El Olimpo no puede esperar

 

El Olimpo no puede esperar

Antes de nada debemos comunicaros una novedad en la sucesión de episodios de esta saga. Vamos a abrir un paréntesis justo ahora, en el capítulo 21, de modo que en realidad no es la continuación del episodio nº 20 sino que hemos decidido publicar ya los últimos dos episodios. Lo que sucedía es que llevábamos publicadas en el blog unas cien páginas, pero en realidad el total que llevamos escrito ¡es de doscientas! por lo que preferimos dar ese salto en el tiempo, eso sí, haciendo un resumen de lo acontecido hasta ahora.

Cuando salga publicada la novela podréis ver la historia completa al adquirir el libro lógicamente. Es un proyecto que nos llena de ilusión escribir esta historia donde apenas dejamos un momento de respiro al lector por la cantidad de eventos que suceden.

Os dejamos pues con el resumen para que entendáis mejor de dónde partimos en esta nueva andadura, cien páginas más cerca del final.

Muchas gracias por seguir esta saga que se convertirá en futura novela si todo marcha como debe.

 

Resumen de lo anterior

 

En el Membrin, sede del Parlamento Geruso, un descubrimiento deja al país a los pies de los caballos pues han asesinado en un principio, al presidente Geruso Robin Vladivostok, a su clon y al jefe de seguridad del Membrin. Respecto a los clones del presidente geruso, los creados hasta el momento habían sido sonoros fracasos, por lo que Robin solicitó a los biotecnólogos españoles del CNIA de prestigio internacional, que le ayudaran con la obtención de un clon válido.

El presidente español en funciones Eurípides Pascal acuerda llevar a cabo lo relativo al clon de Robin en una reunión con este en el Membrin.

Unos días después del encuentro entre Eurípides y Robin, las investigadoras de la Sección B del CNIA Sonora Travis y Alejandra Torcaz, anunciaron en una reunión del grupo investigador que habían encontrado una vía alternativa para obtener las células troncales. Estas son las que permiten conseguir la huella exacta de la forma de ser de la persona clonada, lo que permitirá crear la copia perfecta.

Entre los diez somas del laboratorio del CNIA que darán origen a futuros clones, hay un cabecilla al que ya tiene identificado el equipo y al que llaman «El Maestro». Este entendía todo lo que decían los científicos por obra y gracia de un proceso automático de reconocimiento de idioma que su cerebro había desarrollado en unas pocas semanas. Una secuencia de ADN desconocida aún para los técnicos de la Sección B, había desatado el libre albedrío en ese cuerpo.

La inspectora jefe de la Comisaría Central del distrito nº 1 de Madrid, Guillermina Conrado, recibe información del jubilado director del Hospicio «Almas de Dios», donde un alumno desaparecido asesinó a dieciséis compañeros en los años ochenta, en el sentido de que Abdón Monegal, el ex mano derecha del ex presidente Nadal y acusado de ser su asesino, estaba vivo y coleando.

Los acontecimientos que se van sucediendo van haciendo plausible la idea de que «el asesino del disparate» puede ser un tal Hermenegildo Tornasol, miembro del partido granate e impulsor principal de la candidatura de Prometeo Nadal para que este sea reelegido presidente del gobierno.

El chef tres estrellas Michelin Amón Saccas, galardonado con media docena de premios internacionales, hace gala de ser el nuevo propietario del restaurante Bora-Bora que en otro tiempo regentó su amigo el cinco estrellas Michelin Arcediano Beltrán, fallecido por el brutal tajo en la yugular que recibió del ’asesino del disparate’. En el Bora-Bora se tejían trozos cada vez más grandes de la inmensa red de contactos que gobernaba España y parte de Europa.

José María Índigo, Josemi para los íntimos, futuro presentador del primer programa de “El fantástico show de la vida 5.0”, ha quedado marcado por un atentado que ha podido costarle la vida. Hermenegildo, el asesino del disparate ha sido el autor.

Una bomba informativa que también conoce el chef Amón, llega a los oídos de los periodistas de «El Heraldo del Tiempo» Mateo y Ploteo: el «Asesino del disparate y miembro del partido en el gobierno es el padre de Prometeo Nadal, su impulsor desde que su hijo entró en la política.

 


Esta nueva andadura comienza con la aportación de:

(Arenas):

 

El día de su nombramiento en 1989 como primer presidente revolucionario tras derrocar a los zares, Leonidas Maskarov declaró solemnemente que el Nuevo Estado Geruso se regiría por los sagrados principios de libertad, igualdad y fraternidad. La organización interna del Membrin no podía quedar atrás. Por eso, ya que todos los miembros del nuevo órgano de poder por debajo del presidente, el Politburó, iban a ser hombres, prohibió que el género masculino ejerciera también los oficios relacionados con el mantenimiento y ornato del palacio presidencial. Dictó un decreto ordenando que estas labores fueran realizadas a partir de entonces en exclusiva por mujeres. Para equilibrar el organigrama palaciego.

Así, de un día para otro destituyó a jardineros, pintores, ebanistas, electricistas, plomeros y encofradores, ocupando su lugar jardineras, pintoras, ebanistas, electricistas, plomeras y encofradoras.

De ahí que muchos años después fuera la fontanera de palacio la que aquella mañana se dio de bruces con el pastel. Por eso y porque la Encargada-Jefe de Mantenimiento le pasó un parte de trabajo referido a los sacrosantos aseos presidenciales. El retrete privado ubicado dentro del despacho de Robin Vladivostok estaba atascado de heces fecales hasta arriba. Era necesario arreglarlo con urgencia, no se podía tener así al presidente.

Cuando la fontanera, que atendía al nombre de Natasha, llegó a la antesala del despacho presidencial para realizar su cometido, apareció ante sí una sobrecogedora visión. A escasos metros del cuadro de Nikitin “El desafío de los constantes” encontró tumbado en el suelo a quien ella creyó ser el mismísimo presidente Vladivostok. Conviene aclarar que entre los escasos conocedores de la existencia del clon presidencial no se encontraba el Servicio de Fontanería de palacio.

