Dosis de realidad

 

Recuerdo que estábamos en la terraza de un restaurante frente a la playa. Había dos mesas ocupadas nada más y a mí me pareció una buena señal que el sitio no estuviera masificado. El radar que pongo en marcha cada vez que voy a un lugar público no me alertó de nada alarmante que pudiera perturbar nuestra comida.

La amplia vista hacia el mar océano nos permitió a mi pareja y a mí elegir en qué mesa ubicarnos, aunque con alguna restricción. Justo enfrente había tres señoras sentadas a una mesa que tapaban un poco la panorámica sobre el mar, pero decidí que no era el momento de estropear lo que quería que fuese aquella comida: un disfrute para los sentidos.

Llevábamos varios días en una de las playas más bonitas de España. Es un cinturón de arena separado de la civilización por una duna. A partir de esta hacia el interior del pueblo se extienden una serie de chalets y, más allá, edificios de apartamentos con unas vistas extraordinariamente bellas del inmenso Mar Mediterráneo.

El lugar elegido para comer es el restaurante ubicado junto a un camping pintoresco que ofrece alquiler de tabla y remos para paddle-surf o kayak. Subes una escalinata que salva la altura de la duna y te hayas en plena terraza-mirador para aumentar el placer de comer al aire libre. Ves cómo evoluciona la gente en la playa cercana, volando cometas, haciendo paddle-surf u otras actividades, pero sin ruidos ni aglomeraciones. Muy fluido todo.

Mi intención era seguir esa estela de armonía y tranquilidad sin otro cometido que dedicar mi atención a lo que a mi pareja y a mí nos iban a servir en forma de ricas viandas y delicias del mar.

En la mesa de nuestra izquierda había una pareja de unos cuarenta años que conversaban cordialmente. Parecían de estas personas con las que da gusto hablar. El camarero se presentó en seguida a nuestra mesa con una amabilidad que era de agradecer, ofreciéndonos la carta. En esta había un listado de platos que prometían satisfacer sobradamente el paladar, como son:

–Arroz a banda o Arroz del Senyoret, seco a partir de un fumet de pescado; Paella Alicantina, de costilla de cerdo y garbanzos; Fideuà, preparada con morralla y rape; Paella Mixta, con carne, pescado y verduras… y en cuanto a otros preparados, los chipirones rebozados, puntillas, sardinas asadas fresquísimas o boquerones con ali-oli casero como complemento indispensable.

Ya me estaba relamiendo con lo que iba a elegir para darme el homenaje compartido con Amanda cuando me detengo a admirar la panorámica azul turquesa que se abre ante nosotros. Amanda también se dedica a observar esa belleza.

Empiezo a imaginar lo que el mar puede esconder en sus profundidades, lo que siempre pienso cuando me arrojo a las olas y nado hacia el horizonte. Normalmente no tardo mucho en volver hacia la orilla porque me asalta una inseguridad provocada por imágenes de seres peligrosos que pueden dañarme incluso tragarme entero y eso que no soy pequeñito.

Algo sucede en mi interior de forma repentina. Me inunda un repentino fogonazo mental consecuencia creo yo de la llegada de una pareja con un precioso bebé en brazos de ella y un perro enorme agarrado a la correa de la mano de él. Este es un individuo de esos que producen mala impresión, con actitud chulesca bajo sus enormes gafas de sol. Lo primero que se produce es la reacción del perrito de las tres señoras que interrumpían la panorámica delante de mí. Empezó a ladrar con estridencia y parecía no necesitar respirar pues siguió haciéndolo hasta que una de las señoras le sujetó la correa con el pie. El individuo chulesco responde con:

–¡A que lo suelto! –refiriéndose a su perrazo pretendiendo una supuesta broma y de paso lucir no sé qué palmito ante el público del que yo y Amanda formamos parte.

Me he quedado medio atontado por el fogonazo que me deslumbra por dentro, no sé por qué estoy sintiéndome así. Debo estar alucinando porque lo que observo a continuación me descoloca completamente.

Y es que pronto me doy cuenta del talante del hombrecito. El varón de la pareja de la izquierda, los afables, intenta dar continuidad al comentario “jocoso” del de las gafas grandes.

–Pues está bien calladito el animalito. Parece muy formal.

