Un parque perdido en la noche

Esta es mi participación en el Vadereto mensual que organiza José Antonio Sánchez desde su magnífico espacio web Acervo de letras. Para este mes de abril, el tema central es adentrarnos en la imagen titulada “Vigilia nocturna”:

y dejar que las musas nos inspiren una historia. Da un respiro a tu ajetreada vida, escoge tu lugar y sillón preferidos de lectura y disponte a pasar un buen rato. Después deja tu comentario, que para mí es muy valioso.


 

Un parque perdido en la noche

 

Existen muchas formas de oscuridad, entre ellas las que afectan a la mente y provocan comportamientos que hacen descender al ser humano a las más bajas escalas de la sociedad. Las personas normales, de vida más o menos apacible, con un trabajo aceptablemente satisfactorio y relaciones sentimentales medianamente estables, no deberían caer en negruras tan indeseables como la que se fue apoderando poco a poco de la madre de Martina.

Su hija cursaba estudios de Biología en la universidad y solo proporcionaba satisfacciones y su marido era un hombre entregado a su trabajo que velaba por ellas en todo momento.

Los motivos que conducen a personas como esta madre a abrazar las tinieblas de la droga son tan diversos como habitantes tiene este mundo y en su caso concreto se dejó llevar por alguien que le suministró su primera dosis de heroína en una fiesta de cumpleaños. Así de sencillo, así de erróneo, precipitado y cruel. ¿Qué culpa tiene nadie de hallarse presente en una celebración por el hecho de querer participar de buena compañía? Alegrarse con el homenajeado y compartir vivencias agradables es lo ‘normal’, lo que la mayoría espera de reuniones así.

Pero la sombra del mal habita en los más diversos espíritus y en ese cumpleaños se hallaba presente uno de ellos.

La madre de Martina comenzó a perderse por las calles donde el hampa nocturno operaba suministrando su dosis de perdición y eso fue minando la buena vida de aquella mujer que acabó llevando al límite a una familia bien avenida y hasta entonces feliz.

 

El parque de Los Espinos debe su nombre a algunas de sus variedades vegetales como el espino de fuego, el cotonéaster y los rosales, todos arbustos espinosos. También podía ser de aplicación la condición humana de sus pobladores.

Por allí habitaban personas desprendidas del tejido social, incapaces de haber mantenido firme el timón de sus vidas, personas consideradas parias arrojados de la nave que surca el mar con el rumbo perfecto, cuya tripulación les ha ido arrinconando hacia la borda por diversos motivos.

La tripulación no desea convivir con desgracias ajenas sino conservar su estatus de sofá y café calentito en el desayuno antes de acudir a sus trabajos perfectos.

Pues bien, esos desarraigados del cimiento social hacen vida en común en aquel gran parque urbano, donde han encontrado un reducto en el que algunos se apoyan para crear comunidad, otros se aíslan y una minoría se afana en seguir cayendo por el despeñadero de sus vidas para comprobar dónde está el fondo.

Manglano es uno de ellos. Por su estancia previa de ocho años en la trena consideraba que su estatus en aquella comunidad espinosa del parque debía ser de superior jerarquía, por lo que solía ir de un lado a otro persiguiendo turistas para robarles y a ciudadanos que simplemente cruzaban por algún tramo del parque para dar un paseo o amenazando a los demás miembros de la comunidad sin techo.

–No nos interesa que gente como Manglano habite por aquí. Acabará habiendo vigilancia policial. Y será un incordio para todos nosotros.

Había hablado Termi, un hombre de unos cuarenta años que gozaba del respeto de algunos y la reprobación de otros tantos, pero estos últimos no pertenecían al grupo al que se estaba dirigiendo. El parque Los Espinos contaba con moradores de muy diversa extracción social. Lo más corriente era encontrar vagabundos que cruzaban el parque buscando restos de lo que fuera en las papeleras, objetos olvidados por sus dueños en los bancos o cualquier cosa que brillara entre los arbustos.

La caída en desgracia de Termi se produjo cuando se produjo el concurso de acreedores de la empresa que dirigía en el polígono Aguas Claras en las afueras de la ciudad. Treinta y cinco trabajadores se vieron en la calle de la noche a la mañana, incluido Termi. Sus socios no respondieron ante la creciente demanda de capital y todo acabó en el estercolero.

–Pues yo no creo que dé problemas el Manglano ese. Os digo por experiencia que perfiles así llegaban a mi consulta con frecuencia y no se trataba de delincuentes natos. Personas con desarraigo social, procedentes de familias desestructuradas y carácter fuerte pueden ser perfectamente delincuentes en potencia ¿Alguno sabe de dónde ha salido ese individuo?

