Misterio en Poncebos

Una sombra se abalanzó sobre la prominente silueta del científico explorador, quien logró girarse a tiempo para descubrir la identidad de la figura que tenía delante. Esta le dirigió una mirada de ira implacable acompañada de un rictus de satisfacción malsana, como si supiera con certeza que esa iba a ser la última vez que se verían las caras. El explorador quiso defenderse, pero la bestia lo tenía bien controlado. El verdugo utilizó su bastón de senderismo para golpearle la cara con una fuerza impensable para todo aquel que le conocía. Un crimen cuya gestación duró un año fue el colofón de su plan asesino.

–Nunca debiste arrebatarme lo que era mío –murmuró el criminal un momento antes de contemplar cómo se despeñaba su víctima tras emitir un grito sordo.

Durante unos instantes, el quejido resonó con eco estremecedor entre las paredes de la enorme boca rocosa.

 

 

 

El evento

 

Una conferencia internacional iba a tener lugar en Poncebos, la popular localidad asturiana encajada entre las paredes calizas del macizo Central de los Picos de Europa. Es este un paraíso natural reconocido como Reserva de la Biosfera. Estamos justo en el límite con el macizo Occidental o de El Cornión.

A Daniel Lopena le interesaba que todo se desarrollara sin incidencias, como responsable único de la reunión de técnicos. Era el chico para todo, relaciones públicas, contratante de servicios, secretario eficiente, resuelve-imprevistos… el perfecto cabeza de turco.

Nadie le llamaba Dani excepto una persona en el mundo, quizá porque las distancias se guardaban con celo en ese mundo de ciencia y conferencias. Por lo demás, Daniel resultaba ser una persona apreciada en varias esferas de la espeleología, el montañismo y los organizadores de eventos académicos. Lo que pasa es que se trataba de un aprecio que duraba lo justo para, si todo salía bien, volver a contar con Daniel en la siguiente reunión.

Daniel ejercía quizás el papel de perfecto engrudo social, válido en los comienzos y el transcurso de los actos, aunque invisible tras su finalización. El nombre de Daniel no llegaba a figurar en los reportajes de las revistas científicas que daban cuenta de esos actos en los que intervenía. Su naturaleza había hecho que en su juventud fuese un ser bastante nervioso, impulsivo y un tanto irreflexivo. Sin embargo, la vida le había corneado lo suficiente como para convertirlo en alguien más comedido, prudente, racional y paciente que la mayoría de sus congéneres modernísimos y políticamente correctos con quienes le correspondía codearse a menudo.

Si, Daniel Lopena era un resistente a los cambios forzados, un luchador de ocasión, poco valorado, aunque consiguiera alzarse con la victoria superando situaciones inesperadas donde cualquier otro con mucha mejor proyección y fachada hubiera fracasado cagado en sus pantalones de posmoderno de marca.

El personaje de Daniel en esta vida estaba sometido a vaivenes poco comunes, de los cuales resurgía cual Ave Fénix continuamente. En cambio, había conseguido un logro valioso para él: ser un pivote, una articulación, un engranaje maestro alrededor del cual otros órganos y organismos consiguen sus deseos inmediatos, aunque solo fuera para terminar olvidándolo en un plazo muy corto.

Pero en esta ocasión, el aliciente que para Daniel suponía desenvolverse en medio de la madre naturaleza, con un despliegue montañoso bellísimo como son Los Picos de Europa, era motivo más que suficiente para mantenerlo contento.

 

La Sociedad española de Espeleología aplicada había convocado a muchos amantes de las simas y de las montañas a una conferencia internacional en el pueblo de Poncebos, un lugar donde las aguas recogidas por el canal del río Cares recalaban en uno de los remansos acuosos más atractivos del mundo.

El nombre del pueblo era Puente Poncebos, porque allí había un puente de época romana que salvaba el Rio Cares desde la orilla izquierda. La última foto conservada que se conozca del puente es del año 1915. En la actualidad, de él no queda ni rastro.

El verde de las aguas que decoran este pueblo ofrece tonos esmeralda y turquesa a la vez. Debe ser por la riqueza mineral de las rocas que va encontrando el Cares en su viaje desde Valdeón.

–Tenemos un desnivel de más de 1000 metros entre las cumbres y el lecho del río –aseguraba Matías Arredondo ante los asistentes al acto de contemplación, que se paraban extasiados ante el verdor espejado de las aguas en la entrada norte del pueblo.

Daniel le abordó desde su espalda y poniendo una mano en su hombro matizó:

– El Parque Nacional tiene un total de 3.700 cuevas, que suman 410 kilómetros de conductos subterráneos, y cada año se descubren más.

Matías reconoció al instante la voz de su interlocutor y prosiguió:

-El Parque Nacional de los Picos de Europa es el lugar del mundo donde se acumulan más simas de más de 1.000 metros de profundidad, un total de 14, de las 106 que hay en todo el planeta.

–No me digas –inquirió Daniel irónico–, gracias por tan importante información– ¿Qué tal, amigo mío? ¿Cómo van tus grupos turísticos?

–Nada de turismo, como bien sabes. En esta ocasión me estoy encargando de organizar los grupos de asistentes a la conferencia para la Universidad de Oviedo –aclaró Matías–. No puede quedarse ningún invitado sin completar su carta de alojamiento.

–Pues mira –le siguió Daniel– yo estoy al cargo de lo que dicte la Universidad Autónoma. En Madrid se empeñan en que este sea un evento muy destacado durante el presente año.

–Matías Arredondo y Daniel Lopena, grandes entre los grandes–remató Matías desde su rubicundo rostro aniñado–. Bueno, con mi cara de infante regordete que no crece parezco tu hermano menor y eso nos diferencia un tanto –concluyó el simpático personaje.

 

 

Una mujer de unos treinta años, rubia casi albina, con facciones que la hacían parecer una guerrera danesa de los vikingos de Ragnar, ocupaba en ese instante el principal ángulo visual de Daniel. La había visto unos minutos antes descendiendo del autobús entre la miel de los rayos del sol vespertino, como si se tratase de un personaje de alto rango de una tribu nórdica primitiva.

–Es Gudruna Sorenssen, amigo mío –comentó Matías con sonrisa irónica–. Tiene un corazón de hielo y su mirada congela las rocas.

Daniel ignoró el sarcasmo con una mirada dirigida al cielo. Lo cierto es que la finlandesa Gudruna gozaba de gran reputación en el sector de la espeleología a nivel mundial por su participación en multitud de expediciones de países punteros en la disciplina como Italia, Suiza, Reino Unido y Francia. Se conocía los Picos de Europa “como la planta de su pie”, según aseguraba Matías. Daniel se hizo la promesa de indagar en qué se basaba esa frase de su amigo.

La mujer nórdica cargó en ese momento con una gran mochila a su espalda y se encaminaba hacia el Hostal Poncebos cuando alguien sorprendió por detrás a Daniel.

–Toc, toc ¿qué tal, mi amigo madrileño?

Un personaje de barba muy poblada, de unos cincuenta años, que sujetaba un maletín en una mano regordeta y tiraba de un carro-maletero con la otra, apareció ante Daniel en ese instante.

–¡Hola, Damián! No contaba con tu presencia en este evento ¿has podido escapar del despacho del Rectorado? Sería la primera vez en tu vida –bromeó.

El tal Damián, barbado y orondo, de baja estatura y tez muy morena, dirigió una mirada de complicidad a Daniel.

–Querido amigo, yo sin embargo sí esperaba tu presencia aquí. Eres el alma de estas reuniones de bajo coste y pobre beneficio–. El científico miraba a Daniel por encima de sus gafas de cristales circulares que añadían antigüedad a su rostro– ¿Cuánto hace que no coincidíamos?

–Pues un par de años, desde la última conferencia de Van Möeller, allá en… el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es un placer saludarte, Damián.

