Sangre azulada

El yate Danaikos se hallaba fondeado en zona segura a un par de kilómetros de la costa, mostrando sobre cubierta la viva encarnación de la fiesta. Una cincuentena de adultos de todas las edades compartía cava y vinos entre vítores, música muy bailable y rostros llenos de optimismo. El navío procedía de la cercana isla de Ibiza, donde Julio Botero, dueño y señor de una cadena hotelera, había elegido comenzar su paréntesis vacacional. Siempre que se tomaba un respiro lo hacía en su yate de seis motores, acompañado de un nutrido grupo de gente, donde escaseaban los amigos auténticos. Entre tanto adulador, destacaban como fieles de verdad Marisa Cano y Joseph, conocidos de Julián desde que habían sido alumnos en La Salle.

Marisa desconfiaba de esos jolgorios a los que se apuntaban personas que tenía identificadas como cercanas a la competencia hostelera y los bajos fondos. Ser comisaria de la policía nacional le había dado toda la experiencia para ejercer su actual labor de directora de seguridad del complejo hotelero.

Marisa y Joseph llevaban caminos paralelos pues él había trabajado en el ministerio del Interior español como coordinador de prisiones nacionales. Ahora iba por libre como asesor en ciberseguridad.

Joseph colaboraba con Marisa cada vez que ella descubría algún personaje turbio en el entorno de Julián Botero.

Y en esta fiesta que compartían los tres amigos de la infancia, Marisa había localizado a varios. Uno respondía al apodo de El Turco, y se dedicaba a intermediar en el transporte marítimo de sustancias químicas de uso industrial. Nunca le habían detenido por actividades ilegales. Pero era a lo que se dedicaba. Contenedores cargados con piedras semipreciosas, tierras raras para componentes electrónicos o minerales como el Coltan ocupaban las bodegas de carga.

Otro facineroso, de nombre Duly, comandaba una banda dedicada a la extorsión de altos cargos de la Administración del Estado. En su haber contabilizaba haber contribuido de forma decisiva a dos cambios de gobierno.

Duly era rápido y eficaz en la gestión de sus encargos y eso gustaba. Tras haber ejercido su influencia de forma contundente, en más de una ocasión había conseguido cambiar la sede de ciertos eventos mundiales, ya fueran deportivos o de esos que acogen encuentros de política internacional.

 

 

Sangre azulada

–Hola Marisa –dijo Joseph inclinándose en un gesto de exagerada cortesía–  Estás deslumbrante con ese look ibicenco. Sólo tú sabes lucir la moda isleña.

–Déjate de coñas y dime si te has fijado en que Duly y El Turco están en este barco.

Joseph frunció el ceño continuando con su actitud distendida, casi cómica.

–Anda, pues no me he dado cuenta amiga mía. Menos mal que tú si tienes vista de lince.

–Si esos dos pululan por aquí es porque han liado a Julián en algo turbio. Desde que sus hoteles han bajado la facturación por lo del Covid, cada vez le veo más nervioso con los números.

–Las cuentas mandan y Julián está acostumbrado a vivir sin el menor problema de liquidez –comentó Joseph mientras cogía un puñado de pistachos de una bandeja cercana–. Delega todo en el administrador y no quiere saber nada de contabilidades.

–Hasta que dos millones de pérdidas en Costa Blanca 1 le han hecho aterrizar –con un gesto de la mano, Marisa señaló al camarero que repartía cócteles–. Anda, búscame un bucanero, querido amigo.

–Veo que sigues con tu vicio de endulzar el vodka –indicó él con un gesto de pesar.

 

El empresario anfitrión Julián Botero nunca pasaba desapercibido. De elevada estatura, la abundante melena completamente blanca que lucía le ayudaba a hacerse notar en cualquier ambiente y eso le satisfacía mucho, pues llamar la atención era para él un comportamiento prioritario en sus muy cultivadas relaciones sociales.

