28 Jul La decisión del rebaño valiente
La Corte o Gran Sala de Parlamentos contenía doce asientos principales protegidos por el máximo nivel de sensores de seguridad, de forma que cualquier amenaza quedaba retratada segundos antes en un sistema avisador de peligros tanto lumínico como sonoro. En la gran sala, los Supremos debatían sus argumentos para tejer las urdimbres que, transformadas en leyes, conformarían una inmensa tela de araña. En esta, el tráfico de la más completa desinformación imaginable circulaba constantemente para que los Llanos nunca estuvieran separados del control que el poder ejercía sobre sus vidas.
Desde la Sala de Parlamentos eran emitidas órdenes de índole represora, como la persecución mediática de personas consideradas como peligrosas para el Supraestado. También eran ocupadas y expropiadas las segundas viviendas de aquellos que habían conseguido más de una propiedad, fuera por la causa que fuese, y en general eran suprimidas las libertades de aquellos que continuaban teniendo ideas propias.
Expansión tras las fronteras
Fuera del Supraestado, en el extranjero, existían intereses atendidos por delegaciones de autómatas, robots programados para entenderse con los ingenios biomecánicos de otras naciones. Todos los ciborgs llevaban instalados chips de aprendizaje por inteligencia artificial que les permitía ser creativos en sus conversaciones. De ese modo podían negociar de forma segura para los Supremos de todos los confines del mundo; ninguno de los Supremos deseaba arriesgar su posición privilegiada cometiendo errores humanos que lastraran sus intereses. Así pues, delegaban en las máquinas todas las responsabilidades, tanto de decisión como de propuestas de negocio. Había que defender a ultranza el “Statu Quo”.
–Vamos a marcar muy de cerca a los Llanos –afirmó el Supremo Lupo–. No podemos consentir que ningún osado disidente sobrepase la muralla del Supraestado. Es un concepto moral, ya lo sabéis.
–Mi estimado Lupo –comentó el Supremo Ornias, corpulento, más bien orondo en exceso, quien lucía pulseras y guirnaldas refulgentes por todo su cuerpo–. Los años que llevas dedicado a gobernar este Supraestado te llenan de sabiduría y buen hacer, soy consciente de ello. Tan sólo discrepo en que afirmas que no somos capaces de atar más corto a los Llanos porque no aplicamos con más contundencia nuestra autoridad sobre ellos. Pero yo creo que aún no han entregado al Supraestado aquello que más nos cuesta dominar: su pensamiento. Eso es una lacra que nos oprime como gobernantes ¿Cómo es posible que existan disidentes de tanto peso? La presión moral a la que sometemos al ciudadano lleva mucho tiempo surtiendo efecto, pero hay algunas excepciones que requieren un trato… individualizado.
La decisión del rebaño valiente
Un Supremo de luenga barba albina de nombre Dómine respondió airado al comentario.
–Yo soy el Dómine, el más anciano de vosotros y quien más ha aportado al sistema que el Supraestado ha instituido para gobernar a la masa informe. He conseguido que los Llanos obedezcan, que lo hagan sin cuestionarse nada ¿Es que la discrepancia de un par de chalados va a poder enfrentarse a nosotros? No entiendo tu preocupación, Master Blaster, sinceramente.
El orondo Ornias era conocido como Master Blaster, una especie de ejecutor de sentencias, un verdugo al servicio de los Supremos que nunca se manchaba las manos. Había resuelto los casos de disidencia de forma inmediata. Nadie preguntaba cómo se libraba de aquellos que conseguían repercusión pública siendo contrarios al régimen.
–Sabes ¡Oh Dómine! que he paralizado la iniciativa de todo el que ha osado oponerse a nosotros, sin excepciones. Recientemente, sin embargo, he encontrado una fuerte oposición en miembros de los Llanos capitaneados por un tal Taras Gámez, un auténtico líder disidente. Es escurridizo en los interrogatorios pero hemos logrado vigilarle las 24 horas sin que de momento haya dado muestras de conducta sospechosa. Es un simple operario de mantenimiento. El desgraciado no tardará en caer.
Un rumor sordo se extendió como un gas venenoso y denso sobre los presentes.
–De acuerdo, grandes Supremos del Consejo –comentó el Master Blaster–. No daré pie a los arrebatos de aquellos Llanos que se creen en posesión del código revolucionario que eliminará al Supraestado. Es ridículo pensar eso siquiera. Voy a crear un Decreto-Ley que prohíba la iniciativa de aquellos que estén dominados por el libre pensamiento. Taras Gámez debe morir.
