El coleccionista implacable. Segunda parte

Resumen de la primera parte

 

Orlando Gras es un joven conflictivo que combina sus estudios con el trabajo en la tienda de antigüedades de su madre en la ciudad. Rechaza la convivencia con sus padres pues los considera anticuados y sin afán por conseguir el éxito, objetivo que para él es primordial en la vida. A los veintitrés años decide independizarse abandonando España para trasladarse a vivir a Paris.

Su amigo Jean Paul le ofrece un apartamento de lujo en los Campos Elíseos donde establece su centro de operaciones.

Un anciano le sale al encuentro con una propuesta de negocio que no podía rechazar y ambos emprenden un viaje a otro continente.

 

SEGUNDA PARTE

 

Jean Paul Marinier era un joven de la misma edad que Orlando y de aspecto físico parecido.

Su mandíbula, al igual que la de su amigo, apuntaba hacia delante con determinación, expresando unos genes de persona decidida y emprendedora que no teme el riesgo. Los padres de Jean Paul comenzaron a adquirir viviendas en edificios señoriales del distrito 16 de París, eligiendo para ellos un piso gigantesco cerca de la Plaza de la Concordia. Fue su decisión para celebrar haber conseguido ser propietarios del bloque entero de viviendas.

Jean Paul trabó una gran amistad con Orlando en la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma de Madrid, un aprecio que germinó en cuanto el francés supo de la facilidad de Orlando para conseguir las preguntas de los exámenes finales. Extorsionar al secretario del decanato fue para él como coser y cantar.

El francés y el español consolidaron esa relación cuando colaboraron en su primer negocio de importación de iconos religiosos. Un ejemplar antiguo y si es de origen ruso mejor, puede llegar a valer en el mercado varios miles de euros.

Así iniciaron ambos un camino de perfeccionamiento en las artes de la mercadería internacional en ámbitos muy dispares, como circuitos integrados, automóviles, vacunas, aparatos ópticos o maquinaria industrial. Su habilidad consistía en conseguir los contactos adecuados en todas partes, desde oficinistas administrativos a fabricantes de equipos industriales pasando por directivos de corporaciones farmacéuticas.

En esas artes tuvieron la gran fortuna de contar con la experiencia y la multimillonaria influencia de los padres de Jean Paul.

Ahora bien, los dos amigos habían nacido con el don de la visión de negocio y la osadía para enfrentar situaciones difíciles. Gracias a la experiencia que iban acumulando, ganar regateos de alto nivel y obtener la adjudicación de concursos de organismos oficiales no suponía para ellos ninguna traba.

Los padres del francés actuaban con diplomacia extrema; primero lograban el contacto, informaban a los jóvenes socios de los pormenores de cada caso y luego se desentendían del todo. Como solía recordarles el padre de Jean Paul, aquello era como una cacería de nobles británicos en la que soltaban a un zorro. Cobrar la pieza dependía de la habilidad del participante. Una mezcla de astucia, trampas y velocidad.

Lo cierto es que, a la vuelta de poco más de un año, los dos amigos ya no necesitaron patrocinio alguno pues habían desarrollado sus propias redes de empresas e individuos vinculados al mercadeo internacional.

A los 23 años Orlando abandonó su casa. Cumplidos los treinta gobernaba un imperio empresarial de primera magnitud.

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El coleccionista implacable. Segunda parte

 

Su estreno con las grandes operaciones llegó cuando se encontraba paseando por el Bosque de Boulogne, próximo al apartamento de su amigo en los Campos Elíseos. Allí, en ese parque bañado de naturaleza, es donde Orlando Gras es abordado por un señor de unos setenta años, tocado con sombrero modelo Fedora cubriendo su cabeza, que parecía alargada como un cono debido a la cuidada barba blanca que remataba en punta su barbilla afilada.

–Señor Gras, Orlando Gras ¿verdad? –preguntó con voz inesperadamente grave dado su aspecto más bien frágil–. Me llamo Pierre Durois y le traigo una propuesta que no podrá resistir.

Orlando se lo quedó mirando con sorpresa mientras recogía dentro de una carpeta los bocetos que había estado dibujando durante horas retratando a paseantes del parque.

–No lo conozco, señor… Durois ¿De qué me conoce usted a mí?

–Para empezar no me llames de usted, por favor. No hay edad cuando se trata de negocios–. Aseguró el señor Durois. En realidad, prefería que los demás le guardaran respeto manteniendo el trato de usted, pero quería crear un halo de confianza rápida con su interlocutor.

–¿De qué negocios quieres hablar?

