La moral del chef. Vadereto del mes de julio

 

La moral del chef

 

Armando llevaba tiempo deseando avanzar en sus conocimientos culinarios y un buen día decidió apuntarse a un club del gourmet para encontrar allí, según él, el nivel que necesitaba para salir de la mediocridad gastronómica. Típicos guisos como fabada, cocido, purrusalda de verduras, patatas al ajo arriero, alcachofas cocidas con ternera o arroces cocinados de seis maneras diferentes, no suponían suficiente nivel para él, que estaba dominado por la imperiosa necesidad de destacar con platos excelentes en sus reuniones más selectas.

Atrás quedaron los tiempos en que los halagos a su labor de chef casero le impulsaban a superarse cada día. En la actualidad, ese público sencillo y familiar le sabía a poco. Deseaba fervientemente añadir valor a sus preparados alimenticios, encontrar aderezos nuevos, condimentos de su propia factura, y otros que eran transformados de recetas de terceros.

Armando maquinaba con dedicación febril la elaboración de cada salsa, de cada asado, horneado, revuelto, fritura, encurtido, potaje, encamado de patatas o marinado. Fuera cual fuese el maridaje elegido, Anselmo lo cubría con su toque especiado particular, depositando su personalidad intencionadamente con remates y presentaciones que ofrecían unos emplatados de presencia única, vistosos y con gran poder de convocatoria para la degustación deliciosa y para saciar el placer más pecaminoso.

La cocina de la casa de este chef en potencia no era espaciosa, resultando muy ajustado el espacio para todos los cacharros que él desearía tener. Echaba de menos la variedad de artilugios de cocina que usaban los chefs consagrados a quienes seguía con admiración en sus canales de video por internet.

Cortapastas, afiladores profesionales de cuchillos, vaciador de melón, boquillas de relleno, cuchara parisien, espátula de pastelero, pelador de verduras, pinzas y aros de emplatar, sopletes… constituían para él una suerte de herramientas infalibles para una perfecta ejecución de nuevos platos según su óptica innovadora.

 

Su intención no era apuntarse a una escuela de cocina sino absorber experiencias de personas acostumbradas a degustar manjares y especialidades culinarias de primer orden para fagocitar sus impresiones y alimentar su inventiva.

De ese modo esperaba Armando reflejar en sus cocinados auténticos universos de degustación para maravillar los paladares de los comensales más exigentes.

El aspirante a gran cocinero comprobó que el horario de reuniones en el club del gourmet era compatible con su trabajo, por lo que se apuntó enseguida a aquella asociación de bichos raros.

El club más próximo se hallaba a escasas manzanas de su casa. De ese modo se convirtió en un asiduo de aquel santuario. Cada día que pasaba intercambiaba impresiones con extravagantes ejemplares del buen comer, decididos a añadir cada vez más sofisticación a sus catas, como los vinos con siete variedades de quesos o a la degustación de postres elaborados mediante procesos de enfriamiento o calentamiento realizados en fases de hasta nueve etapas.

Armando había consumido las tardes de los primeros veinte días en el club escuchando y observando, para planificar a medio plazo sus menús de degustación en su propia casa a los que invitaría a sus compañeros gourmets. Pensaba en convertir esas reuniones gastronómicas en eventos importantes, que sedujeran al mayor número posible de compañeros o a todos ellos.

En el salón principal del club y aprovechando un descanso entre sesiones de catas, Armando anunció el evento.

–Os invito a todos a una buena comida pasado mañana en mi casa. Mi intención es que hagáis comentarios sobre los distintos platos que vais a probar, de lo cual tomaré nota debidamente con la intención de superarme en la siguiente degustación ¿Qué os parece?

Una especie de murmullo de agradecimiento general se extendió por toda la sala.

–Es muy generoso por tu parte –decía un orondo personaje que parecía extraído de un libro de Groucho Marx–. A ver, de momento creo que según mi agenda puedo estar libre pasado mañana.

No había ninguna agenda, ni sabía nada el interfecto acerca de lo que tendría que hacer al día siguiente ni ningún otro pues vivía de una renta vitalicia por patrimonio heredado que le permitía parasitar anclado en el “dolce far niente”.

