19 Ene Locos por la escritura. La emboscada
La luz de las farolas reflejaba sobre el asfalto un reguero luminoso que parecía no tener fin. La noche no invitaba a otra cosa que a guarecerse del frío y húmedo ambiente que ese mes de octubre reinaba en las afueras de la ciudad. Capas blanquecinas similares a sábanas fantasmales echas girones se extendían por las calles más angostas. Adoptaban formas retorcidas sobre las esquinas de las viviendas que jalonaban el paso de un grupo de personas que parecían estar buscando un número concreto.
Uno de los transeúntes señaló con un dedo huesudo hacia un edificio de oficinas con el aspecto de haber permanecido inmerso en un olvido de años.
–Este es –murmuró Romesaña con gesto seguro–. Y esta es la llave –observó mientras hacía bailar un mazo de ellas delante de sus compañeros.
–Y ahora viene que podamos abrir esa puerta –dijo Cambados con palabras que parecían salidas de las profundas cuencas de sus ojos.
La oscuridad impidió que Romesaña acertara fácilmente en su intento de abrir la puerta principal, pero lo logró. Un interior negro como boca de lobo se abrió ante el grupo de los quince que penetraban sin ningún sigilo en las instalaciones.
–¿Y dices que este local es tuyo, Romesaña? –preguntó uno de ellos acariciándose la perilla que le hacía parecer un Pío Baroja en sus cuarenta de edad, pero con más pelo.
–Sí, Tirante, antes de que mi familia me la jugara como lo hizo, era propietario de 22 locales en el puerto de mercancías y seis apartamentos en la ciudad, a los que solo yo tengo acceso con mis llaves codificadas.
–Bueno, vamos adentro que hace frío –dijo Tirante buscando un interruptor de la luz.
En ese momento, Romesaña dio una palmada y se encendieron focos de luz por toda la casa.
–¡Vaya! Esto sí que no me lo esperaba –comentó Cambados con la ilusión de un niño.
–Está todo limpio y preparado para hacer vida aquí ¿Cómo es posible, Romesaña? –preguntó Cambados mientras sus ojos buscaban la cocina.
–Tengo contratado un servicio de limpieza y mantenimiento que me informa con frecuencia sobre cualquier novedad.
–¿Y cómo lo conseguías allá en ese sitio de dónde venimos, tio listo? –dijo Tirante con una sonrisa que dibujaba en su rostro un rictus siniestro.
–Todavía tengo dinero, mucho dinero y… otros recursos. Mis padres no saben que antes de ingresarme en Alfagama yo ya había dispuesto controles para que mis propiedades estuvieran a salvo.
–¿Y con tus influencias no has podido evitar lo que te hicieron? –pregunta Nazario mientras devoraba una barra de chorizo que había encontrado en la nevera.
–Mis padres son más poderosos. Construyen y destruyen vidas a su antojo.
–Tienes una despensa muy bien surtida, Romesaña –apuntan varios de los presentes, todos entregados a comprobar cuán grandes son las reservas del almacén de abastos de su amigo.
–Varios días antes de haber planeado llegar hasta aquí, mi servicio de mantenimiento se ocupó de todo. Pero vamos a organizarnos mejor. Veréis que este es un loft de cuatro plantas. Hay ascensor, así que no os quejéis. Creo que para los quince que somos habrá lugares de sobra donde poder dormir. Y tened cuidado con los que estéis tomando medicación. No la olvidéis… por el bien de todos.
Un fontanero con más de 30 años de experiencia se afana en su última tarea de la mañana. Una fuga de agua en el desagüe de la cocina había impedido a una anciana prepararse su adorado té en el desayuno y llamó de urgencia al operario. Este solucionó felizmente el problema como había estado haciendo antes y después de enviudar. La pérdida de su mujer había marcado su vida provocando en él una especie de metamorfosis.
El cambio le descubrió su afición por escribir. Su mujer y él acostumbraban a leer varios libros a la semana, una pasión que compartían desde que se conocieron. Él llegó a participar en varios concursos literarios sin más que conseguir algunas menciones del jurado por sus relatos.
Pero eso no había sido motivo suficiente para impedirle consultar casi a diario los boletines electrónicos sobre concursos que aparecían en páginas de internet.