–Ja, ja, ja, amigo Cocos –se carcajea Luisón, el hombre más grande de la comunidad de parias del parque–. Hablas como si fuera este tu despacho de lujo del Centro de la ciudad, donde atendías a tu pirada clientela de ricachos. Pero como sé que eres buena gente te contestaré. El Manglano viene de un orfanato donde ingresó cuando era adolescente. Me ha contado cosas que pondrían todavía más de punta la piel de un erizo. Lo que vivió allí no lo he visto en ninguna película de terror, y mira que ese ha sido siempre…

–… tu género favorito –interrumpe Coleste, desde su obesidad de ciento veinte kilos–. Había conseguido montar una clínica de adelgazamiento años atrás junto a su pareja, quien le había dejado por otro cuando la cosa económica empezó a flaquear en la clínica.

La subida indiscriminada del coste de materia prima había elevado los precios de los productos para la salud casi al doble, lo que unido al nuevo aumento del salario mínimo interprofesional que había aprobado el gobierno, propició la caída del negocio de Florencio, al que todos apodan ahora cariñosamente Coleste por su obesidad. Tal fue el resultado del período depresivo que le llevó también muy cerca de la ruina psicológica.

Curiosamente, la ayuda de Cocos, el psicólogo del parque, había sido el mejor asidero que pudo encontrar Coleste tras su naufragio.

 

La madre de Martina conseguía escapar de la dependencia drogadictica de vez en cuando, con gran esfuerzo por parte de todos. Cada vez duraban menos esas etapas de descanso para su organismo, tan maltratado que su cuerpo había quedado reducido a poco más de cuarenta kilos en una persona de más de un metro setenta de estatura. Su marido se deshacía en atenciones para conseguir que su pareja se acercara a la normalidad de cuerpo y mente, aunque cada vez se le hacía más cuesta arriba por la falta de voluntad de ella.

 

–Martina, tu madre representa mucho para mí, pero no te imaginas lo que me agota estar tan pendiente de ella. La llamo desde el trabajo una o dos veces al día, ya lo sabes, es que… no sé qué más puedo hacer.

Martina no apreciaba tanto a su madre como a su padre. Damián también lo había dado todo por ella, compartiendo juegos desde la infancia de la niña, llevándola a todo tipo de atracciones, con o sin la compañía materna. El disfrute lo tenía garantizado.

–No te atormentes más papá, nunca ha sabido apreciar aquello a lo que renunciamos por ella. Hago la compra, la comida, recojo la casa y la limpio como puedo entre examen y examen, pero también necesitamos nuestro espacio y nuestro tiempo, ella no debe condicionar tanto nuestra vida.

Damián fijó una mirada de admiración en su pequeña, que además de sus otras ocupaciones llevaba una vida sana aprendiendo jiu jitsu en el gimnasio en el que la había matriculado hacía varios años. El resultado había sido todo un éxito pues Martina había conseguido el cinturón negro en tan solo cuatro años, todo un record en el club de Haikido Hokken, donde todos la admiraban y varios la envidaban.

La disciplina de una de las artes marciales más completas que se instruyen por el mundo consiguió cambiar la forma de organizar su vida y también la de soportar la carga de su madre. Martina reconocía sin embargo en su interior que su falta de aprecio por ella no era del todo justa, pero es que muy justo quedaba el hueco en su corazón para amarla como una hija debiera amar a una madre.

–Quizá haya llegado ahora el momento de la rehabilitación –apuntó Martina en un tono que resultó más frío de lo que pretendía.

–Pues… no te diría que no, hija mía, pero ten en cuenta que el tren de gastos que ha generado la adicción de tu madre me ha pasado una enorme factura. Debo hilar muy fino para calcular si puedo permitírmelo.

–No te preocupes papá, ya sabes que… tengo unos ahorros de los veranos que me han contratado como monitora en el club de Haikido, donde el jiu jitsu es disciplina principal y lo pagan bien a sus profesores.

Damián frunce el ceño y posa ambas manos sobre los hombros de su niña.

–No se te ocurra tocar ese dinero. Es tuyo y lo debes emplear para cuando… –Martina lo interrumpió risueña con su voz cristalina.

–… para cuando acabe la carrera y tenga que lanzarme al mundo, ya lo sé, papi. –A continuación, se abrazó a Damián con fuerza.

–¡Vaya! No me des tu abrazo de osa porque el gimnasio te ha hecho fuerte como…

–… un oso –bromeó Martina.