Otro bonito ejemplar de parásito que daba la sensación de no poder parar de cotorrear ni para respirar, intervino afirmativamente para unirse a la convocatoria de Armando.

–De acuerdo, de acuerdo –dijo impostando innecesariamente la voz–. Aunque tendré que abandonar seguramente muy pronto la reunión, porque pasado mañana tengo un viaje a…

–… a casa de tu madre –interrumpió carcajeándose una mujer delgada con aspecto de ser amante del deporte hasta el extremo de la vigorexia.

“Los anabolizantes y androgénicos estarán pasándole factura” –pensó un señor con bigote que parecía sonreír al mundo constantemente. Este gesto simpático en sus comisuras irritó visiblemente al que impostaba la voz, quien le lanzó una mirada de “así te quedes tieso aquí mismo”.

El que habló de abandonar pronto la reunión en casa de Armando volvió su mirada hacia la mujer delgada y se dirigió a ella con voz muy distinta a la engolada que solía ser su seña de identidad.

–¿Qué quieres decir, Gumersinda? No entiendo por qué eres tan borde…

La expresión divertida del rostro de ella se transformó en una mueca de desagrado al oír el nombre pronunciado por el engolado.

–Sabes de sobra que no me gusta ese nombre. Todos me llaman Gumer.

–Pues no sé qué es peor –murmuró una mujer morena de grandes ojos verdes a la compañera situada junto a ella.

La mujer gimnasta dedicó una mirada de desprecio a la mujer morena. Todo apuntaba a que la había oído a pesar del susurro. Pero la deportista se limitó al gesto sin mediar palabra.

El ambiente estaba sofocando al convocante de la reunión.  Armando se estaba quedando de piedra ante el espectáculo, aunque ya había detectado tiranteces en algunas ocasiones entre los miembros del grupo a las que no había dado demasiada importancia.

“Todos tenemos nuestro ego algo inflado”, pensaba entonces el aspirante a chef de altos vuelos. Pero ahora no pudo evitar sentirse violento por los derroteros que estaba tomando aquella especie de torneo del despropósito.

–A ver, amigos –intervino Armando–. Yo solo quiero invitaros a comer pasado mañana en mi humilde morada, así que por favor confirmad quién va a poder ir, más que nada por aquello de las cantidades con las que debo confeccionar el menú.

Nueve comensales dijeron que estarían presentes en el ágape y al final quedaron en siete. Esto no gustó mucho a Armando, pero lo intentaba justificar a sí mismo al tratarse de la primera convocatoria. “Cuando acudan a la segunda, después de mi éxito seguro en esta, todos querrán probar mis delicias” –pensaba.

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Así pues, Armando dispuso dos días más tarde un auténtico ágape al que había dedicado mucho tiempo y dinero en la adquisición de las viandas necesarias, como mostaza de Dijón importada, tres pulardas preparadas para ser horneadas al gusto de un combinado de cítricos incluyendo bergamota, calamondina, caviar cítrico y Fortunella margarita o atún rojo de aleta azul.

El solomillo de añojo, picaña de novillo y cebón de Gutrei y Roxad’Ouro constituían la oferta cárnica principal. Completaba el elenco un salmón fresco fileteado en lonchas y aderezado con jengibre, eneldo y mirto de limón; sin perder de vista la salsa de chile guajillo mejicana, Piri Piri para añadir a carnes, pescados, gambas o guisos diversos de legumbres, etc, de los cuales Armando había preparado cuatro primeros platos diferenciados a base de alubia negra, pinta y roja, el garrofón valenciano y las verdinas asturianas.

 

El aspirante a chef había organizado todo un festín en honor a sus siete invitados. Estos fueron entrando por goteo en la morada de Armando, dirigiendo miradas escrutadoras a cada rincón de la hacienda. Solo desviaban la atención del cotilleo para regalarse el paladar con las tablas de embutidos de Trévelez, lomo y jamón ibéricos de bellota, cecina de León, bocaditos de Sushi de algas y mariscos, croquetas de lubina sobre polvo de eneldo o los semifríos de vainilla a la menta sobre miga de hojaldre.

