La máquina que transformaba el miedo en arte

El taller de trabajo se encontraba en un ático de un barrio situado al sur de la ciudad, muy frecuentado por los amantes de las artes y las letras. Lorenzo había destacado desde su primera infancia como alguien con talento para las composiciones artísticas.

Era capaz de reunir en un cuadro los elementos más dispares: serrín que le traía su padre de la fábrica maderera donde trabajaba, musgo de la dehesa que extendía su manto fértil en las afueras de la urbe; castañas, piñas, algarrobas o pinaza de los abetos altísimos que cubrían la cercana serranía.

En sus trabajos escolares reunía todos esos elementos y algunos otros que surgían de su poderosa imaginación. Su padre le admiraba y colocaba una figura tallada por él cada vez que su hijo terminaba una creación.

Era como una recompensa que reconocía el talento del niño con una pequeña muestra de la habilidad del padre.

Los tiempos en que ambos vivían eran convulsos y rodeados de inestabilidad social debido a las continuas campañas del gobierno para mentalizar a los ciudadanos sobre las nuevas normas que debían imperar en el mundo. Era como si una plaga ideológica reaccionaria se hubiese instalado en todos los países del que anteriormente era considerado como “occidente”, un coto privado reservado tan solo para las sociedades más desarrolladas.

Desde la muerte de su madre, Lorenzo había experimentado un aumento desaforado de su creatividad realizando las más dispares obras artísticas. Él mismo no sabía cómo definirlas, porque se trataba de composiciones, como un “collage” donde tenían cabida todo tipo de materiales. Poco a poco había conseguido atraer la atención de los que le conocían y estos se acostumbraron a encargarle obras para regalar en los cumpleaños o para colgarlas de las paredes de sus casas.

Lorenzo se había convertido en un artista de fama local. Y hasta ahí llegó su ámbito de actuación. Nunca tuvo gran ambición por ampliar su influencia a otros territorios que no fuesen su querida ciudad, donde había nacido y disfrutado de tiempos mucho mejores.

Ahora la sociedad estaba sometida a una especie de acoso mediático a través de todo tipo de medios de información, redes de internet y plataformas de televisión y radio que incesantemente comunicaban normas y más normas de comportamiento que habían llegado a modificar hasta las creencias más íntimas de las personas.

Llegó un momento en que la faceta artística que exhibía Lorenzo en sus obras le había llevado a traspasar una frontera. Ya no se conformaba con lo que había sido su gran afición durante años, sino que deseaba intensamente poder ayudar a la gente a soportar las condiciones de vida controlada impuestas por quienes dominaban el país.

Como parte de un todo internacional, el gobierno había implantado un adoctrinamiento sistemático en todos los niveles educativos. La psicosis afectiva y de la conducta había extendido su sombra en todas las naciones que antes pertenecían a ese dorado universo del buen vivir con trabajos bien remunerados y democracias saneadas por la actividad empresarial.

Lorenzo vivía en un país privilegiado por su naturaleza indómita, poblada de paisajes de ensueño y recursos naturales que le otorgaban una riqueza admirada por el resto de países del entorno. El artista había vivido hasta ahora disfrutando de todo un paraíso donde la gente se caracterizaba por su empatía hacia quienes venían de fuera como simples turistas o hacia aquellos que habían decidido iniciar una nueva vida en él. La libertad a todos los niveles había echado raíces.

Ahora, sin embargo, esas raíces se estaban descomponiendo a velocidad de vértigo. El concepto de democracia se tambaleaba cada vez más de tal modo que ya no consistía en lo mismo. Ahora lo que se hallaba instalado entre la gente era un régimen donde el miedo extendía sus alas como una parca reclamando a sus presas. Habían sido impuestos los principios básicos de la propaganda, esos que pretenden adueñarse de la voluntad del individuo.

A los individuos les preocupa la estabilidad de sus trabajos, su salud, el bienestar de su familia, que la sociedad se rija, en fin, por una serie de valores y principios que han perdurado a lo largo de los siglos.

Pero los conflictos y la injusticia que rodea sus vidas en estos tiempos de cambio hacia un incierto presente y un difuso futuro, han provocado en las personas una sensación de inseguridad que deriva en ansiedad y concluye en puro miedo.

