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El inspector Sparza. El primer clon Cap. 18

Hache contemplaba el amanecer desde el borde de su cama, sentado con una mano bajo la barbilla en actitud reflexiva. Llevaba así desde las seis de la madrugada, momento en que despertó sin poder conciliar el sueño.

Claudia dormía plácidamente tumbada a su espalda. El pequeño Natham comenzó a protestar.

–“Reclama sus cereales” –pensó Hache, y se levantó dirigiéndose a la pequeña cocina del apartamento. Cuando regresó al dormitorio Natham volvía a dormir.

–“Vaya, una falsa alarma”–. Caminando de nuevo hacia la cocina, una imagen llamó su atención al cruzar por delante del ventanal de la terraza, abierto de par en par.

Dos hombres hablaban de pie en mitad del colorido jardín del hotel. Uno de ellos, situado frente a Hache, sostenía en la mano lo que parecía una taza de café. Debía tener unos treinta y cinco años, mucha pasta (o así le pareció a él) y una mirada inquietante que se alojaba en un rostro cuadrado y bien parecido.

Su interlocutor se encontraba de espaldas a Hache. Era un hombre grueso, de mediana estatura, tocado con un sombrero blanco de ala corta. Parecía discutir con el otro, negando con la cabeza. A Hache le llamó la atención que hubiera alguien por allí a tan temprana hora.

Daba la impresión de que el hombre alto se lo tomaba con tranquilidad. Dio un sorbo a su taza y la depositó sobre la mesa de al lado. Marcó un número en su teléfono móvil.

El hombre grueso se sentó en una silla de mimbre mientras el otro hablaba en italiano por el celular recorriendo a paso lento el patio embaldosado.

–Escucha, quiero que hagas una transferencia por cincuenta mil al número de cuenta… –pidió algo al que estaba sentado y este le entregó un papel. Al terminar de hablar, guardó el móvil en el interior de su chaqueta.

El hombre que daba la espalda a Hache secaba su cara sudorosa con un enorme pañuelo.

–Lo necesito hoy, antes del mediodía. En cuanto a tu amigo…

El primer clon Cap. 18

 

El italiano lo interrumpió con el gesto de llevarse el dedo índice a los labios; se despidió de él con un Arrivederci amicci y se alejó de allí. El otro desapareció por detrás de un macizo de rododendros.

Hache permaneció unos segundos mirando aquel escenario. Las palabras que habían intercambiando los personajes le llegaron entrecortadas en la distancia, como si el aire las hubiera balanceado caprichosamente de un lado a otro del jardín.

– ¿Serán los mismos que hablaban anoche junto a la playa o es simple coincidencia?–se preguntó–. Lo cierto es que esta isla alberga cientos de italianos, americanos y gente de todo el mundo…

Con un suspiro dio media vuelta y se tumbó en la cama intentando descansar un poco más.

Medio en sueños, Hache encadenaba varias ideas. Pensaba en el gran disfrute que sería para él y los suyos viajar a los más bellos rincones del planeta. Necesitaba romper los barrotes de su celda; necesitaba entrevistarse con Cóndom.

Ocho días separaban a Hache de su cita con el genetista.

El inspector Sparza

 

En las dependencias de la Jefatura de la Polizia di Satto de Palermo, un informe reposaba sobre la mesa del inspector. En él podía leerse:

El Instituto Marzens de Estudios Oncológicos fue creado bajo los auspicios de la Fundación Marzens, financiada 100% con capital de la Marzens International Ltd., empresa dedicada a las transacciones basadas en el comercio internacional de materias primas. Su propietario es el magnate Eric Van Möeller. Se halla involucrado en Redes de narcotráfico y en la trata de blancas, principalmente eslovenas, ucranianas o eslavas. Asimismo comercia con órganos para transplantes en su mayoría provenientes de vagabundos que una vez narcotizados son intervenidos quirúrgicamente. No existen pruebas que impliquen a Van Möeller. Está limpio.

