La asesina del dardo azul. Cap. 23 de «Sangre entre los escaños»

La asesina del dardo azul. Cap. 23 de «Sangre entre los escaños»

 

Os dejo aquí la continuación del capítulo 22 de esta novela, el cual os resumo a continuación:

 

Resumen del capítulo anterior nº22:

 

Tras el extraño y sangriento comportamiento del clon del presidente geruso Robin Vladivostok, la cúpula del congreso decide encerrarle en un psiquiátrico. Marcel Santiez y Toni Terra, los guionistas colaboradores de los programas televisivos de José María Índigo, se cuestionan si estarán seguros tras el inquietante atentado sobre Índigo por parte de Hermenegildo Tornasol, el «asesino del disparate». A los guionistas les surge la idea de investigar a las cadenas de televisión interesadas en librarse de Índigo para que nunca iniciara su anunciado programa “El fantástico show de la vida 5.0”.

En un bar de mala muerte sito en un polígono industrial semi abandonado se reúnen el sargento Domiciano Pereira, ayudante de la inspectora jefe Guillermina, y Clodoaldo Puga, diseñador de las cápsulas de vida de los somas o clones-base del CNIA. Piensan chantajear al gobierno por el pasado criminal de su ex ministro Abdón Monegal.

 

Quien escribe este capítulo que hace el nº 23 es:

 

(Marcos)

 

El líder del partido Celeste Menelao Sotogrande, celebraba con sus compañeros de cúpula en la sede del partido los últimos resultados de las encuestas “no oficiales”, es decir, las no publicadas por Emilio “el encuestero”, director del Instituto español de Encuestas, un señor puesto ahí por los granates para cocinar resultados desde hacía mucho con el fin de atender exclusivamente lo que pidiera en su momento el ex presidente Nadal y Eurípides Pascal en la actualidad.

–Estamos siete puntos por encima de esos cretinos de los granates en intención de voto –comenta muy ufano Menelao–. A este paso nos llevaremos de calle las generales, que están a tres meses vista.

–Pues sí, a esta velocidad les ganaremos por goleada, ji, ji –asegura Patroclo Peña, un correveidile del partido Celeste que conoce los puntos flacos de bastantes representantes del partido Granate, entre ellos Fansi Gómez.

–¿Y cómo va la investigación del pasado de Abdón Monegal, Remigio? –inquirió el líder dirigiéndose a un ejemplar del partido celeste que exhibía un gran parecido con Nadal, el ex presidente de los granates. Remigio Cuevasaltas se había convertido por méritos propios en un excelente exterminador de enemigos políticos dentro del propio partido Celeste. Remigio era a Menelao Sotogrande como Hermenegildo Nadal a su hijo Prometeo, un ejecutor capaz de todo con tal de encumbrar a su líder en la presidencia del país.

–Bueno, Menelao, no he visto indicios de que nadie quiera mirar la hemeroteca ni hacer el menor esfuerzo. Todos dicen que a nadie interesa una noticia que sucedió hace más de veinte años y que el asesino desapareciera para no volver jamás a ser reconocido. Además, no hay vínculo alguno para sospechar que pueda tratarse del Abdón del partido granate.

–Yo puedo indagar en un periódico que me cae bien –afirma Patroclo–. Es “El Heraldo del Tiempo”, donde Mateo Santesmases y Ploteo Hermida escriben editoriales rompedores que ponen en entredicho la credibilidad del gobierno de los granates. Si les digo que investiguen lo de Abdón, igual suena la flauta y encontramos el eslabón perdido.

Tanto Menelao como Remigio Cuevasaltas se miran con sorpresa y terminan asintiendo ante la propuesta.

–Muy bien, Patroclo, creo que será una buena acción. Este puede ser el comienzo de una gran aventura hacia la victoria electoral –afirma Menelao.

Patroclo Peña detestaba escuchar la blandenguería y expresiones vacías de las que hacía gala su líder. Estaba harto de la fama que había conseguido Menelao al convertirse en lo que cada vez pensaban más de él sus propios votantes, como se atrevieron a escribir en un titular Mateo y Ploteo en “El Heraldo del Tiempo”. “Lo ven apagado y fuera de cobertura, un chicle que el gobierno sabe masticar cada vez que se enfrentan en el Congreso de los diputados”.