Los dos rieron a gusto aprovechando para soltar presión, lo que les venía muy bien dado el agobio de los últimos días que la madre les había regalado.

 

Cuando Sara caía en las peores horas de dependencia todo desaparecía ante los ojos de Damián y Martina, quienes procuraban disponer de heroína suficiente para acallar la demanda que el demonio en que se convertía la mente de Sara requería para llenar sus venas de veneno.

El torrente maligno que se desataba en los tejidos internos de Sara la llevaba hacia un estado de alucinación cargado de agresividad. Rompía todo lo que tenía a mano susceptible de ser destrozado, aullaba como un animal herido, destilaba odio por todas partes intentando resultar lo más amenazadora posible para ellos, los que más la querían.

Habían transcurrido cinco días desde el último ataque y Sara ya necesitaba ponerse en marcha, como solía decir. Para ello debía escapar a la vigilancia de ellos y salir de la casa en dirección a la calle Culebras, cerca del polígono. Allí solía estar Body, su proveedor habitual.

 

 

El corpulento Luisón se dirige a su audiencia sentada sobre el banco de las tertulias a primera hora de la mañana. A los transeúntes habituales del parque de los Espinos ya no les sorprendía ver a ese grupo ‘sin techo’ que acostumbraba a debatir sobre lo que fuese sin llamar la atención y sin manifestar alcoholismo o taras, los prejuicios habituales que sobre esas personas tiene la colectividad ‘normal’.

–‘Escucharme’, que esto tiene miga. Me he cruzado con el Manglano y le he visto desorientado, como si hubiera recibido un golpe o un desmayo. Me acerco a él y me dice que se ha llevado un susto de muerte. Le pregunto por qué y me contesta que anoche ha visto a alguien con capucha que no le ha dado buena espina. Así que se acercó al de la capucha por detrás y de repente vio como unas chispas en su cabeza y ya no supo más hasta que despertó tumbado en un banco.

–¡Vaya! Así que nuestro amigo delincuente se ha topado con “El Brujo” –apunta Termi, el ex empresario–. ¿Por qué banco ha ocurrido eso?

–Por el de la pastelería –aclara Luisón–. Él no se sabe los nombres que utilizamos nosotros, pero por lo que contó del buen olor a pan he pensado que…

Cocos el psicólogo se apresura a interrumpirle.

–Pues vayamos allí a ver de dónde pudo haber salido El Brujo ¿no os parece?

El banco estaba vacío. Tras él, un caminito decorativo de cantos rodados conducía hasta varios parterres bien cuidados por los jardineros de Los Espinos. Las tres filas de los parterres acababan junto al pequeño muro que protegía los baños públicos ubicados en el subterráneo.

Todos siguieron la trayectoria con la mirada.

–Yo no pienso entrar ahí ni aunque estuviera más loco que ninguno de los pacientes de Cocos –señala Luisón con una risotada–. Además, creo que Termi acaba de hacer sus necesidades ahí no hace mucho –continúa con otra sonora carcajada.

–Bueno, ya sabemos por las guardias que hemos hecho otras veces en este punto de los baños que El Brujo no se pasa por aquí; debe ser que tiene otro refugio dentro o fuera del parque o que solo viene por Los Espinos para asustarnos –sentencia Coleste.

–Pues esta vez hay algo nuevo –dice Luisón haciéndose el importante–. Manglano me ha enseñado unas marcas de dedos de su cuello que yo solo había visto en mis tiempos de guardaespaldas.

–¿Marcas de dedos? ¿Y qué te extraña de eso? Aquí nos hemos echado la garra no sé cuántas veces unos a otros, sobre todo cuando alguno le ha pegado de más al tinto –señala Termi.

–No son marcas normales. Es una mordaza hecha a una mano con mucha técnica, si señores. Ese brujo sabe cómo deshacerse de la gente.

–Con fuerza física o sin ella –apunta Coleste pensativo–, acordaos de todas las ocasiones en que nosotros mismos nos hemos encontrado inconscientes como Manglano, pero sin haber sufrido ataque alguno.

–Sí, desde luego que yo quiero saber cómo he acabado perdiendo el conocimiento sin beber una sola gota de vino. A ver ¿cómo ha podido ocurrir eso, Cocos? –inquiere Luisón en tono de guasa.

–Ya lo hemos hablado cientos de veces, bromista. Prefiero pensar que El Brujo es más bien un hipnotizador que algo más sobrenatural.

–¿Y por qué se deshace de nosotros de esa manera? –apunta Termi mientras enciende un cigarrillo a medio fumar que guardaba en un bolsillo de su gabardina.