Julián desprendía cordialidad, buen humor y una manera de adaptar su rostro a las circunstancias que le permitían obtener beneficio inmediato: conseguía que le escucharan. En su oficio de sembrador de contactos, obtener la atención de la gente poderosa era una cualidad valiosísima. Se puede decir que Julián Botero era un poeta de la palabra hablada, un usuario del verbo que lo convertía en un maestro de la entonación, de la conversación coloquial y de la oratoria. En fin, un doctor en dialéctica.

Tres mujeres suntuosamente vestidas con trajes de fiesta nocturna charlaban con él animadamente sin soltar en ningún momento sus copas de champán francés Billecart–Salmón.

–Eres muy cuidadoso con tus fiestas, Julen, y me encantan, aunque en esta veo más caras nuevas –le comentaba una morena de aspecto algo exótico, sobrina de un alto cargo de la embajada Dominicana. El origen multirracial de algunos invitados añadía misterio y encanto a la fiesta.

–Es lo que busco, provocar el encuentro de personas del mundo, sin importar a qué se dedican. Hay alta probabilidad de encontrar colaboraciones interesantes para el business.

El dueño de la gran compañía hotelera no podía parecer más integrado en el ambiente, más seductor ni más bronceado. Había nacido para conectar intereses y apetitos personales con los de grandes empresas de sectores muy diferentes.

Las otras dos acompañantes rieron abiertamente ante el comentario del magnate.

–Sí, claro, me gustaría saber qué es para ti el business –decía una mujer atractiva, muy delgada, con un cutis bastante maquillado. Iba cargada de colgantes, luciendo un conjunto blanco de lino a la moda ibicenca –No sé si te refieres a la hostelería o prefieres campos más abiertos.

–Soy ciudadano del mundo y eso debería bastarte –comentó el, al tiempo que depositaba un beso suave sobre una de sus manos.

La tercera mujer rió a carcajadas ante el comentario. –Vaya, a eso lo llamo contundencia sutil –, apuntó. Su aspecto nórdico y su acento no dejaban lugar a dudas sobre su origen.

–Muy bien Heidrun, yo no lo habría descrito mejor. ¿Las finlandesas sois todas tan perspicaces?

Las risas continuaron llenando el espacio que los cuatro ocupaban sobre la cubierta, cercano a la proa del Danaikos.

La mujer delgada representaba los intereses de un banco de Panamá y la finlandesa resultaba ser un intermediario de comercio muy útil en operaciones relacionadas con El Turco.

 

Julián Botero, Julen para sus íntimos, se había convertido con los años en un personaje apreciado y envidiado por algunos y odiado por muchos. Había contratado a Marisa Cano como Directora de seguridad de la cadena de hoteles con una finalidad mucho más amplia. Ella mantenía el acceso a bases de datos que comprometían a varios personajes del hampa a los que él mantenía presionados, pero Julián sabía que el tiempo jugaba en su contra por lo de siempre: esa realidad, tan peliculera a la vez, consistente en una malsana costumbre de los malos por cobrarse sangrienta venganza.

La sobrina del alto cargo dominicano se acercó al rostro de Julián y le susurró algo al oído. El hombre alto y tan moreno como ella asintió ante lo que parecía una propuesta.

–Chicas, ruego me disculpéis. Debo acompañar a esta señorita. Me va a presentar a unos amigos de su país.

Acto seguido ellas alzaron sus copas a modo de despedida temporal mientras admiraban el vuelo de su pelo blanco ondeando al viento.

 

Un hombre de aspecto oriental daba una larga calada a su cigarro marca Moods, mientras observaba la línea del horizonte mediterráneo desde la playa. A Yan Sotomonte le gustaba anunciarse por ahí con su apellido materno español. Nacido en la ciudad china de Nankin, fue criado por su madre en una población cercana a Madrid. El padre les había abandonado tras enrolarse en un barco mercante con rumbo desconocido.