–“Pues sí, querido líder –pensaba Patroclo–, no sabes que Mateo y Ploteo también te critican a ti. Algún día usaré mis conocimientos de trapos sucios para auparme por encima de ti, si es que tu vasallo Cuevasaltas me deja escalar esa montaña”.

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En una tarde lluviosa de jueves, reunida en un despacho con sus dos compañeros de nave, la directora Severiana Rocamora pensaba en orearse y liberar su espíritu matador saliendo en busca de alguien de quien pudiera librarse por los motivos habituales: acabar con la vida de la víctima que le había perjudicado en alguna gestión en particular, elegida por la dificultad que suponía localizarla después de un estudio previo.

Y la próxima víctima tenía nombre y apellidos muy conocidos por la Rocamora: Claudio Morgandas, jefe de la Sección B del CNIA. Severiana no había conseguido conocer donde vivía a pesar de que Morgandas había puesto una dirección en su ficha de empleado. Curiosamente, una entidad como un Centro nacional de Inteligencia no comprobaba los datos que ofrecían sus empleados en el formulario de acceso porque se suponía que cumplirían con la norma imprescindible de “asegurar con su firma que todos los datos escritos en el impreso eran veraces”.

De ese modo, la Rocamora comprobó que Claudio no vivía en el domicilio apuntado en su ficha. Y eso dificultaba su intento de localizarle para matarle, pero a la vez le proporcionaba un aliciente malsano para llevar a cabo su objetivo. Era el motivo principal que la impulsaba a cometer sus criminales actos. También lo había intentado siguiendo a Morgandas desde que salía del aparcamiento, pero él siempre conseguía esquivarla. Era como si él supiera que le seguían o que hubiera reconocido el modelo del coche de ella. En esta ocasión, Severiana había acudido al trabajo en otro vehículo bien distinto al habitual.

Con Claudio no se llevaba bien. El fiel subordinado de este, Regino Sainz, director médico de la Clínica Private Corp donde se reparan los clones descacharrados, obedece únicamente instrucciones directas de Claudio y en un principio se opone a que la Rocamora saque de las instalaciones de Private los clones del ex presidente Nadal y del ex ministro y mano derecha de aquél, Abdón Monegal.

Pero la asesina reconvertida en directora general del CNIA sabe intimidar a Regino y consigue que acepte el traslado de los cuerpos clonados a un destino que él desconocía.

Rocamora necesitaba de forma apremiante disponer de dichos cuerpos para instalar en ellos los implantes biogénicos que en secreto la investigadora Sonora Travis, miembro de la sección B de Claudio, estaba desarrollando para ella devotamente.

La Travis y la Rocamora comparten una pasión carnal y sentimental que las mantiene unidas desde que Travis puso un pie en los laboratorios del CNIA. Fue un flechazo de película. Ambas discurrían por uno de los largos pasillos del Centro Nacional de Inteligencia Artificial mirando sus Tablet llenas de datos. Chocaron ligeramente al cruzarse cada una en un sentido del pasillo y se disculparon al unísono. Cuando cruzaron la primera mirada, un halo de magia se manifestó entre las dos tomando forma de sonrisa y de enrojecimiento facial instantáneo.

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Aunque hubiera conocido el terrible interior de la mente del recién hallado amor de su vida, a la Travis le habría parecido increíble que una asesina en serie como Severiana fuese capaz de enrojecerse. Pero es que los pobres mortales estamos muy equivocados respecto a lo que sienten y padecen esos criminales mortíferos. Su perfil psicológico no llega a ser bien conocido ni por los mejores expertos en criminología.

Severiana vibraba con situaciones escabrosas, como cuando extrajo el dardo azul de su última víctima, un repartidor de propaganda en buzones de comunidades de vecinos, que le molestaba llenando de papelitos su buzón. Un instinto salvaje hizo que clavara su dentadura en la yugular del pobre joven que aún no había cumplido los diecinueve años, abriendo al aire libre un surtidor de sangre a presión que la empapó el jersey calando el sujetador, lo cual la indujo a excitarse de inmediato. La psicópata permaneció pegada al cuello del muchacho con los dientes bien encajados entre la arteria, venas y fibras musculares, obteniendo una fuente de placer difícilmente descriptible para una persona equilibrada.