La buena mujer se arrodilló, estremeciéndose al comprobar que el desvanecido “presidente” no tenía pulso. ¡Muerto, parecía muerto! Alarmada, con el corazón acelerado, resolvió que debía avisar de inmediato a los servicios médicos de palacio utilizando el teléfono más cercano, que era el ubicado en el despacho presidencial.

Penetró rauda en el mismo con esa intención, pero por el rabillo del ojo creyó ver algo extraño. Giró la cabeza para corroborarlo, y quedó paralizada de horror. En un lateral del despacho yacía de nuevo el cuerpo de Robin Vladivostok. ¡El mismo que acababa de ver en la antesala!

¡El presidente muerto por partida doble!, ¿estaba dentro de una pesadilla?, se clavó las uñas en el brazo para comprobarlo, ¡despierta, no había duda! ¿Le estaban jugando sus sentidos una mala pasada? Sí, eso tenía que ser.

Salió nuevamente a la antesala del despacho con la esperanza de que no iba a volver a ver lo que había visto, ¡pero allí seguía el cuerpo del presidente Vladivostok!, tumbado al lado de ese enorme cuadro que a ella siempre le había parecido horroroso.

Muy despacio, casi de puntillas, como si no tuviera voluntad real de hacerlo, penetro por segunda vez en el despacho presidencial, tapándose la cara con las manos, mirando entre los huecos que dejaban sus dedos…

¡Por Dios, aquello no podía estar ocurriendo! Por si no fuera bastante con un sátrapa en palacio, había dos, ¿o es que el presidente tenía un hermano gemelo? ¡Y encima daba la casualidad de que los dos habían muerto a la vez! Comenzó a negar ostensiblemente con la cabeza, intentando poner orden en sus pensamientos. Pero ocurrió todo lo contrario, porque al realizar tan exagerados movimientos advirtió medio tapado por una cortina un tercer cuerpo yacente. ¿Otra vez el presidente?, se preguntó medio enloquecida.

Pero no, lo que vio al descorrer la cortina resultó mucho más dramático todavía. ¡Era Boris Pelenoff!, y no había duda de que estaba muerto, el horrendo rictus de su semblante lo certificaba.

La fontanera de palacio pudo soportar “la muerte por partida doble del presidente de la nación”, pero no la de su jefe de seguridad, porque aquel hombre era su amante, su amor secreto. Boris Pelenoff y ella llevaban meses ocultando su romance palaciego, pero justamente la noche anterior él le calzó a ella un anillo en el dedo y le pidió matrimonio, prometiendo que en la boda serían sus arras los entorchados del brigadier Torrobouski.

Roto de dolor, el corazón de Natasha se detuvo para siempre, cayendo fulminada sobre su difunto amado. Antes de expirar, consciente de que moría, tuvo un curioso pensamiento: ¡Mira que es mala leche!, a ver por qué este lugar se ha tenido que convertir hoy en vórtice de la muerte.

La fontanera de palacio no vivió para comprobar que su pensamiento era algo exagerado, porque media hora después de abandonar este mundo, uno de los yacentes con que se había topado resucitó. Una vez despierto se incorporó, miró a uno y otro lado confundido, se dirigió con parsimonia al sillón presidencial, tomó asiento y trasteó en el mando del respaldo. Cuando encontró la posición que le pareció más cómoda, comenzó a meditar.

 

Guillermina Conrado Luque aguardó unos días hasta pasarse por el hospital y visitar a su tórrido amante, el doblemente renacido José María Índigo. La brillante inspectora policial necesitaba verle con urgencia, pero el delicado posoperatorio del showman recomendaba esperar a que saliera de cuidados intensivos y pasara a planta. La necesidad de visitarlo no estaba motivada en esta ocasión por los “asuntillos” turbios que ambos se traían entre manos.

–Josemi, te encuentro mejor de lo que esperaba. Siempre me ha impresionado tu fortaleza física. ¡Tienes más de siete vidas, ladrón! No, en serio, he temido por ti, las noticias iniciales sobre tu estado no eran nada esperanzadoras.

–Pues verás Guillermina, te voy a ser sincero. Supe en todo momento que ese chalado no iba a acabar conmigo. No se lo podía permitir, justo ahora que estoy tan ilusionado con el giro que está dando mi vida.

–Repito que te veo fenomenal. Hasta te han descubierto ya la cicatriz, en nada te dan el alta.

–No creas, todavía estoy algo débil, pero las ganas de recuperarme mueven montañas.

–¡No ha nacido todavía quien pueda acabar contigo! Por cierto, te queda bien sexy esa cicatriz, qué ganas me dan de pegarte un chupetón.

–Pues no te quedes con las ganas –respondió Índigo picarón–.

–¡José María, no me tientes! No lo hago porque tengo un poquito de cabeza, aunque a veces no lo parezca –los dos rieron con gana–.

–Bueno venga, dispara –propuso Índigo–. Sé que además de visitarme la follamiga más lujuriosa que tengo, lo hace la inspectora jefa más importante de Madrid.

–¡Y parte del extranjero! –repuso Guillermina guasona– Pues sí querido, durante unos minutos debo ejercer mis obligaciones policiales. Hasta hoy no lo he hecho por no perturbar tu paz.

–Sin problema, Guillermina, estoy en perfectas condiciones para contarte todo, ¡y te adelanto que te vas a caer de espaldas!

–¿Pudiste identificar a tu agresor?

–Antes que hablar de eso te voy a soltar una bomba. El que me clavó la navaja es tu asesino en serie.

–Te estás quedando conmigo ¿verdad?

