23 Ago La reina eterna. Dios salve a la reina. Cap. 19 de «Sangre …»
Os presentamos el capítulo 19 de la novela «Sangre entre los escaños» que estamos creando mi amigo Antonio Arenas y yo desde hace unos meses. Agradecemos que publiquéis vuestra opinión en la sección de comentarios al final del episodio.
Ver capítulo anterior.
En esta ocasión, el episodio ha sido desarrollado por:
(Antonio Arenas):
Siete años antes de producirse los atroces acontecimientos que constituyen el corpus central de este relato, el Centro Nacional de Inteligencia Artificial había dado ya por concluidos sus ensayos iniciales sobre clonación humana.
Tras muchos intentos y sonados errores, lograron obtener dos clones experimentales viables, desarrollados a partir de humanos fallecidos. Llegaba la hora de la verdad, el momento de replicar un sujeto vivo. El plan consistía ahora en que el clon suplantara al individuo clonado.
Las discusiones entre los miembros del CNIA fueron realmente acaloradas. Primitivo Pérez y Andrés Poveda, junto con los restantes miembros del equipo científico, propusieron que el primer proyecto tuviera una “envergadura menor”, llevando a cabo la clonación de un concejal, un alcalde, o como mucho un presidente de Diputación.
Argumentaban que una cosa eran los ensayos de laboratorio, en los que los primeros especímenes viables habían dado buenos resultados, y otra sustituir en el día a día a un humano. El comportamiento del clon podría desviarse respecto de los patrones requeridos. Por insignificante que fuera el error, supondría el estrepitoso fracaso de tan señero proyecto.
Los altos mandamases del CNIA, sin embargo, eran furibundos partidarios de empezar a lo grande. Estaban deslumbrados como niños con los logros alcanzados, y como el que manda, manda, decidieron iniciar la casa por el tejado. Nació el proyecto “Primer Clon”, destinado a crear una réplica biológica exacta del presidente del Gobierno, Prometeo Nadal.
Los abnegados científicos se pusieron manos a la obra, pero el caprichoso azar, que mandaba más que los mandamases del CNIA, ordenó un inesperado cambio de planes.
La reina Fabiola II era ciertamente muy anciana. Por aquel entonces frisaba su edad los 86 años, pero por extraño que parezca nadie esperaba lo que ocurrió. El gran cariño que la ciudadanía sentía por ella condujo a un tremendo absurdo: todos la creían eterna.
A lo largo de su extenso reinado, Fabiola revirtió la mala fama que la institución monárquica tenía entre las gentes. Su antecesor, Alfonso XXIII, dejó la corona hecha unos zorros. Fue rey despótico como pocos, odiado por los súbditos. Pero ella, tras suceder a su padre, se hizo pronto popular y querida. Lo logró principalmente derrochando campechanía a espuertas. Y luego, quizá también, reinstaurando la democracia y dando al país largos años de estabilidad en todos los órdenes.
La reina solamente tenía un problema, su hijo Evaristo. El príncipe heredero había conseguido algo dificilísimo: ser menos querido que su infausto abuelo.
La razón debe buscarse en aquel aciago suceso acaecido el día que cumplió la mayoría de edad. Para celebrarlo se organizó una cacería en los bosques que rodeaban el Palacio Real. Evaristo participaba por primera vez en un evento de tales características. Por ese motivo iba custodiado en todo momento por su padre, el rey consorte Laureano, que cuidaba con mimo de su seguridad.
El caso es que en un momento determinado de la cacería real el principito confundió a su padre con un ciervo, descerrajándole tres postas de rifle que produjeron un efecto devastador. Laureano pereció en el acto, con los sesos esparcidos por entre el follaje del bellísimo bosque palaciego.
Las posteriores investigaciones determinaron que se trató de un accidente fortuito, pero dio igual. Evaristo cayó en desgracia. Para olvidar el triste suceso se dio al alcohol y la mala vida. Se hizo asiduo de realities y programas de telebasura, dando sonados escándalos que siempre avergonzaron a la buena reina Fabiola. Pasó a ser un apestado de la realeza europea, no encontrando princesita con la que desposarse, llegando así a viejo sin descendencia.
Todos pensaban que, si Evaristo accedía al trono, sería el fin de la Monarquía y la vuelta de la República.