Cometía esos actos sanguíneos tras haber recorrido sus complicados “laberintos”, planes de seguimiento de la vida de sus víctimas mediante intrincados pasos que la deleitaban sobremanera. Cuanto más se le complicaba su búsqueda más disfrutaba con la incertidumbre de si lograría dar con el momento adecuado. Porque disponía de una herramienta mental, una certeza absoluta que guiaba sus planes, aunque la antigua profesora universitaria de Filosofía y actual verdugo de inocentes no era capaz de tolerar el fracaso.

Solo una vez falló al intentar asfixiar a un empleado de banca de su barrio a quien echó el ojo porque le pareció que se escaqueaba demasiado de su puesto de trabajo pues casi nunca lo veía en su sucursal bancaria a pesar de ser el jefe o precisamente por serlo. Esa ausencia la perjudicó especialmente porque retrasó más de la cuenta la firma de una inversión en fondos que de haber resultado más ágil habría reportado a la asesina importantes beneficios.

En sus indagaciones averiguó que el interfecto era ludópata, actividad que no podía producirle más rechazo pues ella consideraba que gastar tiempo y dinero en algo tan improductivo y frustrante como los juegos de azar era imperdonable.

Una vez hubo seleccionado la asesina su momento para cometer el crimen, el elegido para morir se giró en el instante en que ella iba a soplar por su mini cerbatana el famoso dardo azul envenenado. Severiana no pudo hacer otra cosa que huir velozmente en busca de su vehículo aparcado a unos cien metros de allí. Siempre iba con el rostro cubierto por una máscara diabólica que representaba al dios azteca Mictlantecuhtli, el señor de la oscuridad dentro de la mitología azteca. Así que el otro no pudo verle el rostro.

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En su reino, el Mictlán, el señor del averno acoge a todos los humanos que mueren de forma natural, pero este hecho, aunque conocido por la Rocamora y que contradecía la causa de las muertes, lo dejaba pasar porque le había gustado el dibujo que llevaba en la careta representando al dios. Este era un ente creado por los dioses Huitzilopochtli y Quetzalcóatl en el Omeyocan, un lugar equivalente al cielo.

Ese disfraz la transportaba a un mundo onírico donde el poder adoptaba formas divinas, entidades supra humanas que imperaban sobre todos los mortales de quienes mantenía retenidas sus almas y a quienes atormentaban con malas artes sus espíritus.

La forma en que ella se deleitaba imaginando ese mundo de dioses, le deparaba momentos de auténtica satisfacción interior mientras observaba una colección de recuerdos de sus víctimas, minuciosamente organizada en varias vitrinas instaladas en el salón de su casa. Severiana era feliz con la absoluta soledad omnipresente voluntariamente en su vida, hasta con la soledad que experimentaba Juliana, su madre, a quien amaba de verdad con una intensidad que nada ni nadie, ni siquiera un dios de los que poblaban su febril imaginación, podría arrebatar o cambiar.

Juliana representaba la tenacidad, habilidad e inteligencia fundamentales para resistir una ola de malos tratos arrasadora, que su marido había conseguido infligirle durante todo el tiempo que duró el matrimonio. Un gran día de muy grato recuerdo para la directora del CNIA, su padre estaba preparándose para descargar sobre Juliana su fusta de caña recubierta de cuero.

Severiana frisaba los dieciocho años de edad. Siempre había sido una mujer delgada pero fibrosa, bien musculada y tonificada por el crossfit que practicaba desde los quince años, cuando decidió parar al monstruo domiciliado en su casa y de quien había pensado deshacerse para siempre. En la mente de la Rocamora algo hizo “click” en una hora y minuto indeterminados de su vida, algo que la transformaría para siempre.