–En absoluto, estoy bastante convencido de ello, porque antes de asestarme el tajo en el cuello me soltó lo siguiente: “Es necesario cometer este disparate. Necesito su buena fama para reequilibrar el orden universal”

–¿Estás de cachondeo?

–No, Guillermina, no. Fue literalmente lo que me dijo. Se me ha quedado grabado a fuego en el cerebro.

–Esto no será una cámara oculta que me estáis haciendo tú y tus guionistas…

–Lo mismo pensé yo cuando vi que el fulano ese me iba a clavar la navaja en el cuello. Pero no, Guillermina, te estoy diciendo la verdad.

–En el supuesto de que fuera así, y subrayo, en el supuesto de que fuera así, que me cuesta trabajo creerlo, esto embrollaría más el caso del asesino del disparate.

–¿Qué quieres decir?

–Verás, barajamos la posibilidad de que existan dos asesinos en serie, uno sería el que llamamos “del disparate”, que presuntamente mató a María Rojas, Ernesto Mocentes y el presidente Nadal, y otro el que asesinó a Milagros Mercé, la presentadora de televisión más importante del país, imitando al primero en lo del mensajito Ahora te han intentado matar a ti, el más célebre showman de todos los tiempos. Conexión existe sin duda, ¿pero qué conexión?, ¿quién hay detrás de tu intento de asesinato?, ¿el asesino de la Mercé, o el del disparate? Josemi, necesito que pases por Comisaría cuando tu salud lo permita para identificar al agresor. Porque le verías la cara, ¿o iba disfrazado? Necesitamos descubrir su identidad con urgencia, antes de que cometa otro asesinato. Utilizaremos los más avanzados programas de reconocimiento facial…

–¡Guillermina, calla un poquito que pareces una locomotora!, deja que acabe de contarte todo. Verás querida, lo que pides no va a ser necesario.

–¿Por qué?

–No sé si conoces personalmente a mis guionistas, los grandes escritores Toni Terra y Marcel Santiez. Ellos se han adelantado ya a la jugada.

–¿Cómo?

–El día del suceso estaban esperándome en CRONOS TV para preparar los guiones del piloto de mi programa. Como no pudo ser, y puesto no quiero retrasos en mi regreso a la tele, me han estado visitando estos días para adelantar trabajo

–¡Vaya!, y yo no viniendo antes para no molestarte.

–Gran parte del éxito de mis viejos shows se debe a ellos. Nada se les escapaba, se convirtieron en los mejores documentalistas del país. Si un personaje que iba a asistir al programa tenía un secreto que ocultar, ellos lo descubrían, por eso siempre me salían redondas las entrevistas. Tras dejar de trabajar para mí, siguieron haciendo crecer sus archivos, porque su labor como escritores de campanillas lo exigía. Actualmente sus fondos documentales, ya totalmente digitalizados, son los mejores del país. Resumiendo, que no te quiero aburrir. Ayer, aquí mismo, cruzamos mis nítidos recuerdos sobre los rasgos de ese individuo con los datos y metadatos de sus fuentes documentales, y dimos en una hora escasa con la identidad del que me intentó asesinar.

–¡Por Dios bendito, José María!

–Por Dios bendito, Guillermina –repuso Índigo con sorna–, tu asesino en serie, al menos uno de ellos, se llama Hermenegildo Tornasol, miembro destacado de los cloacas y bajos fondos del partido Granate. Uno de sus más discretos y desconocidos conseguidores, y probablemente muchas cosas más.

–Eres tremendo, te voy a nombrar mi ayudante con derecho a roce.

–Ya puedes ponerte a localizarlo. Lo que no sé es qué te vas a encontrar, le metí un buen jinchonazo en el vientre. Antes de perder el sentido me dio tiempo de ver cómo enrojecía por segundos su camisa.

–Esto va en contra de todos mis protocolos de actuación, pero me largo rápidamente a Comisaría para iniciar la búsqueda de ese sujeto.

–¿Y te vas a ir así?, ¿no me vas a dar un besito en la cicatriz?, creo que me lo he ganado.

–Josemi, no me tientes.

–Tú te lo pierdes.

–¿Puedo?

–Prueba…

Guillermina se acercó al cuello de Índigo y comenzó a besar la cicatriz con dulzura. Dulzura que pronto se convirtió en arrebato. La inspectora, con creciente sofoco, se desprendió del holgado vestido veraniego que la cubría. Siendo su costumbre no hacer uso de ropa interior, quedó desnuda encima del showman, cuyos ojos felices y felinos miraban y de mirar no se cansaban. Las formas gorditas y habladoras de Guillermina le volvían loco. Sin mediar palabra comenzaron la acompasada coreografía de un morboso polvazo.

–¡Guillermina, en cualquier momento va a pasar la enfermera! –dijo entre risas y jadeos el convaleciente presentador–.

–¡Mmm!, te gustaría, ¿eh? A mí me encantaría, que pase y se una a nuestro retozo. ¡Llámala!, toca la pera.

–¿La pera?, no querida, tengo bastante con las tuyas.

–¿Y tú eras el que estaba algo débil?, ¡te voy a comer entero!

En el loco frenesí del momento, Guillermina acabó dando el bocado que tanto deseaba en la fresca cicatriz de su amante, ante lo cual este emitió un tremendo chillido.

–¡Ay Guillermina!, qué daño me has hecho.

–¡Joder!, creo que se te ha soltado un punto –exclamó la Conrado, mientras de la cicatriz de Índigo comenzaba a brotar un hilillo de sangre–. ¡Por Dios, toca la pera!

–No sé cómo lo haces, querida, pero siempre te acabas saliendo con la tuya –sentenció Índigo mientras comenzaba a partirse de risa.

En las oficinas del Heraldo del Tiempo los ex plumillas Mateo y Ploteo debatían sobre un espinoso asunto.

