Negocios turbios. El primer clon cap. 22

El sargento Giacomo Belli circulaba por la madrileña M–30 en dirección Sur. Conducía un Renault Laguna alquilado esa misma mañana en el aeropuerto. Su obesidad de ciento veinte kilos le hacía sentir como una sardina en lata.

(Ver capítulo anterior)

–“Maldita sea” –se lamentaba–. “Debí alquilar un monovolumen”.

Sudaba con profusión–“Vaya, no tiene aire acondicionado. Lo devolveré a la agencia en cuanto termine con lo que me ha traído aquí”.

El sargento atravesó el nudo Sur en medio de un tráfico considerable. Había empleado varios días en estudiar a fondo el dossier que sobre Eric Van Möeller habían confeccionado conjuntamente la Policía italiana y la Interpol. Su jefe el inspector Sparza había aceptado el ofrecimiento voluntario del sargento para indagar sobre un accidente ocurrido tiempo atrás, en el que pudo haber intervenido directa o indirectamente Van Möeller.

Debía entrevistarse con Sara Lopena, la hermana de Claudia, en la Colonia El Huerto.

Giacomo llevaba perfectamente trazado en la cabeza el esquema de preguntas que realizaría a Sara. Lo que no tenía muy claro era si la mujer colaboraría

–Ha debido sufrir lo suyo –pensaba, mientras tomaba el desvío que había memorizado al estudiar la ruta a seguir con destino a la Colonia, donde a esas horas de la mañana encontraría a Sara desempeñando su labor como directora del Jardín de Infancia.

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–“La vida se nos antoja una corta estancia si aprovechamos lo bueno de ella” –reflexionaba, filosófico –“Pero es un camino largo y tortuoso si no conseguimos alejar el dolor de la mente”–. El discurso de sus pensamientos quedó bruscamente interrumpido. Un deportivo azul marino le rebasó por la derecha, en el momento en que abandonaba la glorieta hacia el puente de Pedro Bosch. Giacomo dio un pisotón al pedal del freno sin poder evitar subirse a la acera, abordando el comienzo de una escalinata. El Renault Laguna subía y bajaba dando botes al ritmo de los primeros escalones, de forma que su ocupante topó con el techo varias veces.

Ma, che cosa è accaduto ? Estos españoles son el demonio. ¡Suicide!. –gritaba el suboficial de la Polizia di Statto.

Aparcó un momento en la orilla derecha de la calle y bajó la ventanilla. El susto lo dejó pálido.

–“Vaya, creía que en mi país se conduce mal pero veo que los latinos de aquí lo hacen de pena” –pensó, mientras trataba de aguantar el sofocón–. “Bueno, podía haber sido peor. Tengo que continuar hasta la colonia. Ya queda muy poco”.

Acto seguido sacó la cabeza por la ventanilla y aspiró varias bocanadas de aire

 

Dos muchachos vestidos con anchísimos pantalones de skater y camisetas extra largas pasaban por delante del vehículo. Uno de ellos lucía en su barbilla puntiaguda una perilla incipiente de color cobrizo, como el tono de pelo de su cabeza rapada al uno. El otro acariciaba con una mano el tatuaje con la esvástica nazi que exhibía en un antebrazo. Ambos observaban el rostro blanquecino y la gran papada que temblaba con cada respiración.

–Mira ese. Seguro que acaba de echar la pota. Le habrá sentado mal el último atracón. Menudo comevacas.

–Oye, que yo también soy tragón y no reboso de grasa –dijo el otro.

–A la gente así, cualquier día le da el jamacuco –sentenció el de la perilla.

Giacomo andaba demasiado ocupado intentando calmarse como para advertir las críticas. Al cabo de un par de minutos consiguió sosegarse y puso en marcha el vehículo.

Dejó el puente de Pedro Bosch a la derecha y giró por la calle del Comercio. A pocos metros, un letrero indicaba: Urbanización Privada.

Giacomo detuvo el Laguna junto a la cabina del vigilante.

–Hola, vengo a ver a Sara Lopena, del Jardín de Infancia.

–Espere un momento. El guarda marcó una extensión telefónica al tiempo que preguntaba el nombre al visitante.

–Giacomo Belli –contestó el policía.

– ¿Perdón? –inquirió el empleado, quien no tenía costumbre de anunciar nombres extranjeros.  El sargento volvió a indicárselo vocalizando lentamente. A los pocos segundos se levantó la barrera de entrada a la colonia. Los jardines repletos de abetos y sauces abrían el paso a los chales individuales que en número de cincuenta constituían el vecindario de El Huerto. Al final de la calle principal se encontraba la escuela infantil Pavo Real.