–Damián Cuadrado siempre a tus órdenes, Daniel –era el ritual, el juego eterno de palabras de “cuadrarse” a tus órdenes, presidía el estupidiario de presentaciones desde que Daniel y Damián presentaran sus respectivas tesis doctorales. Eso ocurrió en la Universidad Autónoma, diez años antes. Tanto Damián como Daniel se doctoraron en Ciencias Geológicas, eligiendo la especialidad de Mineralogía. Damián se dedicó a la actividad científica con su plaza de catedrático en Oxford como destino profesional, colaborando con universidades y otras entidades del mundillo.

 

El espejo de los dioses

 

Un nutrido grupo de asistentes al evento en Poncebos descendía desde otro autobús (del total de dos que la localidad podía permitirse para una conferencia dada en un solo salón de actos). Por su aspecto, los pasajeros denotaban apariencia de montañeros, portando mochilas de trekking; algunos llevaban auténticos sacos de transporte colgando de sus espaldas.

–Esta conferencia ha atraído a mucho espeleólogo, por lo que veo –comentó una voz de mujer desde la puerta del enorme maletero de uno de los autobuses.

–Vaya, Gillian, qué gran placer…

La chica dio un abrazo a Daniel por toda respuesta y este se ruborizó. Matías con su oronda sonrisa y Damián desde su rostro carmesí, le dedicaron gestos que se supone festejaban con recochineo el encuentro. Daniel gesticuló con una mano en señal de que se alejaran de allí y ellos obedecieron.

–¿Qué tal va tu vida, Gillian? –Daniel paró ahí pues ningún sonido más consiguió salir de su garganta.

La mujer lo miró escudriñando el rostro de aquel hombre que años atrás había conseguido mantener una relación sentimental de varios meses con ella.

–Te has hecho algo en la cara, Daniel…

–Nada de nada, es el tiempo implacable, Gillian Lockwood.

Ella permaneció como colgada de la mirada de él durante unos instantes y a continuación habló, como si sus palabras pugnaran por salir a la superficie desde un mar profundo.

–¿Sabes qué personaje super-relevante va a venir a la conferencia a parte de Geoffrey Burns?

Daniel la observó con los ojos entrecerrados, como intentando cerrar el cofre de un tesoro que nunca llegó a vislumbrar en realidad.

–Eh… me dijeron que el Oxford Cave Club quería estar presente, pero no han mandado a su líder, que yo sepa, aunque sí estarán los que descubrieron el Pozo de los Texos.

Gillian jugueteó con las solapas de la chaqueta montañera de Daniel, como si le divirtiera lo que ya adivinaba como falta de información de su amigo.

Los inmensos ojos color violeta de Gillian parpadearon antes de que empezara a hablar.

–William Van Möeller, nada menos.

–¿Cómo? ¿Van Möeller aquí, en Poncebos? Es una reunión muy poco mediática para contar con su magna presencia ¿Cómo ha podido…?

–Muy sencillo –aclaró Gillian–. El Rector de Oxford le ha convencido, gracias a su amigo Damián…

–¿Cómo, Damián Cuadrado, mi colega de Facultad? –eso sí que no me lo esperaba– comentó Daniel casi con extrañeza.

–Vale, Damián “is a bit rude”, lo sé, pero no negarás que resulta persuasivo siempre que quiere.

–Cuando le interesa, si… –apuntó Daniel con algo de retranca–. Bueno, ¿Qué tal si nos vemos en media hora o así, cuando te hayas…

–… arreglado un poco, sí –indicó Gillian con una media sonrisa burlona.

–No, no he querido decir…

–¿Que tengo aspecto desaliñado y necesito una ducha? Nada que yo no sepa, después de horas de viaje en un bus regional.

–De verdad que, no… quería.

Gillian se llevó dos dedos de una mano a la boca y le lanzó un beso–. Nos vemos en un rato –dijo sonriendo.

Daniel permaneció unos instantes contemplando la figura de ella mientras esta se dirigía hacia la entrada del Hostal Poncebos, siguiendo el pequeño tramo de camino asfaltado. Este partía desde la parada del bus situada junto al puente del embalse. Contemplar esas aguas era como mirar en el espejo de los dioses.

 

Nuestro geólogo reconvertido en guía de eventos científicos caminó unos metros hacia la barandilla del puente, integrado en la comarcal AS-264 en dirección a Arenas de Cabrales. Posó su mirada en las aguas de un verde profundo, como el color que imaginas en el cuento de “La Ondina en el estanque” de los hermanos Grimm. Es un momento especial para él, en el que la reflexión reposada y la tranquilidad del paisaje de ensueño que le rodea imprimen su marca espiritual y le hacen saber que esa fecha supondrá un hito en su vida.

No sabría decir Daniel el tiempo de contemplación transcurrido, cuando un par de dedos tabalearon sobre su hombro.

–Es el espejo de los dioses, querido amigo –afirmó una voz bien entonada, que sonó rotunda a sus espaldas.

Una franca sonrisa decoraba el rostro de un hombre joven de cuidada barba negra, que le miraba desde unas gafas graduadas, con persianillas de cristal ahumado. Su figura menuda se alzaba casi dos cabezas por debajo de Daniel.

–No parece que hayas menguado ni un centímetro, Dani.

–He aquí la única persona que me llama Dani, en este planeta al menos–contestó Daniel con gesto de sincera alegría–. ¿Cómo estás Marcelo? Vienes de… Granada, ¿no?

–Bueno, en realidad llevo un par de meses en Madrid. Pedí una excedencia en la universidad granadina para darle forma a… un proyecto.

–¿Sí? ¿Y cuál es si puede saberse?

–Se trata de la Asociación de Espeleología y Montaña. Ahora somos pocos, pero pienso crecer. Claro que nunca alcanzaré tu talla –bromeó.

–Bien, Marcelo, nos veremos en la conferencia. Durante la cena recordaremos viejos tiempos.

Los dos amigos se despidieron con un gesto de la mano. Daniel tenía cierta prisa por reunirse con Gillian. Afortunadamente había tenido tiempo suficiente para acomodarse en su habitación, repasar la lista de temas pendientes y hacer algunas llamadas. Tras una ducha reparadora, a eso de las siete de la tarde, había bajado a la explanada para recibir a los autobuses.

 

Daniel y Concha Ferraz

 

El Hostal Poncebos ofrecía desde el interior de su fachada color salmón menos habitaciones de las necesarias para alojar a todo el grupo. Eran unas cien personas las que asistirían a la conferencia sobre “Las Simas cársticas en los Picos de Europa”. Esto lo había resuelto Daniel repartiendo asistentes entre otros hostales cercanos.

El número de convocados a este tipo de charlas era siempre superior al de asistentes reales. Quienes estaban de verdad dispuestos a participar en las expediciones “de campo”, en exploraciones de varios días sumergidos en cuevas a cientos de metros de profundidad, solían mostrarse reacios a asistir a las conferencias. Consideraban que estas eran para académicos alejados de la realidad exploradora de simas. Los definían como “científicos tecnócratas” y lindezas parecidas.

En el interior del Hostal Poncebos, Concha Ferraz se encontraba junto a la barra del bar. Su melena pelirroja aún destellaba cuando algún rayo solar obtenía un efecto iridiscente sobre la superficie de su bonita cabeza.

Concha había acompañado a Daniel durante muchos eventos por todo el mundo, complementando su labor a la perfección, incluso en momentos comprometidos. Por eso el papel de Concha Ferraz era fundamental, sin el cual las reuniones serían minoritarias y poco lucidas. Concha se encargaba de que siempre hubiera alguien relevante en una conferencia, al menos un par de personajes que sirvieran de imán para potenciales asistentes que pudieran sentirse indecisos. Ella usaba su habilidad especial para tejer la tela de araña que habría de sustentar la necesaria red de contactos. Sin buenos contactos, muchos podrían no sentirse motivados lo suficiente para asistir a tal o cual evento.

Concha y Daniel eran complementarios, engranajes bien engrasados y entrenados para lograr que todo funcionase bien, al menos lo suficientemente bien como para que las reuniones tuvieran presencia en las revistas científicas al uso.