Si creas inseguridad en las personas y no das explicaciones acerca de todo eso que les domina el subconsciente, este reacciona suplicando al poder que les proteja de esa amenaza. Y el poder consigue así aumentar su tamaño indefinidamente.

Es en este escenario donde Lorenzo se está planteando su propia metamorfosis. El artista se encuentra en la fase de crisálida, donde el insecto pasa a estado de larva y después a la fase adulta. En su interior siente que debe orientar su don hacia otros derroteros. El genio creativo se impone e insufla en Lorenzo nueva energía para idear otras formas de arte. Comienza a dibujar diseños que parecen extraídos de un manual de ingeniería. Bocetos, esquemas gráficos, planos acotados e imágenes de ingenios mecánicos empiezan a llenar las estanterías de su estudio. Este se está transformando en taller al ritmo de la metamorfosis que experimenta el artista.

Al final de cada día, Lorenzo queda exhausto por la entrega en cuerpo y alma que ofrece en esta etapa de crecimiento. No admite nuevos encargos de manualidades. El “collage” ha quedado muy atrás en el tiempo. Es como si hubieran transcurrido meses en pocos días.

La mente privilegiada del artista está funcionando al cien por cien. Dibuja, planifica, reúne piezas mecánicas que ensambla febrilmente. No es consciente del paso del tiempo. Se alimenta de manera caótica y cuida lo mínimo su aspecto físico, lo justo para no llamar la atención cuando sale a la tienda de ultramarinos para proveer su despensa.

De vez en cuando detiene su trabajo para contemplar el resultado. Le satisface poco, necesita proseguir el esfuerzo diseñando nuevas piezas que encajen en su particular puzle.

–¿Qué quiero crear? –se cuestionaba cada vez con mayor frecuencia – ¿Es viable esta máquina? ¿Qué quiero conseguir?

La realidad empujaba a Lorenzo hacia un callejón sin salida. Tras varias semanas de actividad, cae agotado en su cama y se deja llevar por un profundo sueño. En él, se desplaza por rincones de ese país que ama hasta la médula, lleno de belleza y buenas vibraciones. Sobrevuela cordilleras enteras contemplando escarpados picos montañosos, aves de todo tipo que coronan sus cimas, vida animal y vegetal salpicada por doquier.

Cuando despierta, una idea brilla deslumbrante en su cabeza. Ya no busca una máquina. Ha descubierto otra opción que le llena de esperanza, una ilusión infantil que permitirá que lleve a cabo la misión de su vida.

Al día siguiente de su productivo sueño, Lorenzo se pone manos a la obra para dar forma a su nuevo proyecto de vida. Él estaba ahí para algo. Se hallaba inmerso en una sociedad donde habían sido perturbados los valores morales, las creencias, las libertades de pensamiento y de expresión, para impedir que las personas comunicaran sus sentimientos e intercambiaran opiniones sinceras nacidas de juicios de valor tradicionales.

El poder había convertido a los individuos en atolondrados receptores de miedo.

La idea que deslumbra a Lorenzo le lleva a efectuar una comprobación crucial para la nueva etapa de creación que está a punto de salir de sus manos. Una vez hubo terminado el análisis de su nuevo proyecto. Subió a internet un post con el siguiente texto:

<<La máquina que transforma tu miedo en arte te espera en la Calle de la Paloma, número siete, tercero. Ven y comprueba cómo deshacerte de tu temor y convertirlo en paz interior>>.

Esta idea surgió espontáneamente en su cabeza, como si ese fuera el siguiente paso que debía dar y no otro.

Al cabo de unas horas, tres personas llamaban a su teléfono móvil.

–¿Eres Lorenzo Tremain, el de la máquina?

Acto seguido, el artista daba cita por horas a quince conciudadanos repartidos a lo largo de la semana.

 

-El señor Tremain, ¿verdad?  –inquirió su primer citado, un hombre de unos cuarenta años, trajeado y con aspecto de ejecutivo.

– ¿Y usted es el señor? –añadió Lorenzo extendiéndole una mano a modo de saludo.

–Rafael López, para servirle.

El anacronismo de la salutación hizo sonreír interiormente al artista.

–Muy bien, Rafael, me dijiste en nuestra conversación telefónica que querías tener una charla conmigo sobre tu ansiedad, que achacas al entorno hostil que rodea tu trabajo. Quieres que cambie eso y lo haga desaparecer ¿verdad?