El yate de Julián Botero relucía proyectando sobre las aguas un resplandor que lo hacía parecer una nave venida de otro mundo. El fumador no podía oír las voces, pero adivinaba que sobre la cubierta de esa nave estaban cruzándose conversaciones que podrían arrojar luz sobre su búsqueda.

Yan escribía crónicas de sociedad para revistas digitales. Había sido placentero ese trabajo de freelance hasta que encontró un hilo del que tirar que lo llevó hacia la vida privada y los negocios de Julián Botero.

Esa noche, el espléndido Danaikos de Julián atracaría en el puerto deportivo, donde habían preparado una cena a la altura de la gran fiesta en el mar.

Anika, la jefa de prensa del magnate hotelero, había invitado a Yan al evento. Ambos solían coincidir en actos públicos y privados de la ciudad portuaria, al calor de políticos voraces, negociadores audaces y advenedizos con o sin lustre que pululaban por ahí.

Era ahora el momento de la reflexión. Acodado a la barandilla del mirador, Yan observaba la evolución del barco iluminado acercándose al puerto deportivo. Pensaba en sacar partido de la información que había obtenido con la ayuda de Anika. Ella le mantenía al día sobre la agenda de Julián Botero a cambio de reservar espacios publicitarios sobre su cadena de hoteles en las revistas digitales.

 

La silueta de Anika se unió a la de Yan en el mirador. El vestido largo de la mujer se prolongaba casi hasta el suelo bordeando sus sandalias de tiras doradas.

–Es un buen sitio para pensar, Yan. Reservado y tranquilo. Como tú… –ella le besó suavemente en los labios.

–Vaya, te mueves como un felino. Estás preciosa.

–¿Crees que algún día seremos capaces de aguantarnos y vivir juntos? –dijo ella con una media sonrisa.

–¿Por qué habría de ser complicado? Nos llevamos bien, no exigimos mucho el uno del otro… no sé –murmuró él un tanto irónico.

–Mientras nuestros trabajos no interfieran y nos dejen disfrutar de la vida, todo irá bien –remató Anika. Su vestido blanco relucía bajo las luces del puerto marcando una esbelta figura.

Algunos transeúntes caminaban por el paseo de la dársena, donde se hallaban fondeadas embarcaciones de recreo de gran tamaño.

–En poco más de media hora habrán recalado aquí Julián y su gente. Te invito a una copa en el Mell´s.

Anika asintió y encaminaron sus pasos hacia las carpas que cubrían el espacio destinado a la cena de gala, previsto para albergar cien invitados.

 

En una bodega del barco de Julián, Duly ejercía su labor de extorsionador de altos cargos con el mismo celo que solía garantizarle el éxito.

–¡No sé por qué me tratas así, canalla miserable! –mascullaba sofocado su víctima–. Cuando se entere Julen de esto te expulsará de inmediato del proyecto.

Quien hablaba así era un señor de unos cincuenta años, con barba bien cuidada y un traje de Armani ajustado a sus gruesas carnes. El traje mostraba manchas de sangre en la solapa.

–¿Quiere que le repita por qué debe apoyar el nuevo proyecto de Costa Blanca? –inquirió Duly desde su cuerpo menudo y fibroso. Decían algunos que había llegado a ser campeón del peso ligero en boxeo hacía algunos años. La elegancia que lucía en sus movimientos antes de pasar a la acción, no revelaba en absoluto su condición de matón de esquina.

–Esto no es lo que pacté con Julen. No entiendo esta agresión, y lo pagarás caro.

Duly propinó al maltratado un golpe en la boca del estómago que lo dejó sin respiración unos segundos. Medio minuto después y con los ojos desorbitados, el hombre golpeado asintió con dificultad.

–Mañana dejaré listo el documento de aprobación de obras en la secretaría del ministerio –consiguió balbucear mientras intentaba recuperar el resuello.

 

Dos sicarios agarraron al hombre de Armani y lo sacaron de allí. Entre las sombras de la bodega, una figura achaparrada y obesa apareció en silencio casi absoluto, tan solo interrumpido por el impacto del pequeño oleaje sobre el casco de la embarcación.

