El inútil tamaño del arte

 

El inútil tamaño del arte

 

Ovidio pintaba y pintaba durante horas, sin ser consciente del paso del tiempo. Su devoción hacia el arte pictórico se traducía en obras que reflejaban un indudable talento, apreciado por todos los que se detenían a admirar sus creaciones.

El ayuntamiento de su pueblo había dispuesto un enorme espacio en las afueras para que todo aquel que quisiera plasmara sus invenciones artísticas sobre tres gigantescos paredones construidos ex profeso para ese cometido.

Habían titulado la actividad como “Muestra tu genio”, con la idea de asignar tramos de pared de 50 metros de longitud por cinco de alto a un número limitado de artistas seleccionados por la comisión de cultura. Los prebostes de la casa consistorial habían acordado dedicar ese espacio a un uso cultural que promocionarían a través de todos los medios a su alcance. La intención según los mandamases era atraer turismo a la ciudad y abrir el pueblo a debates culturales que enriquecieran su imagen.

Y allí estaba nuestro idealista Ovidio, inspiradísimo como de costumbre en todas sus obras. Transcurridas varias semanas desde la apertura de aquel evento, había pintado cuatro murales espectaculares, mostrando todo su arte de forma esmerada, en cada palmo de pared que le fue asignada.

Los demás participantes en aquella convocatoria tan especial habían ocupado muchos menos metros de muro que Ovidio con el mismo número de “cuadros”.

Entre ellos había muestras de todo tipo, desde obras que no decían nada por más interés que pusieses en ello hasta algún ejemplo de buen arte, eso sí, ocupando muy poca superficie.

 

Motivado por su prolífica imaginación, Ovidio manifestaba su conducta histriónica pintando cuadros enormes, que a muchos de quienes paseaban contemplando la exposición les resultaban demasiado grandes para poder contemplarlos en una ráfaga de tiempo, que es el plazo del que disponía la mayoría de aquellos mortales. El ocio era muy cotizado y contenía una valiosa escala de prioridades para los asistentes.

Bajo el último de los cuadros de cada expositor habían dispuesto un cuenco donde los visitantes depositaban su voto. Esta papeleta situada al lado y apilada en decenas de copias, exhibía una mano con el dedo pulgar señalando hacia arriba. Si el visitante estaba complacido ante la veloz contemplación de una obra, podía arrojar el pulgar de papel a la cestilla. Y si no era así, pasaba de inmediato a los dominios del siguiente artista. Otra canastilla situada junto a la de los votos recogía las opiniones de la gente que se animaba a comentar.

Durante el primer mes prácticamente todos los votos iban para las cestas de los pintores con cuadros más pequeños. Aquellos que se sentían atraídos por la obra de Ovidio se fijaban en el tamaño frunciendo el ceño pues al parecer no les resultaba cómodo distanciarse unos pasos del muro o estirar el cuello para facilitar la contemplación. Otros, renunciaban a dar pasos adicionales pues alegaban que les apretaba el zapato.

En treinta días Ovidio consiguió reunir cuatro votos y dos comentarios. Parco resultado si bien el contenido de lo comentado daba esperanzas al artista.

–“Se trata de una exhibición de arte espléndidamente servida, con una paleta de colores suavemente matizados por brumas o reflejos soleados cuyo efecto es muy difícil de lograr” –, decía uno.

–“En este cuadro de Ovidio encuentro una semblanza de lo que probablemente ha debido ser su vida, un esfuerzo constante por atraer al ingrato público hacia la magnificencia de su obra” –, aseveraba el otro.

Ninguna de las dos opiniones estaba firmada. Sin embargo, para Ovidio fueron como un soplo de aire fresco que le traspasó la médula espinal de arriba abajo.

 

A principios del segundo mes, los visitantes seguían dando prioridad a las obras pequeñas, para deleite de sus autores que se regodeaban con los resultados, incluso se votaban unos a otros mostrando una especie de reacción de fidelidad.

