El Pub de Cándido

El Pub de Cándido

Nueve minutos de lectura

 

El local ocupaba una esquina de un bloque de viviendas en una ciudad dormitorio del extrarradio de Madrid. Disponía de todo lo más de moda en la década de los ochenta y de un ambiente poblado de parroquianos ávidos de buena bebida, junto a algún que otro punky al uso con mayor o menor acierto estético. Lo mejor era la música, que el amable tabernero Cándido ponía según le iban pidiendo los clientes.

Entre los más frecuentes en el local un fin de semana, sobre todo los sábados, estaban, aparte de mi amigo Pablo y yo, un funcionario del ayuntamiento destinado a papeleos relacionados con Hacienda, uno que pintaba cuadros por encargo y daba clases particulares de arte, un matrimonio que acudía con su bebé de menos de dos añitos, muy simpáticos, por cierto, siempre dispuestos a invitarte, y una camarera que Cándido contrataba para ayudar en los picos de trabajo.

Era una chica de mirada tormentosa, que expresaba señales de sentimientos escondidos tras la barra del bar, bajo sus ojos color violeta y detrás de una sonrisa permanente como disfraz. Lo que no quiso esconderme nunca era su nombre: Olivia, que para mí sonaba en su boca como la voz principal de un coro de ángeles.

Cándido la llamaba prima, sin llegar a aclarar si lo era o no; igual lo hacía recurriendo a una fórmula coloquial.

Aparte de Cándido que era el dueño, había un empleado fijo en ese Pub. Un tal Goyo ejercía funciones de camarero, relaciones públicas y pañuelo recoge-lágrimas oficial, aunque bien he de decir que la chica de la barra llevaba tiempo perfilándose como mi confidente particular pues algo había entre ella y yo que rompía barreras para socializar.

Ella parecía representar un nexo con otra realidad vivida por ambos en un momento y lugar muy distintos; incluso allá por mi primera juventud, en un pueblo como escenario, en medio de un parque de atracciones atestado de gente y niños de todas las edades.

–¿Por qué será que a veces me vienen a la memoria recuerdos de un parque de atracciones donde estamos tú y yo? –. Me atreví a decirle ¿Recuerdas algún momento de tu vida en que…? –Olivia me interrumpió en seguida.

–He estado en muchos parques, amigo mío, sobre todo en mi adolescencia. Mi padre nos solía llevar a los pueblos donde se celebraban fiestas y montaban ferias.

–Pero esto que yo recuerdo no era una feria sino un parque enorme con jardines y espacios para fuentes y paseos que aprovechaban para celebrar festejos.

Ella se limitaba a asentir y no aportaba más información. Su sonrisa cubría cualquier señal de su rostro que indicara otro tipo de sentimiento.

El tema de mis atolondrados recuerdos salía a relucir de forma recurrente y cuando lo tocábamos era para mí un intento frustrado más de conocer su origen. Soñaba con ella, mi imaginación fantaseaba con estar junto a ella y compartir algo más, pero sobre todo me vencía la curiosidad por conocer si hubo un pasado donde coincidimos algún día que arrojara luz a las sombras.

Sombras en la noche flotaban sobre la clientela del pub pues éramos aves nocturnas. Sombras que arrojaban la verdad a un pozo sin fondo, sobre todo cuando pretendías que algunos de tus compañeros de fiesta compartieran con sinceridad sus preocupaciones. Costaba a la gente alcanzar esa frontera en la que el corazón hablaba por los codos, al menos con un mínimo de sinceridad.

Yo estudiaba en la universidad y esa no resultaba ser la ocupación más corriente de quienes me rodeaban, por lo que el camarero Goyo entendía que yo era un niñato privilegiado con ínfulas de ser superior, echándome en cara que solo unos pocos accedían al olimpo universitario lo cual era falso.

En aquella época eran mayores las facilidades para el acceso académico porque habían bajado las notas de corte en varias carreras y el precio de las matrículas. Otra cosa es que al bueno de Goyo no le apeteciera mucho abrir libros y tomar apuntes. Su trabajo debía proporcionarle otras satisfacciones.

El matrimonio con el niño de dos años nos invitó a mi amigo Pablo y a mí a una ronda de cerveza “con acompañante”, como le gustaba llamarla a Cándido, refiriéndose a las cortezas de cerdo con Tabasco y salsa Perrins salpicado todo con Peppermint, marca indiscutible de la casa.

Como experimentado Barman, Cándido sabía cómo despertar la sed más salvaje en sus clientes, asegurando que estos multiplicaran el consumo.