FIN DEL INFORME».

 

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El primer clon Cap. 18

–Los movimientos de Eric son como un mecanismo de precisión –explicaba el inspector Sparza al sargento Giacomo Belli–. Conoce a la perfección los circuitos del crimen organizado, pero nunca se moja.

–Aunque haya tormenta –indicó el sargento, devorando un  bocadillo de prosciutto como si la vida le fuese en ello. Su obesidad no le preocupaba en absoluto y no había nada más lejos de su intención que abandonar esa buena costumbre de saborear los productos de la región, a cualquier hora del día.

–Límpiate la pechera Giacomo. La llevas llena de migas –dijo Sparza mirando al subordinado por encima de sus gafas de enfoque progresivo. En un lateral de la montura, un logotipo grabado en acero anunciaba “Vogue–pro”. Al inspector le gustaba lucir ciertos artículos, aunque por sus ingresos dentro del cuerpo de Policía muchos se preguntaban de dónde sacaría lo necesario para cubrir esos dispendios.

–Bien, inspector –indicó Giacomo–. Estoy empezando a cansarme de enfrentarnos a alguien a quien no se ha podido relacionar con nada sucio. En todos estos años no ha dejado rastro de sus canalladas.

–Puede que nos estemos haciendo viejos, sargento. Lo cierto es que pasados los cincuenta y cinco, si no eres corto de vista son los huesos que barruntan tormenta o el mango que no se te levanta –bromeó, acabando su alocución con una sonora carcajada.

El comandante Sparza llevaba treinta años trabajando en la Jefatura de policía de Palermo, ciudad donde se había criado

Estaba orgulloso de haber nacido en la capital de Sicilia, un sentimiento patrio que a lo mejor no concordaba bien con otros aspectos de su personalidad.

 

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Escudo heráldico del Estado Mayor italiano. Imagen

El primer clon Cap. 18

 

Sparza se caracterizaba por la extraña proeza de llevarse bien con la mafia del lugar y a la vez prestar una inestimable colaboración a la Interpol en la desarticulación de las redes del narcotráfico en las que la Cosa Nostra y la Camorra ponían más que un granito de arena.

El comercio de drogas preocupaba sobremanera al comandante. Sus superiores habían emprendido una campaña de rastreo que le traía de cabeza a todas horas.

Commendatore –dijo el sargento a su superior–, Eric Van Möeller vive en España ¿verdad? Se me ocurre que podríamos enviar a ese país a alguien que investigue su pasado y sacar información in situ. Siempre hay detalles que se escapan en los dossieres oficiales.

Un acceso de tos producido por un trozo de jamón enganchado al paladar le interrumpió haciéndole toser.

Scusi signore.

–Bien, sargento, prepara el plan que necesites y no olvides consultarme antes de ponerlo en práctica ¿A quien piensas enviar?

–Eh… commendatore… Deseo ir yo mismo.

–No creas que se trata de unas vacaciones, Giacomo. Las playas españolas son una maravilla. Pero ten presente que hay que acelerar. La red tejida por Van Möeller es muy tupida. No debemos descuidarnos.

 

Puerto Plata. Lunes, treinta de Octubre

 

Tras una visita al jardín Botánico, Claudia y Hache emprendieron el camino de regreso a Punta Cana.

 

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El primer clon Cap. 18

 

Les llevó un día entero alcanzar Cayo Levantado. Desde Puerto Plata atravesaron Moca, Salcedo y San Francisco de Macorís. Al avistar la Bahía de Samaná suspiraron aliviados.

–Ya estoy harto de tantas horas de autobús –se quejaba Hache– ¡Mira que chafarse el aire acondicionado! Y sin poder beber agua potable… En cierto modo me alegro de que mañana regresemos a Madrid. Allí no hay esta maldita humedad.