Que si: “me has dejado epatado con tu gloriosa forma de entender mi arte” y bla, bla, bla. Entonces yo, receptor del halago, respondo con otro aún mayor si cabe.

Las cestas de Ovidio seguían sin registrar papeletas nuevas. Las conversaciones del público cuando pasaban por delante de sus retablos, por ejemplo, llenaban a Ovidio de insatisfacción ante la injusticia de aquellas palabras.

–“Muy buena obra, sí, sí, pero yo prefiero ver un retablo dentro de una iglesia, tras el altar y en medio de un ambiente de recogimiento cristiano, no aquí tirado en medio de un erial”.

–»Pues vaya plan esto de hacer pintadas tan grandes. Una se tiene que apartar tanto para poder verlas que no apetece» –comentaba una mujer ataviada con un sombrero de ala muy ancha que apenas le permitía ver dos palmos más allá de donde estaba.

–»Prefiero volver al principio de la exposición y detenerme otra vez ante las otras pintadas que son tan pequeñitas y coquetas antes que quedarme en esta parte llena de cuadros gigantes –, explicaba un hombre con una cerveza en una mano y un purito en la otra.

Para Ovidio, el que calificaran sus obras como pintadas no le sentaba tan mal como el hecho de saber que era el tamaño de las mismas lo que rechazaba la gente a la hora de valorar sus creaciones. Allí parecía no importar ni un pimiento la cantidad de tiempo valioso dedicado por el artista a sus creaciones.

El público tomaba un refrigerio de una mesa a la entrada del evento. Tras devorar bastante más de lo que sus jugos gástricos demandaban, los visitantes entraban charlando a la exposición, por lo que los primeros cuadros no recibían tanta atención como los siguientes.

–Mira ese, qué mono y de un tamaño ideal –indicaba a su pareja un individuo cincuentón de pelo blanco como el nácar. Ella, una veinteañera con una trenza larguísima color azabache, asentía ante las palabras del otro–. Puedes observarlo a un metro de distancia, que es como a mi me gusta, y saboreando una birrita fresca.

el-inútil-tamaño-del-arte

 

Los visitantes solían seguir ese comportamiento hasta que llegaban a la zona donde exponía Ovidio. Allí empezaba la tortura inventada para los amantes de la prisa injustificada.

Que si ese mural no hay quien sepa de qué va, que ya podía el pintor pensar más en su público que en su egocentrismo como artista de los grandes tamaños…

Pero en aquella ocasión, la pareja del cincuentón se detuvo impactada por una sección del muro donde Ovidio había realizado un cambio drástico. Había pintado cuatro cuadros miniatura, como los microrrelatos en literatura, donde se podían apreciar cuatro temas a la vez, uno por uno y sin esfuerzo.

–¡Qué sorpresa, esto si que no lo esperaba! –dijo la veinteañera mientras se acariciaba la larga coleta desde la raíz a las puntas–. Mira qué sensación de profundidad a pesar de que los cuadros no son grandes.

–Y esa perspectiva que parece tragarte para hacerte protagonista del tema de fondo ¡Venga, vamos a dejar nuestro voto!

A partir de ese día, las cestillas de Ovidio se nutrieron de votos y comentarios favorables. Al cabo de otro mes, él era el pintor número uno del ranking que el concejal de cultura había elaborado en una pizarra electrónica con el recuento diario de votos y opiniones.

el-inútil-tamaño-del-arte

 

Sin embargo, con el paso del tiempo Ovidio llegó a darse cuenta de que los compañeros artistas pintaban cada vez más rápido, lo que repercutía negativamente en la calidad de sus cuadros, pero atraía a los visitantes por el número de novedades, mayor que las suyas propias.

Este matiz inquietó a Ovidio pues empezó a perder puestos en el ranking y esa noche se paró a pensar en cómo podría solventar semejante afrenta.

Decidió que si al público no le importaba la calidad de lo que veía, pocas probabilidades de éxito iba a obtener esmerándose como lo hacía con sus obras, aunque fueran de un metro por un metro.

