Rosa Flamínea

 

El sujeto padecía diversos males, todos ellos derivados de su carácter egocéntrico e impredecible. Tenía en propiedad media docena de pisitos en el extrarradio de una capital de provincias, todos ellos alquilados siguiendo la corriente alcista de los precios que imperaban en el mercado.

Celedonio Rivas no llegaba a la suela de los zapatos a aquel que pretendía ser, no era ni la sombra de la visión que ante el mundo deseaba para sí mismo. Aspiraba a convertirse en un coleccionista de arte de renombre, pero la realidad lo dibujaba como un mero recolector de cuadros en una habitación apartada de su piso del centro urbano.

Rosa Flamínea llevaba varios años habitando como inquilina en uno de los apartamentos de Celodonio. Su situación era de jubilada sin pensión alguna, por haber sido rechazada al ser propietaria de un par de apartamentos heredados, en un pueblo situado a trescientos kilómetros de allí.

La renta que percibía de sus propios inquilinos la empleaba en sufragar el pago de la hipoteca que pendía como una maldición sobre los dos pisos.

No era ningún secreto que, en algún momento, alguno de los hijos de Celedonio decidiría vivir en el apartamento donde se alojaba Rosa, por lo que actualmente se le hacía muy necesario abandonarlo y aspirar a ser propietaria de otro. Pero al principio no le había dado mucha importancia a eso, porque aquel pisito suponía para Rosa un lugar ideal donde pintar, soleado, alegre y silencioso.

Fruto de su personalidad psicopática, Celedonio envidiaba tanto a Rosa que desde el inicio del contrato de alquiler la tenía sometida a una presión innecesaria e injusta, para que tuviera siempre en cuenta que aquella podía dejar de ser su residencia de forma inesperada. Y eso parecía divertir al propietario.

Así que la artista, con más de setenta años a sus espaldas, llevaba ya tiempo deseando largarse de aquel apartamento. Esta vez se esforzaría porque estuviera ubicado más al centro de la capital de provincias. Debía haber una manera de rescindir el contrato a la que ella pudiera agarrarse sin complicarse mucho la vida. Pero era posible que eso estuviera cerca de producirse, y de manos del propio Celedonio.

–Has conseguido salirte con la tuya instalando aquí tu taller de pintura, Rosa –comentó con mal talante Celedonio, un día en que la visitó para incordiarla–, pero mi paciencia tiene límites y dudo que tarde mucho en obligarte a cerrarlo.

–Vamos a ver, Rivas –ella utilizaba el apellido cuando se dirigía a él, solo porque sabía que con ello incomodaba al esquizoide–, te he repetido varias veces que no dedico esa habitación a ningún taller, es simplemente ¡mi estudio!

–Ah, ¿sí?  –inquirió el desequilibrado con sorna exagerada.

–Entonces ¿por qué me aceptaste como inquilina? No puedo entenderlo.

–Era un momento digamos… difícil para mí, porque llevaba tiempo sin conseguir a nadie dispuesto a vivir tan alejado del centro.

La sinceridad repentina es algo muy propio de los afectados por disociación de la personalidad.

Ella no deseaba ahondar en ese tema en esos momentos, pues necesitaba seguir pintando para un encargo de dieciocho cuadros que entrarían en una exposición local seis meses más tarde.

Así que, la suerte con la que Rosa Flamínea había creído ser bendecida no lo fue tanto. Rivas podría sorprenderla en cualquier momento con una iniquidad.

El día en que sus caminos se cruzaron, Celedonio se dio cuenta sin mucho esfuerzo de que Rosa era una persona diferente a las que él conocía dentro de su mundo descentrado de pretensiones de grandeza. Ella vivía el arte desde dentro y sabía interpretar lo que los autores habían querido plasmar en sus obras. Además, poseía una extraordinaria destreza en plasmar su arte en los lienzos. Seguramente habría obtenido un gran éxito entre el público y los críticos si hubiera encontrado a algún patrocinador para algunas exposiciones que le habrían permitido exhibir su gran obra en todo el país.

