29 Nov El mejor Maestro del mundo
Él era un hombre noble, había nacido así. Esa era una de sus múltiples virtudes, pero, entre todas, la que siempre había gobernado su vida. Su templanza resultaba balsámica para quien tuviese la fortuna de disfrutar de su cercanía. Oírle hablar era como escuchar una cascada limpia de manantial deslizándose rocas abajo para alimentar el cauce de un caudaloso río. Ese tono de voz lo recuerdan todavía hoy amigos míos que ya han sobrepasado muchas décadas de sus vidas.
Su dominio de la palabra ejercía un influjo, creo que incluso subconsciente, en todo aquel que le conocía.
Era el empleado perfecto desde que entró en la antes conocida como Compañía Telefónica Nacional de España. Superó el examen de acceso desde una formación de bachillerato jalonada por la experiencia en varios trabajos ya desde los catorce años. A esa edad fue aprendiz en una imprenta donde manejaba la linotipia, una máquina que mecanizaba el proceso de composición de un texto para ser impreso.
Cuando acudió a comprobar los resultados de la prueba para entrar en Telefónica, ya delante de los listados de aprobados y suspensos sin saber si lo había conseguido, empezó a mirar dese el último de los incluidos en la lista. Con un dedo un tanto tembloroso iba marcando un camino de esperanza a medida que ascendía en el listado desde las calificaciones más bajas.
En una posición ya bastante elevada encontró su nombre ¡Ahí estaba Teodomiro-Vicente! No podía creérselo a las primeras de cambio, porque Teodomiro era un hombre sencillo, acostumbrado al sacrificio callado y constante. No le habría importado pelear por un segundo intento o los que hubiesen sido necesarios hasta conseguirlo.
Su entrada en Telefónica le llevó a alcanzar puestos de responsabilidad con mando sobre personas. Todos los grupos de trabajo que dirigió formaban una gran familia en torno a él. Le llamaban “Papá Bermejo”, tal era su segundo apellido.
Se vivían otros tiempos, otros sentimientos, otra forma de trabajar en equipo. La solidaridad entre compañeros era lo más valorado, y más en un trabajo que requería la colaboración de muy distintas secciones, incluyendo equipos a pie de obra para soterrar complejos mazos de cables de telecomunicaciones. Los famosos “coaxiales”.
El departamento de transmisión y radio donde trabajaba Bermejo contaba con voluminosos equipos de conmutación y transmisión. El equipo de conmutación es el que interconectaba los circuitos dependiendo del número de teléfono marcado. Los equipos de transmisión conectaban la central con otras centrales telefónicas distantes.
La conmutación fue sustituida por dispositivos eléctricos que han evolucionado a los sofisticados sistemas digitales actuales. Pero entonces era lo que había y te maravillaba contemplar aquellos mamotretos cargados de cables, interruptores y clavijas.
Cada vez que entrabas en aquellas salas pisando su impecable suelo de linóleo, percibías un aroma inolvidable a barniz de barco, trementina y cera abrillantadora. Al menos yo lo asocio ahora a esas sustancias. Jamás abandonará ese recuerdo mi memoria.
La labor de Teodomiro se debe calificar como la del mejor maestro del mundo. Para mí que soy un sentimental sin remedio es la definición que más se ajusta a su talante, a su cálida y cercana manera con que trataba a la gente.
Cualquier información que supiera y pudiera ayudar a quien tuviese ante si, la transmitía con una fluidez que invitaba a no dejar nunca de escuchar su voz tan bien timbrada. De hecho, Teodomiro-Vicente habría podido destacar como presentador de radio o televisión tan solo por su gran voz. Es más, allá por los años sesenta del pasado siglo emitían un programa en la tele titulado “Cesta y Puntos”. Era un concurso de preguntas y respuestas presentado por el inolvidable Daniel Vindel, cuya voz y aspecto físico eran clavados al de Teodomiro.
Aquel programa de la sagrada televisión en blanco y negro formulaba preguntas culturales a los alumnos de distintos institutos de Bachillerato que competían para ver quién sabía más, una noble misión que animaba a los más jóvenes a leer, aprender, socializar… Algo muy sencillo entonces pero que hoy resulta casi impensable. Rogaremos por no perder nunca la esperanza de recuperar aquellos valores.
Hubo una etapa del trabajo de Bermejo que consistía en viajar entre las centrales telefónicas de los pueblos para solucionar problemas técnicos o logísticos con sus compañeros en cualquier lugar de la provincia. Aquellas centrales eran los famosos “Repetidores” de señal, que emitían y emiten hoy desde cerros y cimas de los montes tanto señales de radio como de televisión.