–No, no, este es un cabrón. Ahora porque está de visita. Y aun así es la mitad de cabrón que yo, así que le toca aguantarme, como a todo el mundo…

Su recién estrenado interlocutor emite una risita tímida y calla por completo. El chulo pasa a contemplar la carta a la vez que llama la atención del camarero repetidamente haciendo gala de un comportamiento verdaderamente desagradable. Su mujer mece al bebé de pie mientras mira hacia otro lado.

En ese momento entra un grupo de unos siete u ocho nuevos comensales. Se acomodan detrás de nosotros. También van acompañados del perrete correspondiente. Es una compañía muy vista en este lugar de la costa. Mascotas al aire libre.

Acto seguido, el perrito de las señoras que tapan parcialmente la vista al mar expresa su protesta perruna mediante ladridos ensordecedores mientras que la señora que lo lleva retenido por el pie hace un gesto para acercárselo a la pierna sin poder evitar dar un manotazo a la jarra de sangría con limón que cae al suelo estrepitosamente rompiéndose en mil pedazos.

El estallido alarma al camarero, quien corre apresuradamente hacia el lugar para limpiar el desaguisado, pero tropieza con la mesa de la pareja afable golpeando el hombro de la mujer y cayendo de rodillas al suelo. Pide perdón muy compungido y ante el estupor general se levanta como puede y empieza a recoger el estropicio mientras la mascota de las señoras continúa su concierto ladrador.

El individuo del perro grande vuelve la vista hacia atrás para intentar captar mejor el escenario y suelta una sonora carcajada.

Tras el golpe fortuito sobre el hombro de su pareja, el varón afable se levanta e increpa al camarero que ya hace rato que debe estar buscando algún agujero profundo donde meterse.

–Pero mire por donde va, buen hombre. Ha golpeado a mi señora.

–Ya, ya me disculpé señor. Lo siento de veras –balbucea el empleado.

Uno de los miembros del grupo numeroso recién llegado llama la atención al chulo.

–¿Pero es que no se da cuenta? Este hombre solo trata de servir y cumplir su trabajo. No sé por qué hay que reírse.

El aludido se levanta de su silla con el perrazo sujeto por la correa mientras veo cómo cambia la expresión de la cara de su pareja, que sigue ejerciendo de mamá entregada a su bebé que llora y llora sin cesar.

El chulo hace frente a la mesa entera del grupo dirigiéndose con el pecho por delante a quien le ha llamado la atención.

–¿Qué pasa? ¿Quieres leña? Yo me río cuando me da la gana.

El otro se levanta de la silla y los atónitos espectadores nos damos cuenta de que le saca por lo menos cuatro cabezas de estatura. Se remanga la camisa y le apunta con su enorme dedo índice.

–Como te atrevas a ponerme una mano encima te prometo que no olvidarás el día de hoy.

El gran perro decide intentar escaparse de aquella situación gimiendo y tirando de la correa. Su amo resiste y demuestra tener un cociente intelectual muy por debajo del de su mascota.

–Tú te lo has buscado ­–dice mientras intenta dar una bofetada o algo así a su contrincante.

Este responde con un rápido hostión en plena mandíbula del “echao palante” que tiene enfrente y que por el impacto se tambalea hacia atrás con tal violencia y velocidad que cae sobre su perro haciendo que este proteste y se vuelva contra él.

–¡No, Toro, no!  –grita el recién caído desesperadamente.

El animal muestra sus fauces y ruge. El causante del ridículo en el que acaba de sumergirse el hostiado, se acerca a él y trata de ayudarle. El perjudicado acepta la mano que le tiende su oponente, pero aprovecha para tirar de él con la idea de desestabilizarle y que también bese el suelo. Sin embargo, el tamaño de quien tiene enfrente impide que se mueva ni un palmo, lo que acarrea las risas mal contenidas de los allí presentes.

–Anda, vete a tu sitio, gallito, que no eres buena compañía para nadie –le dice el gigante.

La mamá que ha conseguido acallar al bebé, mira a su pareja con ojos llorosos. Le pide que se vayan de allí. Él se empeña en continuar y reclama al camarero su comida mientras sujeta al perro a la mesa. Este parece contento con la golosina que le ha dado amablemente el vencedor de la contienda.