El turco observaba el rostro de Duly mientras encendía un purito marca Wilde. Acto seguido dejó la caja metálica del tabaco sobre una mesa acristalada donde Duly apoyaba una mano ensangrentada.

–No dejes rastros, amigo –empezó a murmurar el turco ofreciéndole un pañuelo–. Ten, límpiate.

Duly sonrió mientras obedecía.

–La operación se llevará a cabo –afirmó el matón–. Al menos en cuanto a la licencia de obras. Ahora toca la financiación. Julián cuenta contigo sin dudarlo.

–He depositado 20 millones en varias entidades, entre Andorra y Gibraltar, donde él también tiene firma. –Tras exhalar una larga calada del purito, el turco puso una mano sobre el hombro de Duly–. Quiero que todo salga a la perfección, sin cagadas ¿me entiendes?

–Vale, no hace falta que me recuerdes lo del Coltan. Ese cargamento no habría necesitado víctimas. El funcionario de aduanas era muy especial. Olvídalo de una vez.

–Sin flecos –sentenció el turco con una sonrisa torcida.

 

Marisa Cano pintaba tranquilamente las uñas de sus manos mientras hablaba por teléfono con un analista de Novatricks, empresa dedicada al Big Data. El camarote que ocupaba ella en el Danaikos tenía una ubicación inusual. Situado en la popa del barco, las vistas le permitían seguir la estela espumosa que dejaba el yate bajo la luz de la luna. Esa noche lucía la luna llena con una luminosidad plateada, rielando sobre las aguas.

 

–Bueno querido Paco, ¿tienes o no esos listados telefónicos? –inquirió ella con determinación.

–Bueno, los tendrás si aceptas que te invite a una copa en el acto de esta noche –dijo la voz bien templada de su interlocutor–. En todo el puerto no habrá nadie con tanto estilo como tú y me gusta presumir.

–Sí, adulador, lo acepto ¿Qué tienes para mí?

–Acabo de enviártelo en un email encriptado. Mira el código FW13.

–Ok, Paco, estamos en paz.

–Eh, no olvides lo de esta noche.

–Pesado –dijo ella en tono distendido. A continuación, finalizó la llamada y abrió el documento.

Una relación de llamadas recibidas y enviadas a un número de móvil llenaban varias páginas de información. Duración, fechas, operador de telefonía y estación repetidora de señal. El titular de la línea era Doménico Escalante, administrador de la cadena hotelera propiedad de Julián Botero.

–A ver, Dom ¿cuándo cometiste el primer error? –musitaba Marisa Cano. A los pocos minutos había señalado con rotulador una veintena de llamadas.

–Ya te tengo, pajarito.

Eso es todo lo que consiguió decir antes de que la maza para ablandar carne la golpeara con saña una y otra vez en la cabeza.

Tras el brutal ataque, el cuerpo sin vida de Marisa se desmadejó como un muñeco de trapo sobre el asiento. Dos manos muy cuidadas evitaron que cayese al suelo del camarote. Esas manos limpiaron esmeradamente la mesa salpicada de restos orgánicos sobre la cual la bella directora de seguridad había tecleado en su portátil. Este fue guardado en una bolsa de deporte junto a los restos de la limpieza.

A continuación, la persona que cometió el crimen proyectó sobre la mesa y rincones próximos una mezcla líquida mediante un spray. Un olor parecido al ozono se extendió por el camarote como si hubiera hecho acto de presencia un espectro.

Los rastros de sangre habían sido eliminados.

 

 

El capitán del Danaikos inició la maniobra de atraque en la Dársena mayor del puerto deportivo. Las luces del barco se sumaron a las de las carpas del Mell´s, restaurante propiedad de Julián Botero donde se celebraría la cena de gala.