–Sí, sí, por supuesto. No duermo más de dos horas, la obsesión por cumplir con los objetivos de la empresa y mantener mi puesto intacto me trae de los nervios –Aquí Rafael hace una pausa y respira hondo–. Pero ese no es el motivo principal.

–Cada día compruebo –continuó– que no me es posible adaptarme a la forma de ver las cosas de mis compañeros de oficina. Parece como si obedecieran un canon o un credo en su manera de entender las decisiones de este gobierno, el poder que ejerce sobre jueces y fiscales, las nuevas leyes que defienden a delincuentes peligrosos, la manera de transmitirlo a través de los medios de comunicación… Ya no les resulto fiable y me han excluido de sus comidas y charlas.

-De acuerdo, amigo, empezaré a preparar la máquina para procesar la información. Puedes quedarte esperando en esta sala, aunque te aconsejo que hagas otras cosas por ahí para aprovechar tu tiempo. Tardaré unas dos horas.

–No, no me importa quedarme aquí. Es muy interesante esta especie de taller que tiene usted montado. ¿Puedo echarle un vistazo? Le prometo que no tocaré nada.

Aceptado el acuerdo, el artista procede. Atraviesa un pesado cortinaje que da paso a una trastienda donde las piezas de lo que parecían elementos de cualquier artefacto mecánico ocupaban antiguas estanterías de madera desgastada.

Olía a aceite balsámico, linaza y adormidera. Un aroma sutil a trementina quedaba presente en el olfato unido al silencio que se podía respirar allí. Un recuerdo a barniz de barco llegaba a todos los rincones.

El artista estira sus brazos a modo de ejercicio preparatorio para iniciar el proceso de transformación que dará lugar a una obra de arte.

–Señor Rafael, aquí le traigo su obra –anunció Lorenzo al cabo de un par de horas.

El visitante abre los ojos desmesuradamente. Tiene ante sí un cuadro que representa un paisaje de ensueño, como colgado del cielo; un reflejo de campos y monte en un fértil valle que parecía desprenderse de un firmamento azul cubierto parcialmente por la bruma.

Rafael permanece callado, observando la obra que el artista había colocado en un soporte sobre la mesa. Quedó absorto en la contemplación, inmóvil como una estatua con los brazos cruzados. Las lágrimas empezaron a fluir sobre sus mejillas, pero no llegó a percibir su salinidad cuando alcanzaron la boca. La abstracción dominaba su mente.

Tras unos minutos de silencio habló con voz entrecortada.

–Lorenzo… no sé cómo agradecer… estoy confundido. Me encuentro relajado y feliz, muy feliz. Esto es… no puedo explicarlo.

-No tienes por qué, amigo. Para eso has venido hasta mí.

–Claro, y por cierto ¿Cuánto le debo?

–La voluntad, Rafael. O nada en absoluto.

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Durante la semana se iban sucediendo las visitas de personas muy diferentes, cada una con sus necesidades y anhelos, pero todas ellas con un hilo conductor: las ganas de olvidar sus miedos.

Una mujer de aspecto afable, con una sonrisa que marcaba su rostro entre algunas arrugas indiscretas, se personó en el taller del artista deseando encontrar esa paz interior que anunciaba Lorenzo en su red social.

–Necesito algo que cambie mi irritabilidad y mi ira –expuso de forma contundente–.

Lorenzo jamás habría pensado que aquella mujer con una imagen tan maternal pudiera llegar a encontrarse de ese modo.

–Bien, ¿Qué crees que te provoca esa reacción?

Soy profesora en un instituto. Trato bien a mis alumnos a pesar de que algunos me faltan al respeto continuamente y me cuestionan lo que intento enseñarles. Actúan con impunidad, sabiendo que con la nueva ley de enseñanza no necesitan tener todas las asignaturas aprobadas para pasar de curso. A pesar de ello me defiendo bien, pero creo que todo eso me ha pasado factura. En ocasiones siento ganas de golpear algo para desahogarme o patalear hasta el agotamiento, y no sé cómo quitarme esa angustia de encima.

–Muy bien, amiga, Dame un par de horas para que la máquina haga su trabajo.

Lorenzo se despide de la mujer y regresa a su trastienda. Cuando el encargo queda terminado, lo contempla con expresión satisfecha.