–Hola Concha –espetó Daniel nada más verla, acodada junto a la barra del hostal–. Creo que hoy voy a necesitar de tu buen hacer antes de la charla–, indicó con un guiño.

Ella le correspondió con una pequeña reverencia en plan jocoso, revelando la buena sintonía habitual entre ellos.

–¿Has conseguido reunir a todos? –comentó Concha.

–Tengo a los importantes de verdad, a falta de confirmar la asistencia de Van Möeller. A este tío le encanta crear incertidumbre, convencido de ser la figura más relevante siempre. Es su maldita forma de ser.

Concha arrugó la nariz en un gesto que pretendía quitar importancia al tema.

–Bueno, si se presenta como si no, nadie sabe con certeza qué iba a aportar a esta conferencia nuestro querido William.

Daniel frunció el ceño en señal de hastío.

–Cada vez que asiste a un acto tiene que marcar la pauta, ser el centro de atención. Muchos están hartos de su interpretación del Indiana Jones del siglo XXI. –Daniel hizo una pausa y aspiró una bocanada de aire.

–Bueno Concha, –continuó–, me quedan cinco minutos para quedar con alguien y en una hora empieza la conferencia. Deja que organice lo que falta y nos vemos antes de que empiece el acto.

–Muy bien, nos vemos.

Daniel salió a la terraza-bar que era el porche del Hostal y se acomodó en una de las sillas de madera que hacían juego con mesas del mismo material. Reprimió un primer deseo de pedirse una copa y esperó a que Gillian Lockwood se presentara allí según lo acordado.

Gillian apareció ante  Daniel bajo un ambarino haz de luz que rodeaba sus ojos color violeta. Pocas veces había visto semejante encuadre de ella. Parecía una especie de ninfa del bosque.

–¿Te ha dado tiempo a preparar la introducción? – comentó ella con voz risueña–. Él se lamentaba de haber cancelado una relación sentimental con una mujer tan interesante.

–Más o menos –dijo Daniel, reflejando un gesto de admiración que a ella no le pasó desapercibido–. Ehh, sí, está casi todo excepto que aún no sabemos si Van Möeller va a acudir o qué.

–¡Anda! El gran explorador Indiana Möeller insiste en mantenernos a todos sobre ascuas. ¿Por qué será que no me extraña? –comentó Gillian en tono jocoso.

–Sí, es un capullo en muchos sentidos, aunque no hay que negar su arrojo y afán descubridor viviendo en las simas más profundas –remató Daniel–. La última exploración suya que publicó Geomorphology es un ejemplo de aventura peliculera de primer nivel mediático. Todo el mundo la comenta, en todos los foros.

–No hace falta insistir en el carisma de William. Muchos lo envidian por eso, como bien sabes.

Daniel permaneció callado contemplando el rostro de Gillian bajo los últimos rayos de sol del crepúsculo vespertino. La estampa contrastaba con la oscuridad del paisaje, presidido por el escarpado farallón rocoso del macizo central de los Picos de Europa. Era una elevación de unos 700 metros que se erguía como un inmenso muro frente a la fachada del Hostal ofreciendo una silueta imponente. En la cima, el bautizado por algunos como “árbol pendulante” oscilaba desafiando al abismo.

–¿Por qué tenemos que someternos a la obligación de coincidir mientras trabajamos? –dijo Gillian arrugando su pecosa frente. Ese gesto hechizaba a Daniel.

–No veo otra forma de hacerlo –sentenció él con aire de resignación–. Vivimos en extremos opuestos del país y la verdad es que… tampoco nos esforzamos mucho por coincidir.

Ella ladeó la cabeza en un gesto simpático y él la acompañó sonriente.

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La llegada del héroe

 

Una sombra humana de elevada estatura se perfilaba en la entrada del Hostal Poncebos iluminada por los últimos destellos del sol. La sombra era alargada y con un matiz deslizante característico debido a la forma de caminar de quien la proyectaba; algo así como una mancha de aceite que se fuera extendiendo sobre el umbral de la puerta.

El hombre al que iba asociada aquella sombra contempló con fijeza el vestíbulo del Hostal, como intentando identificar a alguien en concreto. Carlitos el recepcionista le atendió a las mil maravillas como habitualmente hacía con los huéspedes y le preguntó si era un asistente a la conferencia.

–Sí, soy William Van Möeller –explicó el visitante en un tono de voz plagado de matices. Podría haberse dedicado sin duda al doblaje cinematográfico. Muchos lo pensaban.

–A ver… –susurró Carlitos echando una ojeada a la pantalla del ordenador situado tras la barra–. Muy bien, sí, señor van Muller, está reservada su habitación en la planta de arriba. Las vistas son de las mejores.

–Van… Möeller –susurró William con un tono similar a la voz de doblaje española del personaje del mago Gandalf en “El Señor de los Anillos”.

–Aquí tiene la llave –añadió Carlitos por toda respuesta, mirando por encima de sus lentes redondas de enfoque progresivo. No le interesaban demasiado los detalles ajenos a su estricta labor de recepcionista–. La conferencia comienza a las 20 horas, señor.

William se despidió con un gesto resuelto de su mano enguantada y emprendió el camino hacia las escaleras.

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La semilla del mal

 

Un año antes de aquellos acontecimientos, una persona caminaba cerca de La Poza de los Texos, la gran sima cárstica del período carbonífero.

 

El senderista iba grabando un audio para su podcast en una cadena de radio digital.

“Debemos incorporar al Pozu los Texos y su leyenda, en el sistema de creencias religiosas de los habitantes asturianos de Onís y Cangas desde hace más de mil años, y no podemos pasar por alto que incluso en esta sima se realizaban sacrificios humanos como el que refiere la tradición”.

El narrador guardó silencio durante pocos segundos y después de alcanzar el borde de aquella garganta que descendía hasta el infierno, continuó hablando con voz que reflejaba una genuina sorpresa.

“Yo no viajo para ir a ninguna parte sino por ir. Por el hecho de viajar. El asunto es moverse. Esta frase es del gran novelista británico Robert Louis Stevenson”.

El narrador del audio continuó sus comentarios con un matiz de estupor que no intentaba ocultar.

–“… Y termino ya, asegurando que El Pozu de los Texos arrastra una tradición oral sobre una enorme serpiente, “el Cuélebre”, que hizo de esta su morada. Además, debido a las gigantescas dimensiones de la sima, los lugareños creían que era una puerta de entrada al infierno”.

“Como narrador de estos rumores aclararé que hay lugares que tradicionalmente están relacionados con una serpiente monstruosa (asociada por tanto a un dios) y ¡qué casualidad! en esos sitios se producen alineamientos solares en el solsticio de verano. Y es que, según diversas culturas, el esplendor del dios del verano se produce en su solsticio”.

Un gesto de plena satisfacción cruzó el rostro del personaje cuando acababa de desconectar la grabadora de su teléfono móvil. Sin duda, había dado con la solución a sus tribulaciones, había conseguido encontrar la satisfacción que había demandado durante años sin ningún éxito.

–“Tengo tiempo más que de sobra para diseñar cada paso. Al fin lo conseguiré”.

 

Un año más tarde de estas grabaciones, Gillian Lockwood terminaba de vestirse para la conferencia tras una ducha deliciosa en su habitación del Hostal Poncebos. Proyectaba su mirada a través del ventanal de la estancia, enfocado hacia el farallón de roca, altísimo, que se alzaba dominando la vista.

De su pasada y breve relación con Daniel le quedaba el agridulce sabor de viajes compartidos, siempre en lo estrictamente profesional, trasladándose de un sistema montañoso a otro a lo largo de España, Italia y las islas británicas. Daniel le había parecido una persona brillante que sin embargo había decidido elegir un recorrido corto para sus labores de investigación, cambiándolas por las labores propias de un científico amante de la divulgación.

Consideraba que Daniel habría sido un gran docente si se lo hubiera propuesto. Parecía sin embargo que a él le importaba más encontrar formas rápidas de ganar dinero.