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El sargento hizo sonar el timbre de la verja. A través del altavoz, una voz femenina emitió un monosílabo:

– ¿Sí?

–Me espera la señora Lopena. Soy Giacomo Belli.

–Adelante –dijo de nuevo la voz metálica en tono de invitación.

Del interior del edificio llegó a sus oídos un fragor de chillidos y voces infantiles que parecían provenir de todas partes, llenando la antesala. Junto al mostrador de recepción, una mujer esbelta de unos veinticinco años saludó al sargento. El uniforme de cuidadora le quedaba demasiado grande, por lo que llevaba las mangas replegadas sobre los brazos.

–Sara le está esperando señor, acompáñeme. –Obediente, el sargento la siguió por un pasillo con las paredes abarrotadas de dibujos de niños de uno a cuatro años. Abundaban los paisajes llenos de montañas y nubes, siempre con un sol como protagonista.

Llegaron a una pequeña habitación decorada con una mesa baja de madera de pino y tres sillas. En una esquina, un poto que se alzaba hasta el techo parecía presidir el habitáculo.

–Tome asiento por favor –Indicó la cuidadora. Su carita poblada de pecas sonreía al sargento.

Este se acercó a una silla, pero no tomó asiento. Le llamó la atención la sobriedad de la sala, en contraste con los alegres motivos infantiles que decoraban otras áreas de la guardería. Un retrato del Rey Juan Carlos I era lo único que rompía la monotonía de las paredes.

–Buenos días –dijo Sara con voz dulce–. Soy Sara Lopena.

–Giacomo Belli ¿come siete, signora? È un piacere conoscerli.

Sara preguntó: – ¿Desea tomar algo? Un café, cerveza fría…

–Me tienta usted señora, pero no bebo…

–… cuando está de servicio. Me lo imaginaba sargento. Yo tomaré una Coca-Cola. Alicia, por favor tráeme una lata de la máquina y al señor…

–Sí, otra para mí. Grazze.

– ¿Hace mucho que llegó de Roma señor Belli?

–Me gusta más que me llamen por mi nombre de pila señora Lopena –sonrió el policía.

–A mí también. No hay problema.

Nell’ accordo. Llegué esta mañana a las diez. Aún no he pasado por el hotel.

– ¿Y no ha tenido dificultad en encontrar la Colonia?

–Ninguna. Sólo que me he llevado un buen susto por un conductor imprudente. Nada serio.

–En Madrid todo el mundo va a la carrera. A veces no sabes muy bien por qué. Es la costumbre.

–Conozco la forma de conducir de los italianos y le aseguro que aquí se encontrarían como pez en el agua –comentó Giacomo en tono jocoso.

 

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Alicia entró con las bebidas y depositó la bandeja sobre la mesita:

–Si necesitan algo más estaré en recepción –indicó. Dio media vuelta mientras se subía las mangas del uniforme, que mostraban una marcada tendencia a deslizarse hacia abajo amenazando con estropear el agradable aspecto de la chica.

–Bien Giacomo –comenzó Sara. La verdad es que cuando me llamó por teléfono la semana pasada no supe muy bien a qué se debía su interés por verme. Y sigo sin saberlo. Le he dado vueltas a lo que me dijo sobre la relación entre ese… Eric y mi marido. No recuerdo que Carlo me lo mencionara nunca.

–Es muy probable que no lo hiciera para no preocuparla. Carlo se debió de dar cuenta de que no estaba tratando con una persona fiable y alertó a la Jefatura de Palermo, a la que pertenezco. Mi superior el inspector Sparza y su difunto marido se conocían desde aquel caso del asesinato del juez Guettara por la Cosa Nostra. Su testimonio nos sirvió de gran ayuda para dar con las claves. Detuvimos a los responsables de aquel crimen, que ya habían causado la muerte a otros magistrados antimafia.

–Yo no sabía…

–Su marido fue valiente al ayudarnos y me alegro de que lo hiciese. El inspector Sparza le ofreció nuestra colaboración para cuando la necesitara. Y eso sucedería poco después, cuando Carlo solicitó a Sparza que investigara a Eric Van Möeller por su actitud monopolista con unos terrenos para la construcción de viviendas.