–No nos ha violado, ni robado, no entiendo…

Coleste interrumpe con gesto de cansancio.

–Basta ya, esta conversación la hemos tenido muchas veces y estoy harto. ¿Quién nos va a violar? ¿Sabéis la pinta que tenemos? Cada vez que me miro en los espejos del baño me pregunto quién es ese tío tan sucio y feo. Si no me he vuelto a deprimir es por lo bien que me vienen las charlas de Cocos, que me pone las pilas a pesar de lo que os burláis de él.

–Oye, oye, Coleste, yo nunca me burlo de Cocos –asegura Luisón con seriedad–. Lo que hago es sacarle punta a todo porque así mi vida me parece menos desastre de lo que es. Y si no fuera por vosotros no podría aguantar mucho más así, tirado en la calle ¿estamos, amigo mío?

Acto seguido, Luisón rodea con un brazo los hombros de Coleste y le aprieta con cariño. La situación llega a emocionar a más de uno de los presentes, que ya se dirigían hacia sus bancos favoritos en aquella inminente noche de primavera.

Body era el sobrenombre con el que conocían al traficante de uno de los polígonos industriales que rodeaban la ciudad.  El polígono de “El Santo” pillaba cerca de la casa de Sara y esta podía desplazarse hasta allí andando si quería, eran veinte minutos. Cuando estaba menos necesitada de alimentar la bestia que habitaba en su interior le gustaba desplazarse dando un paseo, pero en aquella ocasión prefiere conducir su discreto utilitario aparcado ante la puerta de su casa.

Body la recibe en la esquina donde se ubica la pensión más cutre de todas, en la que tiene reservada habitación para que sus clientes perforen sus vidas al ritmo de jeringuillas para los heroinómanos, cucharas para el crack, canutillos para coca, fumaderos de meta para dosis de cinco minutos de placer y en general para satisfacer a todo un submundo de dependientes con vidas plagadas de conflictos o carencias.

Sara es conducida hacia una salita de las dimensiones de un cuarto de baño y allí encuentra jeringuilla, goma elástica de compresión y gasas. El alcohol sanitario lo pone ella.

El traficante llamado Body reaparece a los cinco segundos y la abofetea hasta que casi pierde el conocimiento. Sara no ha tenido tiempo de reaccionar. No sabe ni quién la ha pegado.

Cuando consigue girar la cabeza tras levantarse del suelo ennegrecido por la suciedad de años ve a Body de pie cruzando sus musculosos brazos.

–Tienes una deuda muy gorda, chica. El jefe me ha dicho que si no pagas mañana iremos a hacerte una visita a tu gran piso del barrio tan pacífico y bonito donde vives con tu hija y le haremos cosas que ella no olvidará. Mira, le mando esto como recuerdo a tu jovencita Martina.

El traficante propina una tremenda patada a Sara en un costado y la conduce casi a rastras hacia su coche, la obliga a abrirlo y la introduce en él de un empujón.

–Hala, vete a casita y cuéntale a tu maridito lo que te dicho en la habitación ¿de acuerdo, bonita Sara?

 

Damián no podía estar más indignado. Conducía su todoterreno en dirección al hospital a toda velocidad presionando el claxon sin parar. A los pocos minutos había conseguido que le atendieran en un reservado de urgencias y el diagnóstico requirió el ingreso de la paciente en una habitación en estado de observación clínica.

Cuando Martina regresaba a casa después de haber ido a su clase de jiu jitsu, se encontró varios mensajes de su padre en su móvil al volver a encenderlo. El club no permitía mantenerlo encendido durante las clases.

–Voy ya mismo para el hospital, papá –contestó por mensajería antes de coger un taxi.

 

–Tu madre tiene dos costillas rotas y contusiones en la espalda y el abdomen. Lo de los ojos hinchados se le pasará antes, pero de las contusiones se recuperará más tarde. Podremos estar de nuevo en casa en tres o cuatro días me han asegurado.

–Veo que te preocupa otra cosa papá ¿me equivoco? –pregunta Martina mientras toma una mano de su madre que yace dormida sobre la cama.

–Qué perspicaz eres, hija mía. Pue sí, mamá me ha dicho que o paga mañana lo que debe a los narcos o vienen… por casa a… cobrárselo.  –Damián se cubre el rostro con sus manos y pugna por no llorar.

–Pero ¿no lo habías pagado ya todo? ¿Acaso no nos dijo la verdad?

–Debo reunir más de quince mil euros, Martina.