–Bueno, amigo –dijo ella susurrando–, veremos qué tal se nos presenta esta noche. Allá vamos.

 

La conferencia titulada “Las Simas cársticas en los Picos de Europa” había congregado ya a prácticamente la totalidad de los invitados. Tan solo dos de los cinco italianos pertenecientes a la Associazione Speleologica Italia Centrale, no habían podido hacer acto de presencia.

La concurrencia estaba formada por unas cien personas, entre periodistas de revistas universitarias, asociaciones de montañeros, de espeleólogos, científicos de distintas ramas como Geología o Química y guías de montaña.

Matías Arredondo se acercó a Daniel con una copa en la mano.

–Bueno, amigo, la suerte está echada. He comprobado las listas y no falta nadie, después de contar las bajas.

Daniel enarcó las cejas.

–Yo también lo comprobé. Pero no he visto a William Van Möeller, la estrella de la reunión, aunque confirmó su asistencia.

–Se hará de rogar y llegará el último, para asegurarse de que todo el mundo lo vea.

–El foco no se apaga nunca –dijo una voz sarcástica a sus espaldas.

Damián Cuadrado hizo acto de presencia abrazado a una jarra grande de cerveza de grifo muy bien tirada.

–Qué envidia de birra, Damián –soltó Daniel–, lástima que tu barba dificulte la labor.

–Mi barba es una gran aliada y se alegra de recibir este néctar de dioses– replicó el geólogo en tono jocoso.

–La reunión promete dejar huella –comentó Matías guiñándoles un ojo. Sus pómulos pronunciados tiraban de la piel de su cara de tal forma que parecía fuera a rasgarse en cualquier momento.

–Buen material para tu estupenda revista, amigo Matías –añadió Daniel levantando la copa–. Seguro que “En lo profundo” batirá records de ventas.

–Yo creo que es un buen caldo de cultivo para dedicarle al menos un par de números. Como siempre, irá mucho mejor la edición digital que la impresa.

–Tendrías que cerrar la edición en papel –comentó una voz femenina que parecía proceder del fondo de una gruta.

–Concha Ferraz y su voz de las profundidades. Haces honor al nombre de mi revista –saludó Matías levantando su copa.

–¿Qué tal vais, muchachos? Parece que está aquí todo el mundo –añadió Concha en tono festivo. Por cierto, ¿habéis visto a Van Möeller?

Todos se encogieron de hombros.

–Nada que no sepas, Concha. Estará metido en su habitación hasta que todos los focos apunten hacia él y hagan que brille, que brille tan alto como los Picos de Europa –apuntó Daniel.

–En mis 30 años de organizadora de expediciones para la Sociedad española de Espeleología, jamás de los jamases he conocido a nadie tan político como él, es único en su género.

–¿Quieres decir políticamente correcto? –inquirió Matías.

Concha posó con suavidad su copa de cava sobre una mesita cercana y juntó las manos por delante de los ojos.

–A ver, William Van Möeller es todo lo incorrecto que hay que ser para llamar siempre la atención, a toda costa. Pero sabe por otro lado tocar las teclas que mejor suenan.

–Lo cierto es que se le echa mucho de menos cuando no está en una charla –bromeó Daniel–. Voy a la barra a por más combustible ¿queréis algo fuerte o suave?

Damián Cuadrado entrecerró los ojos y mostró su vaso de whisky a Daniel mientras este ya se apartaba del grupo en dirección al avituallamiento.

Me gustan las emociones fuertes– remató.

–¿Habéis visto? –dijo Concha casi con admiración–. Daniel está siempre ahí, fiel como nadie a su cometido.

–Como todos, Concha, todos navegamos en la misma dirección–, concluyó Matías.

La mujer permaneció callada mientras probaba un sorbo más de su copa de cava.

–Bueno, tengo que hacer la introducción dentro de diez minutos. Me acercaré al escenario para comprobar que el micrófono suena bien y esas cosas.

Mientras Concha se retiraba, Damián hizo un gesto para llamar la atención de sus compañeros.

–Es una gran mujer. Fue directora de marketing en una empresa láctea ¿lo sabíais? Pues si –continuó ante el silencio de los presentes–, una gran mujer que tenía mucho futuro por delante, bastante mejor que esto. Hay muchos que han tenido que renunciar a lo mismo.

Los demás desviaron la mirada, un poco incómodos por el comentario.

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Tras haber abastecido a sus compañeros con la segunda ronda de bebidas, Daniel se excusó para subirse a la tribuna y situarse en el atril. Desde allí inició una llamada de atención para que los presentes descendieran a lo terrenal y prestaran atención.

–Bien, queridos amigos y amigas, estamos a punto de comenzar la décima edición de conferencias sobre los Picos de Europa –anunció con voz bien timbrada–. En esta ocasión los ponentes hablarán acerca de “Las Simas cársticas en los Picos de Europa”.

–Todos hemos participado en más de uno de estos eventos y agradezco que os hayáis acercado hasta este lugar apartado del mundanal ruido para dedicarnos tres días de vuestras atareadas vidas. Es un esfuerzo para el que pido que demos todos un fuerte aplauso.

Todos los asistentes ejecutaron un palmeo casi al unísono aprobando cada una de las palabras de Daniel.

–Bien, bien –continuó con tono conciliador–. Aun estáis a tiempo de dar marcha atrás y salir a ver anochecer desde la terraza del hotel. No será tan relajante como las dos horas de charla que nos esperan, pero…

Una carcajada general aprobó el comentario.

–Bueno, en la pantalla veréis los nombres de las personalidades asistentes, los conferenciantes y las respectivas organizaciones que los respaldan, ya sean universidades o empresas.  Detrás del puesto que ocupe cada ponente en la tribuna figuran sus credenciales. Aunque lo cierto es que ya nos conocemos casi todos.

Y así era:

La Oxford University, el Oxford Cave Club, la Sección de Espeleología de Ingenieros Industriales y el Grupo de Investigaciones Subterráneas, ambos de Madrid; la Associazione Speleologica Italia Centrale, la revista internacional Geomorphology, la Asociación española de Espeleología y Montaña, la Spéléologie Section de Genêve (Suiza), grupos Espeleológicos Polifemo y GEMA (Asturias) y el Espeleo Club Almería. Todos ellos eran puntales en la exploración de las simas de los Picos de Europa desde hacía décadas.

También se hallaba un representante de los Grupos de Rescate Especial de Intervención en Montaña (GREIM). Se trata de unidades especiales de Intervención de la Guardia Civil que realizan sus funciones en lugares de difícil acceso.

–Ahora cedo la palabra a Concha Ferraz, el alma de la Sociedad española de Espeleología aplicada. Sin ella, ninguna de estas reuniones habría sido nunca posible.

Los aplausos resonaron en todo el salón de actos del Hostal Poncebos, que para ser un edificio modesto no había escatimado espacio dedicado a los eventos. Esto era muy de agradecer dado el éxito de la convocatoria.

Concha escudriñaba las sombras hasta el último rincón de la sala intentando localizar la figura inconfundible de William Van Möeller. Le costó un poco descubrir que el Indiana Jones de la espeleología en la vida real estaba fumando uno de sus puritos marca Moods, acodado en un ventanal abierto del fondo.

Tras las palabras de rigor, Concha anunció la intervención de Van Möeller.

–Y a continuación, nuestro conocido exponente de la exploración de simas, ¡William Van Möeller!

Otro aplauso engalanó el recorrido que hizo William hacia el estrado. El explorador subió a la tarima con una agilidad nada forzada, aparentando una buena condición física.

–Hola a todos… y todas –repitió con una mirada casi pícara mientras enarcaba las cejas –. Estamos convencidos de que sabemos mucho acerca de las simas, surgencias de agua o espeleotomas. Sin embargo, si tuviéramos que explicar a la gente no especializada cómo son los Picos de Europa por dentro ¿cómo lo haríamos? ¿seríamos capaces de hacernos entender? ¿no sería mejor decir estalactitas y estalagmitas y no “espeleotomas”? Claro, todo tiene su momento y lugar. En una conferencia como la de hoy debemos ir al grano, porque todos estamos al corriente de la terminología.