–Encima ha tenido el detalle de regalarle eso al perro de ese idiota –comenta en voz baja la mujer afable de la mesa cercana a la nuestra. Todo parece indicar que el causante del altercado ha entrado en razón. Se frota la cara donde ha quedado marcada la mitad de la mano de su agresor. La mano entera le habría cubierto completamente la cabeza.

Pero se ve que el destino quiere aderezar aún más tan agitada reunión de comensales y nos pone en bandeja una nueva perturbación.

Acaba de entrar a la terraza un grupo de cuatro personas cuyo aspecto produce la sensación de que son de alto poder adquisitivo. Uno de ellos, ya entrado en los cincuenta, parece ejercer autoridad sobre el resto, aunque no creo que sean el típico grupo de compañeros de empresa. Más bien son dos parejas turisteando. El que lleva el bastón de mando elige tres o cuatro cosas del menú como si entendiera mucho de gastronomía. “Este arroz lo hacen con vino de Módena y está buenísimo”. “Este vino es un Matarromera crianza de 2016, lo voy a pedir”. ”Para postres pediré la carta completa, a ver si tienen alguna tarta de queso que merezca la pena”

Su expresión bajo las gafas Versace que lleva puestas (un enorme grabado sobre la gruesa patilla lo dejaba bien claro) resulta seria y circunspecta, con pinta de estar seguro por ganar su buena pasta y saber de la buena vida, aunque creo que es bastante recatado.

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El otro varón del grupo, mucho más joven que el usuario de Versace, interviene para opinar por sí mismo.

–Pues a mi me parece que un plato de fritura especial de la casa y la sepia rehogada en fumet de ali-oli es de lo mejor que tienen aquí–. A continuación se dirige a su pareja, una chica menudita de amplia sonrisa. –Creo que un Brumas de Ayosa del 2020 vendrá genial para acompañar lo que nos gusta ¿no te parece?

Ella asiente al momento y le rodea los hombros con su brazo. No sé el gesto que pone bajo sus gafas el que parece tener la “autoritas”, pero no debe ser muy halagüeño. Semejante salida de tono del varón joven no ha debido de sentarle muy bien.

¡Y así lo demuestra! Se incorpora sobre su asiento y señala el sitio de la carta donde se halla escrita su selección de vino.

–Aquí está lo que mejor marida con nuestra elección y eso vamos a tomar todos.

–Disculpa, pero mi elección marida mucho mejor con lo que hemos decidido comer­ –indica con una sonrisa el joven.

–¿Me vas a discutir a mí en cuestión de vinos y viandas? –inquiere el cincuentón torciendo la boca–. No tienes ni idea.

La pareja del usuario de gafas de sol Versace interviene en un intento de moderación. Es una mujer muy bella, con ese tono moreno de piel que te hace pensar que debe ser hawaiana de alguna isla del Pacífico como Tahití, Bora Bora, Maui… Es ancha de hombros dentro de su femineidad atractiva y sensual y sentada sobrepasa en centímetros de estatura a su pareja entendida en vinos.

–¿Y qué más da el vino? Nos pedimos los dos tipos y ya está. A mí me apetece mucho probarlos. Ambos. –Cuando dice esto mira al cincuentón enarcando unas cejas perfectamente depiladas. Él parece darse cuenta del error de su actuación y baja la guardia.

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Mientras tanto escucho un murmullo y veo por el rabillo del ojo que el grupo numeroso sentado a nuestra espalda lanza una exclamación de júbilo. Por lo visto es el cumpleaños de alguno de ellos y encienden una bengala situada sobre la tarta que el camarero acaba de depositar en su mesa. La bengala chisporrotea exageradamente y empieza a soltar su erupción de chispas a diestro y siniestro. Increíblemente, los chispazos afectan a las mesas ubicadas a diez metros a la redonda menos a la nuestra, entre ellas las del chulo del perrazo, la pareja afable y tranquila y la de las tres señoras. El perrito de estas empieza a ladrar a lo bestia de nuevo y el perro grande decide protestar con su tono grave y estremecedor; ambos reflejan su miedo por esas cositas encendidas que lo han abarcado todo.