Un árbol centenario de gruesas ramas impone su silueta en el lado izquierdo del lienzo. El centro lo preside una senda sin fin, perdida en un horizonte donde el amanecer de un nuevo día vestía de tonos cobrizos una inmensa llanura. Del cielo desciende una nube muy densa oscurecida por una tormenta que moldea una gran columna de vapor de agua bajo la gran nube.

Cuando la visitante recibe su obra permanece unos instantes en silencio. Después lleva el cuadro hacia su pecho e inspira profundamente.

–Gracias Lorenzo, muchísimas gracias –consigue decir con el semblante iluminado por una amplia sonrisa.

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Una joven de aspecto deportista, ataviada con un conjunto de tela vaquera que la hacía parecer aún de menor edad, saludaba a Lorenzo a última hora de la tarde.

–Hace frío ahí afuera ¿verdad? –dijo el artista en un tono cordial.

–Desde luego, no me sobra este chaquetón de lana –contestó la joven acompañándose de un simpático gesto de las manos.

Ella contó a Lorenzo que se llamaba María y era entrenadora del equipo regional de corredoras de fondo.

–Disfruto cuando estoy entrenando a mis chicas. Nos llevamos fenomenal y somos como una familia. Pero desde hace tiempo noto una agresividad y una frustración que me impiden encontrar la concentración necesaria. Y creo que se debe a… la detención de mis padres.

–¿Tus padres están en la Guarida? –preguntó Lorenzo con gesto de preocupación.

–Sí, los mantuvieron encerrados una semana… solo por manifestar su opinión en un chat.

–¿Sobre qué opinaban?

–Comentaron en el chat de amigos que las leyes que aprueba este gobierno lo han convertido en una dictadura. Esa misma tarde los detuvo la Policap ¡Llevaban uniformes de asalto! Como si mis padres fueran unos terroristas.

–¿Los han liberado? ¿Están ya en casa?

Ella asintió con un gesto de emoción contenida. Le temblaban los labios.

–Tardaré un par de horas en lograr que la máquina dé su fruto. Puedes esperar aquí, pero te aconsejo que hagas otras cosas mientras tanto.

El efecto de las obras creadas para cambiar la ansiedad de quienes acudían al taller de Lorenzo por un estado de desequilibrio interior era, ante todo, reparador. El nivel de éxito de la original terapia dependía del grado de bondad y buen talante de la persona que solicitaba la ayuda. Pero la gran mayoría lograba su propósito para siempre.

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El caso que más trabajo dio a Lorenzo fue el de un anciano que reclamaba respeto, solo eso.

–Necesito que la gente respete las limitaciones propias de mi edad –comentaba tras las presentaciones de rigor–. Cuando los demás me miran no ven a una persona cuya edad debería ser motivo de respeto por toda una vida entregada a facilitar que ellos vivan mejor.

–Me he dedicado durante cincuenta años a construir parques y jardines añadió–. He diseñado y elaborado paisajes urbanos y rurales. Un arquitecto del paisaje eleva a otra dimensión los espacios libres, requiere una dedicación plena y estar convencido de que el resultado facilitará la vida de las personas. Mi equipo y yo llegamos a dar vida a más de un centenar de jardines residenciales con parques infantiles donde los hijos de miles de familias han podido crecer disfrutando de un maravilloso entorno de juegos.

–Creo que me merezco algo de consideración –concluyó–. Una mínima deferencia (que no diferencia) no ya por mi labor sino porque soy un anciano. Nadie sabe qué lleva su prójimo en la mochila ¿a que no, amigo Lorenzo?

El artista asintió con convencimiento y juntó las manos ante su rostro. Acto seguido intuyó que su interlocutor deseaba continuar y esperó antes de comentar nada.

–Tengo amigos de mi edad –añadió el visitante– que se han dedicado a tareas muy diversas, como diseñar sistemas informáticos, dependientes de supermercado, artistas como tú, Lorenzo, en fin, un gran elenco. Mi hermano mayor ha trabajado en el sector de la construcción como mano de obra durante toda su vida laboral. Falleció en una residencia el año pasado cobrando una módica pensión.

–Y crees que ninguno de ellos ha recibido respeto en el último tramo de sus vidas ¿no es así?

Tras asentir con la cabeza, el anciano puso una mano en el hombro de su benefactor.

