El Club de la Flor de Lis

Tiempo de lectura cinco minutos

 

Paseando junto al bosque de la dehesa los sentidos se alimentan de aromas naturales. Jazmín, rosas y espliego. Esos eran los componentes que Esteban detectaba habitualmente en sus caminatas. La densa capa vegetal le rodeaba por el oeste mientras que en el lado opuesto se extendía una zona residencial cuajada de chalets y bloques de edificios idénticos.

Hacía tiempo que Esteban soñaba con establecerse en una casa con jardín y otros tópicos al uso. Su poder adquisitivo, sin embargo, estaba muy dado de sí. Iniciativa no le faltaba para diseñar sus campañas publicitarias en la empresa que le pagaba la nómina. Era un buen creativo y así se lo reconocían sus superiores jerárquicos, que eran muchos por cierto, todos ellos muy complacidos de disponer de él y de su ingenio a cualquier hora. Y con un muy razonable coste salarial.

Esteban representaba el vivo ejemplo de engranaje o ruedecilla de transmisión del movimiento en una estructura empresarial mastodóntica donde no primaba la meritocracia sino una proverbial resistencia a la oxidación. Si consentías que la herrumbre penetrara en tus venas de empleado sabías que más pronto que tarde sucumbirías a la desdicha de ser señalado como prescindible. No importaba si el susodicho llevaba 20 años dándolo todo por la corporación.

Así que Esteban pasea tranquilamente junto a la dehesa dejando volar sus pensamientos. En su caso no solo no ha permitido que el óxido le contamine, sino que se encuentra en un período de abundante fertilidad creativa. En su mente se reproducen frases impactantes para los potenciales consumidores de sus campañas publicitarias y escenarios donde ubicar anuncios y más anuncios.

En un momento de concentración mira hacia la acera por donde pisa y detecta un objeto arrugado que parece un guante. Se agacha para recogerlo y nada más incorporarse detecta que algo sólido se aloja en el interior.

Es un guante de cuero auténtico o eso le parece a él por el olor. Introduce dos dedos dentro del forro de lana y extrae algo similar a una insignia en forma de anillo. Un sello grabado adorna la parte más visible. El nombre “Club paddle Torreón” destaca en letras doradas sobre una Flor de lis.

La Flor de lis simboliza el árbol de la vida, la perfección, la luz, la resurrección y la gracia divina.

–Vaya, es el Club de paddle que está a dos manzanas de aquí. Buscaré al dueño del guante, total no tengo prisa. –decía para sus adentros.

 

El edificio que albergaba las instalaciones del Club ofrecía el aspecto de un recinto de hotel que invitaba al relax y al ocio. Sin embargo, Esteban captó de inmediato varios matices que debían ser cambiados si los propietarios pensaban hacer crecer su lista de clientes.

–A esto le faltan unas chispas de audacia visual –pensaba–. Un cartelito luminoso por aquí, pizarras electrónicas de control de pistas…

Al cabo de unos segundos era atendido por un simpático empleado más o menos de su edad que vestía la camiseta del Club.

–Qué tal, soy Mariano –se presentó con cordialidad– ¿Quieres apuntarte a cursos o a juego?

–Pues, a ninguno de los dos. Verás, he encontrado este guante perdido en la calle y vengo a devolvérselo a su dueño, no sé si estará por aquí, claro. Es como echar una moneda al aire.

Esteban cayó bien a Mariano al instante. Este se acarició su bien cuidada barba de seis días antes de revisar el guante.

–Pues sí, pertenece a Damián, mi socio. Es una suerte que lo hayas encontrado. Le tiene mucho aprecio a ese par de… –Una voz grave cruzó el espacio en ese momento para terminar la frase.

–¿Guantes? Vaya suerte, si pierdo el regalo de cumple de Ana no sabría dónde meterme.

Damián medía más de un metro noventa y lucía un porte atlético que transmitía dinamismo. Su sonrisa era franca y su frente despejada como un cielo diáfano.

–Mariano y yo vamos siempre de un lado para otro y lo de menos es que se me haya caído un guante, como podía haber sido una caja de raquetas. Es que esto es un regalo de…

–Sí, de Ana, claro –terminó Esteban–. Yo a mi mujer también procuro no decepcionarla.

Enseguida pareció fraguarse allí mismo un entendimiento que iba más allá de un simple encuentro. Era como si se hubieran conocido hacía tiempo. A su alrededor flotaba un aroma característico que sumergió la mente de Esteban en un curioso estado de euforia y simpatía hacia quienes le acompañaban.

–Por cierto –dijo Esteban–. Esa Flor de Lis del sello en el anillo del Club es un grabado muy bueno. Yo diría que está hecho en plata.

Damián miró a Esteban con cierto asombro.