–¿Conoces el mercado de las piedras semipreciosas?

El joven sonrió levemente y quedó a la espera de más información. Le gustaba analizar hasta el último detalle de las propuestas que recibía. En los dos últimos años, los primeros de la que luego sería una larga carrera hacia la creación de un vasto imperio, Orlando Gras había conseguido superar barreras producidas por la desconfianza ante proyectos un tanto peculiares. Como aquella vez que intentaba cerrar un acuerdo de suministro de vehículos militares y el gobierno firmante acababa de ser disuelto por un golpe de Estado.

¬No lo conozco señor Durois y aún no me ha dicho cómo ha sabido usted de mí -indicó él joven Gras sin tutearle.

–Lo entenderás perfectamente cuando sepas que ha sido tu amigo Jean Paul quien me ha enviado a tu presencia.

–Ah, ya empiezo a centrar el asunto. Nada que no pueda discutirse ante una buena mesa ¿Qué tal si comemos mañana los tres?

–Si pudiera aplazarse nuestro encuentro, no te habría abordado aquí y ahora. No, estimado Orlando, esto es un negocio que debemos cerrar hoy mismo en Sudáfrica.

El joven tardó unos segundos en reaccionar.

–No me haga reír, ¿y me lo va a contar todo por el camino o bien esta noche antes de irnos a dormir?

–Pensaba charlar rodeados de un ambiente tranquilo.

–Pues al grano. Usted dirá.

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–Algunas gemas o piedras semipreciosas están muy cotizadas –explicaba el anciano con su voz de barítono–, sobre todo aquellas que disponen de certificado de trazabilidad ¿sabes a que me refiero?

–Al seguimiento en cadena mediante el blockchain, el mismo concepto que hizo aparecer el bitcoin como nueva moneda de cambio para inversores ávidos de beneficios a corto plazo.

–Veo que estás al día en estas cosas. Pues bien, una manera aún más rápida de obtener altos márgenes es conseguir esa trazabilidad, digamos, modificando los datos necesarios para… que parezca legal.

–Falsificar certificados para no levantar sospechas es cada vez más habitual –continuó Pierre–. Si alguno de estos datos es erróneo (por equivocación o por falsificación) es muy difícil editarlos, porque habría que romper toda la cadena blockchain consultando a todos los usuarios y que se pusieran de acuerdo para consentir un cambio.

–Y eso nos garantiza prácticamente la impunidad ¿no es así?

–Así es. Sin descuidarnos mucho, porque hay Agencias con laboratorios gemológicos que son muy activos localizando el fraude. Se rigen por normas de buenas prácticas muy estrictas.

–Así que nos debemos guardar de ellos y despistarlos.

–Para ello cuento con Mako, mi contacto en Sudáfrica.

Orlando comprendió que el anciano Pierre Durois tenía bastante bien atado el plan, cualquiera que este fuese.

–No me cuesta sacrificar una tarde tranquila para recorrer 10.000 kilómetros junto a un completo desconocido –afirmó Orlando no sin cierta ironía–. Déjeme un plazo razonable para hablar con Jean Paul, preparar mi equipaje y todo lo que estime oportuno ¿a qué hora sale nuestro vuelo?

–A la que queramos nosotros. Es un jet privado que nos espera en una base militar cercana al aeropuerto de Orly, a menos de media hora de aquí. Pasaré a recogerte a las cuatro en punto.

–No tenía ni remota idea de que hubiera una pista de aviación del ejército tan cerca… –comentó Orlando con sorpresa–. En fin, nos vemos en tres horas.

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Jean Paul habla con su padre en el salón rococó de unos de sus pisos del llamado “Triángulo de Oro”, delimitado por las avenidas Matignon, Montaigne y los Campos Elíseos.

–No me hagas perder mucho tiempo. Estoy cerrando una venta de apartamentos para oficinas en la Madeleine y Faubourg du Roule, lo más exclusivo ¿Qué problema tienes?

–Ninguno, papá, al menos de momento.

–¿Y desde cuándo te preocupa tanto una inversión? Hace mucho que tú y Orlando os defendéis sin mi ayuda. Estáis en la cacería del zorro, recuerda.

–Sí, padre, pero esta montería tiene una peculiaridad y es que será la primera operación que mi amigo y yo desarrollemos en el continente africano.

El señor Marinier tomó un sorbo de su copa de champán antes de contestar.

–Así que requieres de mi pasada experiencia allí comerciando con marfil y maderas nobles ¿no es así?

–No. Se trata de gemas, es decir, piedras semipreciosas. Las preciosas son el diamante, el rubí, la esmeralda y el zafiro azul. Pero de ellas no queremos saber nada.

