El color de las mentiras

Un mundo inseguro para unos y complaciente para otros. Ese era el lugar que habitaban siete mil ochocientos millones de personas sobre un planeta verde, azul, amarillo, rojo y de todos los demás colores del espectro. Tantos como mentiras hay acerca del futuro del mismo y el de la humanidad. Hasta que la mentira empezó a imponer su autoridad, el mundo había tenido muchos problemas y había superado con mayor o menor esfuerzo los más críticos. Pero ahora era distinto. Nunca antes la palabra planeta, así, en singular, había sido pronunciada con tal profusión por sus habitantes y jamás lo había sido con la intención actual de potenciar la alarma social ante la inminente destrucción. Una destrucción cuyo inicio lleva ya varias décadas demorándose al parecer.

 

La entrada de la sala de conferencias reflejaba un constante fluir de personas de todas las edades que acudían a la llamada de aquella charla titulada: “El efecto de ningún cambio climático en nuestras vidas”.

El doctor William Chambers era el ponente único, según rezaba el cartel anunciador colocado a la entrada principal del edificio. Este bullía con cientos de personas en movimiento entrando y saliendo aparentemente con muchos propósitos.

Chambers comentaba con voz profunda lo que llevaba años comprobando en sus investigaciones:

–La actividad industrial que había en el año 1900 del siglo XX  era escasa en comparación con la existente en los años cuarenta de ese mismo siglo, a pesar de la Segunda Guerra Mundial.

Desde el año 1900 hasta el presente, la temperatura media de la tierra ha aumentado en seis décimas de grado con un margen de error de dos o tres décimas, pero el aumento se produjo casi exclusivamente entre 1900 y 1940.

El silencio imperaba en la sala, donde los asistentes parecían formar parte de un solo organismo vivo que respirara y observara a la vez, desde un solo cuerpo.

–Así que, –continuaba Chambers– antes de que produjéramos la inmensa cantidad de automóviles y de industria -esos grandes contaminantes- que caracterizan la segunda mitad del siglo XX, ya había aumentado la temperatura. Y ahora viene lo mejor: desde 1940 hasta 1975 hubo un periodo de enfriamiento…

Un murmullo ahogado recorrió la sala.

–A partir de 1975 hasta el año 2000 volvió a haber un poco de calentamiento, del orden de dos o tres décimas de grado y desde el año 2000 hasta hoy no ha habido un cambio apreciable, no lo ha habido, nada de nada, a pesar del empeño patológico y manejado por los gobernantes del mundo de que estamos abocados al máximo horror conocido como “cambio climático”.

La sala recogió el eco de un sonido sordo de admiración colectiva que sonaba a reprobación. La mayoría rechazaba las palabras del osado Dr. Chambers.

–Eso que dice es intolerable ¡Retírelo ahora mismo!–, exigía un hombre de barba cuidadosamente recortada. Otros/otras de muy diverso aspecto participaban de la agitación, incluidas personas que parecían maniquíes vestidos con traje de muchos euros cortado a medida. Era un grupo muy variopinto. Determinados miembros de la inquisición colectiva vestían vaqueros rasgados que les otorgaban un aspecto ridículo muy conseguido. Incluso algunos de los presentes lucían objetos de firmas de moda mundialmente conocidas, combinados con camisetas intencionalmente mal entalladas o camisas desgastadas por métodos artificiales.

En seguida empezaron a escucharse expresiones como “fascista”, “falsario”, o “lacayo al servicio del capitalismo”.

El moderador de la ponencia, aunque sonrojado por la intervención del climatólogo Chambers, golpeaba la mesa con una mano solicitando silencio. Su cara era la viva imagen de alguien que desearía estar a muchos kilómetros de allí.

–“Qué dirán los telediarios cuando las televisiones emitan este bochorno” –se planteaba, azorado.

Por toda respuesta, William Chambers permaneció callado observando el tumulto que su discurso había provocado y sonrió. Sonrió abiertamente de oreja a oreja y dijo:

–Gracias a todos ustedes, queridos ejemplares del rebaño, por demostrarme su calidad humana y respeto a las opiniones no oficiales. Pero les anunciaré algo: acabarán por darme la razón en un futuro. Recordarán el día de hoy cuando hayan visto la luz.

 

Escenas con gente corriente

 

Paco Montes se encuentra tan a gusto en su casita de la baja montaña, separado de la urbe, cuidando de su huerto ecológico sembrado el año anterior y que a día de hoy le reporta un par de kilos de patatas y cantidades similares de hortalizas. Legumbres no siembra porque no figuraban en el listado de semillas que su asociación de barrio había hecho llegar a los vecinos mediante buzoneo físico.