–Has dado en el clavo, sí señor. El padre de Ana es dueño de un taller de repujado. Estos anillos de promoción los hizo ella misma para celebrar nuestro primer año con el negocio del paddle.

–¿Habéis pensado en promocionar el Club con incentivos para fidelizar clientes y atraer a otros? –preguntó Esteban con vivo interés.

–Bueno, quizá haya que plantearse… –empezó a decir Mariano dudando.

–Podéis atraer más gente si de entrada regaláis algunos artículos de promoción, gorras o camisetas a los recién llegados. Si se hacen miembros, les bajáis el precio por hora y les entregáis una insignia de estas al finalizar un mes con más diez visitas a las pistas ¿Qué os parece?

Los dos socios se miraron el uno al otro con sorpresa.

–Oye, Esteban, tu trabajas en algo relacionado con…

–La publicidad – añadió el creativo terminando la frase–. Así es. Hago la parte creativa gráfica, los storyboards o guiones gráficos de los anuncios, frases de impacto y cosas así.

–Vaya, pues nos vienes de maravilla para relanzar… –empezó a decir Damián.

–Eh, espera –interrumpió Mariano– ¿Quién te dice que este buen hombre quiere colaborar con nosotros?

Esteban les dirigió una mirada a medias entre el asombro y la duda.

–Lo cierto es que me sorprende haber llegado hasta aquí hace unos minutos y que ya estemos hablando de negocios. No sé… –se rascó la nariz con aire distraído mientras elevaba la mirada hacia las oficinas de la planta superior. Un movimiento de entradas y salidas de personas en distintas salas dominaba el ambiente.

 

–¿Qué tenéis allá arriba? ¿Necesitáis tantos despachos para dirigir esto? –inquirió.

–¿Quieres dar una vuelta por las instalaciones? –sugirió Mariano.

–Las instalaciones están diseñadas para doce pistas, pero solo tenemos abiertas seis –apuntó Damián enarcando las cejas.

–Dependerá de la demanda, claro, la época del año, el horario… –comentó Esteban.

–Pues no exactamente –intervino Mariano algo pensativo–. Mantenemos seis sin haber aprovechado el terreno para preparar las otras. No nos financiaban ni un céntimo más.

–Pero bueno, no nos desviemos del recorrido. Eso de allá es la zona de vestuarios, completamente renovada. Nos gastamos un pastón en reformarla.

–¿Y los despachos de arriba? ¿A qué los dedicáis?

 

En ese momento salían cuatro personas de uno de ellos. Esteban pudo observar que tres individuos portaban unos palitos de olor que acercaban a sus órganos olfativos con mucho placer.

–Parece que tengáis un Club de aromaterapia o algo así.

–Algo así –confirmó Mariano sin pensarlo–. Mira Esteban, vamos arriba y lo verás.

A los pocos minutos estaban de pie alrededor de una mesa contemplando unas bandejas de bastoncillos de prueba para sustancias aromatizantes.

–Detecto una esencia parecida a la que había abajo junto a las pistas en el momento que nos hemos conocido.

–Sí, es la misma –confirma Damián con una sonrisa franca–. Formamos parte de una red internacional que vela por el buen fin de las negociaciones de alto nivel a lo largo de todo el planeta. Somos miles de colaboradores. Y los captamos sin prisas de ningún tipo, con métodos diversos. En tu caso el cebo ha sido un guante en el suelo, sin importarnos la probabilidad de que surtiera efecto, pero eso sí, contábamos con la ayuda de una de nuestras mezclas aromáticas…

–Esto va mucho más allá que el paddle –añade–. Se trata de un tratamiento ambiental revolucionario.

 

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A miles de kilómetros de allí, en un lugar indeterminado de los Emiratos Árabes Unidos, un evento estaba dando comienzo en medio de una ceremonia solemne donde resonarían los himnos de más de veinte países.

El Congreso aunaba figuras de la ciencia, diplomáticos de todo rango, políticos escaladores a medio camino de la cima y un sinnúmero de sirvientes, todos ellos alojados en un hotel ultramoderno de siete estrellas.

La intención de los presentes era cerrar acuerdos de todo tipo que iban a influir en sus carreras y en la evolución de proyectos de investigación con influencia directa en los conflictos en curso en todo el mundo.

Nada había sido dejado al azar. Habían sido preparadas salas de reunión por todo el hotel, un gigantesco recinto rebosante de lujo barroco donde junto a cada sala existían cabinas contiguas dotadas de unas bandejas multicolor llenas de bastoncillos de olor.

Para los olfatos entrenados como los de los miembros del Club de la Flor de Lis no resultaba complicado elaborar in situ, desde sus cabinas ocultas, las mezclas que los difusores automatizados lanzaban al aire cada dos minutos exactamente.