En esta ocasión, tras una ducha reparadora después de arreglar la cocina de la anciana, se conecta a la red y enciende el televisor.
–Les saludamos desde Noticias de las Seis, en nuestro apartado de sucesos –anunciaba un locutor de pelo engominado–. Un huracán de fuerza 4 está asolando las costas de Tailandia y ya ha dejado tras de sí varios centenares de víctimas entre muertos y heridos. La Organización Mundial de la Salud advierte sobre claros riesgos de extenderse una epidemia de tuberculosis y dengue entre la población. Las zonas más afectadas son por ahora Tak, Pathum Thani, Prakan y Bangkok.
–Es increíble que siempre den noticias catastróficas, y además a la hora de comer. Decía para sus adentros–. Bueno, a ver qué convocatorias salen para este mes.
Acto seguido consulta una página web donde observa que aparecen tres concursos literarios adaptados a sus preferencias. Toma nota de los detalles y envía sus credenciales y tres relatos acordes con la temática solicitada.
Siempre tenía a mano un buen repertorio de historias que guardaba ansioso porque fuesen premiadas, aunque fuera con una mención. El fontanero quería engrosar su currículum para cuando presentara a una gran editorial su novela “Arca de fortuna”.
Ahora decide que es el momento de sondear internet en busca de una convocatoria más que llevarse a la boca. Entre múltiples opciones hay una que le llama la atención. La frase que utiliza la página como reclamo es bastante atractiva.
“Aprovecha esta oportunidad única que ofrece el Taller de escritura Montespino. Hay 10.000 € esperando al ganador, 7.000 € para el segundo puesto y 5.000 € para el tercer clasificado. Aparte de siete accésits de 3.000 € para otros tantos participantes. Apúntate a este concurso de escritura en vivo y en directo”.
Escenas similares se sucedían en los hogares de una decena de escritores y escritoras aficionados mientras escuchaban las noticias en diversos canales de televisión.
Morgana era una ejecutiva estancada por la presencia masculina en una empresa de servicios de alquiler de oficinas.
Ella no podía poner más empeño por destacar en su arduo trabajo, consiguiendo importantes resultados económicos que sus compañeros masculinos más veteranos procuraban apuntarse como logros propios pues la empresa fomentaba la antigüedad por encima del mérito personal, argumentando que quienes llevaban más tiempo tenían ventaja sobre el porcentaje de las comisiones a percibir del grupo.
Esto se traducía en que de una operación de 100.000 € la empresa repartía el montante entre cinco hombres del equipo de alquiler de oficinas y a ella le quedaba la cuarta parte. Aunque la operación la hubiera conseguido ella en exclusiva.
Una vez escuchadas las noticias de rigor, Morgana conectó el portátil a internet buscando las páginas de concursos literarios. Escribe relatos cortos desde que era pequeña y entregara el primer cuento a su madre. Esta quedó impresionada de que su hijita de 10 años tuviera la capacidad de escribir historias que parecían salidas de la mano de una persona mucho más madura. Por eso luchó durante años por obtener el beneplácito de alguna empresa del sector que publicara algo de la niña. Pero la niña se convirtió en mujer y el ansiado éxito nunca llegó.
En su navegación, Morgana encontró una frase que captó de inmediato su atención.
“Aprovecha esta oportunidad única que ofrece el Taller de escritura Montespino. Hay 10.000 € esperando al ganador, 7.000 € para el segundo puesto (…) Apúntate a este concurso de escritura en vivo y en directo”.
Un adiestrador canino caminaba hacia su casa desde la clínica donde trabajaba hacía unos meses como especialista en psicología animal. Había obtenido el título oficial, de lo cual se sentía muy orgulloso pues le desvinculaba de su pasado dando clases particulares de bachillerato a domicilio.
La realidad había conseguido imponerse sobre su afición a la escritura, lo que ha acabado agradeciendo pues adiestrar a los perros es su única forma de ganarse la vida.
El adiestrador se prepara el almuerzo calentando al microondas un par de bandejas de comida preparada y se dispone a escuchar las noticias.
–Un huracán de fuerza 4 ha arrasado la zona suroriental de Tailandia, quedando afectadas al menos diez localidades de la región y al menos unas mil personas. Las autoridades no han podido confirmar aún el número de víctimas.