–Guillermina es mi heroína, Mateo. Desde que la conocimos supe que era especial y distinta. Ha depositado en nosotros toda su confianza, nos ha pasado información fundamental para nuestras crónicas y editoriales, y lo que nos pidió a cambio fue casi nada. Que nos convirtiéramos en sus ojos dentro del Congreso de los Diputados, solo eso. ¿Y ahora se la vamos a jugar a las primeras de cambio?

–Ploteo, a mí me ocurre exactamente igual que a ti, y tengo también a la Conrado en un altar, pero sabes que no podemos hacer otra cosa. Si Amón nos ha exigido que no filtremos a nadie lo que nos ha contado, en ese “nadie” no hay excepciones. Se trata de información muy comprometida. Ya sabes a qué niveles se mueve el chef. Secretos de Estado. Si incumplimos lo prometido la podemos cagar a base de bien.

–Mateo, con esa información en su poder, Guillermina podría resolver el caso del asesino del disparate y se haría al fin justicia. ¿No crees que contándole lo que sabemos defendemos un bien superior?

–Desde luego que sí, lo que no defenderíamos sería nuestra propia integridad física. Ploteo, estamos flirteando con los submundos del poder, y un resbalón en esos territorios supone caer directamente en la más abisal de las simas.

–Me siento fatal con esto –afirmó triste y cabizbajo Ploteo–.

–Lo sé, pero no le des vueltas, a estas alturas de la película debemos tener paciencia –al acabar de pronunciar Mateo esta frase, comenzó a sonar su teléfono móvil–. Qué casualidad, es Guillermina, perdona, voy a ver qué quiere. Lo pongo en manos libres para que la escuches tú también… Sí inspectora, ¿Qué se le ofrece?

–Hola Mateo –saludó la Conrado exultante al otro lado de la línea telefónica–. Quiero que os paséis Ploteo y tú esta tarde por Comisaría, tengo para vosotros una noticia bomba relacionada con la identidad del asesino del disparate, ¡quiero que seáis los primeros en saberlo!

 

Las caras de culpabilidad y desolación de Mateo y Ploteo en Madrid, eran solo equiparables en ese instante y en todo el planeta a las de tres individuos que se encontraban a 4.113 kilómetros de distancia de ellos. Eran los máximos dirigentes del Politburó geruso, Andreas Klaus, Ivan Achilipú y Jorgíades Kasachow.

Asistían atónitos a la dura reprimenda que les estaba infligiendo quien hacía unos instantes se acababa de recuperar súbitamente de un leve escacharramiento, el clon de Robin Vladivostok.

Klaus, Achilipú y Kasachow se miraban sin saber qué diablos había ocurrido allí, y sobre todo, ¿quién era el que se dirigía a ellos en esos términos, Robin o su clon?

–¡Os he hecho venir para que lo veáis por vuestros propios ojos!, ¡asesinados delante de vuestras narices!, ¿me queréis contar cómo ha podido suceder algo así en el edificio con mayores medidas de seguridad de la Tierra?  Una vez muerto el Jefe de Seguridad, os hago responsables directos de esta masacre –afirmó vociferante el clon de Robin, variando de repente a un tono fingidamente lastimero–. ¡Ahí los tenéis!, el fiel Pelenoff, la dulce fontanera de palacio y mi propio clon, ¡pobrecitos! Debéis descubrir quién ha asesinado a estos infelices.

Lo jerarcas tenían claro que debían aguantar el chaparrón. Sabían que un clon de última generación era indistinguible del sujeto clonado a todos los efectos. Solamente existía una diferencia, el injerto biogénico. Se hacía necesario ganar tiempo, seguir la corriente al que decía ser Robin y practicar cuanto antes al fallecido una autopsia.

–Presidente Vladivostok –dijo al fin Andreas Klaus–, no se preocupe, corre de nuestra cuenta el inmediato esclarecimiento de los hechos, el arresto de los responsables y la adopción de severas medidas para que no vuelva a ocurrir.

–Eso espero, el porvenir de vuestros cargos depende de ello.

 

La mañana siguiente, los tres jerarcas del Politburó se reunieron secretamente. Estaban consternados. La autopsia se había practicado ya, y era concluyente. En el cadáver no había ni rastro del injerto biogénico, lo que dejaba claro que el asesinado aquella infausta mañana era el muy Excelentísimo y Reverendísimo Señor Robin Vladivostok y Ussía, presidente y líder supremo de todas las Gerusias.

La disyuntiva era tremenda, y tenían muy poco tiempo para tomar una decisión.

–Queridos camaradas, de esta reunión debe salir una decisión fundamental para nuestra Patria –comenzó a exponer Andreas Klaus con rostro tremendamente circunspecto–. Debemos elegir entre lo malo o lo peor: hacer público que el presidente ha sido impunemente asesinado, desactivando de inmediato al clon, que ahora mismo anda libremente por palacio haciendo de las suyas, o bien ocultar el magnicidio, hacer como si no hubiera pasado nada y mantener sine die al clon al frente de nuestro gobierno.

–¡Esa segunda alternativa es una absoluta locura! –exclamó indignado Jorgíades Kasachow–.

–¡Estoy contigo, Jorgíades! –afirmó tajante Iván Achilipú–. Andreas, cómo puedes proponer que engañemos a nuestros súbditos de esa manera y que hagamos una pantomima de ese calibre. Recuerda además lo que nos contó la doctora Alejandra Torcaz hace días. Los clones están dando problemas de funcionamiento, incluso en España. Permitir que un ejemplar con defectos presida Gerusia, puede acarrear consecuencias desastrosas. Es impredecible el comportamiento que en un momento determinado pueda presentar. No concibo que la solución a esta horrible crisis sea poner el país en manos de un robot, por muy humano que parezca.