Los operarios de Lis disponían sobre las bandejas los palitos aromatizados, cada uno de un color acorde con el tipo de esencia que difundían intensamente, cerraban el conjunto de forma hermética y lo conectaban a las válvulas que inyectaban la mezcla a los difusores.

Una a una, las exuberantes salas VIP hacían patente la presencia de un tipo determinado de aroma que sutilmente penetraba por las glándulas olfativas de los presentes logrando de forma casi inmediata el efecto deseado.

–¿Cuántos agentes de Lis están en sus puestos? –preguntaba un supervisor del Club.

–Hay cuarenta en estos momentos –contesta un subordinado–, todos a la escucha del tipo de negocio que se traen entre manos los gerifaltes que intentan acordar sin discutir.

–El Procedimiento sigue su curso entonces.

 

– Así que este es el objetivo del Club de la Flor de Lis, una especie de remedio artificial para conseguir que la gente llegue a entenderse –afirma Esteban como pensando en voz alta–. A mi no me ha costado casi nada proponeros algo constructivo con lo que mejorar vuestro negocio sin apenas conocernos. Es esperanzador. Ahora bien ¿Cómo os podéis asegurar que siempre será para un buen fin?

–Ah, amigo mío –afirma Damián–, eso no lo puede garantizar nadie. Es como jugar a la ruleta rusa.

 


 

Y aquí termina el relato. Haz click en el corazón de más abajo si te ha gustado y deja por favor tu comentario, que es muy valioso.

Salud y suerte en la vida.

 

Nota: todas las imágenes de este post excepto las que indiquen otro origen, pertenecen a la página Deviantart.com

9 Comentarios
  • Miguelángel Díaz
    Posted at 22:32h, 31 enero Responder

    Hola, Marcos.
    No dejas de sorprendernos con tus relatos. Cómo has comenzado la historia para llegar a una situación sorprendente con un producto de lo más inocente, para finalizar con un desenlace inesperado.
    Un fuerte abrazo 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 06:26h, 01 febrero Responder

      Muchas gracias Miguel Angel. Me alegra mucho que te haya gustado el recorrido del relato. Tu opinión es un motivo más para animarme a buscar musas inspiradoras.
      Otro abrazo fuerte para ti.

  • Io
    Posted at 21:49h, 23 enero Responder

    Cómo siempre Marcos, no creo que dejes a nadie indiferente con tu inmensa imaginación. Yo no dejo de sorprenderme con los inesperados desenlaces, eres capaz de » volvernos loc@s» con estos giros de la historia que das…..tienes un gran don para siempre terminar sorprendiéndonos… Patenta esa esencia, que todo nos iría mejor.
    Un beso enorme ????

  • Arenas
    Posted at 14:04h, 21 enero Responder

    Precioso relato. La aromaterapia como remedio para los males del mundo. No vas mal encaminado, mi amigo.
    Existen pequeñas y sutiles cosas que nos rodean que nos pueden hacer más fácil la vida. Si no fuéramos como vamos, de un sitio para otro con los sentidos aletargados, la vida sería a buen seguro de otra manera.
    De los placeres sensoriales, quizá el que pase más desapercibido al común de los mortales sea el de los olores. Craso error.
    Esa capacidad de un olor de trasladarnos a otro tiempo y lugar, creo yo que no la tiene nada en este mundo.
    Entra en vena como nada. Y en esa línea, repito, creo que va muy bien encaminado tu relato: los olores como remedio para los males de este mundo. Como medicina para que los que nos gobiernan no se sigan comportando como irredentos patanes.

    • marcosplanet
      Posted at 18:04h, 21 enero Responder

      Sí señor. Los aromas llevan en su composición sustancias complejas que actúan sobre la glándula pineal. Pueden activar recuerdos de todo tipo y sensaciones que ayudan a relacionar vivencias con estímulos ambientales. Si tuviéramos más trabajado el sentido del olfato en su dimensión más sutil descubriríamos un mundo muy interesante, en mi humilde opinión.
      Un abrazo.

  • Federico
    Posted at 21:10h, 18 enero Responder

    Ojalá hubiera un tratamiento de aromaterapia en las discusiones internacionales que hiciera que las naciones se entendieran y no hubiera más guerras. Saludos

    • marcosplanet
      Posted at 08:52h, 19 enero Responder

      Lo mismo pienso yo, sería un bálsamo para evitar males mayores.
      Saludos, amigo.

  • Carmen en su tinta
    Posted at 20:51h, 18 enero Responder

    Hola, Marcos. Qué sorpresa visitar tu blog y encontrar estos relatos. Me encanta tu creatividad y tu variedad de temas. Un abrazo.

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 19:23h, 18 enero Responder

    Desde luego es jugar a la ruleta rusa, un juego al que solo los más osados acceden. Entretenido relato con un giro inesperado. Un abrazo

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