–Ya estamos con las noticias negras del día. Parece que nos tienen que inyectar miedo e inseguridad sin pausa –pensaba.
La locutora seguía con su tono alarmista.
–“La incidencia de la Gripe A, la última variante del Covid y el neumococo se han hecho notar ya en todo el país y las autoridades sanitarias recomiendan la vacunación inmediata de nuestra población, sobre todo a partir de los sesenta años”.
El adiestrador canino lo había intentado todo para que le aceptaran un manuscrito en una editorial que no le obligara a pagar por una coedición o autoedición. Ya había auto editado 500 ejemplares de su novela “El primer habitante del mundo”. Aunque consiguió vender al menos la mitad, el esfuerzo por hacer de agente de sí mismo, organizador de sus presentaciones, maestro de ceremonias en podcasts y entrevistas de autopromoción en librerías y pequeñas emisoras de radio, había pasado factura tanto a su economía como a su autoestima.
Nunca más volvería a echar mano de un sistema de publicación como ese.
El telediario desgranaba su perorata noticiera sin piedad.
–“Aún desconocemos el paradero de un grupo de fugados del hospital Psiquiátrico hace ya diez días. Tanto los investigadores contratados por el Centro como la Policía Nacional continúan sus pesquisas sin éxito”.
–Bueno, es hora de conectarme a la red. De hoy no pasa para apuntarme a un concurso. Buscaré uno donde paguen bien.
Enseguida encuentra la frase.
“Aprovecha esta oportunidad única que ofrece el Taller de escritura Montespino. Hay 10.000 € esperando al ganador, 7.000 € para el segundo puesto y 5.000 € para el tercer clasificado. Aparte de siete accésits de 3.000 € para otros tantos participantes. Apúntate a este concurso de escritura en vivo y en directo”.
Un total de diez personas han decidido apuntarse al concurso literario del Taller Montespino. Aparte de los candidatos mencionados se encontraba un estudiante de arqueología cuyo romanticismo al enamorarse de una compañera de clase le había empujado a apuntarse a una expedición para explorar tumbas egipcias poco conocidas, empresa condenada a un absoluto fracaso que le llevó a gastar sus ahorros y a desgastar el mínimo sentimiento de afinidad que ella sentía hacía él.
El estudiante de arqueología plasmaba sus frustraciones en forma de una novela que había decidido publicar por entregas en un blog literario. En cuanto captó el importe de los premios anunciados por el taller de escritura envió su solicitud al concurso.
Un representante de farmacia aficionado también al noble arte de juntar palabras había perdido su trabajo hacía tres meses más que el período correspondiente de paro. Pasaba cada día desde que se hallaba en “búsqueda activa” escrutando internet y enviando escritos a todas las convocatorias que se ponían a tiro. Cuando vio ante sus ojos la frase anunciando los premios del Montespino envió su candidatura sin pensarlo dos veces.
Paralelamente a las vidas de estos ciudadanos de vida corriente, otros no tan normales comparten la misma afición por lo literario, aunque de una forma algo diferente.
En el Psiquiátrico había residentes clasificados como “no problemáticos” que ayudaban a otros que sí lo eran.
Por ese motivo, el Club de escritura “Palabras Voladoras” había conocido momentos críticos, como el de aquel miembro que parecía una máquina de escribir por lo rápido que lo hacía y por lo bien, pero que una tarde sufrió una indigestión de fabada tras la comida que le hizo retener a uno de los compañeros y apuntarle con un lapicero a la garganta.
Menos mal que uno de ellos saltó como un leopardo sobre preso y prisionero y de un empujón mandó al asaltante a la enfermería. Ese no volvió a ser miembro del Club.
La residencia de enfermos mentales daba alojamiento y tratamiento médico en un edificio de seis plantas ubicado en las afueras de la ciudad. Había ingresados a perpetuidad, como los casos más complicados de demencia, esquizofrenia y comportamientos violentos. Pero también los había en régimen itinerante, que podían transitar entre sus casas y el Centro con la debida autorización. Siete doctores formaban parte del elenco médico, tres hombres y cuatro mujeres. Cada uno atendía a una veintena de enfermos.
