Mensajero del pasado

Mensajero del pasado

(Ver la segunda parte)


 

Para Mauro Santos, contar historias era su fuerte y empezó escribiéndolas en forma de relato semanal en el “Noticiero de Alabarca”, la gaceta del colegio.

Su gran amigo Alonso Almenas escribía para la gaceta y también le entusiasmaba grabar lo que por aquella época de los ochenta del siglo XX eran llamados “shows” de televisión o radio. Él lo hacía en directo en plena calle, en un magnetófono con una cinta cassette. Un poco antes de la mayoría de edad, ambos grababan programas que hoy serían considerados como podcasts. Entrevistaban a los transeúntes sin ningún pudor y habían desarrollado un modo de abordarles más que innovador, casi irreverente.

Hoy día serían probablemente una referencia en el mundo televisivo. La frescura de sus preguntas, que versaban sobre temas de la más rabiosa actualidad, la osadía de sus comentarios interrumpiendo las opiniones de la gente y la habilidad para obtener datos personales de la vida de los demás, conformaban un rosario de aderezos que aportaba color y contexto a sus reportajes.

Mauro guardaba religiosamente los originales de sus artículos para el periódico en el ático de la casa de sus sueños. Su padre había conseguido el traslado a Alabarca, ciudad costera donde había adquirido un chalet de dos plantas, en cuyo ático se hallaba el refugio del escritor, una habitación diseñada para atraer a las musas y estimular su creatividad.

Dentro de la misma no faltaba detalle en forma de poster de autor famoso, película de estreno o de antigua factura, personajes literarios o cinematográficos, todos ellos poblando las paredes de un espacio con vistas privilegiadas.

Desde el ventanal del ático, Mauro podía contemplar la cercana ribera del río Goblin, una arteria de aguas bravas que cruzaba animosa las afueras de Alabarca.

Los padres que habitaban las cercanías del río tenían buen cuidado en evitar que sus retoños se acercasen demasiado al Goblin, donde en un pasado no lejano se habían producido desapariciones, las dos últimas de dos niños menores de seis años en un período de tiempo de cinco meses.

Esto había hecho que despertara la noticia de la desaparición de Laura Rielves.

Cuando Mauro y Alonso escribían para el Noticiero del colegio, a principios de los años ochenta, se produjo la desaparición de Laura Rielves, una niña de cinco años. El hecho supuso una conmoción en la comunidad residente, que dejó de movilizarse al cabo de un mes, cuando dieron por perdida la posibilidad de encontrarla.

–¿Recuerdas ese caso? –preguntaba Mauro a su amigo Alonso mientras tomaban un café de Colombia en el ático del escritor.

–¿Cómo no? Trajo de cabeza a la Policía, al Cuerpo de Bomberos, y a los buceadores de la Guardia Civil sin éxito para ninguno de ellos. Nosotros cubrimos varios reportajes para el Noticiero de Alabarca y creo que terminamos por saber más que los propios investigadores.

–De eso no te quepa duda, amigo mío. Mira, estos son los archivos que tú y yo reunimos hace más de cuarenta años.

Mauro señaló hacia unas carpetas que reposaban sobre la mesa de al lado. Mauro solía decir que para él las mesas representaban el mejor lugar donde podían yacer los libros, a la espera de que alguien decidiera abrirlos, cosa que siempre sería más sencilla que buscar en las atestadas estanterías.

–Vaya, esto sí que no me lo esperaba –dijo Alonso acercándose a las carpetas–¿Cómo es que tienes este archivo tan a mano?

El escritor se dirigió hacia la mesa y recogió de ella una nota escrita de su puño y letra.

–Un tal teniente Galiano me llamó al móvil hace un par de horas. De la Brigada especial 22, un servicio de investigación conjunta entre la Policía Nacional y la Guardia Civil. Por eso estás tú aquí, Alonso. Han reabierto la investigación del caso Laura Rielves. Deben haberlo relacionado con las dos últimas desapariciones de niños.

–Los fantasmas del pasado llaman a nuestra puerta ¿Tanto aportamos hace cuarenta años que necesitan de nuevo nuestros servicios? –ironizó Alonso mientras se servía otra taza de la infusión colombiana. La jarra llevaba escrita la frase “Todo es eventual” en gruesas letras rojas.