Allá donde desembarcara le recibían con buen ánimo porque sabían que el mejor maestro del mundo iba a solucionarles el problema.
Después de haber cumplido con su misión, a Teodomiro le gustaba mucho compartir una comida junto a sus compañeros en una de aquellas casonas de la Compañía Telefónica o en algún mesón del pueblo cercano.
Cada vez que comentaba sus viajes para atender una avería o cualquier anécdota de su trabajo, la gente le escuchaba con atención, y lo mejor de todo, aprendían.
Pero los mejores momentos que podían compartirse con él eran los disfrutados rodeado de su familia del alma, a quien protegía, amaba y veneraba. Una inteligencia preclara que le permitía adelantarse a cualquier juicio de valor que pretendiese hacer nadie sobre cualquier tema, sorprendía por su brillantez, aún si el asunto era un simple chiste. Su sentido del humor sarcástico, con un toque británico, aderezado con un lenguaje rico y a la vez matizado con la jerga local de la región manchega donde habitaba, hacían de él un compañero de tertulia muy, muy querido.
Su trayectoria en la vida le hizo pasar por momentos muy duros, como tanta gente ha tenido que sufrir en el mundo, claro, pero es que a él le tocó vivir una guerra responsabilizándose de dos hermanos menores teniendo tan solo 8 años. Pero él supo salir adelante, como tantos otros sí, enarbolando el estandarte del luchador nato que no se detiene ante la adversidad por más que esta le acose.
Ha cumplido su misión en el mundo con creces, con distinción y mención especial Cum Laude concedida por la gente que le quiere, que es la mayor distinción posible según lo veo yo.
Él nunca miraba para sí mismo en el sentido de buscar su bienestar personal pues su mayor felicidad era conseguir que los suyos disfrutaran de todo lo que él les pudiera ofrecer.
Viajes de fin de semana a los merenderos de un bosque, jugar al balón a la orilla de los preciosos ríos de La Mancha, escapar con toda la familia a un mesón de carretera o a un buen restaurante, conocer castillos, pueblos históricos, ciudades con mucho sabor tradicional de esas que tanto abundan en nuestra querida España, paisajes preciosos para fotografiar… estas y otras muchas eran sus actividades preferidas.
Desde bien joven fue amante de la lectura hasta el punto de que, según cuenta su esposa, mientras paseaban de la mano por cualquier calle perdida, él se detenía ante cualquier papel escrito tirado en el suelo que pudiera leerse.
¡Ah, su esposa! Teodomiro amaba a su esposa hasta el infinito. En las reuniones con la familia solía decir:
“Me queda el mérito de haberla elegido”.
Él demostraba asiduamente su adoración por ella dedicándole un trato exquisito, aceptándole cualquier propuesta, admirándola, respetándola. En eso vertía sus sentimientos con pasión, como hacía con todo lo que emprendía.
Recuerdo su gran interés por enseñarme a jugar al ajedrez. Para él era una de esas actividades que infundían conocimiento, el tesoro que más valoraba. Nunca agradeceré lo suficiente al mejor maestro del mundo aquellas clases practicadas en la agradable atmósfera del salón, donde tenía que hacer alarde de su encomiable paciencia conmigo, que no soy tan templado.
Un día su cuerpo decidió que no iba a funcionar más y su marcapasos dejó de cumplir su función. Pudimos gozar de su entrañable compañía unos días más tras la agresiva intervención quirúrgica y esos breves encuentros fueron el último premio que recibió el mejor maestro del mundo.
Me queda sin embargo el consuelo de que el último aliento le abandonó para elevar su alma a un altar donde pocas personas admirables podrán estar, pero Mi Padre ES una de ellas.
Bueno, pues hasta aquí mi recuerdo más sincero hacia una figura de una calidad humana inconmensurable. Gracias, papá por tantos años de felicidad.
Anabel Sánchez
Posted at 08:14h, 06 diciembreHe tenido que leer en diferentes momentos, no paraba de llorar. Me haces recordar a mí tío con mucha ternura, era una persona excelente, se hacía querer por su gran corazón. Gracias por tus palabras tan bien definidas hacia tú padre.
marcosplanet
Posted at 19:51h, 06 diciembreMuchas gracias a ti, querida Anabel. Me gusta mucho que hayas visto la personalidad de mi padre aquí reflejada.
Un abrazo muy fuerte.
Io
Posted at 23:28h, 04 diciembreQuerido Marcos
Me metí en tu blog y empece a curiosear para leer algún relato tuyo que tanto me gusta…..vi un título que enseguida llamó mi atención » el mejor maestro del mundo», no sabía de lo que iba, pero al poco de comenzar a leer, sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo…..era una bibliografía, homenaje a tu padre.