Lo que quiero hoy aquí es destacar que ante todo deseo ser breve y claro. No voy a dar muchas cifras ni entonar cantos de sirena que no llevan a ninguna parte. Tan sólo deseo centrar la atención en una sima en particular: el “Pozu Los Texos”.

Un rumor uniforme comenzó a extenderse por la estancia recorriendo uno a uno a los presentes.

–»Pozu los Texus» está situado cerca del pico Cabeza Cayarga y del collado de montaña Colláu Sierra Buena.

Concha y Daniel susurraban tras el escenario.

–Parece mentira el dominio del asturiano que tiene aquí el amigo William –indicó ella–. Daniel se llevó un dedo a los labios reclamando silencio tras una franca sonrisa. No dejaba de ser curioso el acento escandinavo del ponente.

Este continuó con su gran voz radiofónica.

–Os dije que no iba a dar datos, pero debo rendir honores a nuestra profesión y dar ante este foro una mínima información como recordatorio.

–Vaya –bromeaba Matías en voz baja sin dirigirse a nadie en particular–, no puede resistirse a intentar eclipsar al sol.

– El Pozo de los Texos fue explorado por primera vez en 1.963 por el Oxford University Cave Club y después por OJE y GE Palermo en el 73 –las imágenes que aparecieron frente al proyector despertaron la curiosidad de algunos. No todos estaban familiarizados con aquella gruta.

–Después, un grupo catalán logró enlazarlo con el Pozo Cabeza Muxa. Lo dataron con una profundidad de 907 metros y con dirección hacia Culiembro, cerca del río Cares. El sumidero fue explorado por el Northern Pennine Club (UK) en 1988 donde bucearon a una profundidad de 28 metros.

Está confirmada la conexión del sistema Texos-Cueres-Muxa-Culiembro.

William paró un momento para tomar un trago de agua de una botella de cristal opaco que hacía el efecto de estar helada.

–Os he contado esto porque un compañero nuestro, el doctor Damián Cuadrado, ha hecho un descubrimiento en el interior de la sima mediante drones con cámaras de alta resolución y quiso compartirlo conmigo.

Van Möeller levantó su botellita de agua a modo de brindis.

–Gracias, Damián.

El saludado correspondió alzando su copa desde su asiento.

–La profundidad máxima de simas en el macizo Occidental es de 1264 m y la encontramos en el Sistema del Jitu, precisamente la zona donde está el Pozo de los Texos. Frecuentemente, las cuevas de los Picos de Europa presentan corrientes de aguas subterráneas de hasta 1 o 2 litros por segundo que se dirigen hacia la capa freática del karst. Algunas cuevas en profundidad presentan sifones, generalmente colgados varios cientos de metros sobre la zona freática.

El caso es que no conocemos nada aún sobre este agujero.

–Pero es un agujero muy poco común y que promete mucho más –apuntó Damián desde su silla.

–Desde luego –continuó Van Möeller–. Y por eso he propuesto la excursión programada para mañana. Estoy seguro que será muy productiva para todos. Y ahora Damián Cuadrado proyectará las imágenes que consiguieron sus drones –William lo invitó con un gesto para que subiera al estrado.

–Muchas gracias –comenzó a decir Damián una vez hubo posado la botellita de agua que había recogido de la mesa de actos un momento antes. No habría estado bien que hubiera exhibido su copa.

–He de aclarar que necesité drones de tres tamaños distintos para poder explorar algunos rincones de la sima, lo que no resultó demasiado fácil.

poncebos

 

A partir de ese momento, tuvo lugar la exposición rápida de una batería de imágenes de vídeo que dejó con la boca abierta a los presentes. Cuando todos los conferenciantes terminaron sus ponencias, quedaba una media hora para cenar.

Cada cual participaba en los corros de cóctel respectivos mostrando bastante apetencia por las bandejas de canapés y bocaditos especiales de Asturias. No faltaron los quesos de cabrales, cecina bien tierna con gotas de aceite de oliva y tablas de embutidos. La longaniza de Avilés, la cabecera de lomo de Tineo, el “emberzau” o morcilla rebozada envuelta en una hoja de berza… Ninguno rechazó probar las jugosas viandas.

Concha Ferraz oficiaba de anfitriona procurando que todos se sintieran como en casa, dentro de lo que cabe.

– Tenemos fabada asturiana para cenar, repleta de tropezones –anunció–. En esta tierra no se andan con miramientos.

–Es fantástica ¿no creéis? –apuntaba Matías mientras degustaba un canapé de deliciosa cecina. -Por eso la llaman “la madraza”.

–Siempre tiene una palabra amable para todo el mundo. Y no se le escapa un detalle, ni en el protocolo ni en los ágapes. Nunca falta de nada –comentaba Daniel mientras observaba a William Van Möeller encendiendo otro de sus puritos Moods de aroma afrutado.

 

 

Un año antes, cerca del Pozo de los Texos, alguien acababa de grabar un audio tras realizar algunas fotos del lugar.

Había pasado varias horas estudiando la zona, recorriendo Vega Maor a lo largo del sistema del Jitu, disfrutando de ese entorno único cargado de paz y sensaciones de espacio y tiempo distintas a lo habitual, No eran ese espacio y tiempo de la rutina diaria, sometidos al control del reloj y de la voluntad estresada. Eran sensaciones procedentes de lo más hondo del espíritu, que trasladaban su percepción a dimensiones imaginarias.

Las últimas frases recogían su sentir más profundo de atracción hacia aquellos parajes de ensueño:

“El sistema del Jitu es el de mayor desarrollo vertical tras el del Trave. Desemboca en un colector de dos kilómetros de longitud, que se abre a la vega del Culiembro de desarrollo casi horizontal”.

– «Se me ha dado bien. De aquí saldrá un buen podcast de radio” –pensaba con fruición. –»Y además he trazado el plan perfecto. Nos veremos por aquí el año que viene, querido Pozo, no lo dudes» –susurró para sus adentros.

 

Ruta hacia la sima del infierno

 

La mañana siguiente a la conferencia, organizadores y asistentes al evento iban apareciendo en el comedor para reponer fuerzas con el desayuno.

Daniel fue saludando a todos y una vez disipado el calor de las primeras conversaciones del día, Damián Cuadrado llamó su atención con un gesto de la cabeza señalando hacia un hombre de tez morena, corpulento, tocado con un sombrero blanco de ala ancha. En ese momento el observado deslizó sus lentes bifocales hacia su nariz y saludó con la mano al grupo donde se encontraba Daniel. En este se hallaba también Concha, quien aportó la descripción del personaje.

–¡Vaya!, el filántropo Geoffrey Burns ha tenido el gusto de visitar a algunos beneficiarios de su fortuna. Parece que ha engordado…

–A mí me parece muy simpático. Se esfuerza en asistir a las reuniones y es todo un entusiasta.

–¿Cómo está, señor Burns? Un placer saludarle–, dijo Daniel.

–Pues seguro que mejor que vosotros, que tenéis que salir de expedición en un ratito. El Pozo de los Texos ¿verdad? –comentó el filántropo en un castellano casi perfecto. Estaba casado con una asturiana dueña de unas bodegas en La Rioja.

–Así es, señor Burns –confirmó Concha muy solícita–. Nos encantaría que viniese con nosotros.

–¿Y dejar abandonada a toda esta gente? No os preocupéis, tendré bastante entretenimiento –aclaró el filántropo con franqueza. Su figura captaba inmediatamente la atención por tratarse de una de esas personas que dan la sensación de ser importantes, aunque sin pasarse. Sus modales respondían a una elegancia natural.

–Además –añadió el mecenas–, seguiré con atención desde aquí vuestros progresos en la exploración de la sima.