Así que justo cuando su padre alzaba por enésima vez el brazo para golpear hasta la extenuación a la pobre Juliana, Severiana le propinó un golpe en las costillas con las dos manos enlazadas que obligó al maltratador a doblarse hacia atrás, ocasión que aprovechó la joven para echársele encima con todo su odio y obligarle a caer sobre la alfombra de Karachi que cubría el suelo de la habitación de las torturas. El abominable padre y marido llamaba así al espacio donde le encantaba producir dolor extremo a su mujer, su víctima.

Juliana nunca era capaz de responder a los ataques del esquizofrénico porque este le aterraba, descomponía su integridad mental y la rompía en mil pedazos. Tan solo la consolaba la compresión total y la entrega que le profesaba su hija única Severiana.

El día en que consiguió vencer para siempre a su padre, la Rocamora se hallaba encaramada al corpachón del abusador golpeándolo histéricamente con sus dos fuertes puños entrelazados, con una insidia y una frecuencia intensísimas, alimentadas por un deseo patológico de acabar con la existencia de ese monstruo desde que ella tenía uso de razón.

Consiguió colocar las rodillas sobre el esternón del hombretón y saltó sobre él varias veces, tronchando en pedazos la estructura ósea del mismo y haciendo sangrar al individuo al haber atravesado el torso uno de los fragmentos. Sabedora de la situación del ahora dominado, Severiana empezó a propinar una serie de puñetazos al rostro del caído que le dejaron los ojos encharcados en sangre al igual que la boca tras haberle roto la mandíbula.

Los propios nudillos de las manos de la joven estaban despellejados y sangrantes. Respiraba de forma tan agitada que creyó que iba a desmayarse, pero se detuvo tres segundos y continuó su labor de desfigurar la cara de la bestia mientras ella salivaba en abundancia por el sofoco del esfuerzo. Había cambiado su objetivo y ahora se puso de pie ante el casi inconsciente cuerpo de su padre. La avalancha de patadas que empezó a lanzarle contra uno de sus costados provocó el aplastamiento de varias costillas y la rotura de cuatro de ellas. Tras cinco agónicos minutos de pataleo incesante por parte de la asesina, su padre empezó a vomitar sangre en abundancia. Hasta que él no dejó de convulsionar y quedó inmóvil, ella no paró.

Un bulto informe de carne con forma humana manchada de rojo cubría un espacio sobre una preciosa alfombra de Karachi que acababa de perder todo su valor. Pero eso no preocupó a Severiana, quien con una frialdad proverbial envolvió aquel corpachón destrozado por la ira en el otrora lujoso tapiz, lo trasladó en un transpalet hidráulico hacia la cochera del chalet y allí lo cargó en el maletero del coche.

Al cabo de dos horas había conseguido depositar el cadáver en un pozo bien conocido por ella pues estaba ubicado en el bosque donde jugaba de niña con su vecino Estebaldo, el único ser antes de la doctora Sonora Travis que le había hecho tilín. Los más de cuarenta metros de profundidad de aquella bocacha aseguraban la imposibilidad de que el cuerpo fuese localizado.

 

Ese jueves lluvioso, sus compañeros de cúpula directiva del CNIA acompañaban a la Rocamora en una reunión informal dentro de las instalaciones del Centro. Disfrutaban de un pequeño ágape donde no faltaban endivias de Ávila cubiertas de parmesano en escamas tostadas al toque de azafrán, dispuestas sobre una cama de masa fina de hojaldre horneada con carne de buey mechada y algunos canapés imaginativos donde imponía su presencia el granadino caviar de Riofrío, españolísimo, considerado el mejor del mundo.

Abría la conversación Romualdo Zambón, el escogido como antiguo y muy cotizado hacker que fue, para llevar a cabo la adaptación informática del antiguo CNI al moderno, incorporando la inteligencia artificial.

–Me han llegado quejas de la Sección B, Severiana –expone con su tono sarcástico habitual, teñido de malicia–. Claudio cree que te estás extralimitando con tu afán de controlarlo todo y tu desprecio hacia toda la Sección B.

–Contra toda no, nada de eso. Es contra él tan solo, un insoportable individuo que quiere demostrar que puede pasar por encima de la jerarquía.