–Se me hace raro vernos así, cultivando la tierra –apunta Irene, su pareja, con gesto contemplativo–. Eres licenciado en Derecho y yo médica internista. Bueno, que curioso, me sonaba mejor decir médico, en masculino, pero creo que eso de los géneros está a punto de desaparecer.

–¿Y por qué te parece tan raro tener un huerto? –pregunta Paco en actitud embelesada. –¿Acaso no hacemos lo que hemos decidido libremente los dos? Hermanarse con la naturaleza está bien, es el ritmo de los tiempos.

–Umm –musita Irene con el ceño fruncido– ¿Libremente? ¿Estás seguro de ser libre, Paco?

Con la boca abierta de pura sorpresa, Paco susurra:

–Sí… eso creo yo, sí.

–Pues no parece que lo digas muy convencido, querido mío.

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En otra casa, en esta ocasión en un populoso barrio de la capital, Ernesto se dirige a Fina, su pareja de hecho.

–Fina, cariño ¿puedes poner más alta la tele?

Fina –o Josefina- no hace caso de la recomendación. Por el contrario, queda absorta observando con mirada perpleja a Ernesto sin conseguir pestañear.

–Ernesto –logró vocalizar al fin–. No me puedo creer que te interese la bazofia que están soltando por este telediario.

Él la mira con gesto sarcástico, como si ella tuviese que saber que a él le interesaba siempre, y mucho, cualquier contenido de los telediarios, fueran del contexto ideológico que fuesen.

–Claro que me interesa –susurra Ernesto con esa mirada irónica suya que ya se iba desvaneciendo.

Por toda respuesta, ella continúa con su escepticismo.

–A ver, cariño ¿Qué crees de todo ese rollo del cambio climático?

Él tarda algunos segundos en responder, mientras la mira con gesto de extrañeza.

–Pues que es un desastre que el capitalismo globalizador y neoliberal esté intentando hacer creer a los ciudadanos que negar el cambio climático es lo que cualquier persona responsable y con criterio debe hacer.

–Mira, Ernesto –continúa ella con expresión afable–, ¿no piensas que es mejor aplicar nuestros conocimientos y experiencia antes de tragarnos con un embudo gigante todo lo que este gobierno quiere que traguemos?

Ernesto devuelve a María una mirada pensativa.

–¿Qué crees –pregunta él sorprendido ante la debilidad de su propia voz– ¿que el cambio climático es un cuento? ¿Una historia que interesa solo a un grupo privilegiado de multimillonarios autócratas, segregacionistas, progresistas y republicanos?

–Sí, así es, cariño. Y a los capitalistas también.

 

En otro punto de la ciudad principal del país, una familia residente en un barrio de las afueras se dispone a comer alrededor del televisor, en medio de la sala de estar. El padre se santigua y tras juntar las manos en actitud de oración inicia su rezo. Los demás comensales le imitan. Cuando hubo terminado, su esposa Elena abre la conversación.

–¿Has visto la noticia esa de la conferencia del clima?

–La de ese tal… Willi no sé qué?

–William Chambers –corrige ella.

–Ya, es un doctor de mucho prestigio internacional según creo. Experto en el clima o algo así.

–Sí, –continúa María– pero es un elemento más del fascismo que se opone a verdades como puños como son el calentamiento global y el efecto invernadero, por poner solo dos ejemplos de los que es culpable el dióxido de carbono.

–Bueno, creo que el agua influye mucho más en este efecto de invernadero –interrumpe él–. En realidad, en el momento actual se calcula que más del 60 por ciento del efecto de invernadero que hace habitable a la tierra se debe al vapor de agua.

–Pero, ¡si es el dióxido de carbono el principal responsable del efecto invernadero y del calentamiento global! –exclama ella muy alarmada. ¿Y dices que ese efecto invernadero hace habitable la Tierra? ¿Estás loco?

–El dióxido de carbono, el metano y otros gases contribuyen mucho menos que el vapor de agua –se limita a responder él–. Pues sí, gracias a esa acción conjunta del dióxido de carbono y del vapor de agua en mucha mayor medida, nuestro planeta equilibra su temperatura y podemos vivir confortablemente en él.

En ese momento ella conecta el televisor, un tanto airada. Un fragmento de la conferencia del doctor Chambers está siendo emitido por una cadena de televisión.

–»A lo largo de muchos millones de años –se oye decir al doctor– ha ido disminuyendo la cantidad de dióxido de carbono, que abundaba en la atmósfera como consecuencia de las erupciones volcánicas que había en la Tierra en sus orígenes.