Había que cubrir tres turnos diarios y siempre andaban buscando candidatos para el turno de noche. Actualmente estaban deficitarios en tres facultativos y eso se notaba en la vigilancia de enfermos. Dos guardias del personal de seguridad disfrutaban de vacaciones y uno de baja paternal, por lo que el ambiente era propicio para que un grupo de afectados por diversas afecciones mentales, miembros del “Club Palabras Voladoras” pudieran escapar de los controles y salir libremente a la calle.
Hay una realidad y es que existen muy distintos comportamientos psicóticos. La mayoría son síntomas que afectan la mente y que hacen que se pierda cierto contacto con la realidad. Durante un episodio de psicosis, se alteran los pensamientos y las percepciones, y la persona puede tener dificultad para reconocer lo que es y no es real. Pero entre medias hay distintos grados de gravedad y es ahí donde los escritores del Psiquiátrico encajaban como grupo.
Estaban hartos de soportar el régimen de actividad literaria al que les sometían en el Centro con el maldito Club. Lo creó un director que ya no trabajaba allí, pero a quien respetaban y temían mucho los empleados porque era sobrino del alcalde y aquel Centro se financiaba con fondos públicos. Aunque más de un monitor recelaba del éxito de la misión literaria y terapéutica, nadie protestaba.
Por otro lado, los perfiles de los miembros eran adecuados. Llevaban años asistiendo a sesiones interminables de escritura creativa en el sanatorio, redactando y redactando. Al principio se divertían y aprendían. Algunos de ellos con cualidades excepcionales. Al cabo de los años se habían convertido en otra cosa.
Una joven del Club de no más de veinte años de edad, había conseguido una beca de una corporación financiera para desarrollar un proyecto empresarial en los Estados Unidos. Con tanto mérito como otro de los miembros, un políglota que hablaba ocho idiomas y que en un arrebato psicótico le arrancó una oreja a uno de los jueces del tribunal que le examinaba para obtener el título oficial en chino mandarín.
Diez personas coincidieron a la entrada del edificio de oficinas donde les había citado el Taller de escritura Montespino. Eran cinco hombres y cinco mujeres dispuestos a llevarse una recompensa económica en forma de alguno de los diez premios convocados.
–Es curioso –decía Morgana, la ejecutiva de alquileres estancada en una empresa de hombres– ¿Os habéis fijado que de momento solo somos diez?
–Pues sí –contestó el representante de farmacia–. Como no vengan más tocaremos a un premio seguro cada uno –admitió muy ufano.
–Hombre, creo que no llegaremos a ese nivel de excelencia –comentó el fontanero–. Supongo que suprimirán algunos accésits.
–De eso nada –exclamó el adiestrador canino en tono reivindicativo–. Lo han publicado en su web y eso debe ir a misa.
–Lo cierto es que no advierten nada acerca de si se cubre o no un mínimo número de participantes –aclaró el estudiante de arqueología– eso debería bastar para mantener la oferta de los premios.
–Hay otra cosa que diferencia esta convocatoria de las normales –señala Morgana–. Es “en vivo y en directo” ¿Qué habrá que hacer? ¿No os ha picado la curiosidad?
A las nueve en punto de la mañana se abre la doble puerta de entrada al edificio. Un sonriente recepcionista les da la bienvenida y les hace pasar a una sala muy poco iluminada donde abundan los ventanales, pero no los haces de luz, ni naturales ni artificiales. Los recién llegados advierten que solo funcionan la mitad de los focos ubicados en el techo.
En la sala, una mesa rectangular da cabida a tres hombres y tres mujeres a quienes todos identifican como una especie de tribunal de examen. Esto contraría a algunos de los participantes pues está lejos de su ánimo someterse a pruebas o retos en público. El carácter introvertido de algunos participantes es bien manifiesto, como sucede con un señor que usaba gafas antiguas con montura de concha negra, aparentaba unos sesenta años y miraba de un lado a otro como si intentara localizar micrófonos ocultos o buscando algo que iba a asustarle sobremanera.
–Bien, estimados concursantes –dijo con voz bien templada uno de los jueces, muy bien vestido, tomando las riendas del acto–. Si no les importa vamos a filmar este concurso debido a su carácter excepcional que le permitirá ser compartido en todas las redes sociales y cuya difusión sin duda les servirá para proyectar una imagen pública necesaria para promocionarles en sus carreras literarias.