Segundo miembro de la Familia Real en la línea sucesoria era el infante don Jaime, menor de edad, hijo único de la difunta princesa Astrid, prima hermana de Fabiola.
Para los monárquicos se hacía imprescindible que el reinado de Fabiola llegase hasta el día en que don Jaime cumpliese la mayoría de edad. Sólo así podría este ser coronado, previa abdicación de Evaristo, lo que sería fácil lograr siempre que el día que hubiera de firmar su renuncia se supiera en qué prostíbulo recalaba.
La reina gozaba de excelente salud, por lo que la meta parecía alcanzable a pesar de su avanzada edad.
Pero aquella tarde, siete años antes de producirse los atroces acontecimientos que constituyen el corpus central de este relato, Fabiola II se puso muy malita. Una terrible indisposición la tuvo en cama tres largas semanas.
Las calles se abarrotaron de súbditos orando por ella entre lágrimas. Rogativas, peregrinaciones a Lourdes, todo se hacía poco para conseguir la sanación de la adorada monarca.
Una luminosa mañana llegó la buena nueva. El Cielo había escuchado a los millones de personas que rezaron por aquel ángel. Fabiola se había recuperado por completo de sus males.
Al día siguiente hizo una emotiva alocución desde el balcón de Palacio. Agradeció a todos sus plegarias. Proclamó a los cuatro vientos que el milagro había sido posible gracias a ellos. ¡Dios salve a la reina!, respondió la muchedumbre enfervorecida.
Pero Dios no había salvado a la reina. Ni Dios ni el equipo médico habitual. En realidad, Fabiola Isidra Ifigenia Romualda Federica Constanza Priscila Atenedora Críspula Loreley de todos los Santos había muerto, como fulminada por un rayo, el día que se sintió indispuesta.
El mismo día que el caprichoso azar dispuso la parada de las máquinas destinadas a la replicación del presidente del Gobierno, conocido secretamente como proyecto “Primer Clon”, había que poner todos los recursos técnicos y humanos del CNIA al servicio de algo mucho más importante: el recién nacido “Proyecto Clon.0”, destinado a la urgente fabricación de un clon regio.
Únicamente la cúpula del CNIA y los escasos científicos participantes fueron conocedores de tan singular Proyecto. Estos últimos hubieron de firmar setecientos documentos jurando mantener el secreto hasta la muerte. Tres semanas tardaron en tener a punto el clon, las mismas que se hubo de fingir el encame regio.
Si reemplazar al presidente del Gobierno por su clon se antojaba a los científicos del CNIA prematuro y arriesgado, hacerlo con la reina les parecía directamente una locura. Con el primero se preveía que las sustituciones fueran ocasionales. Lo de Fabiola sería permanente. Un bestial “más difícil todavía”. Intentaron convencer a los altos mandos de los enormes peligros a los que se enfrentaban, pero todo fue en vano.
Aquella sentida alocución ante una muchedumbre en éxtasis, fue el bautismo de fuego del clon regio.
Tras siete años de funcionamiento ininterrumpido, se podía afirmar que el resultado no fue tan desastroso como sospechaban los temerosos científicos. El clon de Fabiola rindió casi siempre a plena satisfacción, aunque en ocasiones hubo de visitar la clínica Private Corp. para hacer ligeros ajustes.
Lo peor fue siempre una cierta tendencia del clon hacia absurdas salidas de tono. Como cuando escapaba de Palacio para disfrutar de paseos nocturnos conduciendo una moto. Al final conseguía dar esquinazo a los escoltas, a los que traía por la calle de la amargura.
En una ocasión la invitaron a inaugurar un Safari Park. En mitad del acto dijo que quería matar un elefante para hacerse una foto con él como recuerdo, porque nunca había estado de cacería en África. Menos mal que la disuadieron para que no lo hiciera.
Estos escacharramientos regios eran tomados por el pueblo con regocijo, interpretándolos como chacotas, chanzas y cuchufletas propias de la acendrada campechanía de Fabiola.
Fue especialmente aplaudida la ocurrencia en mitad de uno de sus discursos de Navidad. Sin venir a cuento soltó aquello de: “¡Quieto todo el mundo, se sienten coño!”, y acto seguido concluyó entre risas: “¡Que no, que es broma!”.