– ¿Actitud monopolista? ¿Qué quiere decir?

–Según nos contó Carlo, los grandes terratenientes del Estado español, como el Ejército, la propia Iglesia, las administraciones y entre ellos algunas grandes empresas como Red de Ferrocarriles, son propietarios de solares en situación privilegiada. Se ubican en zonas en las que el metro cuadrado de vivienda construida se vendería a precio de oro. Las constructoras importantes andan detrás de comprar algunos de esos terrenos. Fakirsa, donde trabajaba Carlo, era una de ellas.

–Ahora lo recuerdo. Pero creo que aquello era una operación a tres partes. Red de Ferrocarriles sacó a concurso unos terrenos resultando adjudicatarios Fakirsa y otra empresa. A partir de ahí ya no supe nada más. Poco después ocurrió… el accidente –Sara desvió la mirada hacia la pared, desde donde el retrato del rey de España les contemplaba impasible.

 

Giacomo sacó un sobre del bolsillo interior de su enorme americana de lana color verde bosque. Lo abrió y extrajo tres folios grapados doblados por la mitad. Al extenderlos quedó a la vista la copia de una ficha de la Interpol en la que se detallaba el historial de actividades delictivas atribuidas a Eric Van Möeller.

–Tenga Sara, léalo. Es una relación de  los tejemanejes en los que ese Eric anda envuelto.

A medida que iba leyendo, Sara levantaba de vez en cuando la mirada del papel para dirigirla a Giacomo y a continuación volvía al texto. Al terminar la lectura, una expresión de perplejidad  dominaba su rostro.

–Me cuesta creer que Carlo llegara a conocer a este individuo.

– ¿Hasta qué punto su marido la mantuvo apartada de sus relaciones con Eric?

–Ya le dije, Giacomo, que no recuerdo haberle oído nunca hablar de él. Sospecho que ese delincuente apareció en la vida de mi marido cuando Fakirsa y la otra empresa ganaron el concurso de suelo.

–Eric se las arregló para que la constructora de la que es propietario resultara adjudicataria en solitario –aclaró el policía–. Sospechamos que la dedica al lavado de dinero negro. Aunque no hay pruebas, como no las hay de ninguna de sus operaciones. Oficialmente está limpio. Todo lo que sabemos proviene de testimonios de agentes de la Interpol infiltrados en alguna de sus actividades. Necesitamos algo contundente que nos permita encausarlo en un juicio. Sara, ¿no recuerda nada que pueda…? ¿come è detto? … ¿arrojar alguna luz sobre mi investigación?

La mujer se levantó de su silla y abrió el ventanal de par en par. El rumor de los niños jugando en el jardín llegó hasta ellos junto con una agradable corriente de aire.

–Esta habitación necesita un poco de aire fresco.

Permaneció de pie junto a la ventana, mirando al exterior. Algunos de los pequeños caminaban agarrados en fila, con una monitora al frente haciendo de maquinista de un imaginario tren. Otros utilizaban los toboganes o los múltiples juguetes repartidos por el césped. Sara inspiró profundamente y retuvo un instante el aire en sus pulmones. A continuación, se giró hacia el sargento:

– ¿Sabe? Siempre pensé que el accidente de mi marido no había sido fruto de la casualidad –declaró.

– ¿Qué quiere decir?

–Fue un regalo tan… oportuno.

Non… capisco niente –balbuceó Giacomo.

–Justo cuando Carlo pensaba cambiar de coche. Su viejo Alfa Romeo del ochenta y seis ya no daba para mucho. Pasaba más tiempo en el taller que circulando. Así que el día en que le llamaron del concesionario Ferrari para recoger el F60 que acababan de poner a su nombre, bueno… estaba maravillado pero tenía dudas.

– ¿Dudas?–

–Respecto a su benefactor –aclaró Sara–. Recuerdo que me comentó si no se trataría de una bonificación acordada por sus colegas del Consejo de Administración de Fakirsa. Él sabía que su trabajo en la constructora gozaba del reconocimiento de los directivos. Aunque alguno recelaba de su relación con el Presidente –Sara recogió hacia atrás su brillante pelo castaño, ajustándose la diadema.

–Era de todos conocido –aclaró– que el padre de Carlo y el Presidente de Fakirsa Ramón Cotanegra pasaban juntos las vacaciones en Fuengirola con las respectivas familias, desde hacía más de veinte años.

–Sí. El padre de Carlo tenía propiedades en Málaga –confirmó el sargento–.