–No pasa nada, te doy yo de mis ahorros. Tengo algo más de diez mil.

–Ya hablaremos de eso, hija, puedo hacerme cargo.

–Pero decidimos llevarla a una clínica de desintoxicación ¿también podrás pagar eso?

–No te preocupes, nos las arreglaremos.

Damián pagó la deuda a Body en persona y dentro del plazo. Le arrojó sobre la acera el sobre desde su todoterreno y le dijo que lo contara si quería, pero que allí estaba todo.

–No quiero volver jamás a ver tu cara, basura –le espetó antes de pisar a fondo el acelerador y desaparecer de la esquina del polígono sin mirar atrás. Golpeaba con un puño el volante del vehículo mientras sollozaba sin parar por la angustia que ahogaba su alma.

 

Damián había hablado con una clínica que le había parecido buena en relación calidad/precio, al menos por la impresión que había sacado en las dos visitas que había realizado al centro. Como Sara ya estaba recuperada del todo, esa tarde había decidido llevarla hasta la clínica para que tuviese una primera toma de contacto. Martina tenía que terminar de prepararse un examen de Botánica convocado en la facultad de Biología para el día siguiente y no tuvo más remedio que quedarse en casa.

–Ya verás cómo te gusta, mamá. Yo ya he hecho la visita y es espectacular. Ambas se abrazaron y se despidieron. Martina se sentó ante su mesa de estudio mientras observaba por la ventana cómo sus padres se introducían en el todoterreno y partían de allí. La concentración de Martina pasó enseguida a su estudio de las plantas dicotiledóneas y a la sabrosa taza de café colombiano que la acompañaba humeante sobre el tapete de la mesa.

 

Tiempo atrás, en uno de los colocones de Sara, el avispado Body se apropió de las llaves de su casa e hizo una copia. Sentía cierta debilidad por ella pero aún no sabía cómo darle forma. Si debía entrar en el hogar de Sara para cotillear cosas íntimas cuando no hubiese nadie u otro tipo de visitas incluido el robo.

En el atardecer de ese día en que ella y su marido habían decidido visitar la clínica de desintoxicación, Body pululaba por los alrededores. En el momento justo en que abandonaban el edificio en el todoterreno, Body miró hacia la ventana del primer piso, tras una de cuyas ventanas aparecía el rostro sonriente de Martina observando cómo se alejaba el vehículo con sus padres en el interior.

–Bien, muy bien, espero que no tenga compañía. Hace mucho que les vigilo y sé que sólo viven tres en esa casa así que…

El sigilo con que sabía moverse el traficante era resultado de sus muchos años realizando hurtos en viviendas de incautos ciudadanos, un arte que le había proporcionado el contacto con quien sería su jefe en el futuro. Había conseguido entrar sin que se enteraran en un narcopiso donde fabricaban meta. Cuando su futuro jefe le descubrió, en lugar del temible castigo de cualquier clase que le hubiera esperado le cayó en gracia y obtuvo un puesto como minorista en el mercado del barrio.

El traficante había entrado ya en el piso donde Martina clavaba codos dispuesta a obtener una de las excelentes notas que la caracterizaban. Su habitación era la más alejada de la entrada en una casa de distribución rectangular. La estudiante de Biología cerraba siempre su puerta y se ponía los cascos para escuchar música zen y así se concentraba al máximo en los libros.

El tal Body había abierto con el máximo sigilo la puerta de la habitación de la estudiante, una más de los cientos de puertas que había traspasado con gente dentro. Con un movimiento rápido se abalanzó sobre el cuello de Martina y la golpeó con una maza de goma que llevaba preparada a tal efecto. Sabía exactamente el punto donde debía golpear, por lo que el cuerpo de Martina cayó inerte de inmediato sobre la áspera alfombra.

Una sola idea cruzaba la mente de Body como un péndulo siniestro en un discurrir monótono por su cabeza perturbada.

 

Cuando hallaron a Martina sentada en su silla de estudio con la cabeza apoyada sobre los brazos y los ojos abiertos mirando al infinito, sus padres pensaron que estaría cansada de tanto libro. Pero cuando vieron que estaba desnuda y casi sin respirar, Damián la sujetó por los hombros y le puso la colcha de la cama encima.

–Pero, ¿qué te ha pasado pequeña? –le preguntó la madre con ansiedad creciente–.

Martina giró la cabeza hacia su madre y habló en un tono de voz cada vez más cercano al grito.