La última avería de la reina, ocurrida en presencia del presidente del Gobierno en funciones, fue de las leves. Tras unas horas en la clínica Private Corp. ya estaba de vuelta en Palacio, tan campechana ella como siempre.
Eurípides Pascal no tuvo que dar muchas vueltas al asunto en su cabeza para entender por qué Fabiola se había comportado en su presencia como una muñeca a pilas averiada. No le extrañó que pudiera haber un clon regio, en realidad le pareció bastante lógico considerando la existencia del clon presidencial. Lo que sí le dejó perplejo fue que el propio presidente del Gobierno no estuviera informado de tal circunstancia.
Debería pedir explicaciones a Casa Real, pero tenía demasiados frentes abiertos como para preocuparse en ese momento por un asunto que en realidad ni le iba ni le venía.
Era urgente tratar diversos temas relacionados con los sucesos recientes. Más allá de los problemas económicos o sociales que atenazaban al país, varias cuestiones relacionadas de una forma directa con los políticos y la política eran de insoslayable atención por su parte. De entre todos, el prioritario sin ningún género de dudas era el feo asunto del repentino interés gubernamental por aprobar una ley que permitiera obtener los mayores avances en materia de clonación humana.
Resultaba evidente que sus propios ministros le estaban haciendo la cama, pretendiendo oficializar los avances científicos de la clonación para hacerlos digeribles a la población, con vistas a la tan traída y llevada vuelta de Prometeo al ruedo político. Debía frenar a toda costa la tramitación parlamentaria de la ley, pero abordarlo era realmente complicado.
Tras su nombramiento como presidente en funciones, intentó seleccionar un equipo ministerial afín a su persona, lo que resultó imposible. No fue la prudencia, que tanto alabó el clon de Fabiola, lo que guió a Eurípides en la formación del nuevo gabinete, sino las presiones de los distintos grupos de interés del partido, abducidos por el influjo que sobre ellos ejercieron durante años Prometeo Nadal y su abyecto correveidile.
Se vio obligado a mantener casi todos los antiguos ministros, salvo dos incorporaciones de su cosecha, Demóstenes Riera y Empédocles Argenta, leales desde siempre a su causa.
Reunido con ellos para tratar este espinoso tema, los tres estaban de acuerdo en que había que acotar el problema, identificando a los ministros que podían estar implicados en el plan de Nadal, pareciéndoles satisfactoria la siguiente premisa: resultaba innecesario que Prometeo enredase al equipo de gobierno al completo en sus turbios manejos. Dar a conocer a todos los ministros el “Proyecto Primer Clon” y sus derivadas pasadas, presentes y futuras, podría traer consecuencias no deseadas. Con un único peón bastaba. Concluyeron que este no podía ser otro que quien, después del bachiller Monegal, más basura de Prometeo recogía habitualmente: el ministro portavoz Fansi Gómez.
De modo que Eurípides decidió coger el toro por los cuernos, citando en su despacho a Gómez. Este acudió de muy mala gana, como ocurría cada vez que Pascal le requería. Su relación fue siempre pésima.
El presidente en funciones abordó el asunto de manera directa, tenía ganas de acabar cuanto antes. Le resultaba verdaderamente desagradable tratar con semejante individuo. Todavía recordaba su última conversación, siendo Secretario General, cuando el arrogante y chulesco ministro portavoz le agarró las partes pudendas y las apretó con fuerza como demostración de poder sobre él.
–Fansi, te he hecho venir para tratar un asunto prioritario y urgente. Hay que retirar inmediatamente el proyecto de Ley sobre clonación humana. Te seré franco, hablemos sin tapujos. Considero que se trata de una aberración. Tengo serios reparos morales hacia ese asunto y…
–¡Eh, Eh!, buenas tardes primero, ¿no te parece? –Gómez cortó tajante a Pascal, empleando en sus palabras todo el retintín del que era capaz–. Verás, señor ex Secretario General, lo que yo considero es que hay otro asunto mucho más urgente que tratar…
–¡Silencio! No consiento que tú me marques la agenda, y menos que me dispenses ese trato despectivo con el que insultabas mi inteligencia cuando Prometeo vivía. Ahora el que manda soy yo, ¡y exijo respeto absoluto a mi persona!