–Muy bien, olvidemos esa alternativa, solo nos queda la primera –dijo Klaus empleando un tono teatralmente irónico–. Esta misma tarde comunicaremos a través de los informativos del planeta que el presidente ha sido asesinado en su despacho del Membrin delante de las narices de su jefe de seguridad, sin que el Politburó y los servicios secretos hayan olido el atentado. Reconoceremos públicamente el error cometido y dimitiremos de todos nuestros cargos. ¿Es eso lo que queréis?

–¡Hombre Andreas!, no seas tan drástico –repuso Kasachow visiblemente sonrojado–, puede haber un término medio.

–¿Término medio? –inquirió Klaus–, ¿hablas de términos medios en Gerusia? Sabes perfectamente que en el Membrin las cosas son blancas o negras, no hay grises. O dimitimos de manera honorable y guiados por “nuestro altísimo sentido del honor”, o la muchedumbre incontrolada nos echará a gorrazos.  No descartéis que el conocimiento popular del impune y vergonzante asesinato de Robin acabe en una nueva rebelión de las masas…

Al terminar de pronunciar estas palabras, comenzó a entreabrirse de forma lenta la puerta del despacho en el que secretamente estaban reunidos los tres jerarcas, que se miraron con extrañeza y preocupación, sin saber qué ocurría. Durante unos segundos nadie aparecía tras la puerta, hasta que poco a poco fue asomando una cabeza.

–¡Queridos amigos! –comenzó a decir con retranca el clon de Robin mientras entraba en el despacho sonriente–, sois unos pillines. ¿os habéis reunido sin decirme nada?, ¿es que me queréis ocultar algo? Aunque hablabais bajito os he oído, truhanes, ¿decíais algo de tomar una decisión trascendental?

–No, por Dios, ni mucho menos –contestó nervioso Klaus– debatíamos sobre temas menores…

–Sí, sí –remachó Achilipú–, hablábamos sobre la subida de las tarifas ferroviarias…, la implantación de la tasa por el uso de las playas…  ¡cosas de ese tipo!

–¡Aaah, vale! No me estaréis engañando, picarones –inquirió el clon empleando un tono fingidamente infantil–, he escuchado también algo de una rebelión.

–¿Rebelión? –preguntó con el rostro desencajado Kasachow–, ¡ah sí!, porque consideramos que la implantación de las medidas de las que estábamos hablando se revelará como muy positiva para las arcas públicas…

–¡Aaah!, revelar/rebelión, claro, claro. Estupendo, celebro que mantengáis las cabecitas ocupadas en proyectos beneficiosos para la Madre Patria. Vuestros desvelos serán recompensados. Bueno, os voy a dejar, que me duele un poco la cabeza y no estoy para problemas. Porque no hay ningún problema ¿verdad?

Antes de responder, Andreas Klaus miró fugazmente a sus dos compañeros del Politburó. En la interrumpida conversación anterior a la llegada del clon, abogaba por la pantomima del mantenimiento de este como presidente. Sus irónicos comentarios no dejaban lugar a dudas. Necesitaba saber que Achilipú y Kasachov estaban de acuerdo. Buscaba desesperadamente algún gesto de asentimiento hacia su solución. Pero no fue necesario.

–Querido Robin, no hay problema alguno –afirmó con rotundidad Achilipú–, además, aprovecho este momento para proclamar nuestra absoluta lealtad a tu persona y hacia todo lo que decidas en relación con los últimos y terribles acontecimientos.

–Oh muchísimas gracias –respondió el clon-–.

–Así es Robin –añadió también firme y rotundo Kasachow–, nos tienes a tu total disposición para todo lo que gustes mandar, nuestra fidelidad hacia ti es inquebrantable.

–Oh muchísimas gracias.

–Pues si os parece, y aprovechando que estamos reunidos los cuatro –dijo Klaus ya mucho más tranquilo, sabedor de que sus compañeros aceptaban su solución–, me gustaría que tratáramos un asunto urgente y de importancia. El nuevo presidente español, Eurípides Pascal, ha solicitado que le recibas la semana próxima en visita oficial, creo que pretende revalidar la buena sintonía que tenías con su predecesor, ¿lo ves oportuno, Robin?

–Oh, muchísimas gracias.

–Presidente, ¿te ocurre algo? –preguntó Klaus estupefacto mientras a Kasachow y Achilipú se les demudaba el rostro–.

–Que no tontos, ¡estoy de broma! –respondió el clon mientras se partía de risa delante de las narices de los tres altos jerarcas–.

 

Guillermina Conrado era la mejor en lo suyo, una profesional como la copa de un pino, seria, rigurosa, enormemente trabajadora. Por eso le repateaba tener que dar por cierto sin más lo que le había contado José María Índigo. Por muy brillantes que fueran Toni Terra y Marcel Santiez, ella lo era más, pensaba. Se resistía a no investigar detenidamente y con sus propios métodos todo lo que había conocido gracias a su ardoroso amante. Pero no había tiempo para ello. Pidió al juez de guardia que firmara una orden de registro del domicilio de Hermenegildo Tornasol.

Sin duda se enfrentaba a un profesional avezado. No haber hallado ni rastro de sangre en el lugar de los hechos o sus inmediaciones tras el navajazo que Índigo decía haberle asestado, lo demostraba.

La inspectora estaba convencida de que no lo encontraría en el domicilio. Era evidente que no se iba a dejar atrapar con facilidad. A buen seguro estaría oculto en algún escondrijo, pero por algún sitio había que comenzar las pesquisas. Tal vez en su casa hubiera alguna prueba de las fechorías perpetradas.

Guillermina y el sargento Pereira estaban al frente del reducido dispositivo policial. Se trataba de no hacer demasiado ruido, no ahuyentar al asesino si es que por suerte se encontraba oculto en la vivienda. Repartió entre los miembros de su equipo policial varias fotografías de Hermenegildo, advirtiendo que si por los alrededores veían alguien mínimamente parecido lo detuvieran de inmediato.