Sobre los manteles se han producido quemaduras que alarman al camarero, quien retrocede corriendo al interior del restaurante para anunciar a su jefa lo que acaba de ocurrir. La señora, que reflejaba en su cara las tensiones acumuladas por tanta disputa e infortunio vividos en ese día, sale al exterior con las manos medio tapándose el rostro.

–Pero ¿qué clase de broma es esta? ¿quién ha decidido hacer aquí fuegos artificiales?

Los de la mesa del cumpleaños la miran consternados.

–Es… debe ser que… esa bengala ha salido defectuosa. Probaremos a encender otra a ver.

–Noo, ni se le ocurra ¿está loco? ¿Quiere convertir esto en cenizas?

–Pero ¿dónde tiene la cabeza? –dijo el camarero, el mismo que tropezó un rato antes y golpeó el hombro de la comensal afable enfadando a su pareja.

–Oiga –dijo el hombre grandón que propinó al chulo el bofetón de campeonato–. ¿No cree que se está pasando? Tampoco ha ocurrido una desgracia.

–Pero me habéis quemado los manteles, so burros. Eso tiene un coste ¿sabéis?

–Pues mire, también tendrá un coste la demanda que voy a presentar por insultos y violencia verbal contra sus clientes ¿me oye? –exclama otro miembro de la mesa cumpleañera–. Soy abogado y sé muy bien cómo abordar estas situaciones.

–¿Quiere provocarme o qué? –inquiere la dueña del negocio enrojeciendo de ira–. Ahora mismo se van de aquí o llamo a la Policía.

Acto seguido y como si se hubieran puesto todos de acuerdo en silencio, se levantaron de sus sillas excepto el experto en leyes que no paraba de gesticular mientras seguía con su perorata seudojurídica.

–Vale ya, Juanin –dice una señora mayor que parecía ser la madre–, déjalo estar y marchémonos.

El grupo se va retirando pero el camarero está al quite.

–¡Eh! No han pagado la factura. Aquí la tienen.

–No pienso pagar nada –vociferó el abogado de secano, que cada vez se parecía más a un enorme sapo con sus ojos saltones a punto de salírsele de las órbitas.

Interviene el hombre grande apoyando una mano sobre el hombro del hombre-sapo.

Déjalo de mi cuenta, Juanín, de verdad, no lo compliques.

El leguleyo fue el último en levantarse pero abandonó el lugar como los demás. El resto de los clientes empezamos a recuperarnos del show vivido en directo. El chuleras regresó a su plato que ya debía estar enfriándose y continuó la deglución. Su mujer estaba sentada entregada a la ración de fritura especial de la casa, tranquila después de tanto incidente desagradable y con el bebé por fin dormido.

Contemplar esa escena tuvo en mí un efecto desconocido, como un flash que se reprodujo en mi mente, el mismo fogonazo del que hablaba al principio. Amanda me llama al orden.

–Oye, ¿qué te ha pasado? Has estado un buen rato como ausente y has pasado de mí. ¿Estás bien?

Yo intento recuperar mi realidad. Estoy regresando de un viaje mental donde han pasado cosas que nada tienen que ver con lo que estoy viviendo de verdad. Miro alrededor y veo a tres señoras con un perrito que protesta por la llegada de un perro grande de la mano de un tio chulo que dice “A que lo suelto”. La pareja porta a un bebé y el perro grande ni se mueve, junto a un dueño que manifiesta en ese instante que “El perro es la mitad de cabrón que él”.

Pero todo lo que viene a continuación nada tiene que ver con lo “vivido” en la ensoñación que acabo de experimentar. La señora del perrito no provoca la caída de ningún jarro de sangría, el camarero no interviene corriendo y golpeando el hombro de la mujer afable de la mesa de al lado, el grupo situado a mi espalda celebra un cumpleaños con una tarta adornada con dos velas normales que indican la edad del homenajeado. No hay ninguna bengala incendiaria. Todos ríen y disfrutan.

En fin, me rodean la paz y el sosiego que Amanda y yo buscábamos al seleccionar ese día para comer junto a la playa.

 


 

Bueno, aquí termina la historia. Deja tu comentario en el cuadro de más abajo, y un like en el corazoncito no vendría nada mal.

Salud a tod@s!