Tuvo que usar una toalla de manos para secar el sudor que manaba por sus poros.

–Al menos los refrescos son de fiar –comentó Claudia–. Imagínate si encima te da una gastroenteritis –dijo sin poder contener un acceso de risa.

–Te parecerá divertido pero yo no las tengo todas conmigo. Además, sabes que los refrescos dulzones no me quitan la sed.

– ¡Te la provocan! –repuso ella riendo abiertamente. Natham daba palmas con sus manitas uniéndose a la improvisada fiesta.

–Cuando llegue al hotel agotaré las reservas de agua mineral –repuso su padre, sofocado–. Anda cariño, pásame la toalla.

–Ten, manantial viviente.

–Gracias. Por cierto, no cierres la mochila y acércame el libro que esta en el fondo, por favor.

–Vaya, no sabía que lo llevaras ahí. No lo has tocado en todo el viaje.

–Trataré de leer un poco para olvidarme de esta sauna ambulante.

Claudia murmuró:

La Teoría del Clon Activo del ilustre profesor Mark Cóndom…  Algún día yo también la leeré, cuando hayas dejado de empollarlo. Sé que tiene mucho de especial para ti, pero reconoce que roza la obsesión

–Ya hemos hablado de esto. Las posibilidades que ofrece la clonación nos abren una puerta a…

En ese momento se oyó la voz del guía a través de los altavoces:

–“Estimados viajeros. Les informamos que en menos de media hora habremos llegado a Punta Cana. Gracias a todos por su comprensión con los problemas técnicos”. Hache exclamó, burlón:

– ¡Ja! Como si hubiera otro remedio…

–Imagínate cariño, poder crear un clon de ti mismo que no sude ¡Sería el hombre perfecto!

Hache la miró a la cara durante unos instantes y afirmó:

–Llegará el día en que los clones dejarán de ser una fantasía, Claudia.

 

El vuelo 8377 de la Compañía Iberia despegó esa tarde del aeropuerto de Punta Cana y aterrizó en Madrid–Barajas pasadas las doce de la noche. Un taxi trasladó a la familia hasta su casa de la zona Norte de Madrid. El viaje había podido con todos de modo que en poco más de media hora se encontraban en la cama, dispuestos a recuperarse de la aventura transoceánica.

A la mañana siguiente durante el desayuno, el matrimonio conversaba en la cocina cuando el reloj de pared marcaba las doce y veinte

–Es curioso –decía Claudia–. Cuando se regresa después de haber pasado varios días fuera, parece como si redescubrieras cada rincón de la casa. ¡Oh, vaya! –se quejó, agachándose para recoger del suelo la tostada con mantequilla que acababa de caérsele.

– ¿Ves? Siempre del lado de la mantequilla. Ese Murphy tiene razón.

Hache la ayudó a limpiar los restos que quedaban sobre el suelo.

–Claudia. Tengo que darte las gracias por lo de la cita con Mark Cóndom. No sé qué habría tenido que hacer para conseguir que un absoluto desconocido como yo llamara su atención.

 

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El primer clon Cap. 18

–No me des tanta importancia. Si mi jefe no hubiese colaborado con él durante los años en que trabajó en Maryland yo no habría podido ayudarte. Pero hay que decir que tu idea sobre clonación de células ya clonadas debió de atraerle. Cuando leí tu dossier me sorprendió lo que has sido capaz de discurrir acerca de eso –se interrumpió un momento para dar dos bocados a la tostada–. Lo que no acabo de ver claro es qué pretendes obtener tú a cambio.

–Mujer, el hecho de poder conocer en persona a una autoridad de la ciencia como él ya es motivo suficiente ¿no te parece?

–Pero le vas a proporcionar algo que puede resultarle útil. Quién sabe… podría abrirse para ti un nuevo horizonte en el campo de la Genética.

–Para que eso ocurra tendrían que pasar muchas cosas. Por ejemplo, que me doctore en Bioquímica o en ciencias de la salud, y a mí ya se me ha pasado el arroz.