–Me dejó sin sentido. Me inmovilizó las manos y los tobillos con esposas y me ató a la cama. Me violó varias veces. Dijo que él era tu camello, que te lo recordara para que quedara bien claro. Y que si llamaba a la policía o gritaba cuando se fuera de aquí volvería a darme un susto en cualquier sitio donde me encontrara. Dijo que… llevaba vigilando a esta familia desde hacía mucho y que le gustábamos.

En ese punto de la explicación, la voz de Martina era un puro alarido intentando sacar el fuego que llevaba dentro.

–No he podido usar mis técnicas mentales del jiu jitsu porque llevaba puestos los cascos, ni he podido defenderme porque me golpeó ¡maldita sea!

 

Desde ese momento, nada fue igual en la vida de esa familia. Martina permaneció en casa una semana sin salir a ninguna parte, meditando, urdiendo planes. También hizo algunas llamadas y salió un par de veces a un lugar que no desveló a sus padres. Estos estaban preocupados por varios motivos aparte del principal, la seguridad de todos si seguían viviendo en esa casa. Aunque habían cambiado la cerradura al día siguiente del terrible suceso, sabían que aquel criminal podía hacerles la vida imposible pues los tenía vigilados. Tampoco podían acudir a la policía.

–Sara, tu vas a ingresar en la clínica como teníamos pensado. Lo necesitas y no hay discusión posible. Estábamos todos de acuerdo ¿no?

–Si… si –dijo ella en tono dubitativo. Pero ¿qué pasará con Martina? Aún no ha vuelto a la facultad ni se ha pasado por el gimnasio. Supongo que sus amigos sabrán más que nosotros de su estado de ánimo, pero tampoco creo que les esté contando a todos lo que… ha sufrido.

–Mira, cariño, de momento sigue con nosotros. No quiere saber nada de psicólogos ni tratamientos médicos y yo no la veo mal, solo que se aísla en la otra habitación y no ha vuelto a entrar en la suya. Tenemos que vender esta casa, Sara. Cogeré un piso de alquiler en otra ciudad. Y cuando te hayas recuperado volveremos a vivir en Madrid.

 

Martina sorprende a sus padres en ese instante y les hace una declaración.

–Os he estado oyendo. He decidido ingresar en el convento de ‘Las almas del Señor’. Está hecho, saldré esta tarde para allá. Siento ser tan drástica, pero la vida lo ha sido también conmigo. Podréis visitarme cuando queráis. Sabéis que me tendréis allí. Te perdono, mamá, por el desprecio que he manifestado hacia ti. No te quedes con eso en tu conciencia, tu no tienes la culpa de lo que me ha pasado.

–Comeremos juntos hoy y después vendrá a recogerme un taxi. No vengáis tras de mi por favor. Dejadme unos días para adaptarme y ya os llamaré por teléfono. Os lo prometo.

Sus padres permanecieron en silencio unos instantes. Después se abrazaron a ella y compartieron el llanto juntos.

 

Manglano había conseguido reunir en el Parque de los Espinos a un pequeño grupo de seguidores tan facinerosos como él para acercarse al banco de la pastelería, donde Manglano había amanecido inconsciente tras su persecución del encapuchado.

–Vamos a vigilar esta zona ya de noche. Os he traído hasta aquí para que comprobéis cuál va a ser el puesto de cada uno. Tenemos que hacer un cordón de ojos desde este banco hasta los baños públicos del parque. Es la zona por donde me atacó ese tío de la sudadera marrón. ¿Habéis entendido?

Todos asintieron con la cabeza y cuando hubo anochecido tomaron posiciones. Uno de ellos dio el aviso al ver que una persona ataviada con una sudadera marrón se aproximaba hacia el muro de los aseos. El encapuchado percibió los movimientos y se parapetó tras unos setos.

Al día siguiente, la comunidad formada por Luisón el ex guardaespaldas, Coleste el ex propietario de una clínica de adelgazamiento, Cocos el psicólogo y Termi el ex director de una empresa de calefactores, hablaban en el banco de las tertulias.

–¿Qué les habrá pasado a Manglano y esos amigos suyos? ¿Otra sorpresita que El Brujo guardaba bajo la manga? –preguntaba Luisón al grupo–. Es muy curioso. Según me ha contado, todos han aparecido con las mismas marcas extrañas en el cuello. A ver si ese individuo va a tener poderes o algo así. Yo ya no sé qué pensar.

–Pues yo sí –afirmó Termi con seguridad–. Creo que son varios en lugar de uno y todos conocen ese golpe secreto por lo que pudieron acabar con todos esos maleantes de Manglano en un pis-pas.