Entre los asistentes, un cuarentón pelirrojo a quien gustaba lucir bien alto su listón de la autoestima, comentaba a la mujer delgada y deportista los detalles de la decoración de la casa que le parecían de mal gusto. La mujer asentía sin pestañear como si estuviera ausente y es que en realidad estaba escuchando la conversación entre el hombre de bigote y comisuras sonrientes y la morena de ojos verdes.

–Parece que este Armando se cree más listo que nadie ¿no? –preguntaba la mujer morena mirando a todas partes menos a su interlocutor–. Nos reúne en su propia casa para que veamos qué bien se le da eso de la cocina ¿Qué quiere ser? ¿Un líder famoso de la gastronomía?

–Pues eso mismo parece, sí. Habrá que bajarle los humos de algún modo.

A continuación, el hombre de la voz engolada soltó una sonora carcajada mientras se servía una copa de vino verdejo y otra a su compañera de coctel, una mujer entrada en los cincuenta, de aspecto serio y sosegado. Iba por su tercera copa.

–Vale, le compro a Armando este aperitivo tan engalanado y sabroso. ¡Démosle un merecido aplauso a nuestro anfitrión! –dijo dirigiéndose al aspirante a chef, que acababa de entrar en el salón con el delantal puesto y una paleta de cocina en cada mano.

Se desató un aplauso entre forzado e incómodo, pues obligó a los invitados a soltar el condumio o la copa que agarraban sus manos. Acto seguido, el cocinero anfitrión invitó al grupo a tomar asiento en la gran mesa reservada para la comida principal.

La cubertería de Villeroy & Boch brillaba desde todos los ángulos. Fuentes de tapas plateadas cubrían viandas que iban desde el cocido montañés enriquecido con oreja de cerdo ibérico, jarretera de jabalí untada en paté de ciervo con salsa de pimiento rojo y los guisos de legumbres ya mencionados.

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Armando tomó la palabra.

–Compañeros, esta es la primera de una serie de citas gastronómicas que nos darán ocasión de intercambiar opiniones y degustar platos nuevos que estoy dispuesto a variar en cada convocatoria. Eso sí, os pediré que por favor me deis vuestra opinión sincera acerca de cada plato. Para mí es muy valiosa.

 

Una vez hubieron tomado asiento, Armando fue desvelando el contenido de las fuentes plateadas y dictando el orden en que debían probarse los platos. A medida que iban saboreando el menú, los comensales desgranaban comentarios y gestos de aprecio a una combinación de sabores, a un aroma, jugando a adivinar qué componentes formaban parte de cada guiso o qué especias llevaba tal o cual plato.

–Umm, este asado de buey bien merece un toque de Piri Piri –comentó el pelirrojo entrado en los cuarenta–. ¿Me lo pasas por favor?

La mujer morena de ojos verdes le pasó la salsa picante con aire distraído.

–Esta guindilla le da un buen toque a casi todo –comentó.

–No es una guindilla –protestó el pelirrojo–. Es una variedad del chile elaborada a partir del pimiento malagueta. Deberías saberlo, querida.

–No soy tu querida. Ya quisieras tú…

En otro lugar de la mesa, el hombre de voz engolada comentaba a Armando lo bueno que estaba el salmón marinado.

–Pues yo, cuando tomo el salmón fresco, para realzar el sabor le pongo la hierba limón por su frescura, el jengibre por su evocación picante, el azafrán por su densidad olfativa, la canela para sorprender y la pimienta de Espelette para rematar de forma contundente.

–Este que pruebas está preparado con pimentón ahumado, semillas de mostaza, hinojo, eneldo, y mirto de limón –explicó Armando.

–La pularda con salsa de yogur es una gozada –apuntó la mujer deportista–. Lleva coñac y vino blanco ¿verdad?

–Entre otros aderezos como vinagre de Módena y pimienta negra –repuso el cocinero.

 

El aspirante a chef observaba con atención el discurrir de la reunión, alegrándose por la buena respuesta de la gente respecto a la calidad del ágape y sorprendiéndose cada vez más por la tirantez que mostraban los comensales entre ellos.

En un momento dado suena el teléfono de Armando.

–Me vais a perdonar, es que no puedo desatender esta llamada. Seguid a lo vuestro, no os preocupéis, no tardaré.

