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El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

(Ver capítulo anterior)… Así, unos pocos escogidos experimentaban una metamorfosis desde entidades microscópicas a algo cada vez mayor, creciente hasta alcanzar un tamaño soberbio en algunos casos, monumental en otros.
No era el caso de Solo.

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Este vivía en el tiempo en que se acababa de aprobar en algunos países la clonación de embriones humanos con fines terapéuticos. Por primera vez se permitía la duplicación del material genético para uso médico e investigación
científica.

Los manifiestos antiabortistas daban muestra de sus inquietudes:

 

–»Una vez que se abra la puerta a la clonación de embriones humanos se habrán establecido las condiciones necesarias para la creación de auténticos bebes clonados. Un atentado contra la ética».

Los parlamentarios habían dado el visto bueno a la reforma de la Ley de Fertilización, la cual permitía utilizar embriones humanos sólo en investigaciones relacionadas con la infertilidad. Para obtenerlos se utilizaba la misma técnica que
para clonar a la oveja Dolly, la cual saltó a la palestra de la actualidad científica quince años atrás como gran avance de la ciencia en el ámbito de la clonación de embriones animales.

Hasta entonces, Hache había aguantado

 

Soportaba todo tipo de exabruptos, malos gestos y desmanes de los superiores dirigidos contra su persona,
para minar su autoestima y disgregar su confianza en sí mismo.
En la Corporación, ocupar un alto cargo significaba formular juramentos a principios oscuros y enmarañados, recibir privilegios que lo distanciaban de forma insalvable de los estratos jerárquicos inferiores.
– ¿Qué te ha animado a interesarte por los de abajo, cuando sabes que has de dedicar por entero las fuerzas a impulsar tu carrera? –decía uno de ellos a su subordinado inmediato, en ejemplar conversación al borde de la piscina de
termo–burbujas. Esta había sustituido desde hacía años al conocido yacuzzi.

El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

 

La sala exclusiva para grandes mandos corporativos disponía de diversos aparatos de tecno-masaje, para dar tersura a las carnes de aquellos ejecutivos entrenados para la contienda en comités y reuniones alrededor de una mesa, pero muy poco
habituados al ejercicio físico.
–No se equivoque, colega. Los de abajo nunca atraen mi atención más allá de lo estrictamente necesario –contestaba el otro, al tiempo que se instalaba en la máquina multi–táctil, concebida para estimular la sensibilidad corporal.
–Entonces he de pensar –comentaba el de mayor rango, mientras salía del burbujeante baño– que le ha impulsado otro motivo para dar el visto bueno al informe Roscow, de su subordinado Antúnez.

Yo lo rechacé y se lo remití a ese… Rótula, para que lo archivara en la papelera.

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–Claro… quise que el mismo Antúnez se preparase su tumba. Le impedí que viera lo inconveniente que resultaba el informe a los ojos de usted.
–No le quedarán ganas de demostrar que es competente… nunca más –concluyó el otro.

Aquella muestra de desdén hacia la iniciativa individual tenía una sola
explicación: la antipatía personal que causaba en aquellos dos el desgraciado Antúnez. Este no hizo nada especial para merecerlo, solo que no le acompañó la suerte.

Dive of my dreams. Image by Joel Penner

El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

 

Obviamente, todo aspirante a un nivel superior en el sistema debía dominar magistralmente los recursos propios del trepador, tener el estilete afilado y a punto, potenciar sus cualidades innatas de depredador, su olfato de rastreador
del éxito, en fin, para obtener algo muy preciado, esencial: el favor del jefe.

Hache Solo sintió un deseo irrefrenable de acabar con todo, de romper barreras antes infranqueables, de acceder a niveles altos, muy altos, en la Corporación.
El modo de llevarlo a cabo era una idea que se debatía en su mente intentando cobrar forma.
¿Cuándo llegaría el momento?