Marcos te diré, que me he emocionado mucho leyéndola, afortunadamente yo tuve el placer de conocer a tu padre y puedo dar fe de que era una maravillosa persona, lo recuerdo siempre cordial y atento, persona afable y de semblante bonachón.
Me ha encantado este precioso homenaje que se ve que has escrito desde el corazón.
No se puede dejar mejor legado en esta vida que tu presencia, valores, vivencias, enseñanzas….. perduren en el tiempo, en el recuerdo de tus seres queridos.
Preciosas palabras de agradecimiento y cariño te han brotado del alma.
Me ha encantado la sabía frase de » me queda el mérito de haberla elegido»….dice mucho de él.
Un fuerte abrazo Marcos
ARENAS
Posted at 15:43h, 29 noviembreMis abuelos se mudaron en 1972 a la planta baja de un bloque de viviendas ubicado en la calle Hernando de LLanos, en el ciudarrealeño barrio de Pio XII. Tremendas casualidades de la vida, en el piso tercero de aquel bloque habitaba el que por aquel entonces comenzaba a ser uno de mis mejores amigos, y que pocos años después paso a ser el «number one». Muchas veces subí aquellas escaleras sin ascensor en busca de mi amigo, y en el rellano, antes de llamar al timbre, siempre me encontraba una placa de esas que se colocaban en las puertas de las viviendas, con la intención de identificar al propietario o pater familias. Me tenía maravillado aquella placa. En negras letras sobre fondo dorado aparecía el siguiente e impresionante texto : T.V. Sánchez Bermejo.
Mi padre conocía bastante al padre de mi amigo, y me solía comentar que era muy parecido a uno de los presentadores de televisión más célebres de la época, Daniel Vindel. Así que yo, en aquellos infantiles 11 años, y por una extraña asociación de ideas, pase a deducir que en la placa de la puerta de casa de mi amigo, junto a los apellidos de su padre, Sánchez Bermejo, figuraba la que sin duda era su profesión, o, por mejor decirlo, aquello a lo que el buen hombre se dedicaba: la T.V.
Para mí este hecho constituía algo asombroso, pues siendo un teleadicto de aúpa consideraba que no había cosa mejor en la vida que trabajar en la T.V.
No conocía físicamente al padre de mi amigo. Los padres en aquella época estaban siempre trabajando. Nosotros siempre en clase o jugando, con lo que no había forma humana de coincidir. Esta circunstancia agrandó más aún si cabe el aura que para mí rodeaba a este señor..
Hasta que un buen día lo llegué a conocer en persona. Y debo confesar que su figura real no me decepcionó en absoluto. Ni siquiera cuando supe que aquellas siglas tan televisivas respondían en realidad a su estupendo y sonoro nombre compuesto: Teodomiro Vicente.
No solamente no me decepcionó, sino que descubrí en él a una persona realmente especial. Llamaba la atención su voz, efectivamente muy radiofónica (o muy televisiva). Pero por encima de todo destacaba su tono reposado. Era una de esas personas que, dijera lo que dijera, parecía que no podía decir nunca una tontería. Que meditaba y no improvisaba cada una de sus palabras. Que no decía las cosas por decir.
En fin, que a mí me encantaba escucharle aunque no trabajara en la T.V.
Rosa Fernanda
Posted at 14:02h, 29 noviembreY las tardes invernales de domingo, contándonos historias alrededor de la.mesa camilla, al abrigo del brasero…Y la inteligencia de hacer que las cosas fueran sencillas…Y su interés porque yo estudiará una carrera universitaria, o me formase para poder trabajar y ser una mujer independiente…Y su visión de las cosas, siempre aderezada por su potente imaginación.
Muchas gracias hermano, no podría estar más de acuerdo
marcosplanet
Posted at 14:56h, 29 noviembreUn abrazo muy fuerte.
Susana Sánchez
Posted at 13:08h, 29 noviembreQué forma más bonita de rendir homenaje a nuestro querido abuelo. Me has emocionado con cada uno de tus recuerdos, escapándose alguna lágrima y más de una sonrisa. Todavía me parece escucharle diciendo alguna de sus cariñosas frases. Sin duda, una persona ejemplar a la que admirar y acudir cuando se necesita motivación en el camino. Actitud perseverante e incansable. Con dedicación y sacrificio fue llenando toda una vida de éxitos, en lo profesional y en lo personal. Tuve la inmensa suerte de disfrutar de él durante toda mi niñez y aprender de él todo esos valores que tanto sigo admirando. Un inmenso GRACIAS papá, por mantener vivo el recuerdo del «abuelito» con un escrito tan GRANDE como lo fue él.