 

El aspirante a chef se retiró a una de las habitaciones. Mientras, rencores de diversa índole dejaron de ser protagonistas del banquete y poco a poco las conversaciones tornaron a un solo tema.

–¿Habéis probado ese guiso de alubia pinta? Mira que meterle lomo de cerdo y tocineta… Habría sido mejor que se hubiera ahorrado el trabajo.

–¿Y el salmón marinado? Yo no le habría puesto mostaza ni hinojo. Se comen el sabor.

–Y vaya desacierto servir chuletones tan grandes. Mejor que hubiera escogido ternera blanca en lugar de chuletón de buey. Mi estómago ya dijo “basta” hace rato.

–Pues vaya ocurrencia montar toda esa exhibición del coctel con tantos entrantes. Menudo revoltijo…

–No me negaréis que la decoración de la casa es de gusto antiguo, con muebles demasiados gastados ¿no?

 

Armando recuperó enseguida su puesto en la mesa y fue preguntando a todos su parecer.

No hubo ni una sola observación fuera de tono. Todo eran elogios y parabienes. La fraternidad más insólita parecía reinar repentinamente en el salón del aspirante a chef.

 

La reunión se prolongó con los cafés y poco a poco fue disolviéndose hasta que Armando quedó solo, mirando incrédulo a la cámara de video con audio incorporado que mostraba la tenue luz de un piloto azul. Con gran sorpresa acababa de descubrir que la cámara había estado conectada durante todo el tiempo que había durado el evento. En tan solo un instante, una idea cruzó veloz la mente del cocinero.

¿Y si visionara el momento en que tuvo que atender esa llamada telefónica? La curiosidad mató al gato, pero apaciguó el ansia de saber de Armando sobre la opinión sincera de los comensales.

Al cabo de unos minutos, el rostro de Armando palideció y el cocinero montó en cólera. No se veía capaz de creer que la vileza humana pudiera llegar a tal extremo.

 

Al cabo de tres semanas, Armando convocó un nuevo evento. En esa ocasión hubo más comensales del club, todos ellos cortados por el mismo patrón de recelo y animadversión.

Esa vez no hubo coctel inicial y todos empezaron la degustación sentados a la gran mesa. Al final del evento, el cocinero preguntó su opinión a cada uno de los presentes. Todos coincidieron en alabar el menú que Armando les había preparado y para sorpresa del mismo, quisieron conocer por favor, por favorcito, cuál era la receta de los platos principales.

–Ahora mismo os pongo el video de cómo he elaborado todo. Lo vais a flipar…

 

Las primeras imágenes mostraban varias latas de comida para perros, gatos y otras mascotas como loros o cacatúas.  Los engrudos que repartía el cocinero en cada plato, mezclados al tuntún, sin interés alguno, revelaban ingredientes con aspecto de no estar bien conservados y salsas extraídas de suplementos para gatos.

Uno a uno, sin saber qué decir, los presentes fueron desfilando hacia la puerta de la calle entre toses y conatos de arcadas. Apenas les dio tiempo a protestar o maldecir la resolución de Armando.

–Ah, y os he dejado otro vídeo colgado en la web del club. Es sobre la anterior comida de degustación en mi casa. Veréis qué monos estáis todos echando pestes acerca de mis platos.

Los peculiares compañeros de Armando abandonaron su casa enmudecidos y llenos de estupor.

–Por cierto –añadió–, algunos de estos enlatados están preparados a base de insectos. Aportan muchas proteínas, creo.

Arrivederci.

 


 

Esta es mi contribución al Vadereto del mes de julio, un formato de reto literario mensual que organiza José Antonio Sánchez en su blog Acervo de letras.

Las condiciones del reto son muy sencillas: Se trata de crear un relato alrededor de una RECETA DE COCINA.

Imagen de Geoff Gill en Pixabay.

 

Dejad vuestro valioso comentario y el like correspondiente si os ha gustado.

Gracias y que la salud os acompañe.

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página  bing.com/images/create/ excepto aquella en la que se indica otro origen.

 

24 Comentarios
  • Oscar
    Posted at 14:10h, 01 agosto Responder

    Gracias, Marcos, has escrito un relato con detalles bien cuidados. La forma de aprender del aspirante es excelente, acercarse a los que degustan. Luego, la sensibilidad y buenas intenciones de Armando han pasado a venganza.