En aquellos tiempos -continua el experto- el agua de los océanos también contenía una gran cantidad de ese dióxido de carbono, el cual, junto con abundante vapor de agua, era liberado a la atmósfera cuando aumentaba la temperatura lo suficiente. Según consta en varios estudios científicos contrastados, esto ha ocurrido desde hace 150.000 años y por lo tanto, el efecto invernadero no pudo deberse a la actividad humana. Además, en la atmósfera ha ido aumentando la cantidad de oxígeno y también la cantidad de vapor de agua.

El resultado es que desde hace miles de años la atmósfera terrestre ha conservado la temperatura en todo el planeta con unas variaciones de décimas de grado, y ha habido períodos glaciares incluso en épocas en que había mucho dióxido de carbono en la atmósfera».

 

–¿Ves cómo es fundamental el efecto invernadero? –remata el padre de familia.

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En las montañas boscosas de una región amplísima de nuestro país, restos humeantes de decenas de miles de hectáreas de sotobosque, monte y terrenos de ribera aparecen calcinados en la portada de noticias audiovisuales del noticiario de las tres de la tarde.

–De verdad que es increíble todo esto, Julio –comenta Andrés a su pareja mientras recoge la cocina tras la comida. –No me habría imaginado nunca que en pleno mes de marzo iban a producirse incendios en nuestra región, seguidos de otros enormes en el Nordeste  ¡Y en todo el litoral cantábrico!, a cientos de kilómetros…

–Creo que no es mera coincidencia, cariño –apunta Julio–, sino el resultado del interés de algunos en que esos terrenos cambien de… situación.

–¿A qué te refieres? –inquiere Andrés extrañado.

–Tan solo has de pensar un poco. Hay recalificaciones de terrenos que pueden venir muy bien a quienes están organizando todo este sarao.

–Pero, ¿sarao de qué? –cuestiona Andrés casi perplejo, aunque un horizonte de dudas comienza a dibujarse ante él.

 

 

Isabella y Medea conversan a los postres después de ver el telediario. La primera acaba de depositar un cuenco de fresas con nata sobre el regazo de su amante.

–Gracias Isa –comenta Medea mientras paladea la nata y las fresas. –Mira que es curioso lo que dicen en las noticias. Hace semanas que vienen anunciando cambios de temperatura enormes, fríos impensables para la época del año, después vienen calores tremendos, ¿Qué está pasando? Mi abuelo dice que su propio abuelo ya hablaba de estas cosas. Yo no veo por ningún lado tantos extremos en todo. El problema es que no llueve, pero ahí también tengo mis dudas.

Isabella se recuesta sobre el sofá y la mira con atención.

–¿A qué te refieres, Medea? –consigue decir entre cucharada y cucharada del dulce postre.

–Es sencillo, la falta de lluvia me parece provocada.

Isabella permanece inmóvil durante unos segundos antes de volver a preguntar.

–¿Y cómo van a eliminar la posibilidad de lluvia? ¿Acaso hay máquinas que lo hacen?

–No conozco el mecanismo, pero sé de buena tinta que lo pueden hacer a través de satélites o de sistemas que desconocemos manejados a distancia para alterar los ciclos húmedos en la formación de las nubes. Sé que te resultará increíble, pero no todo el conocimiento de la humanidad viene de los telediarios. Hay fuentes externas.

–Fuentes para espíritus inquietos –respondió Isa con una media sonrisa–. Eso es lo que más me gusta de ti, Medea. Tu forma de analizar las cosas con criterio, sin dejarte dominar por nadie. Te amo.

 

Pere y Joseba contemplan el monitor desde el fogón de la cocina en su chalet de la costa. Acaban de degustar una fideuá aliñada con un alioli intenso que combina perfectamente con el vino del Penedés. El vino es de los que guarda Pere como oro en paño en su bodega del subterráneo excavado en la roca caliza.

–Pere, esto es un lujazo. Solo nos queda cambiar de canal para no seguir escuchando a ese cantamañanas de Chambers o no sé qué. ¿Has visto que caradura? Decir que es un invento lo del cambio climático, vaya cosa absurda.

Pere rebate el comentario de Joseba con escepticismo.

–A ver, Joseba ¿en qué cabeza cabe que por estas fechas esté todo ardiendo? Esto está provocado y no me preguntes por qué o por quien, porque todo obedece a intereses políticos y económicos de esos mismos políticos. Están organizando la devastación del planeta para justificar que el planeta se está devastando con el cambio climático. Recuerda cómo se quemó la Amazonia y también Australia, hace unos pocos años. La gente tiene memoria de pez.

–¿Y para qué organizan todo eso? ¿Cómo se benefician?

–Eso es lo que no podremos saber jamás, Joseba. Cómo es el proceso de transformación de político a todopoderoso oligarca. Pero ese es su único objetivo, no lo dudes. El miedo guarda la viña.

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Una madre y su hijo de doce años acaban de apagar el televisor.

