24 Abr Tranquilizantes dudosos. Cap. 6 de Sangre entre los Escaños
Continuamos con la saga de Sangre entre los Escaños, escrita a cuatro manos entre mi amigo Antonio Arenas y un servidor. «Tranquilizantes dudosos» es un episodio donde no faltan la acción ni las sorpresas. En él encontrarás tragedia y algo de comedia, así que creemos que, si lo lees, el entretenimiento estará asegurado. Por favor, deja tu opinión al final, en los comentarios.
Ver el capítulo anterior.
Sangre entre los escaños
Tranquilizantes dudosos
Esta aportación es de:
(Antonio Arenas):
Prometeo Nadal había llegado a presidente del Gobierno casi por casualidad. Nadie habría apostado por él cuando ingresó en las juventudes del partido. Lo había hecho sin convicción alguna y porque su padre, militante histórico, le sacó el carnet por sorpresa. El joven Nadal nunca destacó en nada. Era un hombre tímido, apocado, sin magnetismo personal ni carisma. Su apellido le venía al pelo. Los compañeros de partido, de forma similar a lo que ocurría a Monegal de niño, le hacían burlas con ese asunto.
“Nadal, nadas entre tus propias naderías” –decían reiteradamente entre risas cada vez que Prometeo afirmaba algo que creía importante o bien argumentado.
Curiosamente respecto de su nombre nunca se hicieron chanzas, chuflas o chirigotas. Su padre decidió llamarle así por ser ávido lector de tragedias griegas, muy en particular del gran dramaturgo Esquilo. Esa fue la razón por la que quedó Prometeo encadenado para siempre a tan titánica denominación. Tal vez así fue como su progenitor le inoculó secretamente el germen de su esplendor futuro. Prometeo prometía, aunque nadie había reparado jamás en ello.
Su lento pero seguro ascenso en el partido fue debido siempre a una única circunstancia. Se hizo experto en desbancar a compañeros con más mérito y capacidad mediante una estrategia de la que se sirvió hasta en siete ocasiones. Cuando un cargo vacante debía ser cubierto, dos o tres compañeros de Prometeo luchaban hasta despellejarse por obtener la poltrona, mientras él simplemente se estaba quieto, no hacía nada. Así era como conseguía invariablemente llevarse el gato al agua, con un aprovechamiento pasmoso de su propia inanidad. Tan mediocre como depurada técnica le condujo a través de los años a su designación como candidato a la presidencia del Gobierno. Era el perfecto estafermo.
Había logrado todo, y ahora no lo podía perder por naderías. Por esa razón, cuando acuciado por la mecha que había prendido el “Heraldo del Tiempo” se vio obligado a acudir al programa televisivo de máxima audiencia para apagar tan tremendo incendio mediático, hubo de valerse de lo de siempre para dar la talla: pastillas tranquilizantes. Sí, al presidente Nadal le mataban los nervios en sus apariciones públicas, y tomando ansiolíticos a espuertas prevenía sus ataques de pánico escénico. Esa tarde ingirió la habitual dosis del medicamento relajante, facilitada como siempre por su fiel lacayo, Abdón Monegal, antes de salir de la sede del partido en dirección a la cadena de televisión donde iba a someterse a una importante comparecencia.
El programa al que acudía, en horario de máxima audiencia, era el típico ‘talk show’ con entrevistas y actuaciones musicales. Lo dirigía y presentaba Milagros Mercé, joven periodista que destacaba por incisiva y mordaz, alejada de los realities que abundaban por aquel entonces. Su espacio era una isla entre tanta tele basura. El plato fuerte de aquella noche, entre los diversos contenidos del espacio, era lógicamente la entrevista al presidente del Gobierno.
Prometeo esperaba su aparición en una sala contigua, desmenuzando con Abdón las posibles preguntas que sospechaban le iba a lanzar la Mercé, repasando las respuestas idóneas previamente preparadas por su equipo de asesores.
–Prometeo –dijo Monegal– te sigo viendo muy nervioso. ¿Cuántas pastillas te has tomado?
–La dosis habitual, Abdón. Últimamente abuso tanto de ellas que cada vez me hacen menos efecto. No sé si hoy me servirán para algo.
–Falta apenas media hora para tu intervención. Nuestro médico de empresa comentó que podías doblar la dosis en ocasiones especialmente delicadas sin que ello suponga efectos secundarios adversos.
– ¿Las tienes por ahí? –preguntó Prometeo– Anda, dame unas cuantas, no quiero que la bicha esta que me va a entrevistar perciba mi nerviosismo y aproveche para clavarme un rejonazo hasta la médula.
–Me parece bien, no quiero que te ocurra lo que en el último debate, que se te secó la boca y te caían unos chorros de sudor por la frente que casi nos cuesta perder las elecciones.
Abdón dejó caer una cantidad exageradamente generosa de pastillas tranquilizantes en la palma de la mano de Prometeo, que este llevó a su boca con un buen trago de agua. Sus piernas no paraban de temblar y las axilas desprendían goterones de sudor que le caían costados abajo de forma inmisericorde. Pensó azorado que las dichosas pastillitas no le iban a hacer efecto alguno aquella noche, lo que achacó a que la situación que afrontaba era particularmente delicada.