–Necesito que calmes esta sensación que me quema por dentro –rogó el octogenario con voz trémula.

 

Una vez dentro de la trastienda, el artista reflexiona durante un buen rato. Tiene dudas por primera vez, y es porque dos ideas han anidado en su mente. Tras una larga meditación se decide por una de ellas.

El trabajo le lleva unas tres horas, al cabo de las cuales el anciano se personó allí de nuevo.

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–¿Qué le parece? –inquirió Lorenzo con cierta inquietud.

El visitante expresa en pocos segundos un gesto de admiración que ilumina su rostro. Toma entre sus manos el cuadro alternando la mirada entre este y Lorenzo.

–No puede ser. Es… tan inusual, tan bello. No he contemplado jamás algo así.

El artista sonríe y acompaña a su visitante a la salida.

–Gracias por la nobleza de su labor, amigo Lorenzo –dijo el anciano antes de abandonar el lugar con un cuadro envuelto en papel de seda bajo el brazo.

El artista aprovecha ese momento de satisfacción para recrearse en la obra producida para el anciano. Ofrecía a la vista un enorme castillo de torres espigadas, culminadas en cúpulas afiladas que apuntaban a un cielo nocturno cubierto de un azul intenso. En medio del escenario aparece la figura de un anciano contemplando el espectáculo. La oscuridad quedaba interrumpida por una luna llena que acogía la silueta de un águila imperial.

Lo había conseguido. Había encontrado el modo de transformar los temores.

Durante su fase de crisálida, Lorenzo había realizado decenas de bocetos y dibujos a los que quiso dar una dimensión de cuadro pictórico. Si alguien entrara en su taller creería que se trataba de un pintor consumado.

Pero el artista aún debía vencer un difícil obstáculo. Este se materializó el día en que la Policop se presentó ante la puerta de su taller golpeando la puerta con violencia.

–¡Lorenzo Tremain! –clamó una voz grave de barítono cabreado –. Abra ya o echamos la puerta abajo.

–“No piensan en otra cosa que no sea destruir, suprimir libertades, oprimir a la gente…”. –pensaba Lorenzo no exento de alarma por la sorpresa.

–¿Por qué están aquí? –decía para sí–. No puedo entenderlo del todo, aunque soy capaz de imaginarlo.

Cuando el creador de arte abre la puerta es empujado con agresividad hacia el interior de la estancia. Tiene que agarrarse a un robusto mueble de la sala para evitar caer al suelo.

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–¿Dónde escondes la máquina? –gritó uno de los agentes a las órdenes del gobierno.

Lorenzo comprendió que los servicios de vigilancia oficiales habían descubierto en su labor una amenaza hacia el orden establecido con mano de hierro. El miedo empieza a extenderse por todo su cuerpo con efecto paralizador. En un alarde de lucidez, sin embargo, consigue sobreponerse y decide descubrir a la Policap su más profundo secreto.

El artista había conseguido reflejar sus propios miedos en cuadros de extraordinaria belleza que almacenaba en la trastienda donde pintaba ocultándose tras un cortinaje. Cientos de ellos colmaban el interior de la sala donde, en su papel de máquina, Lorenzo creaba de su propia mano auténticas obras de arte para solucionar las tribulaciones de sus conciudadanos.

El artista conduce a los agentes del mal al interior de la trastienda. Cuando estos entran en la sala y contemplan las obras de arte que allí descansaban, no pueden contener una expresión de intensa admiración.

–Toda esta… belleza –consigue decir uno de ellos. La emoción parecía propagarse entre todos los presentes como un cálido viento del este que penetrara todas sus células.

En un acto unánime, tiran sus armas al suelo y sienten en lo profundo de sus almas el arrepentimiento por todo el mal que, por mandato, sabían que habían hecho.

El miedo ya no era el guardián de la viña.


No os perdáis el  episodio 2.

Y esto es todo por ahora, amigos. Dejad un «like» en el corazoncito de más abajo si os ha gustado. Además, vuestros comentarios son muy valiosos para mí pues me ayudan a mejorar. Por favor escribe tu opinión.

¡Muchas gracias a tod@s y feliz vida!