–Perdón, perdón, señor presidente del gobierno en funciones –el tonillo de Gómez seguía siendo el mismo–. Hablemos sin tapujos, sí. ¿Por qué no reconoces que lo que pretendes de verdad es que el legítimo presidente del gobierno se pudra en su obligado retiro?
–¡Acabáramos! Eso es precisamente lo que quería oír de tus labios –repuso Eurípides sonriente–, que conoces el “Proyecto Primer Clon”, así como la actual situación de Prometeo y su loco plan de volver al país.
–Pero claro que sí, querido presidente en funciones. ¿Y qué? ¿Creías que tú eras el único miembro del equipo de gobierno que lo iba a saber? No vales tanto, Eurípides. Escucha bien, porque te lo diré solamente una vez. Aquí manda el CNIA y quien ellos protegen. ¡La Ley sobre clonación humana va a salir adelante contigo o sin ti!
–¡Por encima de mi cadáver!
–Pues mira tú, eso sí que puede ser.
Al decir esto, Fansi echó a reír, haciendo ademán de ir a agarrar nuevamente las partes pudendas del presidente. Pero no tuvo tiempo, porque el siempre razonable y educado Eurípides hizo algo que el ministro portavoz no esperaba ni por asomo. Con un rápido movimiento Pascal se adelantó a Gómez, cogiendo la bragueta de este con tal fuerza que le arrancó la tela, dejando sus testículos al descubierto. Acto seguido los asió con la otra mano, tirando de ellos hacia abajo con tremenda energía, mientras Fansi emitía un horroroso alarido.
–¡Suéltame maldito, me estás arrancando el escroto!
–Eso pretendo –contestó Pascal–, aunque tranquilo. Ahora vas a Prívate Corp. a que te reparen, y ten clara una cosa. Aquí el único que toca los cojones soy yo. Díselo a los del CNIA y a tu presidente Prometeo. ¡Sal inmediatamente de mi despacho! Tú y todos los de tu calaña estáis acabados.
La mañana en que Celestino Calamuelas salió del Centro de Mayores con la firme intención de no volver jamás, lo primero que hizo fue darse un largo paseo sin rumbo por la ciudad. Antes de despedirse de Nicomedes Moraga y el resto de cuidadores que con tanto cariño le habían atendido durante su estancia allí, les contó toda la verdad sobre su «milagrosa” recuperación. Se sentía un renacido, y como tal se hizo el firme propósito de huir de la mentira y la ocultación. Ya no tenía nada que perder en este mundo. Su «regreso a la vida” se había producido con un único fin, al que pretendía dedicarse en cuerpo y alma.
Una idea ocupaba en exclusiva su pensamiento: Abdón le había dado a entender que era culpable de todas las atrocidades cometidas por este a lo largo de su vida. Si esto era cierto, si Monegal era “su creación”, estaba obligado ahora a acabar con semejante aberración.
Después del vivificante paseo, en el que disfrutó de un aluvión de sensaciones que creía perdidas para siempre, visitó la Biblioteca Nacional, donde rastreó la prensa atrasada buscando noticias sobre el asesinato de sus dos ahijados, los científicos del CNIA Primitivo Pérez y Andrés Poveda. Pero no encontró nada, no aparecía referencia alguna sobre tal suceso.
Oficialmente, por tanto, parecía no existir “Caso Pérez y Poveda”. Si era cierto lo que Abdón le había contado, debió hacer desaparecer los cadáveres. De lo que sí hablaban los periódicos era del «Caso Mercé”. La célebre presentadora y un don nadie llamado Luisín habían sido asesinados recientemente con la marca propia de Monegal, eventraciones incluidas.
También aparecía, en primera página, la noticia del suicidio de Abdón Monegal mientras estaba siendo juzgado en la Audiencia Nacional por el crimen del presidente Nadal. Le pareció muy curioso que la fecha de dicho suceso fuera anterior en varios días a la visita que el bachiller le hizo al Centro de Mayores para confesar los asesinatos de Andrés y Primitivo.
Por la prensa supo, en fin, que las investigaciones al respecto corrían a cargo de Guillermina Conrado
Lo tuvo bien claro, su siguiente destino iba a ser el despacho de la reputada inspectora.