Comenzó la entrevista. La presentadora inició la misma con preguntas sobre la gestión del Gobierno en diversos asuntos de política general, hasta que pasados unos minutos entró al trapo en el espinoso tema que tenía en ascuas a todo el mundo.
–Presidente –dijo con rostro muy serio la Mercé– debemos pasar a continuación al asunto que tiene conmocionado a este país. Este no es otro que el terrible asesinato de la persona designada por su partido como cabeza de lista en las próximas elecciones generales, así como el de una de sus más brillantes diputadas. Tras las acusaciones vertidas por los compañeros del diario “Heraldo del Tiempo”, Mateo Santesmases y Ploteo Hermida, ¿qué tiene usted que decir?
–Escúcheme bien Milagros –repuso con rostro todavía más serio Prometeo Nadal– todo lo que estos días ha sido publicado por la prensa es producto de una campaña mediática de difamación orquestada por medios afines al grupo político que lidera la oposición, ansioso por llegar al poder a cualquier precio, y le voy a dar una primicia. Los Servicios de Inteligencia han reunido evidencias sobre la implicación en estos execrables asesinatos del partido Celeste y del Diestro. Ellos, y nadie más, son los principales beneficiarios de estos crímenes. Puedo prometer y prometo que en unos días dispondré de las pruebas definitivas para desenmascarar al líder de los celestes, al de los diestros y a su banda de criminales.
–Presidente –repuso la presentadora, que no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar– ¿se da cuenta del calado y repercusión de lo que dice? Una acusación tan bestial sólo puede ser hecha con pruebas en la mano, y usted no está aportando ninguna.
–Nuestros equipos jurídicos y legales están trabajando en ello –contestó Nadal con firmeza– Me comprometo a venir a su próximo programa con todas las pruebas en la mano.
–Repito, señor presidente, me parece excesivo verter en público estas acusaciones sin tener nada que aportar, por pequeño que fuese, para corroborar lo que dice.
–Verá… Yo… –Prometeo percibió atónito que de repente no podía articular palabra. Balbuceaba frases inconexas y sin sentido mientras el sudor de su frente se iba incrementando de forma muy visible para todos– Creo… Pienso que lo que digo… Refuto la mayor… Estimo… Verá, me explicaré…
–Señor presidente –La situación se tornó tan violenta que incluso la presentadora comenzó a ponerse nerviosa, miraba una y otra vez con incredulidad a Prometeo, no alcanzando ella misma a desarrollar un discurso coherente– Presidente Nadal, debería, usted tendría… Todo esto… Presidente, ¿qué le ocurre? ¿se encuentra usted bien?…
–Yo… yo… yo… –era lo único que Nadal repetía una y otra vez.
Entonces ocurrió algo estremecedor. Prometeo Nadal, presidente del Gobierno de la nación, tosió abruptamente lanzando un descomunal esputo de sangre que alcanzó horrorizada a la más prestigiosa de las presentadoras de la televisión patria, la gran Milagros Mercé.
Prometeo buscó en el bolsillo de su americana un pañuelo, pero en su lugar encontró extrañado una cuartilla de papel. Dado lo embarazoso de la situación, con tal de limpiarse, hizo el gesto de llevárselo a la boca, apreciando en ese instante que había algo escrito en él. Al leerlo, palideció. Alzó la vista y señaló con su dedo acusador hacía la zona donde estaban las cámaras de televisión, más concretamente hacia Abdón Monegal, que desde allí seguía de cerca la intervención de su jefe.
–¡Es él, es él! –gritó el presidente Nadal con el rostro desencajado. Y no dijo más, porque a continuación cayó fulminado sobre la mesa en la que se celebraba la entrevista.
Milagros Mercé agarró enérgicamente el papel que Prometeo portaba en su mano inerte, leyendo estupefacta el texto en él impreso.
«Lo lamento, señor presidente. Es necesario cometer este disparate. Necesito su buena suerte para mí.”
La Mercé levantó los ojos de aquel extraño papel con la cara blanca como la cal.
–Señoras y señores espectadores, no hagan zapping que enseguida volvemos. Damos paso a unos breves minutos de publicidad –dijo mirando a la cámara con un intento de sonrisa. Este quedó a medias entre una mueca y un gesto de pésame en una opereta.
Y hasta aquí llega el sexto episodio de esta saga. No os perdáis el capítulo siguiente.
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Te deseo salud y suerte en la vida.
Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada pertenecen a la página bing.com/images/create/ a no ser que se indique otro origen en el pie de foto.
Io
Posted at 23:49h, 12 mayoQue sorprendente Saga, me tiene en un estado de intriga y fascinación por la trama. Gracias a los 2.
Un saludo
marcosplanet
Posted at 20:21h, 13 mayoGracias a ti por tu fidelidad a nuestro escrito.
Anónimo
Posted at 07:34h, 26 abrilSensacional la historia y sorprendente final