PARA VER LOS SIGUIENTES EPISODIOS haz click en la/las imágenes de aquí debajo:

La máquina que transformaba el miedo en arte. Capítulo 2

 

21 Comentarios
  • Arenas
    Posted at 16:58h, 27 noviembre Responder

    Amigo de mis entretelas, tu mágico relato ha producido en mí un efecto similar al de las obras del señor Tremain en sus atribulados destinatarios. Me has dejado maravillado, y estoy pensando ahora mismo que tu escritura consigue convertir lo que toca en auténtico arte.. Pura poesía convertida en etérea prosa. O viceversa.

    • marcosplanet
      Posted at 17:33h, 27 noviembre Responder

      Me alegran mucho tus palabras, amigo mío. Muestran una sensibilidad como no podía ser menos viniendo de ti.
      Un abrazo fuerte, fuerte.

  • Marta Colomer Sánchez
    Posted at 09:13h, 25 noviembre Responder

    ¡Que belleza de relato!
    Somos espejo unos de otros. Cuando vemos en los miedos de los demás los nuestros propios. Sólo enfrentándose a ellos podemos lograr que desaparezcan tomando conciencia de la realidad: somos creadores.
    ¡Bravo! Me ha maravillado este relato.
    Un abrazo de luz, mi querido tío.

    • marcosplanet
      Posted at 09:58h, 25 noviembre Responder

      Muchísimas gracias Marta. Me alegra que te haya gustado tanto. Es verdad que la belleza es un bien que debe preservarse a toda costa y si es en forma de obra de arte es alcanzar el sumun. Me quedo especialmente con lo de: «Somos espejo unos de otros».
      Un abrazo fuerte.

  • Mondo Bizzarro
    Posted at 21:46h, 16 noviembre Responder

    Hermano, es una belleza de relato, que lastimosamente tiene una alarmante similitud con la realidad actual, yo soy Uruguayo, pais vecino de Argentina, , y actualmente viviendo en España, tristemente tanto en Argentina, (pais al que tengo mucho cariño, ya que muchos de mis amigos son de allí), como actualmente en españa, comienzo a ver similitudes con ese «gobierno «que planteas en este relato, el problema es que no se si tendremos un artísta capaz de arrebatarnos los miedos y ayudarnos a vivr en paz

    • marcosplanet
      Posted at 10:07h, 17 noviembre Responder

      Qué bueno sería eso, tienes razón. Por eso la imaginación es un recurso del que podemos echar mano para evadirnos de ciertas cosas.
      Un saludo.

  • Rosa Fernanda
    Posted at 20:51h, 15 noviembre Responder

    Has logrado emocionarme, ya que conseguir eliminar los miedos a través del arte constituiría un avance extraordinario para la sociedad…ya que a los gobernantes se les iba a acabar el arma .mas eficaz que haya existido jamás para dominar a las masas,..justamente el miedo
    Soy una amante del arte y de hecho pinto con cierta frecuencia, permitirme una ilusión…desde mañana mismo me pongo manos a la obra…

    • marcosplanet
      Posted at 22:09h, 15 noviembre Responder

      Me consta que tus obras son reflejo de un don natural con el que naciste. Si te lo propones es muy probable que consigas tu misma esa transformación del miedo.
      No me cabe ninguna duda.

  • Ric
    Posted at 10:40h, 14 noviembre Responder

    Genial, como siempre, estimado Marcos, que bueno sería poder ayudar desde la creatividad a tanta gente que se siente desolada. Ese es un buen objetivo para tener en tu vida.

    Por otra parte, el final del cuento, cuando entra la Policorp me hace ver que solamente es un cuento, si ocurriese en nuestro días, probablemente destrozarían todas las obras de arte, creo que estamos más cerca de la destrucción de los libros, como ya ocurriera antaño, lo peor es que vas por la calle y te das cuenta cuanta ignorancia hay y que la fomenten, me hace mal pensar.

    No obstante, insisto, deberías escribir un libro, tienes mucha calidad, ¡enhorabuena!

    • marcosplanet
      Posted at 15:15h, 14 noviembre Responder

      Ese final más realista es el que con menos probabilidad tendría lugar en un cuento, pero es así como dices la manera como tienden a resolverse las cosas en un estado autoritario.
      Los libros precisamente y la lectura en general conducen a la formación y el refuerzo de la voluntad del individuo para tener criterio y discernir si sus gobernantes le van a llevar por buen camino o no. Por eso algunos que mandan mucho se empeñan en reducir al mínimo la expresión cultural.
      Gracias por comentar, Ric.