–Pues a ver si se asustan del todo y se largan ya de este parque –protesta Cocos el psicólogo–. No quiero a la policía por aquí husmeando cada dos por tres. Con lo bien que vivimos tal como está todo. Aquí hacemos nuestros trabajillos. Luisón lleva el carro de la compra hasta los coches de los clientes del supermercado, Coleste limpia los cristales de la pastelería y les lleva las basuras al contenedor, Termi ayuda a los jardineros a cargar los remolques. Y yo, bueno, doy conversación a todo aquel que lo precisa. Soy un buen animal de compañía –dijo soltando una sonora carcajada.

Todos rieron con él y poco a poco olvidaron el incidente de Manglano hasta que esa noche sucedió lo imposible.

 

En plena noche, Luisón sentía unas ganas incontenibles de orinar y no se vio capaz de llegar a los baños públicos para hacerlo como mandan los cánones. Se hallaba en plena tesitura de tan honorable acto tras unos arbustos cuando vio salir entre las sombras de los parterres a una figura más bien delgada vestida con sudadera. Llevaba puesta la capucha que caracterizaba a El Brujo y que él mismo pudo ver de refilón en algún momento aislado entre los diversos usuarios del parque Los Espinos. Alguno de ellos debía ser ese individuo que mantenía intrigados a todos.

En un momento dado, el encapuchado desapareció entre los arbustos del fondo, cerca de los baños. Luisón se dispuso a seguirle y desde entonces nadie supo de él. En la reunión matinal de tertulia, el grupo no daba crédito a la ausencia de su amigo.

 

–No puede ser, nunca ha estado ausente más de unas horas –apuntó Cocos–. Durmiendo o desayunando cualquier cosa, ahí lo hemos tenido, sentado en su banco favorito, el que da a la calle ancha. Coleste, dices que has ido por allí hace un rato y no estaba…

–Ni rastro, Cocos. Termi y yo hemos barrido casi medio parque y no aparece.

–Igual ahora sí es necesario acudir a la policía –indica Termi con un encogimiento de hombros.

Los otros dos le miraron enarcando las cejas con gesto de sorpresa porque el mantra de Termi era mantener siempre lejos a las fuerzas del orden.

–Bueno, demos un respiro al pobre Luisón –apunta Cocos–, digamos hasta la hora de comer. Si continúa sin dar señales de vida revisaremos la otra mitad del parque.

 

Martina se adaptó rápidamente a la vida en el convento. Ni siquiera los primeros días de los cuatro años que llevaba en él experimentó ningún momento de duda acerca de su decisión de integrarse en aquella comunidad religiosa que permitía la residencia por tiempo indefinido de personas como ella que necesitaban dedicarse a la vida religiosa contemplativa para alejarse de pasados injustos o traumáticos. El modesto aporte económico que ello suponía para el residente no era un problema pues Martina conservaba sus ahorros por haber ejercido como profesora temporal en el club de Haikido Hokken.

En ese momento se hallaba consultando su Tablet viendo noticias de un canal de internet.

–“La policía ha desalojado a los manifestantes empleados de la empresa de calefactores Termalia, cuya protesta justifican por el cierre de la fábrica debido a causas económicas. La empresa llevaba menos de un año en concurso de acreedores, que es el período límite legal antes de cesar en la actividad”. Un pie de foto aclaraba que la persona representada en la imagen era el director general de Termalia. Quien aparecía en la imagen era Termi, trajeado como nunca le habían visto sus futuros amigos del Parque Los Espinos.

La noticia siguiente era de carácter más genérico.

–“La última subida del salario mínimo aprobada por el gobierno a principios de este año ha producido el cierre de muchas pequeñas empresas. Desde bares y tiendas hasta zapaterías o clínicas de la salud han tenido que echar el cierre. El aumento del coste de las materias primas en general ha contribuido a ello”.

 

Dos años más tarde, Martina entra en el vestíbulo del convento tras haber estado en el refectorio en plena meditación. Para ello solía recurrir a las técnicas de relajación que sus maestros en el club de jiu jitsu le habían enseñado.

Aparte de ellas, le había venido muy bien el aprendizaje del control mental mediante el uso adecuado de la voz. Esta era un arma que le recordaba a la que usaba la Hermandad de las “Bene Gesserit”, protagonistas de la saga “Dune” de Frank Herbert que tanto gustaba leer a Martina.

En el momento en que se disponía a subir las escaleras de acceso a las habitaciones, observa cómo un grupo de tres encapuchados desciende por las mismas con varias bolsas de tela en las manos. El inesperado encuentro tiene continuación en cuatro rápidos movimientos de Martina usando sus brazos y sus piernas. Tres golpes secos a los cuerpos que yacían doloridos en el suelo los contiene de forma suficiente para poder atarlos una vez que las compañeras de Martina le hubieran proporcionado las necesarias bridas de plástico.