 

Desayunaban en el Hostal Poncebos todos los que habían anotado sus nombres en la lista de participantes en la expedición . Entre ellos figuraban:

 

–Daniel Lopena, protagonista de esta historia, coordinador de eventos y Geólogo. Trabaja para el Departamento de Geología y Geoquímica de la Universidad Autónoma de Madrid. Es el responsable único de la reunión de técnicos.

–Matías Arredondo, encargado de organizar a los asistentes por la Universidad de Oviedo y editor de la revista científica “En lo profundo”. Es viejo conocido de Daniel.

– Gudruna Sorenssen, de gran reputación en la espeleología a nivel mundial por su participación en multitud de expediciones de países punteros en la disciplina como Italia, Suiza, Reino Unido y Francia.

–Gillian Lockwood, analista química de la Oxford University y antigua relación sentimental de Daniel por unos meses. Es su soporte emocional en tiempos difíciles. Coincidieron tiempo atrás en varios trabajos de investigación geológica por el mundo.

–Damián Cuadrado, doctor en “Earth Sciences” (Geología) por la Universidad de Oxford. No ha coincidido con Daniel desde hace dos años, en la última conferencia del Doctor Van Möeller en Madrid. Amigo personal del Rector de la Universidad de Oxford.

–Concha Ferraz, hada madrina de espeleólogos y científicos en eventos internacionales. Trabaja para la Sociedad española de Espeleología Aplicada. Organiza la logística para que a los expedicionarios no les falte de nada.

–Marcelo Bermejo, un joven ingeniero de minas que colabora con la Universidad de Granada, fundador de la Asociación de Espeleología y Montaña.

–William Van Möeller, investigador de la cátedra de Geología aplicada de la Universidad de Oxford, una especie de Indiana Jones del siglo XXI, muy solicitado en las grandes convocatorias. El rector de Oxford, amigo de Damián Cuadrado, consiguió que asistiera al evento de Poncebos por petición de Damián.

Se habían sumado a la excursión a la sima otros cuatro asistentes a la conferencia: dos montañeros asturianos y dos espeleólogos italianos. Los cuatro iban pertrechados con unas enormes mochilas de 20 kilos cargadas de cuerdas, piezas de anclaje y lo necesario para descender al mundo subterráneo.

poncebos

 

–Bueno, ya estamos en ruta –anunció Concha Ferraz–. Subiremos hasta Los Collaos y desde allí nos desviaremos para tomar la Canal de La Raya.

–Compartiremos la ruta del Cares, después la abandonaremos durante unos 15 km ¿no?  –apuntó Matías.

– No más de 45 minutos por la Canal salvando un desnivel de 800 metros de ascenso más o menos. –Aclaró Daniel.

–Y para subir, una hora más hasta alcanzar Vega Maor y su explanada de pirámides naturales… –destacó Van Möeller con su característico acento del norte europeo.

–Bueno, bueno, Möeller –interrumpió Gillian Lockwood– las pirámides quedan un tanto lejos de estas formaciones. Pero me encanta la sorpresa que produce verlas. Eso es algo inolvidable.

–¿No estuviste por aquí hace unos meses? –preguntó Daniel dirigiéndose a Matías–. Participabas en la expedición del grupo Polifemo, creo.

Matías recuperó como pudo el resuello. Su rostro regordete reflejaba el cansancio prematuro que su exceso de peso le estaba facturando. Llevaba un buen rato secándose el sudor del rostro con los puños del cortavientos.

–Me parece que me confundes con Marcelo, quien según vi en redes sociales hizo un reportaje para la Universidad de Granada ¿no? –inquirió resoplando.

–Eso fue hace tres años –aclaró el expedicionario granadino. Creo que fue… Damián, quien estuvo con los de Polifemo.

En ese momento, los dos italianos coronaban la cumbre de la cuesta de la Raya, haciéndose “selfies”.

–Mirad a esos dos –comentaba Gillian con una risita– parecen críos… y debe ser ya la cuarta vez que llegan hasta aquí arriba– remató.

Daniel le dirigió una sonrisa y extrajo su cámara réflex de la mochila.

La finlandesa Gudruna era la única de los presentes que guardaba silencio, siguiendo su fama de tener un temperamento gélido. Todo el que la conocía, sin embargo, sabía que su comportamiento era debido a sus orígenes, o a la genética, pero siempre resultaba ser una valiosa ayuda para aquel que lo necesitase.

–Venga, que tengo que inmortalizar estos momentos –dijo Daniel mientras preparaba un trípode que sostuviera la cámara.

Llevaban una hora y media de camino, con los últimos 60 minutos ascendiendo un desnivel de unos 700 metros.

–Acabamos de alcanzar el mirador del Ostón ¡menuda maravilla! –exclamó Marcelo abriendo exageradamente los brazos. Estamos al borde del macizo de El Cornión, casi en la frontera con los Urrieles. Es como un terreno mágico, donde las leyendas aguardan turno para ser contadas en torno a una hoguera.

–Pues sí –apuntó Damián–. Está bien viva la historia de El Cuélebre, la serpiente gigantesca que habita por las simas y exige sacrificios humanos.

–Sacrificios de damas en particular –añadió Marcelo–.

Van Möeller aportó en ese instante su granito de arena informativo.

–Las cuevas y simas han sido motivo de culto desde tiempo inmemorial. El pueblo creía que por ellas se entraba al inframundo o al núcleo terrestre. Ritos funerarios y ofrendas han aparecido en el interior y hay evidencia sobre realización de sacrificios humanos. En simas de Moravia, República Checa, encontraron restos humanos de la Edad del Hierro.

Los presentes respiraban jadeando debido a la pendiente; ninguno respondió al comentario hasta que Daniel rompió el silencio.

– Sí, al parecer, la leyenda abunda en el dato de que el monstruo demandaba a la población sacrificios de vacas, toros y humanos.

–También está la historia de la moza, el toro y el Cuélebre del Pozu los Texos –dijo Concha interrumpiendo a Daniel. Apenas jadeaba, demostrando su buen estado de forma.

–Sin embargo –comentó Gillian-, esa historia no habla acerca de la muerte de la serpiente, que representa la derrota del viejo dios del invierno y su sustitución por un rey en un mundo renacido. La simbología que encierra es muy bonita –continuó Gillian con una voz cantarina.

–Son especulaciones, especulaciones sin fundamento, amigos míos, apuntaba William Van Möeller en tono jocoso, mientras utilizaba una peña cuadrada del Ostón como un improvisado asiento.

–Vale, creo que este es el sitio ideal para descansar tras las dos primeras horas de caminata. ¡Sacad las mochilas, compañeros! –Concha Ferraz resultaba muy eficaz animando a los grupos. La experiencia es más que un grado.

El Ostón es un paradisíaco lugar salpicado por unas cabañas construidas en la ladera que asciende hacia una imponente proa rocosa. Es un balcón natural impresionante. Esta peña gigantesca se asoma al impresionante desfiladero del Cares, a unos 1000 metros sobre el río. A la terraza sobre la que se asienta el balcón natural la llaman también la Pica del Ostón.

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Los expedicionarios continuaron la ruta dejando las cabañas a su espalda. El muro rocoso del lado derecho según se avanza gira bruscamente y es entonces cuando el grupo se introduce en un pequeño valle. Al llegar a una cabaña derruida, vuelven a girar a la izquierda para dirigirse a la ladera que encuentran enfrente. Tras atravesar una enigmática pradera interrumpida por algunos tramos de pedregal, encaminan sus pasos hacia el collado. Desde este disponen de una vista privilegiada sobre el camino recorrido con el Macizo Central al fondo.

Nada más pasar el collado, contemplan tras un pequeño abrevadero la explanada de Los Corros y Vega Maor, con un pequeño montículo en medio, en forma de pirámide. Hay sugerentes formaciones de piedra y cabañas pastoriles, muchas de las cuales se hallan en ruinas. Al fondo, los Collados de Camplengo a la derecha y el de Sierra Buena. Una vez pasado el montículo piramidal y las cabañas,  descubren el Pozo de los Texos.