Por la cabeza de muchos de los participantes la palabra “carrera” sonó a algo jocoso, frívolo y casi intencionadamente inexacto. Ninguno de los concursantes se consideraba con trayectoria en el mundo de las letras. Tan solo lo entendían como un camino sin fin destinado al inevitable fracaso.
En cuanto a grabarles durante la prueba en vivo, todos habían dado su consentimiento previo al rellenar el formulario por internet.
–Pues como decía, –continuó el maestro de ceremonias–, grabaremos las imágenes que salgan de este evento. Se estarán preguntando en qué consistirán las pruebas. Les aclararé que la primera de ellas es una maratón de relatos. Tendrán una hora para escribir historias de exactamente 500 palabras, ni una más ni una menos, en los ordenadores de sobremesa que ven delante de cada uno de ustedes.
–Hemos recogido sus teléfonos móviles a la entrada porque no debe haber interrupción alguna que les distraiga de su labor escribiendo ¿Lo han entendido?
A los presentes no se les escapó el tono de conminación utilizado por ese otro miembro de la mesa de evaluación. Su rostro albergaba unos ojos alojados en unas cuencas tan profundas que parecían dos sumideros donde terminarían por hundirse sus globos oculares.
–¿Podrían indicarnos dónde están los servicios? –preguntó tímidamente el representante de farmacia.
Una sonrisa floreció a medias en los labios de otro de los que presidían el acto, el más robusto de todos.
–Ehh, sí, se encuentran saliendo por aquella puerta –dijo con un casi imperceptible movimiento de cabeza.
–¿Cuánto va a durar toda la prueba? –quiere saber el adiestrador de perros.
–Eso dependerá de la velocidad que se imprima cada uno de ustedes en las etapas posteriores a esta que iniciamos –asegura el maestro de ceremonias–. La segunda prueba consistirá en escribir una historia larga, de cinco mil palabras. Cuanto antes la acaben antes podrán irse a comer, por ejemplo.
–Hay una cuestión que han de tener muy en cuenta –afirmó otro de los miembros del tribunal que lucía una desproporcionada barba tan blanca como la harina refinada–. No empezaremos con la tercera prueba hasta que todos ustedes hayan completado el texto largo de la segunda. Asignaremos a cada uno los tiempos consumidos y el número de relatos cortos, pero es quien tarde más el que marcará el tiempo global. No lo olviden.
Los asistentes al peculiar acto se miraban unos a otros, algunos casi con recelo. El fontanero observaba especialmente a aquel compañero de unos sesenta años con gafas de concha negras. Por su actitud nerviosa le dio la sensación de que estaba a punto de retirarse de las pruebas.
–Tengo una duda –dijo el fontanero levantando una mano–. ¿Supongo que en cualquier momento podremos retirarnos y cancelar nuestra participación en el concurso ¿no?
–Por supuesto, como es natural –afirmó una mujer portadora de una peluca negra cuyo origen resultaba demasiado evidente.
El señor de sesenta años se removió incómodo en su asiento. Sacó un pañuelo de color rojo vivo de uno de los bolsillos de su grueso abrigo de lana del que parecía no querer desprenderse y secó unas gotas de sudor que empezaban a perlar su frente.
–Bueno, son las nueve y media –apuntó el maestro de ceremonias–. Empezamos la prueba de los relatos de 500 palabras estrictas. La temática es libre. Comiencen cuando quieran.
En ese instante se abrieron a la vez las sesiones de todos los ordenadores de los concursantes. Una plantilla de Word apareció en las pantallas con su cursor parpadeante esperando recibir el impulso de las teclas.
Al cabo de una hora sonó un timbre estridente que distrajo a la mayoría de su labor creadora.
–Ya está, participantes, dejen de usar el ordenador –anunció el miembro del tribunal de abundante barba blanca.
–Pero, me he quedado a medias en mi última historia –balbuceó el exrepresentante de farmacia.
–Yo he tenido problemas para guardar en memoria a medida que iba escribiendo y eso me ha retrasado –comentó Morgana– ¿Pueden compensármelo de algún modo?
–Ninguna concesión que se salga de lo que les hemos comentado –afirma la mujer de la peluca descarada.