    Aparte de eso, el blog me ha llamado la atención, enhorabuena.

    • marcosplanet
      Posted at 16:39h, 03 agosto Responder

      Muchas gracias, Oscar, por tu opinión y por pasarte por mi blog. Me alegra mucho que te haya llamado la atención.

  • Federico
    Posted at 18:44h, 18 julio Responder

    Nos sorprendería conocer como hacen la comida en algunos restaurantes. Saludos

  • María Elena Larrayoz Aristeguieta
    Posted at 14:51h, 17 julio Responder

    Hola Marcos.
    Además de meternos en un libro de cocina en toda regla, nos has dado un cursillo sobre «La condición humana y sus vilezas». ¡Menudos compañeritos se ha buscado el pobre Armando! Él, que sólo pretendía mejorar su nivel gastronómico acudiendo a un Club del gourmet, lo que aprendió fue una forma de trocar alabanzas y parabienes en críticas mordaces y bajezas varias. Sólo bastaba con ausentarse un momento de la habitación.
    En cuanto a la segunda velada, si es cierto eso de que «la venganza se sirve fría», Armando se tomó su tiempo para darles una buena lección a los egocéntricos impresentables. Supongo que no volvería al club después de la experiencia.
    Nos has dejado con un buen sabor de boca. Entre tantos platos exquisitos como nos has traído, el que más destaca es el de «La venganza merecida».
    ¡Muy buen relato! Un fuerte abrazo.
    Marlen

    • marcosplanet
      Posted at 23:10h, 17 julio Responder

      Muchas gracias por tan completa opinión sobre mi relato. Me da muchos ánimos leerte, María Elena.
      Un fuerte abrazo para ti también.

  • Anónimo
    Posted at 09:58h, 17 julio Responder

    Donde las dan las toman…Un mundo lleno de envidias, rivalidades y egos. Buena aportación. Un abrazo!

  • Marifelita
    Posted at 17:32h, 16 julio Responder

    Aqui el cocinero Armando se despachó a gusto para servir bien fria su venganza! Je je! La ingratitud y la hipocresia son dos cualidades que nos hacen sentir muy desdichados! Ahora se ha quedado sin comensales para la siguiente jornada, me temo! Je je! Un abrazote!

    • marcosplanet
      Posted at 23:12h, 17 julio Responder

      Gracias por tu visión, Marifelita. Dudo que le queden ganas a Armando de volver por ese club de egocéntricos.
      Un abrazo!

  • Anónimo
    Posted at 23:34h, 14 julio Responder

    Hola Marcos es un relato muy bueno, un cocinero siempre quiere superarse y los comentarios de los comensales son muy importantes, cuando son ciertos, de nada sirve la mentira.
    El final es excelente, es lo que se merecían esos comensales mal educados, te felicito, me encantó.
    Saludos.
    PATRICIA F.

  • Mirna Gennaro
    Posted at 13:26h, 14 julio Responder

    Hola, Marcos. El relato comienza sumergiéndonos en la erótica de la comida. Nos haces deleitar con las carnes y las salsas. Luego nos llevas a la realidad humana de la crítica oculta que muestra la hipocresía que despliegan los seres envidiosos y competitivos en extremo. La venganza de Armando no sé si está justificada porque, habiendo conocido un poco a los invitados, debería haber imaginado que pasaría eso. Pero resulta muy divertida. Muy bien realizado.

    • marcosplanet
      Posted at 13:16h, 15 julio Responder

      Muchas gracias Mirna. Armando sabía de qué pie cojeaban pero ama tanto su afición por la cocina que cree que esa conducta no influirá en su reacción ante los manjares.

  • Ana Piera
    Posted at 15:56h, 13 julio Responder

    Hola Marcos, un relato que ni pintado para el VadeReto. Pobre Armando, eso le pasa por querer impresionar a gente que no vale la pena. . Y bueno, ahora, ¿qué hago con estas ganas de probar uno de esos deliciosos platillos que tan bien nos describiste? Te mando un abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 16:08h, 13 julio Responder

      Pues eso me da que pensar. A ver si me hago pronto con la respuesta. Tendré que idear un canal de youtube de recetas o algo así.
      Un fuerte abrazo.