Rosa Flamínea era un auténtico diamante, pero no en bruto sino perfectamente tallado en todas sus facetas, lo que no había sido suficiente sin embargo para lograr la promoción mínima que le otorgaría el pasaporte a un mundillo dominado por unos pocos privilegiados.

En el arte pasa como en el cine y la música, que todo depende de arbitrariedades, estar presente en fiestas o reuniones determinadas con personas clave y de la habilidad de llegar a conocerlas lo suficiente para que te firmen ese pasaporte codiciado.

Rosa Flamínea, aparte de crear admirables obras pictóricas cultivaba rosas en su modesto jardín de la terraza junto a la cocina. Su padre le había enseñado todas las técnicas sobre injertos para lograr especies de rosa únicas, resultado de muchas pruebas que aquel hombre perseverante había realizado en su bien cuidado invernadero, allá por la localidad de Piedrabuena, en la provincia de Ciudad Real.

Ella también conocía una gran variedad de insectos habituales de las plantas que cultivaba y los coleccionaba disecándolos para exponerlos en las vitrinas del salón. Celedonio nunca había prestado atención a semejante muestrario. Para él era totalmente irrelevante. Puede que en su interior se hallara identificado con la naturaleza que daba origen a aquellos seres vivos, algunos de los cuales, como los arácnidos, podían inyectar venenos capaces de acabar con la vida humana.

 

Una circunstancia que se da como causa para la que el propietario rescinda el contrato de alquiler es el uso al que esté dedicada la vivienda. Como no había sido reflejado en el acuerdo que ella fuese a utilizarla también como taller de pintura, el envidioso seudocoleccionista de arte quiso castigar a la inquilina con otra amenaza, la de rescindir el contrato antes de su finalización.

Rosa estaba asqueada con todas esas artimañas desplegadas por él al cabo de los años, pero ahora las circunstancias habían cambiado. Ella ya no iba a necesitar vivir en aquella casa para nada. Su afán desde hacía meses era el contrario: desaparecer de allí para siempre y borrar de su vida al despreciable Celedonio.

Recientemente ambos habían coincidido en una galería de arte donde quedaba patente que él no encajaba bien. Varios amigos de la artista la agasajaban con sus alabanzas, todas sinceras, mientras Celedonio se requemaba por dentro lleno de desazón y envidia.

–Me alegra ver que tus amigos te felicitan, Rosa.

–No solo son mis amigos, hay bastante gente que se interesa por mis cuadros. ¿Por qué no te decides de una vez y montas tu primera exposición? –sugirió ella con una buena dosis de mala leche–. Creo recordar que te gustaba estrujar pinceles contra un lienzo de vez en cuando. Estoy casi segura de que tendrías… –En ese instante Celedonio sacudió la cabeza y dio otro sorbo a su copa de cava Valldolina–. Qué amable eres, Rosa. Tendré que considerarlo.

Ella se quedó sonriendo por el efecto de su doliente sarcasmo mientras observaba la errática trayectoria que él había tomado, sin saber adónde dirigir sus pasos. Estaba corroído por una rabia inexplicable, como un torrente de lava que corriera embravecido por sus venas.

Al llegar a su domicilio, Celedonio no dudó ni un instante. Tomó una lata de aguarrás y otra de pasta negra para impermeabilizar tejados y se encaminó hacia el piso de Rosa.

Con su llave de propietario se introdujo en la casa y al llegar al cuarto de la artista observó con una atención creciente las obras que, en un total superior a veinte constituían el trabajo de Rosa de los últimos meses.

Rosa-Flamínea

Celedonio roció con aguarrás todos los cuadros uno a uno, dotando a sus movimientos de una parsimonia deliberada ¡Cómo se regodeaba viendo desaparecer las magníficas composiciones de Rosa! Qué buenas vibraciones invadían su mente al contemplar la manera en que la firma al pie de cada obra iba diluyéndose de forma continua. Era una agonía vista en directo y en primera fila.