–Eso no lo veo del todo claro, querida directora –apunta Lisardo Cubiertas con un mohín de disgusto–. Lo que sí veo es que no podemos enfrentarnos eternamente al trabajo que realiza la Sección B, porque estaremos tirando a nuestro tejado no solo piedras sino una bomba que hará saltar nuestros proyectos de clonación por los aires. Claudio Morgandas es un baluarte para nosotros.

–Cada vez que me encaro con nuestro apreciado Claudio ante sus protestas por sus desacuerdos conmigo es como enfrentarme a un muro insalvable –asegura la Rocamora.

–Míralo así –indica Romualdo–, nos podemos escudar en él siempre que queramos y cualquier éxito pasará ante los ojos del ministro Fansi Gómez como un logro nuestro, no de Claudio.

–Es que no soporto ni su presencia –asegura la directora, tajante–. Debemos echarle de la organización.

Severiana, “la asesina del dardo azul” vuelve a las andadas. Y lo hace porque miente a sus dos socios en la cúpula para justificar que, por motivos de salud de su madre, debe ir a su lado porque está recibiendo quimio y le tocaba sesión. Es una verdad a medias pues Severiana sí que ayudaba a su madre a salir adelante de su leucemia.

“La quimioterapia sistémica que se administra en dosis altas, la quimioterapia intratecal y la radioterapia dirigida al encéfalo alcanzan las células leucémicas en el Sistema nervioso Central” –le dijo el oncólogo en la primera entrevista antes de iniciar la madre el tratamiento–. “Pero son tratamientos agresivos que deterioran la salud general del paciente. Procure estar con ella en cada sesión para que encuentre apoyo constante, muy necesario en estos casos”.

“Rocamora, la que mata sin demora”, como a ella misma le gusta autodenominarse, abandona la habitación con premura y cuando está dándoles la espalda dedica un saludo a sus socios con los dedos de una mano a modo de despedida. Sus andares muestran una actitud insinuante y sexy que no deja indiferentes a Lisardo y Romualdo.

Con la seguridad de haber quedado a solas, los dos se disponen a intercambiar impresiones sobre aquella mujer de andares felinos que tanto les intimidaba.

Su primera víctima –dijo Romualdo Zambón ocultando sin éxito un rictus de repugnancia en su barbado rostro– fue la directora de la “Sección de propiedad horizontal” del ayuntamiento. Una mujer muy difícil de localizar pues no ponía un pie en su despacho más que un par de veces al año.

–Anda, ¿Cómo sabes tú eso?

–Claudio Morgandas me contó con pelos y señales varias de las hazañas de la directora. Porque tiene una colección de magazines digitales y en papel, junto con varios vídeos de reportajes en los medios, que hablan de todos los pasos que consiguió seguir la policía en sus pesquisas hasta dar casi con total seguridad con el “modus operandi”.

–Me sorprendes, Romualdo, me sorprendes –repitió Lisardo con incomodidad–. Nunca habría supuesto que Claudio Morgandas era de esos que llenan una pared con recortes de periódico, fotos y diagramas trazados con hilo rojo cogido con chinchetas.

–Fue una investigación exhaustiva, créeme, duró varios años allá por los ochenta. Claudio era un seguidor muy directo, digamos, pero no creo que rozara la obsesión. Debemos centrarnos ahora en qué hacer para evitar un cisma entre la Sección B y la dirección del CNIA. Esta reyerta en que Severiana quiere convertir su autoridad sobre el laboratorio que está practicando los mayores avances en clonación no puede dominar nuestro día a día. Gracias a la Sección B hemos conseguido clonar al ex presidente Nadal y al Abdón Monegal ese; nunca he creído que alcanzara el puesto de ministro por su formación académica.

–Eso nunca es así, en efecto, mi querido Romualdo. El político está ahí la mayor parte de las veces porque ha tenido una combinación de suerte y capacidad de apuñalar por la retaguardia a todo aquel que le estorbaba en su camino. El resultado es figurar apuntado como candidato al puesto que sea en una lista electoral.

–Es más, Abdón Monegal es de esos que llegan al poder siendo expertos en morir matando.

Lisardo frunció el ceño.

–¿Qué quieres sugerir, amigo mío? ¿Qué Abdón tiene cadáveres en su historial?