Los padres del bebé trabajaban como nómadas informáticos (por entonces lo digital apenas comenzaba a asomar la nariz) reparando ordenadores a domicilio y llevaban viviendo unos pocos meses en la ciudad dormitorio.

–Nuestro plan es trasladarnos después del verano a tierras cálidas que nos permitan disfrutar de un clima similar la mayor parte del tiempo, con solecito y buen rollo–apuntaba él.

–El niño se adapta bien a viajar y cambiar, es un nómada como nosotros –aseguraba ella mientras se movía al ritmo del ‘Billie Jean’ de Michael Jackson.

Me dio la impresión de que ese par de adultos solía sobreactuar cuando interaccionaban contigo en el pub, como si estuvieran interpretando forzadamente un papel. Mi opinión personal –decía yo a mi amigo Pablo– es que esos dos no pueden dejar con nadie al niño y se sienten culpables en la obligación de que les acompañe a un sitio como este .

Mi discreto amigo se limitaba a asentir con la cabeza.

Pasaron unos meses en los que mi presencia en el pub de Cándido fue esporádica; no disponía de mucho tiempo libre para salir de casa por los exámenes finales de la universidad. Pero aquella tarde de viernes me asaltaban poderosas intenciones de aclarar con Olivia la gran incógnita que poblaba mi cabeza de dudas y que había ido creciendo con el tiempo hasta que ese mismo día tuve la revelación.

–¡Sí, claro, solo podía ser ella y nada más que ella! Aquella niña triste que recuperó la sonrisa porque encontró a este payaso que soy yo y la hice reír con un helado de vainilla…

Conduje el coche a toda prisa desde mi apartamento y lo estacioné en la misma puerta del pub. Allí estaba Olivia más radiante que nunca, vistiendo un conjunto de chaqueta escarlata y pantalón blanco que lucía con sutil elegancia.

Aquel viernes, el cliente habitual que era funcionario del ayuntamiento destinado a papeleos relacionados con Hacienda llevó a un amigo al pub. Resultó ser un tipo algo estirado, de mirada teñida de un oscuro tono de amargura y nos lo presentó. Mi amigo Pablo se cansó de la conversación del recién llegado a los dos minutos de haberla iniciado y se desplazó a otro lugar de la barra disculpándose para saludar a un conocido.

El funcionario había ido a los servicios. Yo me quedé cara a cara con el acompañante quien resultó ser músico. Su charla versaba sobre qué instrumento de viento me gustaba más y le expliqué que se trataba del saxofón. Después de un monólogo de varios minutos sobre las excelencias del mismo, regresó el funcionario y con un gesto pidió a Goyo una ronda de birras con las consabidas cortezas endiabladamente picantes.

Yo solo quería hablar con Olivia, anhelaba hacerlo, maldita la gracia de tener que aguantar las caras de esos dos parroquianos.

–¿Y qué tipo de música te gusta más? –me interrogó el experto músico sin desviar un milímetro de mis pupilas su aciaga mirada.

No pude resistirlo y utilicé la artillería disponible para intentar disuadir al charlatán que retrasaba mi gran momento de recuerdos con mi querida Olivia.

–Pues las “Jam Sessions” ya sean de blues, jazz, funk o rock. Me encantan repertorios donde incluyen ‘All of me o ‘Summertime’ en jazz; o’ Proud Mary’ o ‘Knocking on Heaven’s Door’ en rock.

Lejos de impresionarle mi respuesta, el músico no se echó atrás e insistió con el tema.

–¿Qué te gusta más?, Free Jazz, Cool Jazz, Smooth, Hard Bop, Acid….

–El Cool Jazz es un estilo de los años cincuenta que rompe la continuidad de pulsación propia del swing. En la década de los 70, con una clara influencia del Funk, la música Pop y el Rhythm and Blues aparece el Smooth Jazz. Este estilo nació para ser escuchado como música de ambiente en la que un instrumento principal actúa como conductor.

»El Hard Bop combina el Blues y el Gospel abriendo camino hacia el Funk y el Soul.

»El Acid tiene origen británico en la década de los ochenta. Fusiona estilos afroamericanos con el propio Jazz. Es un estilo de jazz “bailable”.

–No me has contestado, ¿Cuál te gusta más?

–Todos ellos –aseguré ya un poco harto de aquel tipo.

El funcionario elevó su copa y brindó en un buen momento para rebajar tensiones. Aquellos tragos me supieron a gloria.