– ¿Y si te ofrece un puesto en su equipo? –inquirió ella en tono distendido–. Que te contrate como auxiliar en el Centro de Biología de Madrid ¿No me dijiste que tiene colaboradores que trabajan aquí para él?

–Claudia, nadie llega a acceder a un puesto en el equipo del doctor Cóndom porque sí. Parece mentira que tú…

–Ya lo sé –le interrumpió ella sonriendo–. Es sólo que… bueno, deberías buscar la ocasión que te permita abandonar para siempre ese manicomio–. A continuación tomó una de sus manos entre las de ella –. Nunca se sabe dónde se encuentra la oportunidad de tu vida…

–Aún no es el momento, cariño –repuso Hache. Suspiró profundamente como si intentara reunir fuerzas –aunque… el cambio que espero no tardará en llegar.

 

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Ella lo miró extrañada:

–No seas enigmático ¿Qué te traes entre manos?

Hache esbozó una media sonrisa.

–Claudia –dijo tras unos segundos en actitud pensativa–. Estoy convencido de que se pueden clonar humanos. Sabes que llevo varios años estudiando por mi cuenta, desde tratados de Genética del desarrollo hasta informes de comisiones internacionales. He repasado todo lo que ha escrito Cóndom y he llegado a la conclusión de que lo único que impide la obtención de un humano clónico es la barrera ética.

–Que no es poco –añadió ella.

–No se puede ignorar ese aspecto. Pero es que yo no veo ningún problema en poner todo el esfuerzo que se pueda en crear la vida en lugar de aniquilarla, que es lo que viene haciendo el ser humano desde el principio de los tiempos. La historia demuestra que en cuanto el hombre tiene ocasión extermina a los de su misma especie como ningún otro ser vivo sobre la tierra.

Todos los días en cualquier parte se sacrifican vidas humanas y nuestra moral y costumbres nos inducen a rechazarlo horrorizados. Pero la realidad sigue ahí. Convivimos con el problema. En medio de tanta desolación, el hecho de obtener clones humanos que puedan actuar en favor de la sociedad y mejorar las condiciones de vida no debería condenarse esgrimiendo razones éticas. Se dice que ello atentaría contra la dignidad humana, pero eso acabará perdiendo valor como argumento.

Lo que hay es un miedo irracional a que proliferen seres a los que la gente atribuiría intenciones viles, que serían fabricados a la medida de desaprensivos anhelantes de poder y que acabarían dominando el mundo –se detuvo un momento para apurar su café–. Te diré cómo lo veo yo –continuó–. Serían personas que aspirarían a mejorar la situación de los oprimidos por cualquier causa. Cada uno de ellos nacería con la misión de resolver situaciones concretas… Al menos en mi caso, el que va a venir así lo hará.

Claudia abrió los ojos desmesuradamente.

–Sí cariño –añadió él–. Quiero conseguir un clon de mí mismo.

– ¿Qué? –exclamó ella, perpleja.

–Extraerán células de algún órgano de mi cuerpo para insertar sus núcleos en óvulos a los que previamente se les ha privado del suyo. Mediante una estimulación externa en un medio adecuado, el óvulo se divide y empieza a formarse el embrión que será implantado en el útero de una mujer donante.

Tras el impacto, Claudia tardó unos segundos en volver a hablar

–Conozco la teoría de la clonación, Hache –dijo con una voz que parecía un susurro–. ¿Estás hablando en serio?

–Absolutamente cariño. No he hablado más en serio en toda mi vida.

–Pero ¿Para qué? ¿Qué es lo que persigues con tener un clon?

–Él sabrá encontrar la vía más adecuada para acabar con algo que cualquiera que conozca los entresijos de una gran empresa habrá sufrido: el abuso corporativo. No hay nada más denigrante que experimentarlo. Acaba por minar la confianza en uno mismo. Y eso le sucede a mucha gente en sus puestos de trabajo.