Quedaban tan solo cuatro días para el fin de la exposición, por lo que Ovidio debía actuar con rapidez para mitigar la diferencia que le separaba de los primeros puestos de la clasificación.

En un momento dado, en la mente del pintor se fraguó un nuevo diseño de sus obras. Trató de darles un tamaño tan reducido como el de sus compañeros, aunque limitando su poder creador para disponer de más tiempo y realizando imágenes más llamativas, coloridas e impactantes de forma rapidísima.

Pero el ranking seguía situándole en los puestos que no se hallaban en cabeza.

 

El último día del evento pictórico, Ovidio llegó un poco tarde a la exposición. Había dedicado tiempo a pensar en una salida digna.

Decidió esperar a que se acumulara una treintena de visitantes y se situó en medio del solar donde el murallón de tres paredes lucía las obras acumuladas de todos los artistas.

–“Fijaos en ese expositor gigante. Ahí figuran cuadros de mucha gente que ama lo que hace pero que tiene impresiones muy distintas sobre lo que debe ser el arte pictórico. Han sacrificado seguramente lo que les dictaba su mente creativa para caer en manos de un éxito multitudinario que por cierto carece de premio material. Han interpretado que el premio es el número aséptico de votos y de comentarios contenidos en una cestilla”.

–“Y todo para ocupar los primeros puestos de un ranking que no sirve para nada ni lleva a ningún lado. Es como pretender predicar en el desierto”.

–“Por eso les sugiero que en lugar de permanecer a un metro de esas bellas paredes se desplacen unos pasos hacia atrás para poder contemplar todas las obras a la vez. Vamos, les invito a que lo hagan ahora…”.

El público obedeció la instrucción y se separó de las tres paredes unos quince metros hacia el centro del solar. Desde allí pudieron admirar sobre todo la zona que correspondía a las primeras obras de Ovidio, que por su tamaño sobresalían del resto y ofrecían el mejor ángulo de observación.

–¿Qué os parece ahora todo el conjunto de cuadros? ¿Qué opináis?

Varios murmullos se dejaron oír simultáneamente tras las palabras de Ovidio. Un hombre de unos treinta años, vestido con camisa y vaqueros de estilo informal pero de marca, arrojó al suelo lo que le quedaba de cerveza, cruzó los brazos y al cabo de al menos medio minuto se dirigió a su pareja.

 

–¿Cuántas veces hemos venido por aquí, Mariana? ¿Tres en lo que va de mes? Nunca me había dado cuenta del efecto de los cuadros de este tal Ovidio vistos desde lejos. Si hubiéramos caminado un poco más y bebido menos, habríamos descubierto su genio. Esto es una pasada.

–Sí, querido –comentó la mujer que le acompañaba mientras apagaba de un pisotón su cigarrillo rubio–. Yo misma me distraje con las obras de tamaño más pequeño y ya no me quedaban ganas de andar buscando el mejor punto de observación de estos cuadros, la verdad. Todo un mérito para el artista.

La voz de Ovidio se dejó oír en aquel momento.

–Ahora solo les digo que, a su libre albedrío, voten y comenten mis obras si es que lo desean.

Siguiendo su terca tendencia, el ranking ni se movió a favor de Ovidio.

 

Al día siguiente, finalizada ya la exposición, el concejal de cultura y el alcalde entregaban diplomas honoríficos a los participantes, sin galardón económico alguno, aunque los artistas ya se daban por satisfechos por haber recibido gratuitamente todos los materiales necesarios para que cada cual ejecutara sus trabajos. Los veinte euros que habían estado pagando los visitantes por cada entrada habían reportado más de cien mil a las arcas públicas, dado el número de asistentes registrado en los tres meses de duración del evento.

 

El acto de cierre de la exposición incluía una petición colectiva a los presentes para que escribiesen en un papel su opinión sobre los cuadros que los participantes habían estado dibujando durante noventa días.

