Imelda y el espejo de la laguna

 

IMELDA Y EL ESPEJO DE LA LAGUNA

 

Imelda alza por encima de los girasoles su cuerpo delgado como una caña y anima a Juanjo a que la imite:

–Mira allí, al otro lado de la orilla ¿lo ves?

Él obedece y pone una mano sobre sus ojos a modo de visera.

– ¿A qué te refieres? –dice mientras acerca su cara a la de ella– ¿Otra escena para tu cámara?

–Esos buitres, justo antes del maizal.

Juanjo frunce el ceño.

–Están rodeando a algún animal muerto, lo normal ¿Necesitas la cámara?

Imelda no contesta. Ya se encuentra a varios pasos por delante de él antes de que termine la frase.

–Espérame…

El sol hace brillar la laguna como un manto de perlas y las nubes proyectan largas sombras sobre el campo de trigo que verdea con luz propia. Tras la pareja, camuflados entre el verde, dos pares de ojillos brillantes les persiguen.

–Oye Imelda, que tenemos las cosas en la tienda, ¿por qué no…?

–No creerás que los conejos van a robarnos la mochila ¿eh? Anda, date prisa.

 

Están a escasos doscientos metros del grupo de rapaces, separados por un puente de madera. Las aves no parecen alterarse. El graznido de unas grullas ha dejado de oírse hace un buen rato. Juanjo rompe el silencio.

–Mira, parece un corzo, pobrecillo, se están dando un festín con él.

–Tú siempre compadeciéndote. El animal no se está enterando de nada, por suerte para él –sentencia la chica–. Voy a sacar unas fotos de primera. Tengo que verlo más de cerca, Juanjo, vamos.

– ¿Y si esos carroñeros piensan que vamos a robarles la comida?

–Los buitres no piensan mucho, sígueme.

La pareja bordea la ribera, adornada con la belleza de los nenúfares reposando entre los destellos procedentes de la laguna. Ella se asoma sobre las aguas que acarician los cantos rodados de la orilla. De rodillas, contempla el reflejo de su rostro de hada. En ese espejo improvisado, ve a una niña que nunca dejó de serlo, animada por un espíritu resuelto que no gustaba de pedir explicaciones ante experiencias como la del ciervo y los buitres.

–Bueno, creo que ya hemos llegado Imelda, me paro aquí ¿Vas a entrevistar al jefe de la manada o algo así?

Ella se lleva el dedo índice a los labios y prepara la cámara de fotos.

–Verás qué luz voy a sacar, a esta hora de la tarde todo cambia y…

Uno de los buitres parece haber emprendido una caminata hacia el lugar donde se encontraban aquellos humanos molestos.

– ¿Qué te dije? Cree que vamos a por su botín. Venga, toca dar media vuelta.

Imelda no reacciona, plantada como uno más de los enebros que cubren los montes cercanos.

– ¡No estás bien de la cabeza! Te va a atacar.

La chica permanece inmóvil, no pestañea. Parece esperar a que el animal termine su carrera.

El ave bate sus alas como si quisiera impresionar a un rival. Imelda puede ver la mancha roja que adorna su cabeza sobre un pico ganchudo, que abre y cierra como paladeándose ante una presa fácil.

Juanjo echa a correr hacia la mujer y el carroñero, dispuesto a todo, acortando los escasos veinte metros de matas de trigo que los separa. El suelo se agita tras el cuerpo paralizado de Imelda. Parece que hay compañía en la retaguardia.

El buitre inicia el despegue, planea sobre ella y extiende las alas, oscureciendo el pasto a tan sólo unos pasos a espaldas de la chica. Dos pares de ojillos pierden su brillo aterrorizados al contemplar la proximidad de la muerte.

Juanjo está junto a Imelda y la abraza con fuerza. El ave sostiene en sus garras dos cuerpecitos.

–Comadrejas, son dos comadrejas– dice Imelda, pobrecillas.

– ¿Ya no te da igual, como el corzo?

Ella mira al chico fijamente y murmura con una extraña sonrisa.

–Claro, es distinto cuando están vivos.

Él la coge de la mano y emprenden el regreso a buen paso hacia el campamento.

Cuando se encuentran a distancia segura, lejos de los carroñeros, Imelda se acerca de nuevo a la orilla. Ve en el reflejo de su cara una expresión de miedo y ternura, confundiéndola. ¿Necesitará cambiar su racionalista percepción del mundo?

Allá en la lejanía del horizonte, el crepúsculo tiñe de naranja y turquesa el espejo de la laguna.

 


 

Bueno, hasta aquí hemos llegado. Dale click al corazoncito de más abajo si te  ha gustado y por favor deja tu comentario.

¡Saludos!

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada pertenecen a la página  bing.com/images/create/

5 Comentarios
  • Io
    Posted at 16:11h, 07 mayo Responder

    Madre mía Marcos, que mal rato he pasado, pasé que los buitres se lanzarían y atacarían a Imelda…..la curiosidad y el miedo es lo que tienen, que pueden jugarnos malas pasadas, aunque afortunadamente para Imelda y Juanjo se quedará en una anécdota que recordarán de por vida.. Yo no tendría valor de ponerme delante de un bicho de esos. Recuerdo verlos a cierta distancia en el coche y son tan grandes, que se me pone la piel de gallina de imaginar que vienen hacia mi……
    Un beso enorme

    • marcosplanet
      Posted at 13:07h, 08 mayo Responder

      Leer tus comentarios es un placer para mi, querida Io. Siempre tan positiva y cargada de emociones.
      Muchas gracias por compartirlas.
      Un fuerte abrazo!

    • marcosplanet
      Posted at 13:17h, 08 mayo Responder

      Gracias por tu comentario. Yo tampoco me atrevería ¡No soy Frank de la Jungla! Jaja.
      Un fuerte abrazo.

  • Nebuloverso
    Posted at 00:20h, 03 mayo Responder

    ¡Qué construcción de la escena! La duda ante el peligro, su naturaleza, ese «cuando están vivos» que resume una filosofía asentada en toda una vida, y la partida del terror, dejando otras dudas tras él.

Publica un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »
Share This
×