–Mamá ¿Qué piensas que va a pasarnos a nosotros, que vivimos en pleno bosque rodeados de pinos?

La mujer, de unos cincuenta años, con profundas arrugas que surcan prematuramente su cara de lado a lado, hace un gesto de sorpresa que consigue estirar un poco sus facciones.

–Pues nada, hijo. Eso que dicen en las noticias acerca de que las llamas están rodeando esta montaña es que no lo veo por ningún lado. Debe tratarse de La Puebla, justo en la parte más baja del monte, no sé.

El muchacho continuó su serie de preguntas como un alumno que interrogara a su profesor para llenar su ansia de conocimiento.

–Pero mamá, si ves el reportaje de la tele parece que las llamas están rodeando todas las casas y quemándolo todo ¿no?

–No he visto llamas todavía, pequeño Juan –dijo ella dirigiendo al chaval una mirada nostálgica. Ella había resistido mucho tras su maternidad tardía, tanto las reacciones de sus familiares ante la confesión de su hijo de que quería cambiar de sexo como las del entorno de amigos de él, enfriándose su relación con todos.

¿Por qué llegaría Juan a pensar que estaba en un cuerpo ajeno? ¿Por qué aquel cambio profundo que instigó la metamorfosis no sucedió hasta que cumplió doce años? La madre sabía que la presión mediática y personal (aunque forzada) del propio círculo de amistades a favor del cambio y de la libertad de cuerpo, bastó para que el niño se cuestionara su sexualidad sin posibilidad de vuelta atrás. Es curioso y enormemente injusto que esos mismos defensores de la libertad de auto asignación sexual se distanciaran de la familia de Juan a partir de conocer el hecho. Curiosidades de una sociedad manipulada las 24 horas del día.

 

¿Cuántos colores tiene el planeta Tierra? Probablemente tantos como mentiras se gestan a diario en torno a él y a otros aspectos que amenazan la convivencia humana

 

Epílogo

 

–Cada vez estamos más cerca del libre albedrío –exclamó el doctor Chambers en su última conferencia, nueve años después de la realizada en la capital metropolitana. –Y es porque justo ahora tenemos los elementos de juicio para comprobar que los gobiernos nos han estado engañando durante todo este tiempo con su discurso del miedo y la confusión, del odio, la incertidumbre, los cambios climáticos provocados, el rencor alimentado, la discordia avivada como las ascuas que reciben el soplido de un abanico imparable…

¿Por qué no nos desconectamos de los canales de televisión, radio, plataformas digitales, etcétera? -continuó el doctor-. Es tan simple como dejar de verlos y oírlos. Así acabaremos con la droga inoculada en nuestras venas cada día y hora a través de medios que se compran y venden sin rubor.

 

En sus casas, tras las noticias que retransmitían este mensaje emitido por el canal público estatal, los ciudadanos de bien escuchaban las palabras del doctor Chambers, una especie de vieja alucinación que sin embargo había conseguido que en nueve años los medios de desinformación terminaran cerrando por falta de audiencia. Ese ansiado “share” que buscaban las corporaciones mediáticas había sucumbido ante el pensamiento libre y racional de bastantes seres humanos, los suficientes.

Constituiría una victoria pírrica, sin embargo, porque la naturaleza humana consigue tropezar una y otra vez en el mismo canto afilado de punta cortante y que hace sangrar.


 

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Muchas gracias.

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6 Comentarios
  • María Pilar
    Posted at 11:33h, 12 mayo Responder

    Hola, Marcos, he sentido vértigo al leer tu relato en sus diferentes versiones. No porque me informe de algo que no sabía, es porque lo hace tan palpable. Si es que esa situación está ya entre nosotros y no hacemos nada, solo esperar. Es tal el mogollón que se le acumula a uno, La incertidumbre, los cambios climáticos, el discurso del miedo de los asesores, técnicos o las mentiras de los políticos de turno, la confusión, las guerras… ¡Triste realidad!
    Mi abrazo, Marcos, aunque sea virtual es auténtico.

    • marcosplanet
      Posted at 16:01h, 13 mayo Responder

      Muchísimas gracias María Pilar. Pienso continuar la serie comentando temas de actualidad.
      Saludos!

  • Doctor Krapp
    Posted at 17:41h, 10 mayo Responder

    Tema cmplejo y que ofrece muchas aristas. Lo ha tratado de forma muy variada y amena.
    Mis felicitaciones

    • marcosplanet
      Posted at 16:00h, 13 mayo Responder

      Muy amable, Dr. Krapp. Aprecio mucho tu opinión.
      Saludos!

  • Federico Agüera
    Posted at 09:54h, 06 mayo Responder

    Un relato muy oportuno en la situación actual. Hace pensar sobre el cambio climático. Saludos y buen fin de semana.

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