La residencia de Tornasol se ubicaba en el madrileño barrio de la Fuente del Berro. Era una amplia y bonita casa unifamiliar de dos plantas. La puerta principal tenía acceso directo desde la calle, lo que facilitaba la actuación de los policías al no ser necesario saltar muros ni tapias. La inspectora decidió que iba a comenzar el operativo haciendo lo más sencillo, llamar al timbre, a ver qué ocurría. Al no obtener respuesta alguna, vio llegado el momento de echar abajo la puerta, lo que hizo auxiliada por dos de sus más fornidas agentes.

Inmediatamente un intenso, rancio y picante olor invadió la atmósfera. Un repugnante hedor que hizo a todos llevarse la manga del uniforme a la nariz. A todos menos a Guillermina, que penetró decidida en la vivienda mientras los demás se quedaban atrás pensándoselo dos veces. La inspectora les ordenó que se desperdigaran, repartiéndose las estancias para descubrir el origen de esa peste a muerto.

–Inspectora, por favor, venga para acá. Lo hemos encontrado –gritó una de las agentes al abrir la puerta del dormitorio principal de la planta de arriba–.

Lo que más impresionó a la Conrado no fue la multitud de insectos y larvas que poblaban la estancia, ni el avanzado estado de descomposición del cadáver que yacía sobre la cama, cuyo rostro comenzaba a resultar irreconocible. Tampoco la enorme mancha de sangre reseca que lo rodeaba, inundando el suelo circundante. Lo que la dejó verdaderamente conmovida fue que, pese al lamentable estado del cuerpo, su cara permanecía aún iluminada por una franca sonrisa. Una sonrisa que transmitió a todos los presentes una paz infinita.

Guillermina se marchó del macabro lugar turbada por la desconcertante sensación de que fuera quien fuera aquel sujeto, antes de morir se había sentido feliz.

 

Cuando en la clínica Private-Corp recibieron la inesperada visita de Severiana Rocamora, su director médico, Regino Sainz, se puso un tanto nervioso. ¿Qué hacía la máxima mandataria del CNIA rebajándose a visitar un organismo auxiliar? Al fin y al cabo la clínica era un mero taller de reparación de clones, y las relaciones con el CNIA se circunscribían a sus biotecnólogos.

Años atrás la reparación de clones averiados se realizaba en la Sección B del CNIA, pero dado el elevado volumen de trabajo se hizo necesario crear un organismo especializado y con cierta autonomía que se dedicara en exclusiva a dichas tareas, por desgracia más habituales de lo deseado.

Desde su puesta en funcionamiento, en Private-Corp eran reparados todos los clones en uso. Normalmente se devolvían de forma inmediata a la Sección B para que esta se encargara de reinsertarlos a la vida cotidiana. Era el caso, por ejemplo, de la reina Fabiola II, que recientemente había visitado la clínica para unos arreglillos y ya estaba de vuelta en sus cometidos regios, con esa campechanía suya tan característica.

Otras veces, después de reparados permanecían en la clínica por tiempo indefinido y hasta nueva orden. Ese era, sin ir más lejos, el caso del clon de Prometeo Nadal. Tras ser “asesinado” en el programa de la Mercé lo trasladaron a Private-Corp, se reparó y ahora permanecía en estado latente hasta que volviera a ser necesario su uso.

También era el caso del clon de Abdón Monegal, robado en la morgue de Guillermina Conrado   por el agente especial de la Sección B Siberio Puga, tras descubrir su director operativo, Claudio Morgandas, que los científicos Pérez y Poveda lo habían fabricado a espaldas de la organización.

–Regino, observo con agrado que tenéis muy cuidadas las instalaciones, han mejorado muchísimo desde el día que vine a inaugurar la clínica. Se nota el generoso presupuesto que desde el CNIA os asignamos cada año –dijo Severiana con voz contundente–.

–Nunca podré agradecer el esfuerzo que desde el CNIA se realiza cada año incrementando nuestra partida –respondió Sainz satisfecho–.

–Me encargo personalmente de ello. Si fuera por el rata de Morgandas, cada ejercicio se os recortaría sensiblemente la asignación.

–Caray, no sabía… –repuso Sainz visiblemente contrariado–, en ese caso reitero doblemente el agradecimiento.

–No te negaré que recibo fuertes presiones para que aprobemos la creación de una red de clínicas de ámbito estatal dedicadas al mantenimiento de los clones. Eso supondría repartir el presupuesto asignado a Private-Corp entre todas ellas, pero yo siempre me niego a tal cosa.

–No, sabía…, siendo así vuelvo a reiterar mi agradecimiento.

–Y por qué en lugar de reiterar cansinamente tanto agradecimiento no haces algo por mí.

–Señora Directora, lo que esté en mi mano lo haré gustoso.

–En realidad son dos cosas las que te voy a pedir. Mantenéis en estado latente al clon del presidente Nadal, ¿no es cierto?

–Así es, señora, totalmente reparado tras el triste atentado que sufrió, esperando órdenes de nuestros superiores de la Sección B para ser entregado directamente a don Claudio Morgandas si deciden ponerlo de nuevo en uso, o en caso contrario destruirlo definitivamente.

–Y también el de Abdón Monegal.

–Sí señora Directora. En este caso tres cuartos de lo mismo…

–Muy bien, muy bien…, pues vengo a llevarme a los dos.

–¡Pero señora Directora, eso es imposible!, yo me debo al escalafón jerárquico. Nuestro jefe es don Claudio, dependemos directamente de la Sección B, no de usted. Solo él lo puede reclamar, ya conoce nuestras normas de funcionamiento, dictadas por el propio CNIA.

–¡Dejate de escalafones jerárquicos y normas de funcionamiento!, tú trabajas para la Sección B, y la Sección B trabaja para mí, punto.

–Señora Directora, con todo respeto, si la Sección B trabaja para usted, ¿por qué no ha venido don Claudio a por los clones?