Dejo a continuación un resumen de algunas de las opiniones de aquel público:

–“A mi me ha cansado tener que recorrer los tres paredones viendo todas esas pinturas. Esperaba algo más de dinamismo, de movida, no sé”.

–“Mi marido dice que le han gustado más que ningún otro los trabajos de Ovidio Garcelán, con esos tamaños que te hacen suspirar y no sé qué más. Lo cierto es que a mi me han aburrido soberanamente”.

–“Me ha encantado ver las miniaturas de los artistas. El arte debe entregarse a la brevedad, como las obras literarias. Todas deberían ser relatos de menos de 2000 palabras.”

–“Me he distraído bastante con la exposición. Teniendo en cuenta que lo mejor estaba en la zona de las pinturas pequeñas, me alegra no haber perdido el tiempo contemplando esas obras gigantes de un tal Ovidio. No sé para qué se complican tanto algunos artistas ¿Qué quería? ¿Pintar la capilla Sixtina?”.

–“El detalle de los aperitivos a la entrada es genial. Con una cervecita en una mano y un canapé en la otra todo resulta más entretenido. Mi chica también se lo ha pasado pipa, aunque a ella le gusta más montar a caballo”.

En el interior del despacho consistorial, una conversación distendida entre el alcalde y el concejal de cultura les ha llevado a brindar con palabras sobre promesas en el horizonte.

–Qué bien nos va a venir la subvención europea esa –decía el alcalde a boca llena. Los entremeses a base de tartar de pescado con pimiento dulce asado, huevos rellenos de aguacate y paté de morcilla y piñones llenaban las tragaderas del regidor y del edil. Llevaban consumidas dos botellas de Champagne Louis Roederer, Cristal Brut 1990 Millennium Cuvee.

–Con lo recaudado de la exposición y lo que nos ha llegado de Europa en forma de generosa transferencia bancaria a la cuenta opaca–balbuceó el alcalde mientras masticaba–, podemos llevar a nuestras señoras de crucero por donde nos dé la gana.

–Durante medio año al menos –rió el otro.

 

Ahora bien, este simple narrador se hace una pregunta:

< Y de la promoción noble del arte y los nuevos artistas ¿quién se ocupa? >

 


 

Pues esto es todo de momento. Te invito a dejar tu comentario y a darle un like a esta historia si te ha gustado. No cuesta nada.

Salud y suerte a tod@s.

 

Nota: todas las imágenes publicadas en este post han sido desarrolladas desde la página: https://www.bing.com/images/create

 

14 Comentarios
  • Miguel Ángel Díaz Díaz
    Posted at 17:30h, 07 octubre Responder

    Un relato muy interesante, Marcos. Planteas una cuestión candente sobre el arte que se puede aplicar a muchas disciplinas: la del tamaño de la obra, o la duración si se habla de música, cine o literatura. La relación entre el tiempo que se dedica a apreciarla y disfrutarla, además del que emplea el autor para mostrar el pensamiento que hay en su obra y toda la gama de matices que desea presentar es un debate interesante.
    Al final das un giro en el relato que muestra otro tema radicalmente diferente, si el mecenazgo es algo que surge buscando un enriquecimiento personal, social y cultural o un mero trámite económico. Me quedo con el primero de los debates que planteas.
    Un fuerte abrazo 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 19:32h, 08 octubre Responder

      Estoy contigo en todo lo que expresas y añado que el tiempo es el principal enemigo de todo, porque siempre gana. Nos gana el pulso de la vida y nos invade con la premura inútil que nos obliga a dedicar muy poco a admirar el arte pictórico o el arte escrito o musicalizado. Es cada vez más necesario respetar la obra del artista, porque él o ella merecen una alabanza ya tan solo por el esfuerzo puesto en crear sus obras.
      Otro abrazo fuerte para ti.

  • Federico
    Posted at 22:22h, 23 septiembre Responder

    Al final, «los me gusta» alcanzarán todos los ámbitos de nuestra vida incluido el arte. Podría ser considerada una novela de ciencia ficción.