 

La boca del abismo

 

Geoffrey Burns comprobaba los transmisores de radio desde una mesa del Hostal Poncebos, cuidadoso como siempre de que las condiciones de trabajo de sus protegidos fuesen seguras.

–Atención Concha, ¿me recibes?

Tras el chisporroteo de rigor, la voz de Concha Ferraz sonó alta y clara a través del walkie-talkie.

–Sí, señor Burns. Le recibo perfectamente. Todo bien por aquí.

–¿Habéis llegado ya a la sima?

–Hace una media hora más o menos. Ahora los montañeros asturianos están preparando la bajada al primer subnivel. Los italianos están fijando los anclajes en la pared.

–Estupendo, Concha. Avísame cuando estéis en el segundo subnivel. Cambio y corto.

Las comunicaciones en las alturas de los Picos de Europa estaban dificultadas. Resultaba más práctico el uso de transmisores de radio. El problema es que muchos senderistas aficionados no lo tienen en cuenta y ya es tarde cuando comprueban que sus móviles o GPS no sirven de nada en esta zona.

–Es ahora, cuando uno empieza la faena del descenso, cuando te das cuenta de cómo nos complicamos la vida –apuntó Marcelo Bermejo. Llevaba levantadas las persianillas ahumadas de sus gafas graduadas, lo que le descolocaba un poco de su papel de explorador de simas.

La finlandesa Gudruna completó el comentario con un claro acento nórdico.

–Sí, allá abajo estás a veces a menos de cero grados descolgando cientos de metros de cuerdas y montando vivacs. Estuve una vez cerca de aquí, en la cueva de Torca Teyera, a más de 700 metros bajo el suelo durante nueve días. No lo olvidaré.

Marcelo, Concha y Matías la miraron con admiración. Daniel levantó los ojos de su mapa cartográfico con expresión de asombro.

–Qué valor tienes, Gudruna, solo unos pocos humanos en el mundo aguantan tanto tiempo.

La espeleóloga se encogió de hombros restándole importancia.

William Van Möeller la observaba sin decir palabra. Para él, Gudruna representaba todo un misterio pues habían coincidido varias veces en jornadas técnicas por el mundo y nunca habían mantenido una conversación. Van Möeller sacudió la cabeza y aprovechó para romper un hielo tan tardío.

–Vaya, Gudruna, has batido mi récord de Moravia –ella enarcó una ceja esperando más información.

–Llegué a estar siete días en un campamento subterráneo hecho con plástico de viveros –continuó Van Möeller–. La humedad era terrible y a un grado sobre cero se metía en los huesos. Superamos aquello gracias al helicóptero que nos hacía llegar lo necesario para sobrevivir. Supongo que tu grupo también contaba con un apoyo así.

Gudruna hizo un gesto simpático con la cabeza.

–Más o menos –es todo lo que tuvo a bien decir.

William sintió que la barrera de hielo aún no había sido derribada.

–Bueno William ¿preparado para bajar hasta el primer subnivel? –preguntó Daniel en tono afable–. Los asturianos e italianos ya han avanzado al menos 50 metros.

Los montañeros que habían anclado la primera cordada habían regresado al borde de la sima.

–Creo que la primera galería es accesible desde donde hemos llegado. ¿Quién de ustedes quiere ser el primero en bajar?

Van Möeller hizo un gesto condescendiente con la mano.

–No quiero robar plano a nadie. Que empiece el que quiera, yo me reservo para más tarde.

 

En el Hostal Poncebos había un bullicio característico ante la próxima charla dedicada a la profundidad de las simas en los Picos de Europa. El mecenas Geoffrey Burns lo había dispuesto todo en ausencia de Concha Ferraz. Intervenía un representante del Parque Nacional de los Picos, con la presentación previa del jefe de equipo de espeleosocorro del Principado de Asturias.

Geoffrey estaba radiante ante el éxito de la convocatoria, que había conseguido reunir a lo más granado de la investigación de cuevas kársticas de toda Europa.

–En estos momentos –intervenía el mecenas muy ufano– una expedición se halla destacada en el Pozo de los Texos intentando identificar galerías nuevas filmadas por los drones de Damián Cuadrado. En breve plazo habrán reunido pruebas de la gran amplitud de la sima de los Texos, que hasta ahora creíamos que disponía de una extensión mucho más reducida.

Un grupo investigador de la Universidad de Oviedo vitoreó el comentario de Geoffrey.

–Van Möeller hará un buen reportaje de todo eso, seguro –dijo una voz procedente de alguien sentado al fondo.

–Es más que probable que nuestro querido explorador inmortalice los progresos de esta expedición. Lo conocemos bien ¿verdad?

Un murmullo de risas de reconocimiento apoyó el comentario del filántropo.

 

Algunas personas que caminaban por el borde norte de la sima de los Texos permanecían ajenas a lo que sucedía en el extremo opuesto de la boca rocosa, donde la expedición estaba empezando a descender ordenadamente por la pared donde habían anclado los cordajes.

Concha y Daniel comentaban la presencia de los otros miembros de la expedición que transitaban por el borde contrario a donde se encontraban ellos.

–Es curioso que Van Möeller no quiera asumir el protagonismo –apuntaba Daniel–. Ha delegado en los simples mortales el honor de ser el primero en bajar.

–Deja que los simples tengamos el placer de sentirnos protagonistas. Es todo un detalle por su parte –concluyó Concha.

En el mismo instante, uno de los italianos avisaba con voz potente que iniciaba el descenso. Concha y Daniel se concentraron en la labor y se olvidaron de quienes merodeaban por el lado opuesto a ellos.

–Empieza la aventura –dijo muy animado uno de los montañeros asturianos.

Los que estaban en el borde opuesto empezaron a caminar hacia el grupo que, cien metros más allá, acababa de agarrarse a los cordajes para bajar hasta el primer subnivel. En un momento dado solo dos personas se hallaban una junto a otra.

Una de las dos se aproximaba hacia la otra con pasos rápidos. William Van Möeller aún no había iniciado movimiento alguno y estaba situado de espaldas a su acompañante. Van Möeller había permanecido un buen rato contemplando las oscuras profundidades de la sima, absorto en sus pensamientos. Cuando se giró debido al ruido de pasos apresurados que sonaban a su espalda, solo le dio tiempo a proferir un grito desgarrado que rebotó entre las paredes de roca caliza de aquella boca gigantesca.

El golpe del bastón de senderismo fue decisivo para hacerle perder el equilibrio y precipitarle a las profundidades de ese Hades asturiano que parecía no tener fin.

El grupo que acababa de incorporarse al grueso de exploradores volvió sus cabezas hacia el lugar que habían abandonado minutos antes, de donde procedía el alarido.

–¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien? –vociferó Gudruna Sorenssen con gesto de preocupación.

–Parece que alguien se ha hecho daño –intentó aclarar Gillian Lockwood– ¡Damián! –chilló– ¿estás bien?

Damián agitó los brazos frenéticamente al tiempo que decía:

–¡Ha caído William! Ha resbalado por el agujero…

poncebos

 

Todos paralizaron su actividad de inmediato. Gillian, Daniel, Matías y Gudruna caminaron todo lo aprisa que permitía el borde de la gigantesca sima hasta alcanzar la posición de Damián Cuadrado.

–Pero ¿qué ha pasado?  –acertó a decir Daniel.

–¿Dónde está Van Möeller? –inquirió Gillian perpleja– ¡¡Williaam!! –empezó a vociferar mirando hacia el negro sumidero.

Pero nada pudo hacerse para localizarlo. Media hora más tarde, Concha hablaba desaforada con Geoffrey Burns por el transmisor.

–Ha habido un accidente… trágico –intentaba explicarle con voz temblorosa–. Esto es una enorme desgracia, Geoffrey –consiguió decir entre sollozos.

Bomberos de los Grupos Especiales de Rescate, el equipo local de espeleosocorro y la Guardia Civil de los Grupos de Rescate Especial de Intervención en Montaña fueron desplegados en colaboración con autoridades del Parque Nacional de los Picos de Europa.