–¿Te vas a poner a hacerme preguntitas?

–Señora Directora, antes de acceder a lo que me pide debo comunicarlo y pedir autorización a don Claudio, son las normas.

–¡Y dale con las normas!, muy bien, haz lo que consideres oportuno, pero atente a las consecuencias. El próximo año vuestra asignación económica desaparecerá como por arte de magia de los presupuestos del CNIA.

–Señora Directora, no puede hacer eso de un año para otro, nos veríamos obligados a cerrar la clínica, ¿dónde se iban a reparar los clones? No la considero capaz de semejante barbaridad.

–Veo que no me conoces bien, Regino. Tú no sabes de lo que yo puedo llegar a ser capaz. Repito, me voy a llevar los clones, y Claudio no debe enterarse de nada o arrasaré Private-Corp de la faz de la tierra.

–Todo esto me está resultando realmente embarazoso, señora Directora, pero se hará como usted disponga –concluyó Sainz cabizbajo, totalmente vencido, comprendiendo que la situación le sobrepasaba–. Daré orden para que preparen los clones, ¿los trasladamos a las dependencias del CNIA?

–¡Ni pensarlo!, que los introduzcan en cabinas transportables de esas tan caras que os compramos el año pasado. Me los llevo yo misma, digamos que… que a mi chalet de Cercedilla, pero no te lo creas demasiado, por tu bien prefiero que te mantengas ignorante del destino de esos dos.

La hermosa casa del barrio de la Fuente del Berro en la que habitaba desde hacía años Hermenegildo Tornasol, estaba situada a veinte minutos andando de los estudios CRONOS TV. Sin embargo, la noche del intento de asesinato de Índigo el moderno Jápeto tardó casi el doble en cubrir dicho trayecto. Es lo que tiene llevar un navajazo en plena barriga.

Hermenegildo era un auténtico profesional. Siempre supo que un titán debía tener todo previsto, incluida la posibilidad de resultar herido en una de sus acciones. Por eso contrató años atrás los servicios de un célebre médico chino que le enseñó métodos ancestrales de autocuración, como aquel consistente en controlar con las propias manos una hemorragia de sangre. Técnicas especiales de respiración y control mental figuraban también entre sus variopintos conocimientos, imprescindibles para ser aplicados en tan delicadas circunstancias.

Todo esto le ayudo a afrontar la enojosa situación en la que su desdichado encuentro con el showman le había colocado. Aun así, sus andares hasta que llegó a casa fueron titubeantes, sobre todo en el tramo final, en el que hubo de emplearse a modo en el difícil arte de luchar contra la ley de la gravedad.

Hermenegildo, como titán previsor que sin duda era, disponía en su domicilio de un cuarto con todo tipo de instrumental y medicamentos necesarios para tratar lesiones, roturas de huesos y heridas por arma blanca o de fuego.

Al llegar, se dirigió con rapidez al mismo y se situó ante un amplio espejo.  Necesitaba analizar con detenimiento qué tipo de herida tenía y cómo actuar ante ella. Se quitó la camisa y comprobó satisfecho que el navajazo no era mortal. Una entrada profunda, pero bastante limpia. No parecía haber afectado órganos vitales.

–<<¡La herida no reviste especial gravedad! –se dijo–, he dejado ya casi de sangrar, ¡muy buena señal! Eso sí, comienzo a notar unas décimas de fiebre, febrícula, solo es febrícula. Coseré con cuidado y tomaré una generosa dosis de antibióticos. ¡Pare usted de contar!>>.

Intentaba generar pensamientos positivos, también en eso era experto.

–<<No se me ve mal color –acercó el rostro al espejo para observarse más de cerca–, ¡en cuatro días estoy nuevo!…>>.

De repente Hermenegildo dio un respingo. Reflejado en el espejo, situado justo a su espalda, había visto algo. Una sombra fugaz. Giró con rapidez la cabeza para descubrir qué era aquello, pero tras de sí no había nada.

–<<Esto va a ser cosa de la fiebre. Debo tener más de la que creo. Me tomaré la temperatura. Tengo que ponerme ya mismo manos a la obra antes de que me siga subiendo>>.

Se dirigió decidido hacia la zona donde estaba el instrumental quirúrgico. Fue un instante antes de coger aguja e hilo cuando lo percibió. En su hombro se acababa de posar una mano.

<<¡Maldita fiebre!>>, pensó. Aun así, se giró para comprobar lo que ya sabía, que allí no había nadie, que eran imaginaciones suyas. Pero en esta ocasión no fue así… El rostro de Hermenegildo resplandeció de alegría.

–¡Prometeo, eres tú!

El moderno Jápeto tenía enfrente, por primera vez en la vida, al amado titán de su adolescencia. Lo reconoció de inmediato. Eso sí, sus facciones y porte eran más cercanos a los del cómic de Norma Editorial que a los del “Prometeo” de ediciones Yermo, que era con diferencia su favorito.

–¿Qué haces aquí, Prometeo? ¿Qué quieres de mi?

Hermenegildo dudó por unos instantes que fuera a obtener respuesta a sus preguntas. Como ser venido de otro mundo que era aquella aparición, cabía la típica posibilidad de que se esfumara tal como había llegado.

Pero Prometeo, con voz cavernosa que parecía llegar de ultratumba, habló.

–Jápeto, en el Olimpo todos estamos muy orgullosos de ti. La labor que has desarrollado durante los últimos cincuenta años ha sido en verdad extraordinaria. Tus desvelos lograron colocar a tu hijo en la cúspide del poder, por encima de todos los demás. Tus hazañas son glosadas por nuestros grandes poetas, circulando de boca en boca para pasmo de propios y extraños. No te quepa duda que si Esquilo aún viviera, se basaría en tu admirable gesta para escribir el mejor de sus dramas. Has logrado eclipsar la epopeya del mismísimo Ulises.