–Pero a ninguno resultaba ajeno el prestigio adquirido por Carlo en el sector inmobiliario. Tenía un don especial para ganarse a la gente. Casi siempre conseguía la adjudicación del proyecto de construcción más ventajoso. A mí no me contaba mucho sobre los pormenores del trabajo, pero sé que ganó para Fakirsa concursos de obra civil que beneficiaron sustanciosamente a la empresa. Imagino que eso le sirvió para que la mayoría de sus colegas del Consejo le respetara.

Non lo dubito, signora Sara. Por otro lado, tengo entendido que ese Concejal de Urbanismo… Pablo Limpio, desarrolló una fuerte relación de amistad con Carlo ¿No es cierto?

 

–Congeniaron bien desde el principio. Desde luego, en Fakirsa podían sentirse satisfechos por todo lo que había logrado mi marido. Nadie le regaló nada. Bueno, sí. Excepto el coche–. En ese instante, Sara dejó de hablar y permaneció unos segundos con la mirada perdida. Las lágrimas afloraron en sus ojos y se derramaron sobre sus mejillas, quedando una estela húmeda como señal de su paso por aquella piel suave. En el bello rostro se reflejó la tristeza de un recuerdo.

–Calma amiga mía. Quizá haya algo que le cuesta contarme, pero que en el fondo desea que yo lo sepa ¿Es así?

Sara intentó recuperar la serenidad y al cabo de unos instantes consiguió recuperar la voz:

–Yo sabía de la existencia de ese tal Eric. Fue él quien regaló el deportivo a Carlo.

El sargento la miró inmóvil durante un momento:

– ¿Por qué me lo ha ocultado?

Sara sacó fuerzas para hablar con entereza:

–Siempre sospeché que ese criminal había tenido algo que ver con la muerte de mi marido. Este me contó la forma en que Eric le presionaba para que le dejase vía libre con el fin de adjudicarse en solitario el concurso de suelo. Carlo sospechaba que ese individuo ocultaba dinero negro para blanquearlo con urgencia. La adjudicación del proyecto de construcción le venía que ni pintada.

–Mi superior el inspector Sparza informó a Carlo de las intenciones de Van Möeller –indicó Giacomo–. La Interpol va tras la pista de una operación de compra-venta de cocaína colombiana en la que Eric pudo haber actuado como intermediario. Le corría prisa lavar el dinero.

–Yo investigué un poco ¿sabe? –Continuó Sara–. Varios meses después del accidente, hice averiguaciones en el concesionario. Pregunté al gerente por la seguridad del vehículo y se echó a reír descaradamente. «¿Está pensando usted que pudo haber un fallo mecánico? ¿En un Ferrari?» Hizo que me sintiera como una estúpida, pero yo insistí.  Me interesé por el sistema de frenos y conseguí que me llevara al taller de mantenimiento.

Allí me presentó al jefe de servicio, quien me explicó detalles que me sonaron a chino. No saqué nada en claro de todo aquello. Finalmente me despedí de ellos decepcionada, pero cuando llegué a la calle oí que alguien me llamaba. «Señora… ¿tiene un minuto? He oído su conversación con el jefe y… he de decirle algo”.

Aquello me cogió por sorpresa. Me condujo hasta una puerta contigua a la entrada del taller y me invitó a entrar. «Escúcheme señora. Usted no sabe nada de mí pero yo sé algo acerca de su marido”.

 

En ese momento, Sara se levantó de la silla y empezó a caminar por la habitación. Giacomo la escuchaba atentamente

 

–Confieso que aquel hombre me tenía desconcertada. No pronuncié ni una palabra, pero él hablaba sin parar: «Hacia las tres de la tarde del día en que su marido recogió el coche para probarlo, todo el personal se fue a comer. Yo me quedé, pues estudio para un curso de informática que dan en la empresa.

Estaba comiéndome el bocadillo cuando escuché unos golpes que venían de la sala de exposición. Me acerqué a echar un vistazo y pude ver al gerente acompañado de un señor pelirrojo que le hablaba señalando con su bastón a un individuo tumbado boca arriba, bajo uno de los coches.

Ninguno sospechaba que alguien les estaba mirando. El gerente parecía nervioso. El del bastón le dijo algo así como que no se preocupara, que todo estaba controlado. Al cabo de una media hora los tres desaparecieron de allí. No pude encontrar nada extraño ni dentro ni fuera del vehículo. Señora, créame, nada».