El músico, ya muy cerca de la segunda copa de más, hizo un último intento de entrar a la carga.

–Y para ti, ¿Qué es la música?

Alejé de mi cabeza cualquier intento de respuesta rimbombante y contesté lo más escuetamente que pude.

–La expresión de un sentimiento.

Aquello pareció desconcertar a aquel individuo, que dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia la diana de los dardos.

Por fin estaba libre y saludé a Olivia con un beso en cada mejilla. Su aroma recordaba a una mezcla de jazmín y espliego que sembré en el pueblo en el jardín de la casa de mis padres.

Tras un prólogo que no distaba mucho de otros tantos que habíamos mantenido sobre nuestros recuerdos infantiles, volví a recurrir al encuentro en un parque de atracciones, unos treinta años atrás.

Ella me miró de una forma completamente distinta esta vez, como si ya tuviese claro a qué momento se refería mi nublada memoria.

–No era un parque de atracciones sino una feria en una pequeña ciudad –dijo ella–. Yo acompañaba a mi madre de la mano a por una nube de algodón dulce y tu apareciste enfrente de nosotras de repente, mirándome a los ojos con esa franqueza que tienes… Debiste ver mi tristeza a través de mi mirada y me ofreciste el cucurucho de helado que aún no habías empezado. Era de nata y vainilla, mi favorito.

La sorpresa hizo que yo no encontrase las palabras. Era cierto, nos habíamos conocido en una época pasada que uniría nuestras almas para siempre.

–He recordado, sí –confirma ella–, hace semanas que lo hice y he estado esperando ilusionada poder verte aquí para contártelo.

En ese instante reconocí que mi vida amorosa había sido una pérdida de tiempo hasta ese justo momento, cuando descubro a quien había tomado mi corazón con tanta fuerza y hacía tanto.

–¿Por qué estabas tan triste cuando te encontré tras la nube de algodón dulce, Olivia?

Ella me miró fijamente y habló con fluidez sobre el pasado.

–Mis padres no mantenían una buena relación de pareja. Las discusiones eran constantes y un día él nos abandonó. Nos dejó desamparadas pues mi madre trabajaba a tiempo parcial en una tienda de ropa y sus ingresos no podían mantenernos. Tuvo que desempeñar varios empleos y lo pasamos mal. No solo por lo económico sino porque yo quería a mi padre, lo necesitaba… y él ya nunca iba a estar a mi lado.

Por eso no he sido capaz de recordar antes a aquel muchacho de mirada franca que me ofreció gentilmente un helado.

 

A continuación, se oye la canción ‘Mandy’ de Barry Manilow.

No puedo evitar dirigirme a Olivia con el corazón esperanzado.

– Si tu fueras una melodía sonarías así.

 


 

Y eso es todo, amigos. Dale «like» si te ha gustado y deja por favor tu comentario, que para mi es muy valioso.

Salud y suerte en la vida.

 

Nota: todas las imágenes de este post pertenecen a la página Deviantart.com

11 Comentarios
  • Miguelángel Díaz
    Posted at 08:10h, 30 enero Responder

    Qué facilidad para crear un relato sobre este tipo de evocaciones, Marcos.
    En el fondo, todos hemos tenido algún tipo de experiencias similares en algún momento que se quedó entre el olvido y el recuerdo. Y tú la traes aquí, cerrando el círculo.
    Un fuerte abrazo 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 17:01h, 30 enero Responder

      Me alegra mucho que te haya gustado Miguel Ángel. Agradezco mucho tus palabras.
      Abrazos.

  • Arenas
    Posted at 20:12h, 21 enero Responder

    Te superas en cada relato, hermano. Qué excelente pulso mantienes en todo el desarrollo de esta preciosa historia de amor. Los ambientes, los personajes, su humanidad, Todo respira verdad. Y amor, mucho amor. Me has traído el recuerdo de aquella niña de mi infancia, que un día me cantó una canción subida al poyete de la verja del ambulatorio, y me subió a una nube eterna, en la que todavía me encuentro. Al menos cada vez que la recuerdo.
    Hortensita. En 1976 fuimos los dos a su entierro. ¿Recuerdas? Pero hoy, gracias a tu precioso relato, ella se ha convertido por unos instantes en mi particular Olivia.