Drogada todavía por su reciente sesión de sexo vespertino con Índigo, Guillermina hubo de aguantar toda la retahíla discursiva que el anciano profesor le soltó, desde lo de la dedicación de sus dos exalumnos a la clonación humana en el CNIA, hasta lo de las pastillitas milagrosas, pasando por la visita que le hizo Monegal al Centro de Mayores, para confesarle los asesinatos de Pérez y Poveda. Lo que más ojiplática dejó a la inspectora fue la insistencia de Calamuelas en que lo que tenían en la morgue podía ser casi con toda seguridad un clon fabricado por Pérez y Poveda. El verdadero Abdón, según él, estaba vivo, ya que le visitó en el Centro de Mayores días después de su supuesto suicidio.
La oronda inspectora no dio crédito a nada de lo que contó Celestino. Eso sí, gracias a su provecta edad lo despidió todo lo amablemente que pudo, simulando incluso que le daba de alguna forma la razón para quitárselo cuanto antes de encima. “Claro, claro…”, “Tomo nota, tomo nota…”, y otras frases huecas de ese jaez. Guillermina tenía claro que no pensaba mantener una nueva reunión con aquel señor.
Pero no se pudo quitar esa noche a Celestino de la cabeza. En lugar de acostarse rememorando las tórridas escenas lujuriosas vividas por la tarde con Josemi el ex showman, no hacía más que rebobinar una y otra vez los disparates que Calamuelas le había soltado a chorro. No durmió rumiándolos.
Al amanecer ya se había apoderado de ella un pálpito. Dedicó toda la mañana a indagar quién era realmente ese anciano.
Corroboró que fue director del Orfanato Almas de Dios en la época de los crímenes por eventración.
Comprobó que estaba lejos de ser un don nadie. Varios premios le habían sido concedidos por su trayectoria profesional, entre ellos el “Principe Evaristo de la Concordia”, además de un largo etcétera de méritos y distinciones.
Visitó el Centro de Mayores donde Celestino le contó que había pasado varios años y habló con Nicomedes Moraga, que le ratificó todo lo referente a su anterior estado de postración cuasi vegetativa y a su “milagrosa” recuperación pastillera.
Indagó sobre los dos supuestos científicos de alto rango que según Celestino habían sido asesinados por Monegal. Habló con sus contactos en el CNIA, exigiendo la pusieran en contacto con Primitivo Pérez y Andrés Poveda por tratarse de asunto del máximo interés para las investigaciones que estaba llevando a cabo en su Comisaría. La despacharon con un argumento de lo más peregrino, que a Guillermina le acabó por encender todas las alarmas. Le dijeron que dichos científicos habían causado baja en el Centro escasas fechas atrás, que todo lo relativo a ellos era materia reservada y alto secreto de Estado, por lo que no le podían dar ninguna información al respecto.
Concluyó que quizá debía tomarse un poco más en serio al tal profesor Calamuelas, así que aquella tarde fue ella quien buscó a aquel señor para mantener la reunión que pensó que nunca más se iba a producir.
–Agradezco su atención, inspectora. Me ha sorprendido enormemente que quiera verme hoy –dijo Calamuelas tras sentarse en uno de los sillones confidentes del despacho de Guillermina–. Ayer no las tenía todas conmigo, me quedé con la amarga sensación de que no me había tomado en serio.
–En realidad fue así, señor Calamuelas. Pero después de muchas vueltas me dio un pálpito. La historia que me contó ayer era enormemente disparatada, pero coincidía con una loca conjetura que yo misma he barajado. Llegué incluso a comentarla con un par de excelentes periodistas, fieles colaboradores míos, y que constituyen un soplo de aire fresco entre tanta chusma como nos rodea. Puesto que el asesinato de Milagros Mercé y el tal Luisín se produjo con el mismo “modus operandi” que los antiguos asesinatos del Orfanato que usted dirigía, llegué a verbalizar a mis colaboradores, junto a las dos hipótesis más probables, una teórica “Opción C”, según la cual la autoría de estos horribles crímenes correspondería, de alguna manera desconocida, al propio Monegal, pero la desechamos, claro está, por absolutamente descabellada e imposible.
–Pues ya ve usted inspectora, que lo imposible torna en lo más probable.
–Hay algo, profesor, que no entiendo si damos por buena la teoría del clon de Abdón Monegal. Cuando este se “suicidó” lo trajeron inmediatamente a la morgue de esta Comisaría. Si lo que tenemos ahí abajo es un clon, ¿por qué razón el CNIA no ha mostrado interés alguno en su recuperación? Esos robots deben costar un dineral.