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página  bing.com/images/create/ .

 

 

8 Comentarios
  • Miguel Ángel Díaz Díaz
    Posted at 19:34h, 11 octubre Responder

    Has logrado que me introduzca en la escena como un comensal más que observaba lo que ocurría, Marcos. Menos mal que toda la historia ha sido un flash que ha tenido el narrador y la situación no ha llegado al límite. De todas formas, los perros son reflejo de sus amos.
    Un fuerte abrazo 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 21:52h, 11 octubre Responder

      Así es. El perro y el amo andan parejos en eso, como le comenté a nuestro compañero Federico.
      Otro abrazo fuerte para ti. 🤗

  • Federico Agüera Cañavate
    Posted at 20:40h, 02 octubre Responder

    Los perros son espejos de sus dueños. Saludos

  • Arenas
    Posted at 16:27h, 23 septiembre Responder

    «Empiezo a imaginar lo que el mar puede esconder en sus profundidades, lo que siempre pienso cuando me arrojo a las olas y nado hacia el horizonte. Normalmente no tardo mucho en volver hacia la orilla porque me asalta una inseguridad provocada por imágenes de seres peligrosos que pueden dañarme incluso tragarme entero y eso que no soy pequeñito. Algo sucede en mi interior de forma repentina…»
    Esa sensación del personaje de tu relato, creo yo que es algo que a todos nos acompaña, que todos alguna o muchas veces hemos sentido. Más bien muchas.
    Todo está bien, todo está en paz, pero sabemos que a la vuelta de la esquina todo puede cambiar y convertirse en una pesadilla. Creo yo que es la vida misma. La inquietante sensación de que los buitres y tiburones nos acechan por todas partes.
    Me has recordado la letra de una canción de Luis Eduardo Aute, que por cierto vivía en el Barrio de la Fuente del Berro.

    Cuando despierto
    Y me encuentran las noches
    Lejos del sueño
    Entregado, al abrazo
    Que me da el lecho
    Voy librando combates
    Contra mi cuerpo
    Levanto el peso
    De mi carne abrasada
    Por mil infiernos
    La conduzco a la calle
    A que le dé el fresco
    Y me enciendo una nube
    Contra los nervios
    Y el humo se retuerce
    Y luego dibuja figuraciones,
    Los transeúntes se transforman
    En buitres y tiburones…
    Buitres y tiburones
    Buitres y tiburones
    Siento acercarse
    Monstruosas presencias
    Por todas partes
    Buitres con rostro humano
    Y ojos de nadie
    Tiburones con manos
    Llenas de hambre
    El día nace
    Se recogen las sombras
    Tras los portales
    Y la boca del lobo
    Esconde sus fauces…
    Un olor a derrota
    Perfuma el aire
    Y el humo se retuerce
    Y luego dibuja figuraciones,
    Los transeúntes se transforman
    En buitres y tiburones…
    Buitres y tiburones
    Buitres y tiburones

    Por suerte para nosotros, al menos en este primer mundo en el que vivimos, los buitres y tiburones suelen ser de peluche. Suelen ser.

    • marcosplanet
      Posted at 18:08h, 23 septiembre Responder

      Desde luego, preferibles son los de peluche pero no en comparación con buitres y tiburones reales, sino con las personas que por su forma de conducirse en la vida representan fielmente el espíritu desgarrador que es tan propio de esas bestias. Que podamos mantenernos lejos de la acechanza de esa gente.
      Luis Eduardo Aute para mi es un escritor, incluso antes que compositor o músico. Qué letra tan estremecedora. Da fe de su genio.
      Tu frase: «a la vuelta de la esquina todo puede cambiar y convertirse en una pesadilla» es veraz y elocuente.
      Muchas gracias por tu opinión amigo mío.

  • Rosa Fernanda Sánchez
    Posted at 08:25h, 22 septiembre Responder

    Logras , una vez más meter al lector en el mismo escenario que los protagonistas, describiendo una situación perfectamente factible, dado el nivel de cabreo y frustración que hay en el ambiente.

    • marcosplanet
      Posted at 11:03h, 22 septiembre Responder

      Claro, son situaciones que pueden darse ¿por qué no? Gracias por aportar tu valiosa opinión Rosita.

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