–El teniente quiere que nos veamos en las dependencias de la Brigada para recuperar información propia y contrastarla con nuestro dossier. No ha querido revelarme más.

–¿Y yo tengo vela en este entierro? –ironizó Alonso–. Los dos somos igual de viejos y sabemos lo mismo de la desaparición de Laura.

–Claro que sí. La cita es esta tarde a las cinco ¿Te viene bien?

La sonrisa satisfecha de Alonso Almenas fue toda su respuesta.

 

Faustino es un niño espabilado e inquieto al que le gusta explorar. Su padre le inculcó el afán por descubrir rutas escondidas en la neblina de los bosques que visitaban los fines de semana. “Cada sábado, una aventura”, solía decir su padre. Este, mapa de papel en mano (nada de conexiones a internet) señalaba una posible ruta estudiando el itinerario en casa para después llevarlo a la práctica en el corazón de algún paraje natural.

A sus siete años de edad, Faustino es de los niños más menudos del colegio, pero a conquistador de mundos no le gana nadie. Su imaginación rebosa inventiva y cada día le vienen a la cabeza nuevas ideas de explorador que comparte con su padre. Acompañado por este, el pequeño explorador se acerca a la zona conocida como “las tres aguas”, un encuentro de tres afluentes del Goblin donde la bravura de las corrientes cobra especial fuerza.

–Hoy toca la ribera del Goblin, papá. Leí en esa web que por aquí viven trasgos y elfos que solo salen a la luz al final de la tarde. A ver si tengo suerte y les saco unas fotos.

–¡Ni se te ocurra acercarte a la orilla, Faus! –avisa el padre con gesto serio–. Los remolinos aquí son frecuentes ¿lo ves?

El niño asiente con su cabeza cubierta por una gorra que lucía el rótulo de “Indiana Jones y el dial del destino”.

–Voy a la furgo a revisar el mapa. En seguida nos pondremos en marcha, campeón…

Faus regresa a la orilla y lo primero que ven sus ojos azules es un brillo dorado que sale de tres grandes piedras a unos diez pasos de él. Mira hacia la furgo, donde su padre se encuentra bajo el portón del maletero observando en detalle los puntos clave de la ruta que piensan emprender.

–Será un momentito solo –pensaba Faus, sin preocuparse–. Acto seguido se dirige hacia las piedras y se agacha para ver mejor. Lo que ve le hace abrir la boca de par en par. El asombro da paso a una amplia sonrisa y tras desplazarse sobre el agua, desaparece entre las rocas.

 


 

Y hasta aquí hemos llegado, amigos. En el siguiente episodio encontraréis la continuación:

Mensajero del pasado. Segunda parte

Muchas gracias por hacer click en el corazoncito de más abajo y por dejarme vuestro valioso comentario.

¡Salud y buena vida!

 

Nota: todas las imágenes de este post pertenecen a la página bing.com/images/create/

5 Comentarios
  • Rosa Fernanda
    Posted at 09:57h, 12 febrero Responder

    Una vez más me ha encantado tu ŕelato. Muchas Gracias !!

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 20:02h, 09 febrero Responder

    Hola Marcos, me encanta el relato, aunque no es una novedad ???? las palabras «cada sábado una aventura» muy acertadas. Y la frase…
    «Faus regresa a la orilla y lo primero que ven sus ojos azules es un brillo dorado que sale de tres grandes piedras»
    Magia y aventura se mezclan en el relato.
    Te aplaudo. Un abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 09:12h, 10 febrero Responder

      Gracias por tu tiempo y por aportar tu opinión, Nuria. Si, lo cierto es que el relato lo he dividido en varias partes, para que no sea demasiado largo. Lo que no sé es cuántas va a haber al final…
      Un abrazo.

  • AMAIA LARRREA
    Posted at 13:09h, 09 febrero Responder

    Marcos, como siempre me ha encantado.
    A un niño, palabras mágicas: «¡Ni se te ocurra acercarte a la orilla! »
    Y chof… ;-D
    Me gustan mucho tus relatos. Aplausos y abrazo grande

    • marcosplanet
      Posted at 13:11h, 09 febrero Responder

      Muchas gracias de nuevo, Amaia. Disfruto mucho sabiendo que te gustan.
      Un abrazo.

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