–Bien, comienza la segunda parte –anuncia el maestro de ceremonias.
–Eh, perdone –interrumpe el adiestrador de perros– ¿Podría ir ahora al servicio, por favor?
–Tenga en cuenta que eso retrasará a todos sus compañeros porque la siguiente prueba no podrá empezar hasta que usted no regrese.
Un murmullo general de apoyo a la marcha hacia el servicio se manifestó mediante un bosque de manos alzadas que reclamaban lo mismo. Todos pudieron pasar por el inodoro.
Restablecido el orden, el hombre más robusto del tribunal inició la segunda prueba.
–Recuerden que deben terminar todo el relato de 5.000 palabras. Esperarán al último que acabe. En ese momento llegará el catering con lo necesario para que repongan fuerzas.
Este comentario tuvo buena aceptación en el grupo. Con ánimos renovados emprendieron la prueba.
Al cabo de cuatro horas la mayoría había terminado. Media hora después quedaba pendiente el señor de las gafas de concha negras.
Se sentía como el objeto de las miradas de todos los presentes, que parecían querer atravesarle con sus pupilas. Sin embargo, en los rostros de los miembros del tribunal se apreciaba una sonrisa complaciente.
–Ya saben todos que deben esperar al último ¿verdad?
Algunos de los presentes mostraban ya su impaciencia. La mayoría había pasado por el servicio varias veces.
–Ya sé que el catering no llegará hasta pasada esta fase de las 5.000 palabras, pero ¿Podrían darnos al menos algo de agua? –inquirió Morgana con gesto preocupado–. No nos han puesto más que una botella a cada uno al principio de las pruebas.
–El resto de provisiones viene con el catering –dijo el miembro del tribunal de los ojos profundos.
La presión sobre el sexagenario crecía por momentos. Él no parecía inmutarse pues se hallaba entregado a su escrito con fruición manifiesta, como si no pudiera parar.
–Eh, señor, acaba usted de superar las 5000 palabras –dijo el hombre de barba nívea. Queda descalificado de esta prueba, pero le aviso que es el cómputo final lo que cuenta, incluyendo el estilo, la forma, las figuras literarias, en fin, ya sabe que son varios factores.
En ese momento desapareció el escrito de la pantalla del escritor más lento de la sala.
El sentimiento de frustración de sus compañeros quedó de manifiesto en un murmullo de desaprobación que empezó a extenderse como un reguero de pólvora.
–¡Así que esta hora de más no ha servido para nada! –protestaba el estudiante de arqueología.
El fontanero se levantó de su silla y se acercó hacia la mesa del tribunal, cruzó las manos ante sí lentamente y se dirigió al maestro de ceremonias.
–Creo que se están excediendo en las normas de este concurso ¿no les parece?
El efecto que tuvo el comentario resultó ser un estallido de risas generalizado de todos los que se sentaban en la larga mesa. Uno de ellos, el fortachón, subió de un salto a la misma y se puso a bailar una especie de claqué improvisado que resultaba macabro. Al mismo tiempo se quitaba la camisa y la arrojaba a los participantes en el reto.
La mujer de peluca negra se desprendió de la misma dejando al descubierto una profunda cicatriz que le atravesaba media cabeza de la frente a la nuca. Se unió al bailoteo del hombre fuerte a quien apodaban “Terminator” no sin antes extraer un puñado de cuchillos de cocina del cajón de la mesa, de donde obtuvo también varias granadas de mano que depositó con curiosa delicadeza sobre el tablero.
Repartió los cuchillos uno a uno entre todos los miembros del “jurado” y estos se movilizaron contra los concursantes pasándoles el filo de esas armas por cualquier lugar de sus cuerpos. Un jurado de nombre Tirante, el de la abundante barba blanca, sumergía en ella el mango de su puñal ensangrentado.
El exrepresentante de farmacia, paralizado ante el horror que se avecinaba, observaba cómo el maestro de ceremonias, que atendía al nombre de Romesaña, arrojaba lejos de sí el cuchillo y prefería emprenderla a golpes con sus propios puños sobre la cabeza del adiestrador de perros.
