08:37h, 18 julioHola, buen relato, da pie para una novela más extensa, sin duda.
Un abrazo. 🙂
Rosa Fernanda Sánchez Sanchez
Posted at 18:32h, 14 julioFantástico relato, siempre me sorprende tu capacidad de imaginar otros «mundos…???». O tal vez este cercano a la realidad???…
marcosplanet
Posted at 12:33h, 16 julioRealidad y ficción van por caminos paralelos y coinciden más de una vez creo yo.
Saludos!!
Rubén Sánchez
Posted at 16:35h, 14 julioFantástico relato Marcos!! Al nivel de los que todos a los que publicas.
Me quedo con ganas de que publiques un libro en el que des rienda suelta a uno de tus magníficos relatos.????
marcosplanet
Posted at 12:32h, 16 julioMuchas gracias!! Tomo nota. Algún día lo haré, estoy seguro.