–Que yo recuerde, hace más de diez años que no he tenido tratos con mayoristas de gemas –apuntó el padre–. Puede que ahora hayan cambiado de manos la mayoría de empresas intermediarias.

–Solo me preocupa un tal Mako ¿te resulta familiar?

El padre contestó con cara de sorpresa.

–Pues claro, fue una pieza clave en mis operaciones en aquel entonces ¿Qué quieres saber de él?

–Si es de fiar.

Jean Paul guardaba en sus genes un parecido físico muy cercano a su madre, pero la habilidad para ir al grano y transmitir lo que quería provenía de su padre. La cara del joven, presidida por una nariz prominente, destacaba rasgos de gran atractivo social. Sus ojos azul cielo miraban sin pestañear a quien tuviese enfrente logrando un efecto cautivador.

–Mako goza de mi mayor confianza, hijo.  Colaboramos en los peores momentos, cuando algunas dictaduras africanas querían abrirse paso extorsionando a operadores como nosotros, occidentales con alta capacidad de inversión. Gracias a Mako pude escapar de un país como Nigeria en un momento muy delicado.

–Bien, padre –exclamó el joven al tiempo que alzaba su copa de Armand de Brignac, el champan favorito de ambos– ¿Y quién nos pondrá en contacto con Mako? ¿Pierre Durois?

–Así es. Ese viejales es un experto en gemología y en el comercio de gemas. Un profesional fiable y docto. Tenemos suerte de contar con él. Mira, acabo de enviarte sus datos por correo electrónico.

A continuación, padre e hijo saborearon los últimos sorbos de sus copas mientras contemplaban las preciosas vistas sobre el Bois de Boulogne.

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El gemólogo Pierre Durois y Orlando Gras, acababan de instalarse en el interior de un jet privado de alta autonomía que les permitiría llegar sin escalas hasta la populosa ciudad de Johannesburgo, el principal centro económico y financiero de Sudáfrica.

–La duración de un vuelo desde París hasta Johannesburgo sin escalas suele ser de unas trece horas y media, con una distancia aproximada de 10.380 km en el caso de vuelos directos –explicaba el anciano a Orlando.

–Este jet es un Gulfstream G600, el que tiene la mayor autonomía de vuelo –continuó–. Puede recorrer más de 12.000 kilómetros de un tirón. Además, el G600 es hasta la fecha uno de los jets ejecutivos más rápidos del mercado.

–Vamos, que podría llevarnos sin parar de Nueva York a Dubai, de Londres a Pekín o de Los Ángeles a Shanghái, por ejemplo. Menuda máquina. Quizá algún día necesite uno igual.

–En menos de trece horas estaremos en el corazón industrial de Sudáfrica –apuntó Pierre mientras se abrochaba el cinturón de su asiento de cuero Córdovan.

 

Amari y Hakim esperaban pacientemente a sus invitados parisinos en la gigantesca sala Vip del hotel Sandton Sun and Towers, uno de los más lujosos de Johannesburgo. Ambos pertenecían a un laboratorio de Análisis y Certificación de Gemas que no guardaba una rigurosa ética profesional.

En realidad, el hotel Sandton Sun and Towers era todo él una inmensa colección de espacios Vip pensados para el solaz y la paz de quienes se reunían en ellos de cara a cerrar cualquier negociación. Amari y Hakim esperaban a Pierre Durois y Orlando Gras desde hacía casi una hora, pero no habían parado de hacer gestiones con el ordenador y el móvil. Al fin, encontraron el momento de intercambiar impresiones sobre los visitantes.

–Pierre Durois es duro de roer –comentaba Amari apoyado en el borde de una balconada–. No he tratado a nadie tan insistente en los veinte años que llevo en esto de las gemas. Le gusta tenerlo todo muy bien atado.

–A mí quien me preocupa es ese Orlando –apuntó Hakim–. Su tez oscura de tono aceitunado revelaba un origen hindú del que se sentía muy orgulloso. No en vano, su familia había creado una red de comercio de gemas capaz de mover millones de dólares en un solo día. El circuito estaba coordinado por Amari, su hombre de confianza.

–Pierre ha dicho que se trata de un joven ambicioso y de éxito –añadió Amari–. Con veinticinco años ha conseguido reunir casi veinte millones de dólares en su cuenta corriente.

–Parece que funciona nuestro programa Spysoft. No hay cuenta que se le resista –dijo Hakim mientras se ponía en pie.

–¿Y qué opina Mako de todo este montaje? –pregunta el otro dándole la espalda.