 

–Me dio la impresión de que aquel hombre intentaba disculparse de algún modo –indicó Sara.

– ¿Y qué pretendía revelarle? –Inquirió el sargento–. Hasta ese momento no había dicho nada que nos pueda ayudar.

–Continuó explicándome que algunas noches no podía dormir pensando en aquella escena. Hasta que se acordó del sistema de vigilancia por cámaras con el que están equipadas las instalaciones. Al parecer, llevan un registro en disco DVD que archivan diariamente. Creo que los bancos hacen algo similar. El caso es que empezó a buscar en el archivo y encontró el disco de aquel día, en el que había quedado grabado todo lo que hablaron los dos rufianes. Eric mencionó que haría una transferencia bancaria con el gerente como beneficiario. Y se oye decir al individuo que estaba bajo el coche: «Listo… nadie notará nada”.

– Dígame, ¿lo tiene usted? –preguntó el sargento, expectante.

–Lo tengo –confirmó Sara. Guardo ese DVD en mi despacho desde que el mecánico me lo entregó.

–Entonces, ruego que colabore con esta investigación y me lo proporcione. Se trata de una prueba fundamental contra Eric. ¿Por qué no se ha decidido hasta ahora?

– Fui con el disco a la policía. Visité la Dirección General donde me atendió un agente muy amable. Le puse en antecedentes y vio la grabación. Me indicó que iba a informar a sus superiores y que se pondrían en contacto conmigo cuando hubiesen conseguido aclarar el asunto.

–No es necesario que me diga que no han avanzado nada. Lo sorprendente es que estamos en estrecho contacto con ellos y nunca he oído hablar de ese disco –se lamentó Giacomo.

–No pasaron más de tres días cuando empecé a recibir cartas amenazadoras. Que si me iban a visitar esa noche, que guardaban para mí un «regalito» y otras groserías. «Calla la boca», escribían siempre al final. Lo denuncié al agente que llevaba mi caso, pero las cartas seguían llegando. He estado aterrorizada, sargento. No puede ni imaginarse todo lo que ese canalla me ha hecho pasar –Las lágrimas volvieron a su rostro. Esta vez se echó a llorar desconsoladamente y el sargento dejó que se desahogara.

Al cabo de unos minutos, Giacomo se levantó de su silla y puso una mano sobre su hombro.

–Le aseguro que esa prueba va a hacer bastante daño a Van Möeller. Puede estar segura de que ahora avanzaremos deprisa. Alguien en la policía española debe estar al servicio de ese gangster, probablemente más de uno.

–Giacomo, prométame una cosa –suspiró Sara–. Cuando hayan condenado a ese indeseable, consígame una entrevista con él.

El italiano se dirigió a la mujer con actitud paternalista:

–Señora, no se torture más con este asunto. Si me permite aconsejarla, viva el presente, Ilusiónese por el futuro. Tiene un negocio que marcha bien, adelante con él. Non ritornare al passato.

–Sargento, sólo le estoy pidiendo una entrevista con él. No voy a descerrajarle un tiro entre los ojos ni a apuñalarle. Quiero estar a solas unos minutos. Nada más.

–Sara, olvide eso ¿Cree que va a ayudarle tener un vis a vis con el responsable de la muerte de su marido?

–Se lo ruego. Es lo único que quiero –Miró al policía con las lágrimas bañando aún sus ojos verdes. Giacomo llegó a conmoverse ante aquel rostro, en el que el dolor había dejado su huella acentuando las señales propias del paso del tiempo.

Tras unos momentos de silencio, el italiano asintió con la cabeza:

–Está bien. Tendrá su entrevista –confirmó.

–Gracias Giacomo.

Ambos salieron de la habitación. Al llegar al final del pasillo, Sara se detuvo para entrar en su despacho. Salió de él con una carcasa de plástico.

–En su interior encontrará lo que busca.

El sargento tomó la caja y siguió a Sara hasta la puerta de salida.

Grazie molto signora. Cuando lo desee llámeme. Permaneceremos en contacto –indicó, entregando a Sara una tarjeta de visita.

–Que le vaya bien sargento. Hasta la vista.

Giacomo se despidió con una ligera inclinación de la cabeza.

En pocos minutos tomó la carretera de circunvalación, sumergiéndose en el intenso tráfico de aquellas horas.

 

Continuará en el próximo episodio. Dale al corazón de más abajo si ta ha gustado.

Gracias.

 

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