–Inspectora, conociendo como conozco a Monegal, para mí existe una sola razón. La cúpula del CNIA no estuvo nunca al tanto de la existencia de ese clon. Abdón debió imponer a Primitivo y Andrés que lo fabricaran secretamente. Tal vez por eso los mató, para deshacerse de las únicas personas que conocían la existencia de su clon. No sé. Es cierto que me confesó que los asesinó porque “eran una de sus asignaturas pendientes”, lo que en un primer momento me remitió directamente a los crímenes del Orfanato.
–He de confesarle que todo esto me parece una absoluta locura, a ratos me arrepiento de haberle vuelto a contactar.
–Lo entiendo, inspectora, a mí me ocurre también, no crea. Una cosa sí le voy a decir, con todo respeto. Espero que hayan adoptado las medidas de seguridad adecuadas en este edificio. Mucho me extrañaría que Monegal, antes o después, no haga todo lo posible por recuperar su clon.
–En eso no hay problema. Verá profesor, el cadáver de Monegal permanece todavía aquí como consecuencia del carácter violento de su muerte. Es posible que el juez ordene una segunda autopsia y, en cualquier caso, mientras no autorice la cremación permanecerá en custodia en la morgue. Tratándose de alguien tan importante, hemos adoptado medidas reforzadas de seguridad, para evitar cualquier problema. De todas maneras, si Monegal utilizó un clon para fingir su propio suicidio, no veo el motivo por el que vaya a querer ahora recuperarlo. ¿En qué lo iba a utilizar mejor que el uso que ahora le está dando? Muerto oficialmente, mientras él está vivito Dios sabe dónde y con qué oculto y siniestro motivo.
–Inspectora, usted no conoce a ese individuo. Cuando nosotros vamos, el ha vuelto al menos siete veces.
–Le reitero que las medidas de seguridad en la morgue fueron reforzadas tras el ingreso del cadáver. Cuatro policías expertos en seguridad vigilan día y noche la cámara frigorífica en la que se encuentra.
–Estupendo, toda precaución es poca con ese sujeto.
Tras despedir a Calamuelas, la inspectora se marchó a su pisazo de Castellana con la intención de dormir a pierna suelta. Bastante había tenido la noche anterior, dando vueltas constantes en su cabeza a la primera visita del profesor. Y así fue, durmió como un bebé. Tranquila y segura de tener todo bajo control.
Pero al día siguiente, recién despierta y todavía en la cama, un nuevo pálpito la inundó.
Sin ducharse ni desayunar partió rauda a la Comisaría, pero no a su despacho. Se dirigió nerviosa a los sótanos del edificio, allí donde se ubicaba la morgue.
Al llegar respiró aliviada. Uno de los cuatro policías de seguridad que custodiaban el cadáver le reportó que todo estaba muy tranquilo, sin novedad ni contratiempos.
Sonrió y se dispuso a coger el ascensor para subir a su despacho.
Pero el dichoso pálpito no parecía querer abandonar su pecho.
Se dio la vuelta y ordenó a los policías que abrieran el frigorífico donde se alojaba el cadáver clónico de Abdón Monegal.
Entonces el pálpito se transformó en lacerante certidumbre. Guillermina Conrado, en compañía de los cuatro policías expertos en seguridad, pudo comprobar horrorizada que el frigorífico estaba vacío.
Y hasta aquí hemos llegado por hoy. En el siguiente episodio, el 20, veréis una auténtica revelación. No os lo perdáis.
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Salud a tod@s!
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Miguelángel Díaz
Posted at 22:05h, 15 septiembreHacía tiempo que no leía un capítulo, Marcos.
Con esa imaginación que os caracteriza, he disfrutado del relato. Felicidades.
Un fuerte abrazo 🙂
marcosplanet
Posted at 23:19h, 15 septiembreMuchas gracias Miguel Ángel. Me alegra mucho que continúes leyendo la saga. maña publicaré otro capítulo.
Un abrazo.🤠
Federico
Posted at 03:55h, 01 septiembreMe reído mucho pensando cómo aparecerían las noticias de la reina y su hijo en el Hola. Saludos
marcosplanet
Posted at 15:45h, 02 septiembrePues sería para mondarse, si.
Saludos