–Pero una venganza no ennoblece a nadie.

–Estás equivocada si piensas que se trata de eso. Lo que deseo es que la gente pueda recuperar su dignidad.

–Dando una lección a los “malos”.

–No exactamente. Más bien se trata de ponerles donde se merecen. Con la intervención de alguien que sepa cómo obrar para superar los obstáculos, serán víctimas de su propia conducta.

– ¿No te resultaría más sencillo buscarte otro empleo? No entiendo por qué has de complicarte así la vida –Claudia se sirvió un vaso de café y tomó un buen sorbo–. Aparte que la idea de que te clonen me parece irrealizable –añadió–. ¡Si está todo en mantillas!  En la comunidad científica hay mucha confusión sobre cómo hacer viable la clonación de humanos. Eso ocurre porque no hay experiencias exitosas que demuestren la existencia de un método riguroso. Todo son teorías. Dime quién ha sido capaz hoy por hoy de clonar uno.

–Cariño, que no haya evidencias no significa que no se haya logrado. Puede que exista ya un número indeterminado de clones desempeñando labores de todo tipo por el planeta. Pero eso no importa ahora.

Ella  lo miró atentamente.

–Hay algo que quizá no has tenido en cuenta, cariño. Aunque por otro lado me sorprendería.

– ¿A qué te refieres? –inquirió él.

–Normalmente se necesitan bastantes años para que un ser humano alcance la edad adulta. ¿No crees que es demasiado tiempo para conseguir lo que quieres?

Hache sonrió:

–Claro que sí –repuso con voz suave–. Pero esa es la cuestión principal de mi entrevista con el doctor. La Teoría del clon activo menciona la posibilidad de acelerar el crecimiento corporal de forma espectacular basándose en experiencias de laboratorio realizadas con cobayas e incluso con monos. No especifica nada más, pero es muy probable que haya conseguido resultados.

Claudia soltó una risita.

–Vamos, querido, que si se aplicara la hormona de crecimiento de la rata a un ser humano recién nacido se conseguiría que creciera más deprisa ¿no es así?

Hache se limitó a hacer un gesto afirmativo con la cabeza.

–Pero vamos a ver, ¿tú crees que esas pruebas con ratas van a tener éxito en humanos?

–No estoy seguro, pero tengo la sensación de que el doctor sabe mucho más de lo que quiere revelar en sus libros… La ocasión que se me presenta de verle en persona es inmejorable para invitarle a sacar todos sus ases de la manga. No creo que nadie se haya dirigido a él pidiéndole un clon. Y eso será lo que destape la caja de sorpresas que mantiene oculta en algún rincón de su mente –calló un momento–. O en alguna otra parte.

Acarició el sedoso cabello de ella.

–Confía en mí –añadió.

La miraba con ternura, intentando encontrar en su rostro un atisbo de comprensión, una gota de confianza en la posibilidad de que sus ideas no fuesen las de un loco.

Se observaron el uno al otro. Hache sostenía la mirada de ella sin pestañear.

A Claudia le brillaban los ojos.

 

Y hasta aquí nada más. Os esperamos en el próximo episodio. Espero que os haya gustado y si es así haced click por favor en el corazoncito de más abajo.

 

¡Salud y suerte, amigos!

4 Comentarios
  • Dr.Krapp
    Posted at 13:02h, 10 enero Responder

    Es una serie que promete mucho porque tienes mucho tino para personajes y situaciones.

    Saludos cordiales

    • marcosplanet
      Posted at 17:38h, 10 enero Responder

      Muchas gracias Dr.Krapp por seguirme.
      Saludos cordiales.

  • De Madrid a USA
    Posted at 23:20h, 09 enero Responder

    Como siempre en tu serie, muy interesante episodio.
    Muchas gracias por compartirlo con todos.

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