Un fragor de aprobación recorrió la sala forrada con mármoles travertinos. El pulimento con el que trataban la superficie de aquellos suelos los dotaba de un brillo espejado que convertía la piedra en un crisol de mil tonos irisados.
El nexo entre las dos pirámides
Un individuo un tanto desgarbado vestía un mono de trabajo de color azul similar al del antiguo océano, anterior a la gran transformación ecológica (ahora los colores de las aguas oceánicas eran de un parduzco casi neutro). El tipo deambulaba por las inmediaciones del conducto tubular exento de gravedad que servía de unión entre las dos pirámides unidas por la cúspide. Trabajaba en el mantenimiento de los elevadores electromagnéticos que conectaban ambos macro edificios.
Para superar la anti-gravedad del conducto de unión entre los dos vértices piramidales, el operario disponía de un transductor que emitía una señal al localizador de operarios. Si el sensor procesaba la clave correcta, el obrero podía acceder al recinto elevador sin problema. Eso era lo que Taras Gámez estaba llevando a cabo en ese momento: la transición hacia la sala de control del macro edificio. Sólo los doce Supremos gozaban de autorización para traspasar el conducto entre las dos pirámides. El operario contaba con una autorización temporal renovable cada media hora.
Taras Gámez había sido enviado hasta allí como mecánico de Mantenimiento para una misión de comprobación rutinaria. Su supervisor directo era Julen Novaris.
-Debemos tener a punto el dispositivo bloqueante el próximo lunes–comentó Julen– ¿Crees que lo conseguiremos?
–Bueno, no llevo todos estos años dedicado a mi trabajo como para no poder saberlo. Te aseguro que antes de la medianoche del lunes, el ascensor que une las dos pirámides estará bloqueado.
Las casas de los Llanos poblaban los arrabales de la urbe principal donde las descomunales pirámides invertidas ejercían su poder visual como sede de los doce Supremos
En una de esas viviendas de tres plantas, Taras Gámez hablaba a menudo con su hijo Natham, de dieciocho años, acerca de todas las incongruencias a las que el Supraestado sometía a la ciudadanía de los Llanos.
–No hagas caso de las consignas repetidas hasta lo inverosímil por los Supremos. Hijo mío, si hay algo que debemos conseguir los disidentes es que impere el libre albedrío. Y para ello tienes que arriesgar hasta tu propia vida. Por eso tú te quedarás quietecito ante los eventos que están por venir. Déjame a mí que sé lo que debo hacer.
–¿Y si tú no lo consigues, papá? ¿No debo ser yo quien tome el relevo? –comentó Natham tranquilamente.
–No te quepa duda, hijo. Tienes un cometido moral que cumplir. Y este pasa por consolidar la organización de los frentes opuestos a Megacity y por tanto al Supraestado. Somos casi cien mil disidentes hoy por hoy, pero necesitamos multiplicarnos y en eso estoy involucrado ahora, en ampliar nuestra influencia sobre las urbes de la Gran Autonomía.
La decisión del rebaño valiente
Megacity era la capital de La Gran Autonomía. Esta estaba integrada por un conjunto de aglomeraciones urbanas que gozaba del beneplácito del gobierno, pues se supone que fomentaban en cada una el fervor ciudadano por el consumo, ese motor de toda la economía local vital para el Supraestado. De este modo el gobierno se beneficiaba recaudando impuestos a mansalva por cualquier producto o servicio que eran adquiridos. Alimentar el deseo de consumo, esa era la máxima gubernamental.
El sistema pretendía que los ciudadanos Llanos, a través de representantes elegidos por la peculiar Democracia –pintada de liberal por el gigantesco proceso de manipulación de masas–, sostuvieran con palanquines dorados la macro estructura del Estado. Los Llanos debían permanecer fieles a los dictados de los Supremos aunque fuese por imperativo ilegal. Estos creaban para ello medidas de control absoluto bastante imaginativas.
Parámetros del “cambio” climático
El sol despuntaba a través de refulgentes difracciones de luz que anunciaban la presencia del mediodía, el momento en que con más intensidad podía manifestarse aquel derroche de energía natural. Bajo esa canícula parecía que ningún humano pudiera subsistir.
–»Primero medirán las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero) en un área específica limitada, industrial, geográfica o políticamente. Esto serviría para determinar el impacto global del cambio climático en un área concreta y emprender planes de corrección» –anunciaba Thomas Levy, el presentador de informativos de máxima audiencia vendido al gobierno.
–»Las imágenes que ven ustedes resumen solo una parte de las catástrofes que el cambio climático ha causado durante el último año. Vean los incendios arrasadores, las familias desalojadas de sus casas a la fuerza ¿queremos este presente aciago como antesala de nuestro futuro?».