Y como broche final, para asegurarse de que su más absoluto desprecio quedaba bien patente, el psicópata llenó de brochazos de brea impermeabilizante aquellos que unos minutos antes habían sido lienzos tocados por las manos de una verdadera artista.

Cuando acabó su maldad, Celedonio experimentó una sensación de triunfo, una especie de desahogo invadió su espíritu, que quedó liberado de tensiones y presto a una nueva etapa en la que él podría mirar a Rosa con ojos victoriosos.

 

La reacción de la inquilina no se hizo esperar. En cuanto descubrió aquel horror sembrado caprichosamente la tarde anterior mientras charlaba con los visitantes de la galería de arte, Rosa llamó a la policía denunciando el caso como vandalismo de autor desconocido. Una vez hubieron despejado el piso los agentes del orden, la artista descubrió un objeto brillante de color dorado cuya punta asomaba por debajo de una mesita que ella usaba para guardar los típicos cachivaches del pintor.

Cuando recogió el objeto y vio que se trataba de una pluma estilográfica con un membrete grabado que decía: “Para Cele”, una convulsión recorrió su cuerpo. Esa pluma ya la había visto ella en la firma del contrato. Como buen histriónico pasado de moda, Celedonio hacía gala de unos artículos de lujo extravagante que ya nadie apreciaba. Ella era una buena observadora del detalle y había retenido la imagen de la estilográfica en su memoria.

Vista la prueba irrefutable, la artista empezó a diseñar su réplica a tal acción, soportando un fuego interior que no conseguía sofocar.

Pensó en varios métodos pero al final el que contó con su aprobación fue una venganza silenciosa… y duradera. Rosa Flamínea decidió usar un insecto peligroso aunque no mortal para colmar su copa de la venganza.

Rosa-Flamínea

La araña “violinista” o araña “reclusa parda” habitaba los rosales que la pintora cultivaba en la terraza del piso. Es marrón y posee marcas en el lado dorsal del tórax con una línea negra que tiene forma de violín, cuyo cuello apunta a la parte posterior de la araña. La artista había descubierto que el hábitat de esa araña era el parterre donde criaba una variedad de rosas inusuales. Estas eran el resultado de injertos que conseguían mutar las variedades comunes en las que el bicho había descubierto un entorno excelente donde tejer su siniestra tela.

Para evitar fugas indeseadas de aquel hábitat, Rosa protegía el parterre con una especie de cúpula de un material biotécnico que había localizado en un vivero ecológico. Le atraían los insectos pero no tanto como para jugarse el tipo.

Rosa llamó a Celedonio para que viera un conducto de la tubería de la cocina que perdía agua en teoría. Recibió a Celedonio con una taza de humeante café de Colombia recién hecho y sin endulzantes. Al cabo de unos minutos a él le pareció que una somnolencia inevitable invadió todo su cuerpo. Cuando Rosa se hubo asegurado de que estaba dormido, soltó a la araña del rosal sobre el cuello del durmiente y esperó a que una mancha rojiza se extendiera en la zona. Volvió a depositar el insecto en el frasco del que lo había extraído y esperó a que el visitante despertara.

Celedonio no recordaba nada de lo ocurrido, pero había permanecido veinte minutos durmiendo profundamente. Rosa Flamínea sonrió al comprobar que su plan había dado resultado. Como el veneno no surtiría efecto hasta pasadas unas horas, a él le pillaría ya en su casa sin que pudiera relacionar nada de lo que le iba a pasar con su estancia en la casa de la artista.

La hospitalización de Celedonio tuvo lugar durante la madrugada. Ella le llamó a su teléfono móvil y uno de sus hijos le informó de lo sucedido. Rosa lo visitaría al día siguiente.

Por cierto, el cuerpo de la víctima de la picadura puede luchar contra el veneno de la araña violinista, pero el plazo es indeterminado y la incertidumbre total. Ella le visitaría en el hospital cuando quisiera sin que él supiera jamás cómo había contraído el mal que carcomía algunas zonas de su piel. Y en esas visitas experimentaría un regocijo que lo compensaría todo.