  • Maty Marín
    Posted at 19:46h, 12 julio Responder

    Jajajaja inesperado final, que todos sepan de la filmación. Y sí echaron pestes, a ver si aprenden a ser más humanos, menos críticones y sobre todo a tener una sola cara y no avergonzarse de ella.
    Marcos, es de llamar la atención tu capacidad de pormenorizar hasta el más mínimo detalle. Yo creo que aparte de todo, también eres chef.
    Y otro detalle que me llama.mucho la atención son tus imágenes IA, que para lograrlas tienes que haber hecho unas descripciones puntuales y pormenorizadas.
    Muchas felicidades por todo, lo he disfrutado.

    • marcosplanet
      Posted at 22:07h, 12 julio Responder

      Me alegra mucho que te haya resultado interesante y divertido. En cuanto a lo de las imágenes por IA es verdad que debes pormenorizar muy bien lo que quieres.
      Muchas gracias por darme tantos ánimos.
      Un abrazo.

  • Alma Leonor López Pilar
    Posted at 18:38h, 10 julio Responder

    ¡Hola! Extraordinario relato 🙂 Toda una lección de como aplastar vanidades y orgullos fatuos. Enhorabuena 🙂
    AlmaLeonor_LP

  • Jose Ant. Sánchez
    Posted at 14:16h, 10 julio Responder

    Hola, Marcos.
    Antes de nada, tengo que decirte que te he tenido que leer con un babero puesto. ¡Qué forma de babear! ????????????
    Me he dado cuenta de que me estaba chupando los dedos cuando me resbalaron al escribir en el teclado. ????????

    Además, pedía un relato alrededor de una receta, pero tú nos has ofrecido un montón. Para leerlo tomando apuntes.
    Me encanta la forma en que investigas e ilustras cada relato. No te limitas a contarnos una historia, la llenas de detalles sutiles y geniales que nos hace participar de ella. En este caso, la hemos degustado literalmente.

    Con respecto a la trama, me ha recordado ese programa tan famoso en nuestras televisiones, MonsterChef. No lo veo, pero lo tengo que escuchar, porque le encanta a mi mujé. No entiendo que se tenga que cocinar, pegando tantos chillíos, discutiendo, odiando y soltando tantas sandeces. Con lo bonito que es cocinar y hacerlo en compañía.

    En este caso, lo de «la venganza se sirve en bandeja de plata» es textual. Hay quien dice que las comidas de perros y gatos están muy buenas, supongo que solo es necesario tener hambre, pero a estos miserables, mentirosos y envidiosos, les ha venido muy bien para bajarse los humos, por fingir a costa de la buena voluntad del protagonista.

    Como siempre, un relato perfectamente construido, con gran maestría narrativa y con una buena moraleja.
    Eso de estar agradecido parece pasado de moda, sobre todo, cuando falta respeto y educación.

    Muchísimas gracias por tu regalo, amigo.
    Abrazo grande y bien condimentado.

    • marcosplanet
      Posted at 16:04h, 10 julio Responder

      Como siempre, he leído con profundo interés y satisfacción tu comentario, José Antonio, que me llena de buenas vibraciones por tu energía positiva muy bien «condimentada» y me siento muy satisfecho por haberte sugerido tantas cosas buenas tanto literaria como gastronómicamente. Guardo como oro en paño tu valiosa opinión. Que sepas que para mi, participar en tu excelente Vadereto me hace amar más aún la escritura.
      Un abrazo grande.

  • Mercedes
    Posted at 13:32h, 10 julio Responder

    Jajajaja, qué bueno… la venganza se sirve fría… ????????????

  • Rosa Fernanda Sánchez
    Posted at 08:21h, 10 julio Responder

    Querido Marcos, en tu relato describes perfectamente la condicion miserable del ser humano…y el desenlace no tiene desperdicio,
    Qué fantástica exposición de viandas !.
    Y el festival de salsas, aderezos y aromas!
    Los jugos gástricos están completamente descontrolados….jajaja!

    • marcosplanet
      Posted at 11:57h, 10 julio Responder

      Siii, es en parte un canto a la riqueza gastronómica española y también una reseña sobre la condición humana.
      Muchas gracias por tus palabras.

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