No resultó posible hallar el cuerpo de William Van Möeller transcurridas catorce jornadas de intensa búsqueda desde que desapareció engullido por las fauces de la imaginaria serpiente Cuélebre.

Los medios desplegados empezaron a replegarse hasta que se dieron por perdidos los restos del ilustre explorador, toda una leyenda en la espeleología y las ciencias geológicas a partir de entonces.

 

En las semanas posteriores al siniestro, la brigada de investigación de la Guardia Civil realizó interrogatorios a todos los expedicionarios de la cueva de los Texos. Ninguno de ellos arrojó luz sobre el caso. Nadie manejaba a ciencia cierta otro argumento que no fuera el del accidente fortuito e inevitable.

Todos repitieron una y otra vez que Van Möeller, Damián Cuadrado y otros cuantos quedaron rezagados del grupo principal y que el grupo rezagado empezó a reunirse con los demás en el momento del descenso.

La investigación se dio por cerrada y quedó archivada en las dependencias de la autoridad competente.

 

Unas semanas más tarde, uno de los dos montañeros asturianos descargaba una tarjeta de memoria de una cámara fotográfica en su ordenador. El montañero había depositado su cámara Pentax sobre una roca con intención de grabar en vídeo el descenso por la pared del Pozo de los Texos el día en que ocurrió la tragedia del mediático Van Möeller. Las imágenes que aparecieron a los ocho minutos y doce segundos del contador del vídeo revelaron algo increíble, inimaginable hasta ese momento para cualquier miembro de la expedición. Todos habían asimilado el resbalón de Van Möeller como “una desgracia que podía haberle sucedido a cualquiera”, como se repetían machaconamente unos a otros desde el suceso.

Pero esto que aparecía ante los desorbitados ojos de los dos asturianos era inconcebible. Ambos se miraron con estupor.

–Llama a la Guardia Civil –dijo el más joven con un temblor en la voz.

 

La sala de interrogatorios de la ciudad de Oviedo contaba con la presencia de dos inspectores, un teniente y un especialista en audiovisuales que se disponía a proyectar en una pantalla las imágenes de vídeo grabadas en cierta tarjeta de memoria.

En ellas quedó de manifiesto que Van Möeller había sufrido una agresión por parte de la persona que se encontraba junto a él en ese instante. Podía identificarse claramente la identidad del agresor.

–¿Por qué… señor Cuadrado? ¿Qué le impulsó a asesinar a aquel que además era su amigo? –preguntó con voz ronca uno de los inspectores.

Damián Cuadrado no reflejaba emoción alguna. Ante la evidencia de la prueba, tan solo se limitó a explicar con sencillez sus motivos.

–Me preparé a conciencia durante años para conseguir por concurso de méritos y examen de capacitación a la plaza de catedrático en la Universidad de Oxford, disciplina de Earth Sciences, lo que aquí es Geología. Pero Möeller fue quien obtuvo esa plaza. Decían las lenguas viles que yo no sabía hacer amigos influyentes, que Van Möeller contaba con el favor de los inversores porque los atraía con sus… expediciones peliculeras de tres al cuarto ¡El Indiana Jones del demonio!

Los presentes intercambiaron varias miradas de sorpresa y desaprobación.

–Sí, sí, hipócritas, seguro que todos sois unos santos que no habéis roto nunca un plato. Corruptos miserables. Yo nunca me vendí a la publicidad porque amo las ciencias puras.

El teniente tomó la palabra en tono sarcástico.

–Es usted una pobre víctima desamparada, si señor –, sentenció.

 

 

Gillian Lockwood se despidió de Daniel a las puertas de la Sociedad española de Espeleología. Habían transcurrido varias semanas desde el juicio que condenó a Damián Cuadrado.

–¿Cuándo nos veremos de nuevo, Gillian? –preguntó él en un susurro.

–No te preocupes, creo que no tendremos que esperar hasta el próximo evento para hacerlo ¿Qué tal unos días de vacaciones en Santo Domingo?


 

Y sin más, nos despedimos hasta el próximo post. No olvides hacer click en el corazoncito de aquí debajo si te ha gustado.

¡Salud y suerte en la vida, amigos!

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11 Comentarios
  • AMAIA LARRREA
    Posted at 21:03h, 26 febrero Responder

    Wow, vengo de la gruta de otro tiempo y me he metido de lleno en los Picos de Europa y toda esa zona que tantas alegrías me dio en su día.
    Me ha gustado todo el misterio que envuelve este cuento.
    He disfrutado mucho.
    Abrazo grande Marcos

    • marcosplanet
      Posted at 12:56h, 27 febrero Responder

      Tengo que agradecerte haber leído Misterio en Poncebos pues habrá supuesto bastante de tu valioso tiempo. Es un relato que estuve a punto de publicar hace poco, pero la editorial me pedía una cantidad de dinero que no estaba dispuesto a abonar. Eso de pagar por publicar no lo llevo bien.
      Un fuerte abrazo.

  • Antonio Arenas Navarrete
    Posted at 21:31h, 25 septiembre Responder

    Estupenda mezcla de intriga y crónica de viajes.
    Los picos de Europa es una de las zonas más enigmáticas y mágicas de España,, y tu narración resalta dichas características de una forma muy sugerente, atractiva y agradable.
    Con las alas de tu relato atravesé todos los cielos de Asturias. Contigo, amigo.

    • marcosplanet
      Posted at 06:37h, 27 septiembre Responder

      Muchas gracias, amigo. Es un placer saber de ti. Me encanta que te haya gustado.
      Un fuerte abrazo.

  • María Pilar
    Posted at 18:09h, 17 mayo Responder

    Hola, Marcos, la introducción, que muy bien puede ser un microrrelato independiente del resto, es impactante por lo plástico y sensorial. Luego te vas adentrando en el relato y con los detalles narrativos, la cantidad de personajes tan bien perfilados, he pensado que era un primer capítulo de alguna novela. Conozco la ruta del Cares, me ha valido para situar la zona de la acción, pero las descripciones de las simas, su magia y misterio, me han sobrecogido. Es, como bien dice un personaje, conocer los Picos de Europa por dentro. Un disfrute paisajístico y, cuando menos lo esperas, el giro brusco que capta toda la atención del lector. Menos mal que no se trataba de un capítulo, el caso ha sido resuelto y no nos has dejado con las ganas.
    Un placer leerte, Marcos.

    • marcosplanet
      Posted at 21:28h, 17 mayo Responder

      Aprecio mucho tus observaciones y me han llenado de satisfacción. He pensado hacer una segunda parte con algunos de los protagonistas. Lo cierto es que había historia para una novela, pero mi propósito era terminarlo como relato corto. Como digo, creo que puede dar para más, como una serie que vuelve a incluir personajes y paisajes.
      Muchas gracias de nuevo.

  • Doctor Krapp
    Posted at 14:43h, 17 mayo Responder

    Me gusta esa combinación de ficción y geografia que nos da a conocer una zona tan aparentemente hermosa. También un acierto esa descripción de los personajes tan atrayente.
    Saludos cordiales

  • TRANCOS
    Posted at 13:02h, 13 mayo Responder

    Estupendo y detallado relato que transcurre en Pocebos, la zona del Ostón, Vega Maor y el Culiembro. Conozco bien la zona y hay bastantes detalles muy interesantes que desconocía.
    Muy original el escenario elegido.
    Me quedo con ganas de una secuela.
    ¡Enhorabuena!

    • marcosplanet
      Posted at 15:59h, 13 mayo Responder

      Muchas gracias TRANCOS por tu aportación. La tendré muy en cuenta.
      Saludos!

  • Federico
    Posted at 09:33h, 13 mayo Responder

    Un buen relato de misterio en un entorno idílico. Saludos y buen fin de semana.

    • marcosplanet
      Posted at 15:59h, 13 mayo Responder

      Gracias por tu comentario, Federico. Espero que hayas disfrutado del relato.
      Saludos!

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