 

Anika y Yan Sotomonte se hallaban acodados a una barandilla del Mell´s mientras contemplaban la maniobra. Ella rodeaba con un brazo uno de los hombros de aquel varón de rostro enjuto y cuerpo musculoso con quien compartía su vida.

–Mira qué espectáculo, parece un castillo de luces moviéndose sobre el mar –decía él.

–La verdad es que Julen nunca escatimó en gastos, pero ahora le pasan factura. No querer saber de cuentas es un enorme error por su parte.

–Para eso tiene a Doménico, experto en ingeniería financiera de lo más imaginativa –apuntó Yan en tono sarcástico.

–No está bien dejarse engañar por embaucadores que se disfrazan de amigos para ganarse la confianza de un hombre rico.

–¿De verdad crees que Julen se deja engañar? Conoce muy bien su negocio. Lo que pasa es que pone un celo excesivo en ganarse el favor de sus contactos, para meterlos en sus redes y conseguir su dinero. Para mí que es un recaudador de fondos bastante eficaz –acto seguido, Yan vació su copa de Pinot Noir.

–Eh, amigo, saborea ese champán. Es una exquisitez .

–Cortesía de Julián Botero, precisamente.

 

La mañana anterior a la fiesta en el Danaikos, el financiero Doménico Escalante deseaba con fervor que Julián cogiera el teléfono. Había estado llamándole a distintas horas sin obtener respuesta. Asomado al balcón con balaustrada de un blanco impoluto, observaba el horizonte de palmeras que cercaban la urbanización, un complejo de lujo a cinco minutos del puerto deportivo.

Dom, como le conocían sus allegados, se giró y entró en el salón decorado con muebles de estilo ibicenco y provenzal.

–Este tío se piensa que el dinero crece en el banco –dijo en voz alta. Ante él, un hombrecillo desgarbado tomaba notas en una tablet.

–Y por generación espontánea –comentó el hombrecillo mientras tecleaba.

–No lo tomes a broma Germán. No sacaremos a flote el nuevo proyecto de Costa Blanca sin financiación. Y él cree que es el rey del mambo con su despliegue de relaciones públicas que no prosperan ¡Necesitamos financiación ya!

Germán levantó la mirada de la tablet y se ajustó el puente de sus gafas vintage de cristales circulares.

–Mira –gritó Doménico plantando un extracto bancario ante la cara de su interlocutor–. Esta es la deuda que arrastra Costa Blanca 1 ¡Y encima ha puesto en marcha el Costa Blanca 2!

–Es esa fe inexplicable en gente que conoce –continuó vociferante–. Como la tal Marisa, surgida de la nada y coronada Directora de seguridad del grupo empresarial. Esa individua dio el visto bueno a las instalaciones de Costa Blanca sin comprobarlas y luego hubo que rehacer todos los sistemas ¡Un millón de euros a la cloaca!

Por toda respuesta, su interlocutor sirvió whisky en un vaso y se lo entregó a Dom.

–Gracias Germán –dijo el ofuscado antes de bebérselo de un trago.

 

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Acodada en la barandilla del restaurante Mell´s, Anika y Yan llevaban un buen rato observando tranquilamente la maniobra de atraque del Danaikos.

–Mira, ya desembarcan –dijo ella inquieta–. Parece que hay jaleo a bordo, pero no una fiesta ¿Qué pasa?

-Es como un revuelo de gente corriendo. No entiendo nada –comentó Yan.

El desconcierto era mayúsculo en la cubierta del Danaikos, llena de rostros consternados. Cuatro furgones de la Policía Nacional con su despliegue de luces entraban en la zona de desembarque junto a la dársena.

Transmisores de radio de algunos agentes resonaban con el chisporroteo característico.

–Necesitaremos al menos dos furgones más –comentaba un agente al contemplar el centenar de personas que poblaban el barco.

Anika y Yan Sotomonte permanecían inmovilizados por la escena junto a la barandilla del Mell´s sin mediar palabra. Al cabo de unos minutos comenzaron a descender del barco los invitados y la tripulación al tiempo que los agentes les encaminaban hacia el interior de los enormes furgones.