Una sombra pareció cubrir repentinamente el rostro de Hakim.

–Cuanto menos se involucre en esto mucho mejor. Nunca me gustó su manera de atraer clientes. Se mueve por caminos oscuros.

–Pues lo mismo que nosotros, jefe –quiso bromear Amari–. Hakim tomó la palabra irritado.

–No me encuentro cómodo cuando Mako mete sus manos en nuestro negocio.

En ese momento, Orlando Gras y Pierre Durois aparecen en el campo visual de los dos contertulios.

El francés les presentó a Orlando como “una joven promesa que nos dará grandes beneficios”.

Sin mover un solo músculo de la cara, Hakim miraba al joven fijamente, intentando vislumbrar algún gesto emocional que revelase debilidad.

–¿Ha tenido un buen viaje, Orlando? –preguntó haciendo una mínima concesión a la cortesía. Pero quiso matizar–. Claro que con un aerojet como el que han traído ustedes no habrán tardado más de diez horas desde París-Orly.

–Hemos llegado al aeropuerto O.R. Tambo hace dos horas con todo el lío de facturación de equipajes. Tengo sed. –dijo Orlando por toda respuesta.

Los sudafricanos se sintieron cogidos por sorpresa. Al cabo de unos segundos, Amari llamó a un camarero y encargó bebidas. Tras unos minutos de protocolo intercambiando información innecesaria sobre la cotización al cierre de los mercados bursátiles, el francés tomó la palabra.

–Bien, Hakim. Estamos aquí para definir el paquete de certificados digitales de trazabilidad que necesitaremos en los próximos meses.

–Amari, mi gestor de negocio, os ilustrará.

–Hemos creado plataformas basadas en tecnología Blockchain –comentó Amari enseñándoles los datos en la pantalla del portátil–, para documentar la trazabilidad de gemas. Los asociados a “Gems of the world” pueden vender sus gemas con total garantía de trazabilidad.

Orlando decidió intervenir movido por un impulso irrefrenable de imponer su voluntad.

–La trazabilidad de una gema es la historia de su viaje desde el punto de extracción hasta el punto de venta al cliente final ¿no? y se debe documentar de forma transparente. Bien, pues yo pregunto ¿Cuántos mayoristas y minoristas van a intervenir?

–Hay una larga serie de datos que recabar desde que la gema es extraída del subsuelo –dijo Amari mostrándose molesto–. ¿Y solo le preocupan los intermediarios?

–No solo es la ficha técnica la que cuenta –aclaró Orlando–. Esta no serviría para nada si desconociéramos la red donde vamos a introducir los certificados. Cuanta más gente haya implicada menos fiable será el proceso.

–Pregúntele al señor Durois. Él es el especialista en eso –exclamó Amari con gesto de hastío.

–Lo que quiero es conocer la red de intermediarios con la que hemos de tratar aquí en Sudáfrica hasta que la mercancía salga con rumbo a occidente. Es a partir de entonces cuando Pierre Durois se encargará de los intermediarios, pero no antes.

Inesperadamente, el dueño del laboratorio de certificación de gemas apoya esa opinión.

–Es razonable –apuntó Hakim.

Amari no tuvo más remedio que entregar a Orlando un pendrive con toda la información. Al fin y al cabo, a los dos sudafricanos no les importaba si el francés y el español congeniaban o no con toda esa mafia de transición desde que se extrae la gema hasta que llega al taller de corte y pulido.

–Cada tratamiento al que se somete una gema antes de pulirla debe quedar documentado ¿no es así? –añadió Orlando– ¿Los certificados que extenderán ustedes contendrán todos los pasos no?

–Es información falsa. Se refiere usted a unos datos que nos vamos a inventar. No le dé más importancia.

–Sí, pero los organismos que controlan la trazabilidad son agencias internacionales no corruptas y si deciden intervenir mediante auditoria… –Pierre Durois interrumpió al joven levantando una de sus huesudas manos.

–No te preocupes por eso. Yo lo tengo todo previsto.

 

Al cabo de una hora más, una vez terminada la reunión, Hakim se dirigió al anciano Durois en un momento en que Orlando se había alejado.

–Tu muchacho es brillante, pero debes acortarle las riendas o se desbocará ¿No decías que él no sabía nada de este mercado?

–Sí, pero aprende a la velocidad de un meteorito.

 

Una vez solos en el enorme espacio del hotel donde habían tenido ocasión de conocer a Orlando, Hakim y Amari intercambiaban impresiones.

–¿Arrogante y estúpido o arrogante innovador? –preguntaba Amari.