    • marcosplanet
      Posted at 11:47h, 22 enero Responder

      Qué bonitas palabras, Antonio. Eres un sentimental como yo.
      Volveremos a hablar de Hortensita…

  • Flossy
    Posted at 13:26h, 21 enero Responder

    Un excelente relato Marcos. La verdad es que te atrapa y te hace estar allí, en ese pub, hablando de todo, de nada, arreglando el mundo aunque sólo sea el nuestro propio e intentando acercarnos, con más o menos éxito, a esa persona que nos gusta y que también es asidua al lugar. Y si tuviera que relacionar el post con una canción, indudablemente se me viene a la mente «Piano man» en su versión original de Billy Joel.
    Un gran abrazo
    (Flossy)

    • marcosplanet
      Posted at 17:40h, 21 enero Responder

      «Piano man» es muy apropiada, desde luego. Muchas gracias por tus palabras, Flossy. Me animan mucho.
      Otro fuerte abrazo para ti.

  • Federico
    Posted at 15:22h, 17 enero Responder

    Dónde estará aquella camarera con la qué conversaba, y donde estará aquella primera niña con la qué me relacioné. Tú relato me trae gratos recuerdos. Saludos

  • J u a n Y S u H o r i z o n t e
    Posted at 20:34h, 15 enero Responder

    Leyendo permanezco dentro del pub. Las sensaciones se perciben, además, habida cuenta que yo siempre soy de garitos chiquitines, rememoro largas veladas entretenidísimas con la «aristocracia» callejera con la que me he movido. Eso para empezar, porque en cuanto a ti, posees extrema capacidad de narrar fluyendo, y todo, todo, son déjà vu para mí: la música que mencionas (en especial siempre he sido forofo de la CCR) ; los personajes son majísimos en el sentido que atisbo su realidad; la propia iconografía con la que has acompañado tu escritura; los aperitivos, en líneas generales la atmósfera perfectamente lograda. No me he ido a dar un rulo y tomarme una Lowenbräu bien fría de milagro. Pero sobre todo me llama la atención de ti, la forma cercana y sensible que tienes de componer textos. Has sido el responsable de las líneas que ofreces, pero eres el dueño del pub, también el cliente habitual a la vez, estás en todas las intenciones de caracteres que presentes; estoy francamente sorprendido; lo he pasado de perlas. Y eso sin mencionar que he vivido en Madrid y lo adoro, por supuesto el centro, pero es que tengo mis manías… ¡y me encantan los extrarradios también! En fin, da para mucho porque es magnífico ver que leo esto que pones en tu entrada bitacoreña y no pararía de hablar y reseñar aspectos que me sugiere la estampa relacionados con lo bohemio, la vida nocturna, la de estudiante y un largo etcétera siempre beneficioso.
    ¡No bajes el pulso, pues es afortunadísimooooo!
    ¡¡¡¡¡¡¡ Recibe Mis consideraciones más distinguidas !!!!!!!!!!!! [ es que además de escribir poesía macabra, extraña y de terror, he sido siempre narrador, también de géneros cercanos al que practico en poesía, y microrrelatos, narraciones extensas y demás, son frecuentes en mí]
    J u a n Y S u H o r i z o n t e (aka Juan El Portoventolero)

    • marcosplanet
      Posted at 23:37h, 15 enero Responder

      Leerte ha supuesto para mi una gran satisfacción por los detalles que describes tan magistralmente sobre mi narración y porque al parecer he logrado que te sientas identificado con la época que describo. No se puede ser más elocuente. Muchas gracias por tus palabras y tu tiempo.
      Me pasaré con frecuencia por tu blog en los próximos días para seguir comentando.

  • María Pilar
    Posted at 13:15h, 15 enero Responder

    Hola, Marcos. Una estupenda entrada que nos lleva atrás en el tiempo donde el protagonista cree haber tenido una vivencia con la camarera del pub en la que se encuentra. Muy bien descrito el ambiente del pub de esa época, la música que suena, las consumiciones con “acompañamiento”, oficios de los clientes que lo frecuentan, maneras de vestir y de vivir. Se palpa el nerviosismo y la inquietud del protagonista por saber la realidad que intuye, en la que se ve atrapado. También, aunque no lo diga, lo enamorado que está de la camarera de nombre Olivia. Cuando esta le confirma el cómo, dónde y cuándo.. Empezamos a oír la canción Mandy de Barry Manilow, las palabras sobran. Me ha encantado ese final.
    Saludos!

    • marcosplanet
      Posted at 19:55h, 15 enero Responder

      Tu comentario refleja toda la esencia del relato, lo que te agradezco de corazón.
      Y muchas gracias por tu tiempo, María Pilar.

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