 

La mañana lucía espléndida

 

Los brotes herbáceos sobre la tierra oscurecida
por la humedad cubrían el suelo con una llamativa gama de tonos de un verde
intenso que se extendía por toda la dehesa.
Hache podía admirar aquella hermosa panorámica desde el ventanal
Norte del salón, el mirador donde se retiraba para abstraerse de lo mundano y
olvidarse del paso del tiempo.
Tuvo suerte al encontrar aquel piso –«… de orientación justo en el eje Norte-
Sur, de modo que nunca recibe el sol de lleno. Eso en verano se nota» –decía el
anterior propietario – … Y en invierno se caldea enseguida, ya lo verá…

Su casa era de las pocas satisfacciones que le había deparado la vida a
Solo en los últimos tiempos

 

Otra de ellas era su hijo Natham de tres años, fruto de su matrimonio con
Claudia, Bióloga con plaza fija de profesor numerario en la Universidad Autónoma
de Madrid, donde la había conocido hacía una década siendo ella alumna de
segundo curso. Él estudiaba cuarto de Ciencias Físicas.
Se casaron tras un corto noviazgo, en la Capilla de Nuestra Señora del
Séptimo Cielo, perteneciente a La Puebla, la ciudad de provincias donde ella
nació.

No se puede decir que el matrimonio fuese aplaudido por las respectivas
familias

 

Los padres de ambos pensaban que era demasiado pronto para atarse el uno al otro. Habrían deseado que los dos jóvenes esperaran algunos años más, con la idea de que el tiempo les haría madurar, ser más serenos, no tomar decisiones
precipitadas… Hache y Claudia estaban bien seguros de sus intenciones respecto a llevar una vida en común y el matrimonio les había parecido una estupenda decisión desde el principio, así que las dos familias hubieron de pasar por el aro de ellos y olvidarse de prejuicios.

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Pero cuando hubo transcurrido el primer año de casados y no había llegado aún la descendencia la pareja volvió a sentir presiones.
Ofelia, la madre, lo apremiaba:
–Hijo, un matrimonio como Dios manda debe consumarse trayendo hijos al mundo, ¡como Dios manda! Por experiencia te digo que las parejas sin hijos no son estables. Acuérdate de tu prima Encarna, que a los pocos meses de
trasladar su residencia a Barcelona por el trabajo de Eduardo, decidió separarse «amistosamente»

¿Y qué hizo luego?

 

Volvió a Madrid y está viviendo sola; a sus
treinta y ocho años y sin el calor de unos hijos que la hagan compañía…
–Estoy seguro de que no lo lamenta. Ese patán de su ex marido le hacía
la vida imposible.
–Hijo, qué descortés eres. Si te llevabas muy bien con él…

–Eduardo era un machista y un reprimido.

Su mala leche se debe a frustraciones personales.
–Si hubieran traído hijos al mundo se habrían sentido más unidos, Hache. No lo dudes.

Se hallaban en casa de la madre, un piso del distrito de Retiro, en un edificio clásico del Madrid de clase media acomodada. Lo había heredado de su difunto marido, un militar del Cuerpo de Artillería que alcanzó el rango de Teniente-Coronel de Zapadores.

 

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El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

 

Aquella tarde Ofelia había llamado a su hijo con la intención de ir a una tienda de antigüedades del polígono Sur para luego tomar café y torteles en la casa del Retiro. A Hache le había parecido que no podía rechazar el ofrecimiento.
Su madre deseaba decirle algo. Lo sabía.
–Los hijos… Mamá, no dramatices, que te conozco. No es que no queramos
tenerlos, es que aún no han llegado. Hace tiempo que lo estamos intentando.
–Hijo mío, hay casos en los que es necesario… someterse a… la prueba–.

Doña Ofelia evitaba mirarle directamente a los ojos.

– ¿Te refieres a que uno de los dos puede ser infértil? ¡Vaya tontería!
–Id al médico –insistió ella–. Ante todo hay que asegurarse…
–Déjate de chorradas mamá y olvida tus manías. Claudia y yo lo deseamos
más que tú.
–Tu tía Berta también se lo tomó con calma… y no fue madre hasta
los treinta y cuatro. Nunca encontraba el momento adecuado –exclamó.

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Doña Ofelia, y se ajustó el camafeo de aguamarina que llevaba prendido en la chaqueta.

–No estamos dando largas al asunto mamá. Simplemente no ha llegado
el momento –Hache acariciaba el lóbulo de su oreja izquierda; lo hacía cuando se sentía incómodo, como un acto reflejo.
–A mí me parece que no estáis por la labor… exclamó ella con tono algo
compungido.