    • marcosplanet
      Posted at 11:14h, 24 septiembre Responder

      Muchas gracias por aportar tu opinión, Federico. Podría ser realidad lo de la novela, aplicando las consecuencias de los «me gusta» a todos los ámbitos.
      Saludos

  • Rocío Cala
    Posted at 13:14h, 20 septiembre Responder

    ¡Hola Marcos! Me parece realmente interesante tu relato porque en esta sociedad cada vez pasa más esto que cuentas en muchos ámbitos. El que más hace, se preocupa y se implica es quién menos obtiene. Simplemente porque el resto se pliega inmediatamente a hacer peor su trabajo con tal de que le den publicidad, por ejemplo.
    Creo que es un relato que tiene mucho de verdad y que se puede extrapolar a muchas situaciones.
    Un saludo.

    • marcosplanet
      Posted at 20:59h, 20 septiembre Responder

      Agradezco mucho tus palabras y tu tiempo al pararte a leer mi relato.
      En cuanto pueda me meto en tu blog.
      Saludos

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 02:19h, 17 septiembre Responder

    Hola Marcos, buena pregunta la que dejas al final, porque aunque Ovidio aceptó que su creatividad artística estaba en las miradas diversas de quienes iban a la exposición, el final del relato es una realidad palpable de hoy en día; los políticos solo van a engordar sus arcas. Un abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 07:27h, 17 septiembre Responder

      Así es por desgracia Nuria. Muchas gracias por tu tiempo y opinión.
      Un abrazo.

  • Marina Sánchez Jean
    Posted at 00:21h, 17 septiembre Responder

    Magnífico relato que plasma la cruda realidad, poco importa el arte y la cultura, salvo para el enriquecimiento de personajes sin escrúpulos. No se valora el trabajo y el esfuerzo, se premia la inmediatez y la mediocridad, en fin, una visión bastante realista del mundo actual

    • marcosplanet
      Posted at 07:28h, 17 septiembre Responder

      Muchas gracias por tu completo y grato comentario Marina. Espero verte más por aquí…
      Un abrazo.

  • Héctor Herrera Neira
    Posted at 14:22h, 16 septiembre Responder

    Muy original el relato. Me llamó la atención desde el principio la diferencia entre uno y otro artista: Ovidio comprende que su tarea es representar su creatividad, ajena a los vaivenes de un público inmediatista e ignorante, en tanto que el resto prefiere lo simple y dar en el gusto a su público. ¿Referencias a la realidad? No hay duda. Imaginativo y aleccionador,. .

    • marcosplanet
      Posted at 15:55h, 16 septiembre Responder

      Valoro mucho tu comentario, Héctor. Muchas gracias por compartirlo y por tu tiempo.

  • Rosa Fernanda
    Posted at 17:22h, 31 agosto Responder

    Has puesto el dedo en la llaga, querido Marcos.
    En la era de lo inmediato, de la imagen y la inteligencia artificial, cada vez importará menos el Arte convencional, donde el autor emplea su corazón, sus manos y muchas horas para llevar a cabo una obra pictórica que conmueva al espectador,…
    En cuanto a los políticos, hay que tener en cuenta, que la mayoría no tiene ni idea de lo que es el Arte, ni les importa más allá de la foto y la propaganda, además si también se pueden echar una sustanciosa cantidad a los bolsillos, mejor que mejor…

    • marcosplanet
      Posted at 19:16h, 31 agosto Responder

      Totalmente de acuerdo, Rosita. El afán de vivir a costa de los simples mortales está llevando al mundo a un desequilibrio que llegará a ser insostenible dentro de no mucho. Y los que vivimos en la realidad cruda, (el 90% de la gente) con tal de poder seguir disfrutando de nuestros pequeños placeres nos damos por contentos mientras los que están allá, muy arriba de nuestro mundo, continúan engrosando su ego y sus recursos
      Muchos Besos.

Publica un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »
Share This
×