El coleccionista implacable

Hola a tod@s. A petición vuestra he decidido dar continuidad a mi relato titulado “La casa del diamantista”, con el que participé en el reto de los jueves 26 de octubre, convocado por Neogeminis. Podéis ver aquí el origen de esta historia.

Cuento con vuestra opinión, que será de ayuda para la continuidad de esta posible serie. Aquí os dejo esta primera entrega. Ojalá os guste.

 

El coleccionista implacable

 

Orlando Gras nunca había conocido el no por respuesta. Sus resignados padres tuvieron que sufrirle hasta que cumplió la edad de veintitrés años, coincidiendo con su deseo de independencia. Cuando Orlando estableció su primer negocio de compra-venta de piedras semipreciosas, les envió una carta perfumada escrita con letra cursiva muy inclinada hacia el frente:

<<Os comunico que ya he ganado mi primer millón. Estoy cerrando negocios con países del Este, donde no me dicen nunca que no. Consigo ganarme a la gente, no sé de quién habré heredado esa cualidad, pero estoy convencido de que no es de vosotros. Quizá sea un gen propio que nadie más de mi familia tuvo.

 

Bueno, habréis visto que os he enviado un regalito acompañando a esta carta. Es un detalle ínfimo por mi parte como premio a vuestra dedicación por haberme criado tan… mí >>.

Los padres se miraron sin palabras y al abrir el paquete extrajeron del interior una cajita de jade. Estaba vacía. Sobre la tapa lucían tres perlas negras, una variedad muy apreciada.

<<Las perlas negras son únicas. El tiempo de cultivo en Tahití es de dos a tres años. Valoradlo>>.

A partir de entonces, Orlando notó en su mente una liberación interior, como si el barro acumulado al borde de una alcantarilla fuese arrastrado por una nueva lluvia purificadora.

No guardaba en su corazón ni una brizna de cariño hacia sus padres, pobres almas en pena dedicadas a unos trabajos de muy poca enjundia, sin ambición alguna, a su juicio. A su modo de ver, su padre se había jubilado como funcionario en el ministerio de Sanidad sin apenas haber conocido el mundo.

Y su madre… su madre aún mantenía abierta una tiendecita de antigüedades gracias a la cual Orlando empezó a conocer una nueva dimensión.

En esa tienda entraban todo tipo de curiosidades: cuadros, juguetes antiguos, muebles de toda clase, objetos de porcelana como muñecas, jarrones chinos, vajillas muy bien decoradas o instrumentos musicales exóticos.

 

Orlando había encontrado en la tienda la puerta hacia un mundo que estaba muy lejos de allí y que le haría inmensamente rico.

Pero él no veía en su madre un ejemplo a seguir ni nada que le agitara el corazón de amor. Sus sentimientos permanecían dentro de un quiste, aislados de cualquier contacto con el exterior.

Su frialdad era proverbial, muy bien conocida por todos los rivales que en los negocios le irían saliendo al paso.

Siendo todavía un adolescente, entró en la tienda una señora ataviada con un vestido largo muy elegante, con brocados en mangas y cuello. A él le pareció extraído del atrezo de alguna película de época y no pudo contener la risa.

–Hola, buenos… – A continuación, estalló en una carcajada desagradable y prolongada que encontró eco en las paredes. La señora lo miró alarmada y decidió dar media vuelta, marchándose de allí humillada.

Él permaneció detrás del mostrador dando rienda suelta a su fiesta particular, alimentando esa necesidad constante de desprecio hacia cualquier detalle no incluido en su catálogo social.

La tienda de la madre rebosaba de objetos que Orlando se encargaba de clasificar y ordenar con precisión milimétrica. Era un maniático del orden y poseía una memoria excelente, lo que le servía de gran apoyo a su madre, necesitada siempre de ayuda pues el negocio iba bien.

 

Acababa de terminar Orlando sus estudios de economía en la universidad. Madre e hijo charlaban sentados ante una mesa de estilo rococó con una etiqueta colgada que mostraba un precio de 1000 euros.

–Vas a convertirte en el próximo gerente, hijo mío –le confesaba con admiración–. Tienes un don para esto y debes aprovecharlo.

–¿Qué te digo cada vez que me sales con una de tus charlas sobre mi futuro? Que no me interesan ni esta ciudad ni este país si quiera –. Atajó él con nada disimulada acritud–. Seré un hombre de negocios, sí, pero en lo que a mí me plazca. Es más, ahora que ya soy licenciado venía a decirte que hago las maletas y me voy a vivir a Paris. Un amigo de la universidad me ha ofrecido su apartamento en los Campos Elíseos.

Ella no reaccionó en apariencia, pero sintió algo parecido a un desgarro interior. Le costó encontrar palabras para describir la desolación que se estaba instalando en su corazón.

–Pero hijo… tendrás que convivir con un extraño y sin saber nada de cómo llevar una casa. Eres muy joven y… –Orlando la interrumpió con una sonrisa irónica cruzándole la cara–. No mamá, mi amigo me ha ofrecido el apartamento para mí solo, y con personal de servicio. Su familia es propietaria de una docena de apartamentos en el distrito dieciséis, la zona más cara de la ciudad de la luz.