Muchos ciudadanos sospechaban que no todos los lamentables espectáculos emitidos por los canales oficiales de televisión eran causados por el asunto climático. El deshielo de la Antártida, el descenso de las nieves en las cumbres del Himalaya, variaciones en el nivel del mar que habían producido una subida de un par de metros en una isla minúscula del Pacífico… En este caso un youtuber totalmente ignorado demostró después que ello fue debido a un anómalo efecto pasajero de la luna sobre las mareas.
Los servicios de “la maldita Inteligencia del Gobierno”, como denominaban Los Llanos a quienes ejercían el control de masas, desplegaron en las siguientes semanas todos sus efectivos. Múltiples medios afines de comunicación de masas, pretendían garantizar que nadie quedase al margen de la supuesta amenaza climática, ni de las iniciativas gubernamentales sobre control de emisiones y de opiniones.
A continuación, el gobierno aprobaría los decretos-ley necesarios para hacer respetar las supuestas fronteras de protección climática definidas por científicos que nadie conocía, impuestas para elaborar infundados dictámenes y condenas.
La decisión del rebaño valiente
Taras Gámez era muy concienzudo en su trabajo con los ascensores por lo que sus informes de análisis nunca sobrepasaban el nivel de su supervisor Julen Novaris. Además este había encontrado en su subordinado a un hombre resuelto a conseguir justicia social, un bien y un derecho que en aquel mundo era inexistente.
La colaboración entre ambos fue el resultado de un evento casual sucedido un año antes, en los confines de Megacity
Julen caminaba bajo un sol de justicia buscando una pieza de recambio para su automóvil. Esto representaba cada vez mayor dificultad en un mundo sin orden donde las sustituciones de piezas eran más que deficitarias. Cuando Julen creyó haber dado con una fuente de suministro, una banda de atracadores del Barrio de las Cenizas le impidió hacerse con la pieza amenazándole con dispararle para acabar con su vida. Casualmente, Taras Gámez se encontraba saliendo de casa de sus padres, habitantes del barrio, cuando sucedió el hecho. Sin pensárselo, Taras socorrió a Julen mediante una falsa sirena policial que hizo sonar para descubrir después con sorpresa la identidad de aquel a quien había salvado. Debido a esto, entre ambos surgió un instinto de colaboración que no se fisuró jamás.
Taras era un operario, empleado, obrero, una pieza elemental del puzle. Nada excepcional para el Sistema.
Sin embargo, con el concurso de su jefe Julen, había conseguido reunir a cientos de disidentes organizando grupos encabezados por portavoces, todos ellos perfectos ejemplos de los Llanos de Megacity.
El día señalado en la agenda de Taras como el de la acción definitiva, el operario de ascensores acababa de despedirse de su hijo Natham.
–Nos vemos con mamá a las cinco, hijo– aseguraba sin ningún temblor en la voz. Ten preparada una buena peli para la sesión de cine de esta noche.
El chico rodeó a su padre en un abrazo más emocional que físico.
–Que todo salga bien, papá.
Y hasta aquí el segundo capítulo de este relato. En breve podréis leer el siguiente, donde concluye esta historia. Haz click a continuación para leer el primer capítulo.
Gracias por haber llegado hasta aquí. Haz click en el corazoncito de más abajo si te ha gustado y ¡hasta la próxima!
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Miguelángel Díaz
Posted at 22:00h, 11 agostoHola, Marcos.
Sigues avanzando en la distopía planteándonos cuestiones sobre el dominio absoluto del poder, la sumisión de quienes pueden pensar por su cuenta y de forma distinta. Los detalles que has ido introduciendo hacen que espere con interés la continuación.
Un fuerte abrazo 🙂
marcosplanet
Posted at 08:56h, 12 agostoEn muy breve plazo publicaré la continuación. Me alegra comprobar que te ha gustado.
Saludos Miguel.
Susana
Posted at 16:06h, 04 agostoMuy revelador este relato que sin duda nos hace reflexionar sobre la libertad/exclavitud del individuo en tiempos modernos.
Un lujo leerte siempre, esperaré con intriga la siguiente entrega.
Gracias por trasladarnos a «otros» mundos.
marcosplanet
Posted at 21:01h, 04 agostoMuchas gracias a ti por tu tiempo y tu comentario tan constructivo. Espero poder seguir con un nuevo episodio en breve.
Saludos!
Rosa Fernanda Sánchez Sanchez
Posted at 19:06h, 03 agostoYa estoy deseando leer el próximo capítulo, magnífico como siempre. Felicidades Marcos