Ofelia se dirigió hacia la puerta y cogió el bolso

 

Se repasó el lacrimal con un extremo del pañuelo, el cual no se humedeció.
–Bueno, hijo. Debemos salir ya o la tienda cerrará…

Hache conocía muy bien a su madre. Interpretaba el papel de madre doliente a las mil maravillas. Y es que cuando algo la contrariaba, Ofelia utilizaba los recursos necesarios para acabar con la contrariedad; y por su santa sangre que practicaría
la guerra psicológica para animar a su hijo a hacerla abuela.

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Natham vino al mundo un ocho de Noviembre. Hache estaba harto del trabajo y reflejaba el cansancio psíquico que le acompañaba desde que entró en la Corporación hacía dos años.

Horas después del acontecimiento, Hache contemplaba cómo dormía su hijo al lado de la madre. El deseo de que Natham alcanzara el éxito en la vida era un objetivo que veía realizable, sólo si, si él como padre fuese capaz de… bueno, algo debía hacer sin perder un momento. Dentro de sí había algo, un presentimiento que le decía que tarde o temprano la solución iba a llegar.
El mismo día del nacimiento de Natham, Hache se había quedado embobado ante los titulares del periódico:
–«Clonación de humanos: ficción o realidad»
Transcurridos unos pocos segundos, el germen de una idea se abrió paso en su mente.

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Desde el momento en que la Ley de Fertilización Humana y Embriología fue reformada, se intentó avanzar en investigaciones sobre clonación humana con fines terapéuticos; sin embargo eso estaba condenado a ser un proceso
lento, con tantas trabas como había por consideraciones éticas. A pesar de ello, se desplegó una actividad febril. Se crearon cátedras ínter universitarias para impulsar las técnicas, crecieron por doquier asociaciones para el estudio
de la Biología Reproductiva y comisiones para asesorar al gobierno, como la de Reproducción Humana por Clonación. Los Centros de Reproducción Asistida fueron adaptando sus equipos técnicos y humanos a los nuevos horizontes.

En las universidades se dio prioridad a los proyectos de investigación genética

 

Las cátedras reorganizaban los trabajos de doctorandos y personal investigador. Se orientaba todo esfuerzo a la rápida consecución de resultados. El objetivo: la «célula protoembrionaria», la que daría pie al cultivo posterior de los
paneles de embriones en crecimiento. En cada panel se cultivaban una docena de embriones humanos, que podían desarrollarse plenamente con una probabilidad de éxito del ochenta y cinco por ciento. El quince por ciento de fracasos pasaban a «Clasificación doble M» o modo minorante.

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Todo este sistema, en apariencia bien organizado y controlado, adolecía de debilidades no ajenas a Hache

 

En algunos eslabones de la cadena. esta estaba formada, entre otros, por el director del Centro investigador que desarrolla la idea, el equipo que la pone en práctica, organismos de la Universidad en cuestión que rigen los proyectos,
los aprueban, modifican o suspenden… y también por aquellos elementos intermedios que mediante la intriga y la especulación buscaban alternativas para mejorar su status socioeconómico; delincuentes de la ciencia agazapados a la
espera de una oportunidad.

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En este caso, el indeseable tenía por nombre Eric Van Möeller. Aunque Sociólogo de carrera, su experiencia se forjó en el comercio internacional, donde hizo fortuna con sus acciones delictivas que llevaba a cabo sin dejar huella. Las autoridades nunca habían llegado a descubrir su implicación en el tráfico de órganos, el comercio con drogas o el suministro de armamento nuclear, principales fuentes de su riqueza.

Hache Solo conoció a Eric en la Universidad Autónoma de Madrid

Eran los años de actividad del CLONA, el primer partido político que abogó por la defensa de la clonación de embriones humanos y que contribuyó decisivamente al desarrollo de la Ley de Fertilización y Embriología, la cual permitió la utilización de dichos embriones para investigación terapéutica, pero descartaba cualquier aplicación con fines reproductivos.

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Eric Van Möeller atrajo enseguida la atención de Hache. El facineroso daba la imagen de un honrado luchador hecho a sí mismo. Hache veía en Eric la figura de un triunfador al entender que el capital que había amasado, creciente día a día, era fruto del denodado esfuerzo que entregaba a su negocio de importación-exportación. Y compaginar eso con una carrera universitaria suponía la culminación de un logro al alcance de pocos, según la escala de valores de Hache.