Pero ahora te necesitamos allí. Este es el motivo de mi visita. En los últimos tiempos las cosas han cambiado mucho en el Olimpo. Poseidón y Hades han constituido una alianza con varios titanes para arrebatar el Fuego Sagrado a Zeus, que forzosamente ha tenido a su vez que forjar diversas alianzas para mantener su poder. Entre otros, conmigo.

He pasado de contrincante a defensor de sus causas. Creo que aquí también lo hacéis, lo soléis llamar “gobierno de coalición” y cosas por el estilo. Pues bien, Jápeto, Zeus y yo queremos coaligarnos contigo, necesitamos tu astucia, sabiduría y buen hacer para vencer a nuestros múltiples y poderosos enemigos. Vengo a rogar que te unas a nuestra olímpica causa.

–¡Pero ¡cómo es eso posible!, no me puedes pedir algo así. Mi hijo tiene también peligrosos oponentes que luchan por impedir su regreso al Olimpo. ¡Me necesita más que nunca!

–¡Te equivocas! Tu hijo tiene recursos suficientes para volar alto sin necesidad de que tú lo tuteles. Gracias a ti obtuvo la llama sagrada, y sigue siendo su legítimo propietario. La recuperará en breve, no lo dudes, los hombres más poderosos de tu país lo apoyan sin fisuras. Ya no te necesita, nosotros sí. Buen Jápeto, tu tiempo en esta dimensión ha concluido.

–¿Pero y tu padre? Tu Jápeto. ¿No te puede ayudar aquel resplandeciente titán del que yo tomé nombre?

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–¿Resplandeciente dices? Mi padre cayó en desgracia hace ya mucho, demasiado tiempo. Te he de confesar algo, hasta ti llegó una versión distorsionada de su leyenda. La realidad es que fue siempre un cobarde, sus hazañas nunca fueron tales. Jamás tuvo el valor suficiente para hacer uso de la mítica guadaña. Quien la blandió para matar a Urano, fue su hermano menor, Cronos.

Jápeto solamente ayudó a emboscarlo, convertido en árbol. Tan torpe era, que Urano lo descubrió y le pateó la cara. Aterrado, comenzó a vomitar. Menos mal que Cronos, muy diestro en el uso de la guadaña, de un tajo partió en dos al progenitor de ambos. Si no este habría acabado con Jápeto. Esta “hazaña” sirvió para que durante mucho tiempo Cronos y el resto de sus hermanos se burlaran y rieran de él. Ese es mi padre, un pusilánime. Heredaste su nombre, pero nada más. Tú has dado al mismo el honor y gloria que nunca tuvo ¡Tú sí eres Jápeto el titán, el valiente, grande entre los grandes!

–¡Me dejas de piedra! No sé qué decir. Te confesaré una cosa muy íntima. Durante todos estos años, muchas veces, me han asaltado terribles dudas sobre si me estaría guiando de la forma debida. En ocasiones me he sentido solo, terriblemente solo. ¿No habitará en mí también la semilla de la cobardía?

–¡Ni pensarlo!, todo este tiempo te hemos estado observando. Tú estás hecho de otra materia. No te lamentes por nada, querido Jápeto. Mereces estar en el auténtico Olimpo, a la derecha del Padre Zeus, disfrutando al fin de todas las maravillas que hasta ahora no has conocido. Un nuevo Universo te espera. Ha llegado el momento de que regreses a casa, a tu verdadera casa, al lugar que por derecho propio te pertenece.

–A veces me siento cansado, muy cansado…

–Jápeto, toma mi mano. ¡Acompáñame!

Hermenegildo fijó sus ojos en los de Prometeo con una dulce mirada. Dos lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. A continuación, sin mediar palabra, se dirigió al dormitorio. Se tumbó en la cama y acercó ambas manos al vientre con parsimonia, lo agarró y tiró con fuerza de la carne cercana a la herida, provocando de inmediato un creciente sangrado.

Después, cerró los ojos y su boca comenzó a esbozar una franca sonrisa.

 


 

Fin del episodio 21.

Por favor deja tu comentario y un like. Siempre valoramos mucho vuestras opiniones.

Bueno, como decíamos al principio, este es el primer episodio tras el número 20 que hemos publicado en el blog después de omitir cien páginas de la saga que aún estaban pendientes de publicar. Por razones del volumen de trabajo y espacio en el blog que la publicación de las otras cien que faltan supondría, de los episodios que teníamos ya escritos pero sin publicar hemos decidido subir al blog solo los dos últimos. Así ya nos ponemos al día mediante el resumen que os he escrito al inicio de este episodio nº 21.

El siguiente episodio, que hace el nº 22, lo he escrito con el título: «La asesina del dardo azul».

Podréis leer toda la novela como es lógico cuando adquiráis el libro que publicaremos al finalizarla.

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página  bing.com/images/create/ .

 

 

 

2 Comentarios
  • Arenas
    Posted at 12:53h, 29 septiembre Responder

    A Marcos y a mí siempre nos ha gustado el riesgo. Forma parte indispensable de la chispa de la vida. Ayuda a no anquilosarse. Es evidente que esta decisión de dar un tremendo salto, es muy arriesgada, complicará el entendimiento que los fieles lectores de nuestra extraña saga puedan tener de su enrevesada trama.
    O no.
    Puede servir para aligerar contenidos y también para generar curiosidades nuevas.
    En todo caso , el relato completo está ahí, y estará en un futuro, completo y a disposición de todo aquel que lo quiera disfrutar (o padecer, que nunca se sabe).
    Gracias una vez más a mi sin igual hermano por darme tanto. Todo lo que me está dando desde que comenzamos esta mágica y única singladura.

    • marcosplanet
      Posted at 20:54h, 29 septiembre Responder

      Tú presencia en la construcción de esta historia es fundamental. El mérito es compartido al cincuenta por ciento, querido amigo.

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