  • Ardilla Roja
    Posted at 23:55h, 13 noviembre Responder

    Hola Marcos, he tardado en venir un poco más de lo que pensaba pero bueno, logré llegar. Tienes una imaginación desbordante hijo.

    La historia de Lorenzo es la de muchos artistas que van pasando por etapas distintas hasta encontrar lo que les hace verdaderamente felices.

    De tu historia me gusta mucho el fondo. Combatir los miedos con el arte y la belleza. Lorenzo pintaba bellos paisajes de naturaleza porque no hay que buscarles un significado . Verlos ya causa bienestar. Y cuando te sientes bien, puedes superar el miedo; ya sea al fracaso,; a quedarte sin trabajo, a la pagina en blanco quienes escribimos… Si te sientes bien, buscas maneras de superar cualquier obstáculo. Es así. El arte de Lorenzo ablandó el corazón de los policías. Eso me ha recordado a la revolución de los claveles en Portugal, donde las flores vencieron a las armas.

    Meter a los políticos del país y llevarlos de excursión para que les ocurra lo mismo que a los policías de tu historia es una quimera, pero mientras tengamos lugares sin asfalto ni coches, nosotros si podemos salir a respirar y recargar las pilas para hacerles frente.

    Tus relatos nunca me dejan indiferente.
    Feliz semana, Marcos.

    • marcosplanet
      Posted at 08:53h, 14 noviembre Responder

      Aprecio mucho tus comentarios y a mi tampoco me dejan indiferente por lo elaborados que son y el tiempo que emplearás en ellos. Eso es muy de agradecer.
      Estoy completamente de acuerdo en que mientras los mortales dispongamos de espacios para respirar hondo tan maravillosos como los de nuestro país, recargaremos energía para siempre.
      Feliz semana también para ti.

  • Julio Alcalá
    Posted at 08:57h, 13 noviembre Responder

    Muy alegórico e imaginativo, aunque poco factible.
    Enhorabuena.

  • Anónimo
    Posted at 08:55h, 13 noviembre Responder

    Buen relato y una gran idea transformar los miedos en arte. Original, intenso e ilusionante si lo piensas bien. Patenta la idea!
    Saludos cordiales.
    lady_p

  • Anónimo
    Posted at 22:18h, 12 noviembre Responder

    Cada vez hay más medios de comunicación, pero eso no hace que seamos más libres y que recibamos una información veraz. Saludos.

  • eliom
    Posted at 18:33h, 12 noviembre Responder

    Increíble, todo lo que escribes, es un Don que tienen ustedes, los escritores. Un saludo

    • marcosplanet
      Posted at 07:14h, 13 noviembre Responder

      Muchas gracias, Eliom. Eres muy amable.
      Un cordial saludo.

  • eliom
    Posted at 18:32h, 12 noviembre Responder

    Increíble, todo lo que escribes, es un Don que tienen ustedes, los escritores. Un saludo

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 17:25h, 12 noviembre Responder

    Hola Marcos. Lorenzo pasó de crear obras en Collage ha terapeuta artístico. Menuda transformación. Y es que poder pintar para que otros curen sus miedos es inspirador.
    Y encima desarrollas varias opciones para que nuestra mente visualice ese cuadro que Lorenzo pinta a los interesados. Si incluso los policías caen asombrados a sus pies. Si fuese posible transformar los miedos en divina creación de luz y serenidad cuánta gente se beneficiaría y que fácil resultaría para Lorenzo. Toda una máquina de crear arte. Un relato excelente que aplaudo con gozo. Enhorabuena. Un abrazo.

  • Merche
    Posted at 14:42h, 12 noviembre Responder

    Hola Marcos: un cuento intenso con una buena predisposición e idea: transformar los miedos en arte es casi como una ilusión, aunque, si lo piensas con detenimiento, eso es lo que todos los días hacemos los que escribimos: transformar nuestros miedos en el arte de la palabra y calmar así nuestra ansiedad. Algo parecido a la máquina de tu cuento. Creo que la idea te daría para una novela más amplia, así podrías poner los diferentes ejemplos que mencionas: la chica, el hombre mayor, y dedicarles a cada uno un capítulo…
    Un abrazo. 🙂

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