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El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

 

Lo que no sabía Hache Solo es que su venerado amigo nunca había llegado a graduarse. Que si llevaba ocho años en la Universidad no se debía a la dificultad de atender una carrera, al tiempo que ejercía una encomiable labor como hombre de negocios sano y próspero, sino a utilizar el Colegio Universitario donde se alojaba como tapadera donde efectuar sus transacciones.

Por la habitación-despacho de Eric desfilaba toda suerte de personajes del mundillo de los cambalaches internacionales: Traficantes de todo (estupefacientes, alucinógenos, drogas de diseño…), mercaderes de partidas de carne, cereales y otros, provenientes de países con dudosos sistemas de control de calidad. Cargamentos de chatarra, aceros o productos químicos del mismo origen… En más de una ocasión había intervenido en el comercio de armas, cabeza nuclear incluida, lo que le había supuesto más de un enfrentamiento con representantes de la ley.
Pero era pingüe beneficio y además siempre salía indemne.
Para Eric, ver crecer su fortuna era su mayor motivación y el Colegio Bruni le ofrecía el anonimato que necesitaba para obrar impunemente.

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El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

 

El hecho es que campaba por allí a su antojo. La Dirección ofrecía a sus internos la posibilidad de disponer de un ordenador personal en la habitación, conexión a Internet, etc. El traficante gozaba de todas las facilidades para operar.
Así las cosas, Hache jamás sospechó nada de lo que tan hábilmente ocultaba Van Möeller.

Cuando, después de su etapa universitaria con Hache, ambos separaron sus caminos y Hache encontró trabajo en la multinacional, su amigo Eric representaba para él la esencia del hombre admirable, recolector de éxitos a quien nada puede parar en su camino hacia la cima del mundo.

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El primer clon. Cap. 2. Promesas de poder

 

Para Eric, quien celebró la licenciatura en Físicas de Solo invitándole a un tentempié en el bar de la Facultad, su pobre amigo no suponía más que un apunte borroso y breve en su vida.
–Acabará de ruedecilla en una multinacional o de Don Nadie en las entrañas de algún Ministerio– dijo para sí cuando se despidieron tras el ágape.
Transcurridos siete años desde aquel adiós, Hache reflexionaba sentado ante su escritorio de la división de Informes y Proyectos, mientras contemplaba absorto a través de un ventanal los destellos producidos por el sol reflejado en
un edificio cercano, enteramente de cristal.

Hache, enfrentado a su abismo, a un vacío existencial que le impedía continuar con la misma rutina después de cuatro años de permanecer preso del mecanismo, intentaba explicarse el por qué de su lento avance en aquella enorme estructura empresarial de la que desconocía los ocultos resortes del poder. Aquellos que tan hábilmente manejaban los grandes ejecutivos que accionaban la maquinaria pesada. Se sentía más que nunca un pequeño elemento rodante dentro de la Corporación, sometido a leyes absolutamente quebrantables. Sus superiores le involucraban en temerarios proyectos, haciéndole trabajar hasta la extenuación, para desacreditarle después por alguna razón peregrina…

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–»No, no lo has hecho bien. No seguiste nuestras instrucciones…»
Hache percibía habitualmente la sensación de que le confundían adrede, de que le transmitían instrucciones incompletas que le llevaban a situaciones críticas, a fin de demostrar si tenía las cualidades óptimas y el coraje que le permitiera resolver arduos problemas. Para algunos elegidos, salir con bien del fango suponía mejorar el palmito y cada vez se hallaban más cerca de la ansiada promoción (continuará)

 

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Hache Solo dedica esta historia:

A todo aquel que sabe:

mirar a través de la superficie
valorar la belleza que guarda un corazón
permanecer ciegos ante fachadas deslumbrantes.
resistir el arrastre de las corrientes
sumergirse en el océano de un libro
y olvidarse del tiempo.

A quienes aún no se han dejado conquistar por lo evidente,

la murmuración o la crítica sin fundamento.
sucumbido ante la falsedad,
al menos ante alguno de sus formatos
A los que intentan conservar un criterio objetivo.
saben escuchar
conceden un minuto seguido de atención
admiten el diálogo.
descubren cada día algo nuevo que hacer
sin gastar nada más que tiempo.
desconocen marcas y modismos
y causan sorpresa con su templanza
A los que hablan con cuidado de no hacer daño
A los que dicen un «te quiero» recién salido del alma

 

Y a todo aquel/aquella con un mínimo de sentido autocrítico.

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