Este se defiende con uñas y dientes, pero es el vendedor de farmacia quien asesta un golpe definitivo estrellando el ordenador de sobremesa sobre la sien de Romesaña que cae desmayado.
Cambados, otro miembro del psicótico tribunal, aparece en medio del caos localizando a su próxima víctima. Ha acabado con la vida del fontanero en un abrir y cerrar de aquellos ojos de profundidad insondable, heredados de un capitán de barco que enloqueció en medio del océano acabando con la vida de toda su tripulación.
Morgana pugna por su vida intentando detener a la mujer sin peluca que pretendía hundirle un puñal y tiene una idea fugaz. Agarra un cable suelto del ordenador y rodea con él el cuello de la loca, en un esfuerzo que le ofrece la ventaja de haberse entrenado a conciencia durante años en el gimnasio de la empresa. Al cabo de un minuto de un forcejeo que le entumece los brazos hasta hacerlos temblar, la ejecutiva comprueba cómo la vida abandona el cuerpo de la demente.
El psicótico “Terminator” quiere estrangular con sus propias manazas al comercial farmacéutico. Este da la batalla por perdida y empieza a despedirse de este mundo de desengaños. En el último momento ve con alivio cómo el estudiante de arqueología imita al vendedor en su anterior acción y estampa varias veces un ordenador sobre la nuca de su oponente.
Romesaña acaba de recuperar el conocimiento y se acerca al exrepresentante de farmacia blandiendo la pata de un perchero. Antes de que ninguno de los dos pueda reaccionar, un insólito bramido procedente de la puerta principal completa la barbarie que les rodea.
Nueve miembros más del Club de escritura “Palabras Voladoras” al que pertenecían todos los huidos del Centro psiquiátrico Alfagama, hicieron acto de presencia enarbolando todo tipo de objetos contundentes. No habían transcurrido más de unos pocos minutos desde el arrebato psicótico del tribunal, pero a sus miembros les había parecido una eternidad.
–¡¡Sangreee!! –gritaban los fugados del psiquiátrico. En cuestión de minutos, un deseo de aniquilación se había extendido por toda la sala.
En medio de lo más cruento y cuando tan solo permanecían en pie el exrepresentante de farmacia, el estudiante de arqueología y el señor de sesenta años, este emprende una carrera desbocada hacia la mesa del tribunal, se sube a ella y grita con una voz tan profunda que hace retumbar las paredes.
–¡Acabad con esto o estallamos todos por los aires!
Portaba una granada de alta capacidad explosiva sin separar el dedo índice de la anilla. Los salvajes miembros del Club de escritura “Palabras Voladoras” disminuyeron el frenesí de sus ataques y se quedaron mirándolo. La cara del granadero oscilaba de un lado a otro del dantesco escenario que se había cobrado al menos nueve vidas entre locos y cuerdos. Es en ese momento cuando Romesaña exhibe una carcajada que parece provenir de otro mundo.
–Bien, bien, querido amigo. Dime tu nombre.
–Némesis, es mi seudónimo de escritor.
–Muy bien, Némesis, has llegado hasta el final y has ganado. Tu premio será formar parte de este grupo de locos por la escritura. Dispongo de recursos suficientes para montar una editorial y publicar lo que nos dé la gana. Nos cambiaremos el nombre por el de Club del Némesis y si esos dos compañeros tuyos que han luchado tanto lo desean, pueden apuntarse.
Con voz estridente y preso de una excitación que alteraba sobremanera su conciencia, Romesaña pone broche final a su discurso.
–Nuestra labor será recorrer lugares donde otros amantes de las letras, como todos los presentes, puedan unirse a este nuevo horizonte intelectual que iluminará el mundo con una luz eterna, inextinguible.
Y esto es todo, amigos. Dale click al corazón de aquí debajo si te ha gustado y por favor deja tu comentario, que es muy valioso.
Salud y suerte en la vida.
Nota. todas las imágenes de este post pertenecen a la página Deviantart.com
eliom
Posted at 21:30h, 07 febrero¡Qué fascinante lectura! Este artículo captura perfectamente la esencia de la pasión por la escritura y cómo puede unir a las personas en experiencias únicas y memorables. Un saludo Marcos
marcosplanet
Posted at 10:25h, 08 febreroMe alegra mucho que te haya gustado, Eliom.