Y así abandonó Orlando el que había sido su hogar durante veintitrés años. A partir de ese momento, no paró de avanzar en su proyecto de enriquecerse y lograr el objetivo principal en su vida: reunir la mayor colección de objetos valiosos del mundo.

 

La vie est belle

 

El distrito dieciséis de Paris o distrito de Passy, se desarrolla junto a la orilla derecha del rio Sena. Allí vive la gente de mayor poder adquisitivo de toda Francia. Proliferan edificios ornamentados del siglo XIX, grandes avenidas, prestigiosas escuelas, museos y varios parques.

En la zona podemos encontrar el Palacio del Elíseo (residencia oficial del presidente de Francia), la plaza de la Concordia, plaza e iglesia de la Madelaine o el Arco del Triunfo.

Cerca del apartamento de su amigo se encuentra el Bosque de Boulogne, un enorme parque con más de 35 kilómetros de caminos que sirve a Orlando como lugar de esparcimiento.

Le gusta observar a las personas, a pesar de su aversión por ellas, por lo que el “Bois de Boulogne” es el escenario perfecto para que Orlando se cebe en su hobby más oculto: el dibujo a lápiz de retratos de sus conciudadanos, tarea en la que era muy diestro.

 

Una tarde de otoño, paseaba distraídamente por ese parque cuando un desconocido le abordó desde un lateral del paseo.

–Señor Gras, Orlando Gras ¿verdad? Me llamo Pierre Durois y le traigo una propuesta que no podrá resistir.

 


 

Y eso es todo por el momento, amigos. La próxima entrega de esta recién iniciada serie sobre “El coleccionista” será en breve.

Si os ha gustado, dadle un like al corazoncito de más abajo. Por cierto, vuestro comentario es valioso para nosotros pues nos ayuda a mejorar.

PARA VER LOS SIGUIENTES EPISODIOS haz click en la/las imágenes de aquí debajo:

El coleccionista implacable. Segunda parte

El coleccionista implacable. Capítulo 3

 

8 Comentarios
  • Marta Navarro
    Posted at 09:55h, 06 noviembre Responder

    ¡Qué gran historia, Marcos! Un relato de corte clásico que atrapa desde el primer momento. La presentación del personaje en el capítulo anterior y el punto en que lo dejas suscita mucha curiosidad. Ahora muestras sus inicios y los primeros signos de una personalidad muy particular y lo vuelves a dejar en un momento muy intrigante. Me ha encantado. Y desde luego que la trama pide continuación.

    • marcosplanet
      Posted at 12:25h, 06 noviembre Responder

      Pues me alegra mucho que te parezca bien darle continuidad. El coleccionista me ilusiona como personaje que va a tener una vida llena de sorpresas. Algunas de las cuales le harán encontrar la horma de su zapato.
      Gracias Marta.

  • Maria Cristina Garcia Carrera
    Posted at 07:32h, 06 noviembre Responder

    Orlando es un narcisista de manual. Sus padres le han dado todo, amor, seguridad, educación… pero él cree que solo es mérito suyo. No sé de donde le sale la afición a dibujar, (que él creerá que lo hace muy bien), porque eso le debe quitar tiempo para sus otros negocios. En fin, espero que la historia continúe y al final la vida le de una lección. Me gusta.

  • Oscar Iglesias Casado
    Posted at 11:14h, 05 noviembre Responder

    Muy buena historía, amigo y muy triste, Orlando se ve que una persona muy egoísta y muy desagradecida, es la clase de hijo que a nadie le gustaría tener, que los padres estén desviviendo por el y el respondía con tanto desdén y desprecio, en fin.

    Pues ya deseando leer la siguiente entrega 😀 un fuerte abrazo, amigo.

  • Maty Marín
    Posted at 11:13h, 05 noviembre Responder

    Marcos, hola de nuevo. Pues parece que no
    pasó mi comentario, voy de nuevo.

    Decía yo que cuando solamente te leía en las lindas narraciones de tus viajes, no imaginé que tuvieras este talento oculto, eres un escritor nato, pulcro a más no poder en el manejo del lenguaje y te sale con gran naturalidad.

    ¡Claro que esto merece ser una serie! Ya veremos cómo educar a este chico de 23 para que trate mejor a su madre. (Insolencia juveniles).

    Que tengas un lindo domingo, y gracias!

    • marcosplanet
      Posted at 13:22h, 05 noviembre Responder

      Muchas gracias por tus palabras de aliento, Maty. Las tengo siempre muy en cuenta.
      Saludos y feliz domingo igualmente.

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 01:08h, 05 noviembre Responder

    Creo que Orlando ha sido un poco duro con su madre, incluso desagradecido pues gracias a su esfuerzo y trabajo a llegado a ser lo que es. Me pregunto para que hace un dibujo a lápiz de retratos de sus conciudadanos… Quién sabe que pasa por si cabeza. El relato me sigue gustando mucho, tan en su desarrollo como en su trama que dejas abierta para el futuro. Me encantó. Te aplaudo. Un fuerte abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 08:16h, 05 noviembre Responder

      Muchas gracias Nuria. Pues si, el personaje del coleccionista es ante todo un ser asocial, que no congenia con sus padres ni con nadie, solo consigo mismo. Lo de los dibujos me encanta que te haya llamado la atención. En próximos episodios verás por qué.
      Otro abrazo.

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