Yan rompió el silencio.

–Mira Anika, ¡ahí está Julen!

El magnate hablaba con uno de los policías. Acto seguido, este le acompañó hasta el lugar donde estaba Anika.

–No tengo tiempo de explicarte casi nada. Han asesinado a Marisa Cano. Debes elaborar una nota de prensa porque se nos van a echar encima todos esos lobos. Di que se suspende el acto previsto para la cena por un incidente. No hables de asesinato sino de fallecimiento ¿entendido?

Anika asintió sin mediar palabra. Aunque sabía adaptarse a los imprevistos, la noticia le había sentado como un tremendo mazazo.

–Ahora me llevan a declarar a comisaría, como a todos –dijo el empresario con la respiración agitada–. La cosa va para largo, pero estaremos en contacto.

A continuación, Julián dio media vuelta seguido por el agente. Su espigada figura pareció comenzar a desvanecerse entre las luces de emergencia y la multitud de pasajeros.

–No te preocupes Anika –consiguió decir Yan–. Esto se aclarará en un momento dado y las cosas volverán…

–¡No es tan simple! –gritó ella encarándose con él–. Esto no hará sino empeorar las cosas.

Las lágrimas brotaron en seguida en su rostro.

–Ella, era… mi amiga. Una gran amiga –consiguió decir entre sollozos –. Los problemas financieros de Julen… Esto los agravará. No quiero parecer… interesada o cruel. Es que todo se junta en mi cabeza. Esto, esto es terrible.

 

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Joseph Kowalski aterrizó con sus padres y hermano en Madrid a principios de los años setenta por el trabajo de su padre, bacteriólogo, destinado desde Cracovia al Departamento de Biología Molecular madrileño.

El polaco conoció a Marisa Cano y Julián Botero en el madrileño colegio de La Salle Maravillas, donde los tres terminaron el bachillerato. Joseph siempre vio en Julián a un chico decidido, encantador, que lo daba todo por sus amigos. Y estos eran muchos. Julián y Marisa oficialmente no salían juntos, pero desde su pre-adolescencia, Kowalski ya los consideraba una parejita de enamorados. Al terminar el bachillerato, los tres se separaron por su distinta orientación universitaria. Joseph eligió prepararse unas oposiciones al Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias.

–Elegí ese camino para alejarme diametralmente de los deseos de mi padre –explicaba a Marisa y a Julián cuando los tres amigos celebraban su primer reencuentro en Madrid tras terminar sus carreras–. Él me presionó mucho para que siguiera sus pasos y toda esa bazofia. En fin, ahora soy funcionario del cuerpo especial de Instituciones Penitenciarias y eso me encanta. Tengo grandes probabilidades de promoción.

Los tres se encontraban en una terraza-bar en la Azotea del Círculo de Bellas Artes. Una panorámica amplísima de Madrid se abría ante sus ojos. El Edificio Metrópolis, la Gran Vía, la calle de Alcalá y el Palacio de Cibeles se reconocían fácilmente.

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–Estas vistas me hacen soñar, me gustaría permanecer aquí hasta que anochezca –comentaba Marisa con una cerveza bien fría en la mano.

–¿Y tú, Marisa? También te metiste a funcionaria del Ministerio del Interior –dijo Julián tras apurar su copa de vino –¿Cómo te ha ido?

–Muy bien, estoy en la Policía Nacional en la escala básica, pero quiero prepararme para inspectora.

–Vaya, eso sí que es una sorpresa –continuó Julián en tono irónico.

–Vale Julen –apuntó Joseph–, sabes de sobra que siempre le gustó ese rollo de pescar a los malos.

Julián conocía perfectamente las aficiones de ella, la conocía profundamente porque desde la infancia habían sido como uña y carne. Habían mantenido una amistad auténtica y sana, de esa clase de relación donde comulgas en todo con el otro. Pero nunca habían traspasado la frontera hacia un sentimiento superior, en contra de lo que siempre había creído el bueno de Joseph.