Resulta un placer escribir si es para que la gente pase un buen rato.
Saludos
Miguelángel Díaz
Posted at 07:36h, 24 eneroQué relato más interesante y original, Marcos.
Con un inicio intrigante que atrapa, el final es totalmente inesperado y demoledor.
Un fuerte abrazo : )
Io
Posted at 02:29h, 16 eneroCuanta genialidad y que inesperado final Marcos, no dejas de sorprenderme…..
Parecía un relato muy largo, pero se me ha hecho súper ameno y entretenido.
Y que los locos que se han escapado sean el jurado, es un vuelco que me ha sorprendido muchísimo.
Me ha encantado Marcos! Veo una cierta similitud entre el jurado del relato y a las personas que como tú, os gusta plasmar vuestra imaginación en forma de relatos…….estáis todos locos!!!!!!, ……pero yo adoro tu locura y disfruto mucho leyéndote.
Un beso enorme!
marcosplanet
Posted at 17:50h, 16 eneroJa,jah. Así es, Io. hay que estar un poco «ido» para idear escenarios y mundos personales transmitirlos a través de un escrito.
Un fuerte abrazo!
Federico
Posted at 14:08h, 15 eneroMezcla muy original de un inocente concurso literario con final de horror gracias a unos locos escapados del manicomio.. Inesperado final. Saludos
marcosplanet
Posted at 19:54h, 15 eneroSi, hay situaciones que no sabes cómo pueden acabar.
Gracias por tu tiempo.
Saludos
Rosa Fernanda
Posted at 08:55h, 13 eneroQuerido Marcos, me quedo sin palabras ante este magnifico relato…qué a la vez de macabro, no deja de tener su punto cómico, al menos para mí, que conozco perfectamente tu sentido del humor, y hemos compartido expresiones de las que sacamos motivo para echar unas risas.
Me ha gustado muchísimo, hermano
marcosplanet
Posted at 18:23h, 13 eneroMuchas gracias bonita. Eres un sol.
Muchos besos.
Nuria de Espinosa
Posted at 02:08h, 12 eneroMe gustó mucho Marcos. Me quedo con esta frase: La oscuridad impidió que Romesaña acertara fácilmente en su intento de abrir la puerta principal… Me parece genial y acertada. Un placer leerte, aunque te has extendido bastante. Un abrazo
marcosplanet
Posted at 08:33h, 12 eneroGracias Nuria. Lo de la extensión es algo que me va pidiendo la historia a medida que la desarrollo. No puedo evitarlo.
Un abrazo.
Mayte López
Posted at 06:57h, 11 eneroEsos interrogantes realmente son emoticonos de aplausos, pero han salido así, se ve que la aplicación no los reconoce. Felicidades y aplausos para tu relato, Marcos!
Mayte López
Posted at 06:55h, 11 eneroMuy buen relato, Marcos!
A ver quién se apunta ahora a un club de escritura, jejeje.
Me ha gustado mucho como has trabajado los diálogos y cómo a través de ellos has perfilado a cada uno de los personajes, otorgando al texto dinamismo y acción frenética, necesaria para la historia y su trepidante final. Felicidades????????????
Un abrazo!
marcosplanet
Posted at 15:17h, 11 eneroValoro mucho tu comentario y el tiempo dedicado a la lectura.
Muchísimas gracias Mayte.
Un fuerte abrazo.
Óscar Iglesias Casado
Posted at 12:53h, 10 eneroQue buena historia, amigo Marcos, muy buena historia, que bendita locura el escribir, el plasmar nuestro mundo interior, nuestra imaginación..etc , un abrazo grande, fenómeno.
Arenas
Posted at 20:54h, 09 eneroBendita locura. Y benditos locos por la escritura. Como tú, capaz de parir semejante pedazo de relato y quedarte ahí, tan pancho. Absolutamente genial. El desenlace, con ese akelarre de locos, todos lo están, antológico. Sin palabras me has dejado. Las tienes tú todas, bandido.
marcosplanet
Posted at 07:35h, 10 eneroGracias, amigo Arenas. Estas palabras son lo que me animan a seguir juntando otras para idear historias que entretengan a la gente.
Y eso es muy edificante. Te animo a hacerlo con frecuencia. Verás qué bien sienta.