El placer de ver postrado a su enemigo en una cama de hospital durante meses sabiendo que no iba a perder la vida pero que acabaría aborreciendo esa faceta convaleciente de la misma, representó para Rosa Flamínea un bálsamo de eterna felicidad.

Al cabo de pocas semanas, ella volvió a visitar a Celedonio. Encontró a este con una expresión más afable en el rostro y sus palabras reflejaban una actitud que nada tenía que ver con la forma de conducirse habitual en él.

Rosa-Flamínea

–¿Sabes, Rosa? He tenido tiempo de pensar. He hecho balance de mi vida y creo que ha llegado el momento de hacer borrón y cuenta nueva. Después de todo lo que he hecho y dicho intentando tan solo perjudicarte veo que he sido un desgraciado, un déspota y un envidioso. Algo dentro de mí ha cambiado esa parte irracional que me obligaba a haceros la vida imposible a ti y a los demás, por lo que quiero liberarme y borrar de mi conciencia ese mal. He aspirado a ser quien nunca alcanzaría a ser. Eso me ha llevado hasta un abismo que parecía no tener fondo.

Rosa no podía creer lo que oía. Sonaba a arrepentimiento sincero, a pliego de descargos, a mescolanza de intenciones no definidas… en fin a un pastel de propósitos inesperados viniendo de quien venía. ¿Qué debía hacer ella ahora? ¿Eliminar de la memoria los recuerdos de varios años de maltrato psicológico por parte de aquel energúmeno? ¿Debía ignorar que ese elemento había acabado con las obras de casi un año de trabajo? ¿quién era él para declararse inocente en ese autojuicio? ¿Dónde quedaban las consecuencias de sus actos? ¿Y ella y su satisfacción por haberse vengado? ¿Iba a eliminar de su mente el sabor de la venganza?

Pero la venganza contiene siempre un regusto amargo, como si parte de ella afectara a tu propia conciencia ejerciendo de fiscal, dejando un residuo indefinible de culpa propia.

Preguntas con incierta respuesta se agolpaban en su mente ¿Estás segura de que es correcto lo que has hecho? ¿Si él deseaba cambiar y limpiar su conciencia mediante la disculpa y el acto de contrición ¿por qué no permitirlo? Entonces, ¿sería suficiente recompensa aceptar su lamento por haber actuado como un psicópata? Igual seguiría siéndolo por siempre.

Ese fue el preciso instante en que el enfermo habló con voz firme y decidida.

–Uno de mis hijos se mudará el mes que viene a tu apartamento. Así cumplirás tu deseo de marcharte de allí y tener esa otra vida que buscabas. Y… sé de sobra que nada puede compensar el trabajo de creación de una artista que se merece un presente y un futuro mejor. En una de mis incursiones por el mundo del arte localicé a una persona que ocupa un puesto relevante en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. He hablado con él sobre ti y tu obra. Aquí tienes su tarjeta. Puedes hacer lo que quieras con ella.

 


 

Y hasta aquí hemos llegado. ¿Habrías dado otro final a esta historia? Espero tu valioso comentario y haz click en el corazoncito de más abajo si te ha gustado.

Nos vemos en el siguiente post.

¡Salud y suerte!

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página  bing.com/images/create/

10 Comentarios
  • Sandra
    Posted at 00:18h, 22 noviembre Responder

    Me ha encantado la historia, logras transmitir tensión y me parece original. No sé si lograra cambiar el protagonista, porque raramente los humanos cambian.

    • marcosplanet
      Posted at 20:54h, 24 noviembre Responder

      Es una incógnita que dejo en manos de los lectores. Muchas gracias por aportar tu opinión.

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 17:06h, 20 noviembre Responder

    Hola Marcos. En tu historia se plantea un conflicto interno profundamente humano: el enfrentamiento entre el deseo de justicia o venganza y la posibilidad del perdón. A través de Rosa, el texto explora la complejidad emocional que surge cuando alguien que ha causado daño extiende una mano en señal de arrepentimiento. La ambigüedad de sus intenciones y el contraste entre su discurso y sus actos resultan intrigantes y generan preguntas éticas. ¿El perdón implica olvidar? ¿Puede un acto altruista borrar un historial de abusos?