–Es un joven insolente, pero veo en él algo que nos beneficiará.

–¿Qué exactamente?

–Su absoluta falta de escrúpulos.

 

Una vez duchado y bien cenado, Orlando Gras llamaba a su amigo Jean Paul desde el apartamento parisino.

–¿Te apetece añadir unos millones de euros esta semana a tu cuenta corriente? –expuso sin más preámbulos.

–Umm, ¿estás bromeando?

–Tengo un plan en la cabeza y no puedo callármelo por más tiempo. Son noticias de Sudáfrica.

­–A ver, Orlando, ponme al día.

–He averiguado mientras volaba de regreso en el jet de lujo que el laboratorio de certificación y análisis dirigido por Hakim y su mano derecha Amari está al borde de la quiebra. Hakim el dueño lleva callado mucho tiempo y solo conocen la situación dos personas más: su mujer y el contable.

El español se interrumpió un momento para tomar un trago de su humeante café de Colombia.

–He hablado con Mako –continuó– para organizar la compra y venta inmediata de esa empresa, operación que nos puede reportar casi tres millones.

Jean Paul suspiró profundamente.

–No se te puede dejar solo, amigo mío. En un momento le das la vuelta a la tortilla. Pero dime ¿Cómo ha conseguido Mako una oferta tan rápida por una empresa que aún no hemos comprado.

–Ni lo vamos a hacer. Hakim la venderá directamente a un fondo de inversión, digamos, solidario con estas situaciones. Mako sabe ser muy… persuasivo.

–Amigo Orlando, a veces me da escalofríos tu habilidad para cambiar el mundo.


 

Y eso es todo por el momento, amigos. La próxima entrega de esta recién iniciada serie sobre “El coleccionista” será en breve.

Si os ha gustado, dadle “Me gusta” al corazoncito de más abajo. Por cierto, vuestra opinión es valiosa para mí pues me ayuda a mejorar.

Dejad un comentario, por favor.

¡Salud y suerte en la vida!

Las imágenes que aparecen en este post  han sido generadas por la IA  Leonardo

9 Comentarios
  • Carmen en su tinta
    Posted at 10:44h, 28 noviembre Responder

    Hola, Marcos. Me tienes enganchada a tus escritos, esta serie me gusta y eso que no es de lo yo más leo. Genial, sigue con ella.
    Gracias y saludos.

    • marcosplanet
      Posted at 12:49h, 28 noviembre Responder

      Muchas gracias por tus palabras de ánimo Carmen. Me satisface mucho que te haya gustado. Por supuesto que continuaré la saga, sin duda.
      Saludos cordiales.

  • Nuria De Espinosa
    Posted at 14:47h, 25 noviembre Responder

    Hola Marcos, Jean Paul trabó una gran amistad con Orlando y desde luego Orlando es tan avispado como inteligente Pierre, no se les pasa nada. Esperemos que Mako efectúe la compra sin sorpresas y Amir y compañía se lleven un gran fiasco. Como siempre un placer leerte. Un fuerte abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 20:31h, 25 noviembre Responder

      Muchísimas gracias por tu valiosa aportación, Nuria. Me hace ganar ánimo para continuar la serie.
      Otro fuerte abrazo para ti.

  • Rosa Boschetti
    Posted at 11:20h, 25 noviembre Responder

    Hola Marcos, vaya grupo de «amigotes» tiene tu protagonista. Sobre todo Mako, que puede ser muy persuasivo. Interesante historia. Parece sacada de la vida misma. jajajaja Un abrazo ????(te puse las huellas de gatos, no signos de interrogación)

  • Rosa Boschetti
    Posted at 11:19h, 25 noviembre Responder

    Hola Marcos, vaya grupo de «amigotes» tiene tu protagonista. Sobre todo Mako, que puede ser muy persuasivo. Interesante historia. Parece sacada de la vida misma. jajajaja Un abrazo ????(te puse las huellas de gatos, no signos de interrogación)

    • marcosplanet
      Posted at 12:50h, 25 noviembre Responder

      Siii, ya traduzco las interrogaciones como huellas, jajaaj. Si que tiene ese componente de la vida real.
      Muchas gracias por tu aportación, Rosa.

  • Marta Navarro
    Posted at 10:17h, 25 noviembre Responder

    Estupendo, Marcos. Una serie que va creciendo y es muy adictiva. Qué bien vas construyendo historia y personajes. Me encanta.

    • marcosplanet
      Posted at 12:50h, 25 noviembre Responder

      Muchísimas gracias por los ánimos que me das.
      Un abrazo.

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