–Pues ya que nadie me pregunta… –dijo Julián sarcástico– os anuncio que me he trasladado a vivir a la Costa Blanca.

-Anda, ¿y ya tienes casa propia? –inquirió Joseph.

–Es un hotel, de hecho, soy el director y miembro del Consejo. Tengo una suite con vistas al mediterráneo que quitan el hipo.

–Así que licenciarte en Administración de Empresas te ha sido muy rentable, por lo que veo –señaló Marisa con una sonrisa pícara.

 

Tres décadas después de aquella reunión, el destino volvió a unirles en un momento de expansión de los negocios de Julián Botero, Julen para los íntimos. Era un momento dulce alimentado por muchos millones de euros de recaudación de su primera cadena de hoteles.

Sin embargo, aquel sabor a miel acababa de tornase amargo tras el sangriento crimen que había terminado con la vida de Marisa el primer sábado de un mes de septiembre que empezaba a poblarse de nubes.

 

 

Bueno, y hasta aquí la primera entrega, amigos. En el siguiente capítulo hallaréis más detalles de esta intriga mediterránea que os acercarán a la verdad de la historia.

¡Os espero!

 

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¡Gracias!

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8 Comentarios
  • Arenas
    Posted at 21:53h, 16 septiembre Responder

    De tus relatos me maravilla siempre lo documentados que están. Como buen narrador, te empapas de datos para construir la trama y hacerla creíble, dejándolos caer poquito a poco como píldoras que dan enorme riqueza a la historia.
    La construcción de personajes es perfecta, con pocos detalles dibujas la personalidad de Julián, Marisa, Joseph y demás personajes.
    Los diálogos tiene enorme fluidez, todo se desarrolla de una manera muy natural, lo que permite que los personajes respiren y se hagan de carne y hueso. Las escenas se hacen vívidas.
    En fin, qué más quieres que te diga.
    Interesantísima historia, bañada con la poderosa luz del mediterráneo (o con la lun, rielando sobre las olas).
    Me voy a por la segunda entrega.

    • marcosplanet
      Posted at 22:25h, 16 septiembre Responder

      Qué bonitas palabras, Antonio. Describes minuciosamente aquello que has encontrado en mis relatos y le das una pátina de brillantez que no puede sino halagarme. Qué le puedo decir yo a mi amigo que lo es desde que teníamos seis años.
      Un abrazo.

  • Miguelángel Díaz
    Posted at 22:43h, 12 octubre Responder

    Qué interesante, Marcos.
    He pasado un rato absorto en una historia muy bien construida y narrada. Me quedo con ganas de continuar leyendo la continuación.
    Un fuerte abrazo -:)

    • marcosplanet
      Posted at 07:33h, 13 octubre Responder

      Muchas gracias por tu tiempo al pasarte y comentar. Valoro mucho tu opinión.
      Saludos cordiales.

  • Osom
    Posted at 18:57h, 21 septiembre Responder

    Lo mismo digo Marcos de lo que postea Maty, excelente narración, quedamos al pendiente. Gracias

  • Rosa Fernanda
    Posted at 08:30h, 19 septiembre Responder

    Marcos, describes a la perfección, lo que seguramente firma parte del argumento de algunas operaciones, a gran escala y de las que nunca sabremos. Enhorabuena una vez más

  • Maty Marín
    Posted at 12:52h, 17 septiembre Responder

    Vaya Marcos, y hasta la próxima entrega nos enteraremos de quién ha sido el asesino!
    Aparte de tus estupendos viajes y cómo los narras, mira qué faceta esta otra! Te felicito muy sinceramente y te doy las gracias por compartir aquí esto que sabes hacer tan bien.
    Me han llamado la atención también tus imágenes, especialmente las de los barcos.

    En verdad que quedo muy pendiente de la continuación.

    Un abrazo!

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