    Es interesante el lenguaje cargado de emociones, especialmente al describir el «regusto amargo» de la venganza y las dudas que asaltan a Rosa. Esto nos conecta con su dilema y nos hace reflexionar sobre nuestras propias decisiones en situaciones similares. La inclusión del giro final, con el ofrecimiento de ayuda a través de un contacto influyente, no solo humaniza al agresor, sino que también introduce un debate sobre la redención: ¿es genuino o un intento de apaciguar su culpa?

    En mi opinión, logras transmitir una atmósfera de tensión y profundidad emocional, invitándonos a cuestionar los límites del perdón, la reparación del daño y si el cambio en alguien que ha actuado de forma reprochable puede ser real o suficiente. Es un relato que deja un sabor agridulce, como la propia vida. Muy bueno.
    Un abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 20:27h, 20 noviembre Responder

      Agradezco mucho tu profundo análisis, Nuria. Has acertado plenamente en el motivo de fondo que es el motor de toda la historia. La redención es algo que acaba buscando mucha gente para precisamente reparar daños provocados en el pasado.
      Otro abrazo para ti.

  • Oscar
    Posted at 13:46h, 20 noviembre Responder

    Excelente historia, amigo, en el caso de Celedonio, mi padre se llama como el sujeto de la historia, por supuesto no tiene absolutamente nada que ver con el tipejo de la historia, la verdad que es muy buen hombre y gracias a mi padre y madre tengo estos valores que tengo, son lo más grande para mi. La verdad, dejando de lado esta casualidad, el tocayo de mi padre es un personaje igual a los que están causando el problema que tenemos en la vivienda en España, y luego la inquilina pintora también tiene muy mala leche, pero bueno, realmente en la vida real hay gente con mucha maldad, la verdad, bueno, ya digo, excelente, un abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 20:30h, 20 noviembre Responder

      Muchas gracias por tu comentario y me alegra que te haya gustado el relato. La vida real encierra experiencias que luego uno mismo encuentra como base para escribir historias.
      Un abrazo.

  • Maty Marín
    Posted at 10:43h, 20 noviembre Responder

    Hola Marcos!

    Vaya que esto me ha sorprendido, al grado de no saber qué pensar. Psicópatas los dos, para empezar. Es posible un cambio abrupto de actitud y pensamientos en un sujeto de tal perfil?
    Sigo dándome cuenta de que tus facultades para escribir son grandes y fuertes, de verdad que no lo hubiese imaginado cuando te conocí con tus viajes.
    Como siempre me llaman poderosamente la atención tus imágenes, calculo la cantidad de detalles que has tenido que describir para obtenerlas así de precisas y pormenorizadas.
    Y, para no dejarme nada en el tintero, noto mejoras en tu blog. Verdadera dedicación y empeño le pones.
    Enhorabuena Marcos, me ha dado gusto estar aquí y ver que te superas a ti mismo.
    Saludos y un abrazo 🤗.

    • marcosplanet
      Posted at 12:48h, 20 noviembre Responder

      ¿Que puedo decir a tus comentarios, Maty? Siempre son tan constructivos y sentidos que me llegan a emocionar. Muchas gracias por animarme a continuar con este blog al que amo tanto.
      Un fuerte abrazo.

  • Rosa Fernanda Sánchez
    Posted at 16:58h, 19 noviembre Responder

    Original e intrigante historia, me gusta en particular el personaje de Rosa Flaminea, además de su precioso nombre .
    Celedonio seguramente, seguiría siendo el cretino de siempre. Lamentablemente los humanos cambian rara vez de actitud.

    • marcosplanet
      Posted at 13:01h, 20 noviembre Responder

      Me encanta que te haya gustado. Sí, el nombre y el personaje de Rosa me resultan muy inspiradores.
      Muchos besos.

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