–Pues algo de eso puede haber. Hay un agente de la Policía Nacional amigo mío, el sargento Pereira, que me ha informado no hace mucho sobre el sangriento pasado de Abdón, que vivió en varios orfanatos. Uno de ellos, el “Almas de Dios”, fue noticia durante meses por los dieciséis asesinatos cometidos por un tal Abdón Monegal. A pesar de haber desaparecido la noche de la masacre y que nunca más volvió a dar señales de vida, no ha estado nunca clara su relación con los asesinatos. Y después de veinte años transcurridos desde el deplorable suceso, poquitos son ya los que pueden acordarse de aquello.

–En alguna ocasión han sido publicadas cosas en Internet al respecto –explicó Romualdo llevándose su cigarrillo de pega a la boca. Llevaba nueve años sin fumar y los aspirables “Mentol sin humo” le calmaban cuando no podía controlar su ansiedad–, pero nunca han conseguido sobrepasar la calificación de bulos por parte del gobierno granate. Por lo tanto, la investigación de la coincidencia de nombres ha brillado por su ausencia. La oposición de los celestes ni se ha dejado notar, ninguno de ellos ha sido capaz de abandonar su interminable siesta desde que perdieron la gobernanza de este país.

–Llamado España, dicho sea sin ánimo de ofender –dijo Lisardo dejando clara su posición ideológica, contraria la de Romualdo, más granate que otra cosa.

–Está bien –continuó Lisardo levantando una mano–. No me esperaba esta revelación sobre el origen de la mano derecha del ex presidente Nadal. Me ha dejado más frío que un carámbano de hielo. Pero esa no es la cuestión. Lo que debemos conseguir es ponernos a salvo de esa asesina en serie que tenemos como directora y que hasta ahora había conseguido evitar el escándalo. No podemos permanecer callados, Romualdo. Nuestra continuidad, incluso nuestra existencia, puede verse comprometida por lo que esa psicópata tenga en su cabeza. Igual un día nos pasa a cuchillo tranquilamente mientras mantenemos una reunión con ella.

–Se ve que no conoces su perfil de criminal fría e implacable. Ella no actúa así, según me detalló Claudio Morgandas. Ella es como esa araña enorme de una secuencia del film “Las Dos Torres”, basada en el segundo libro de la trilogía “El Señor de los Anillos”, en el que el monstruo va urdiendo su trampa para hacer caer en ella a Frodo Bolsón mediante sucesivos pasos, sibilinos, impredecibles, taimados, a través de los cuales consigue conducir al pobre Frodo a una desagradable experiencia. ‘Ella-La–araña’ habitaba en la ficción de Tolkien en los túneles aledaños a la torre de Cirith Ungol, en las Montañas de la Sombra, en el interior de una covacha hedionda donde la oscuridad adquiría una densidad que la convertía en un muro insondable conocido como Torech Ungol (‘el antro de la araña’).

–Vaya, Romualdo, todo eso que dices me está dibujando una forma de vivir de nuestra jefa que no debe ser muy halagüeña. Si comparamos la oscuridad de las dos arañas, ambas comparten existencias siniestras.

–El caso es que no podemos sucumbir a su picadura, como bien sugieres, compañero. Por mí, dejaría que se librara de Claudio y que recuperara la cordura, sí, eso de lo que le queda cada vez menos. Pero por otro lado me hace sentir culpable. Claudio es un buen amigo.

Mientras presiona con un dedo su mentón, Lisardo observa a su compañero.

–¿Por qué será que me das la impresión de que quieres pasar por encima del cadáver de Claudio (en sentido figurado, claro) a pesar de tus reticencias? A mí la verdad es que no me importa gran cosa. El jefe de la Sección B es para mí un miembro más de la organización sin más relevancia que la de dar forma a nuestros intereses sobre clonación humana. Lo cual ya es bastante, aunque nadie es imprescindible. Si quieres ayudamos a la jefa a librarse de él y santas pascuas.

 


 

Y esto es todo hasta el próximo episodio nº 24. Dejad por favor vuestro comentario que valoramos mucho. Y no cuesta nada dar un like en el corazoncito de más abajo.

Os deseo salud y suerte en la vida.

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página  bing.com/images/create/ .

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