La policía se persona a los pocos minutos y se lleva detenidos a los maleantes una vez comprobado el contenido de las bolsas, consistente en objetos de oro y plata procedentes de las dos capillas con las que contaba el convento. Toman declaración a varias monjas y a la propia Martina y abandonan el Convento con los detenidos.

Las monjas manifiestan su reconocimiento a Martina con expresiones de alegría y sorpresa.

Aquel suceso marcó la vida de Martina hasta el punto en que, pocos días más tarde, se presentó ante la madre superiora para comunicarle que abandonaba el convento por haber terminado el período de reflexión que necesitaba. Era como haber dado fin a una misión en favor de la sociedad, como si hubiera cumplido con una obligación social que llevaba presente en su mente. Todo quedó arreglado con la Madre Superiora y acto seguido Martina dirigió sus pasos hacia un parque que había sido muy especial para ella durante sus años de estudiante de Biología.

De allí había extraído información sobre multitud de especies vegetales para preparar exámenes de Botánica y para añadirlas a su álbum-herbario particular.

 

Cuando llegó al parque nada más abandonar el convento pensó en sus padres, que tanto la habían visitado durante su estancia en el centro religioso y a quienes debía informar de su nueva situación.

–Me daré un tiempo antes de comunicarles nada. Tendré que mentir y decirles que estoy en casa de una amiga. No entenderían nada si les confieso que pretendo vivir aquí.

 

Desde la salida de Martina de ‘Las almas de Dios’ hasta el día de la desaparición de Luisón habían transcurrido varios meses. Los compañeros del ex guardaespaldas habían decidido volver a buscar a su amigo pues seguía sin dar señales de vida.

–Chicos, esto no me gusta nada –indica Cocos frunciendo el ceño–. Vamos a revisar palmo a palmo lo único que nos queda que es el área de los baños. Hay que averiguar si se ha caído en alguna fosa o alcantarilla, no sé…

Con lo grande que es no creo que quepa por una alcantarilla –apunta Termi–. ¿Quién conoce mejor esa zona?

Coleste levanta la mano y encabeza la expedición. Los tres amigos se acercan a los parterres que hay tras el muro de los baños escudriñando cada rincón de la acera, cada recodo del caminito de piedras que decora la entrada, revisando uno a uno los montones de hojarasca que acumulan los jardineros para recogerlos al final de su jornada. Al cabo de una hora, Coleste informa de algo.

–¡Aquí! Mirad…

Bajo uno de los montones de hojas y ramas se hace visible una argolla. Despejan la zona y descubren una trampilla de cemento. Tiran de ella y descubren unos escalones que descienden hasta un lugar apenas iluminado por una bombilla de baja intensidad. Alcanzan un pasillo corto con una puerta en medio de uno de los laterales y comprueban que está entornada. Los tres se miran dudando si entran o salen corriendo de allí despavoridos. No saben qué van a encontrar tras ese umbral.

Termi es el primero en cruzar la puerta. Lo que ve al fondo de la habitación le deja perplejo. Una mujer joven está sentada en un sillón junto a un Luisón sonriente que les saluda y se pone en pie con los brazos abiertos.

–‘Perdonar’ si os he preocupado con mi ausencia, pero aquí mi amiga Martina ha necesitado tiempo para contarme su vida y explicarme por qué se ha escondido aquí durante meses. Sabíamos que nos encontraríais pues conocéis este parque como la palma de vuestra mano.

Martina interviene con una sonrisa.

–La anilla sobre la placa de cemento la dejamos bien visible ¿verdad? –. A continuación, se pone en pie y estrecha la mano de todos.

–A ti te conozco, vaya que sí –afirma Cocos. Una vez hablé contigo en mi banco de charlas. De la vida en general y sobre la naturaleza. ¿Me equivoco?

–Así fue, si. Os he ido conociendo a todos por vuestras conversaciones de banco mientras yo tomaba muestras de hierbas lo más cerca que podía.

–Claro, así que tú eres la que se paseaba por entre los árboles haciendo fotos. Te habré visto un par de veces, pero recuerdo enseguida las caras –reconoce Termi.

–Es lo mismo que le dije yo cuando me inmovilizó con su movimiento de dedos. Esta joven es una experta en jiu jitsu, compañeros.

–Así que has sido la guardiana de este parque día y noche.

–El Brujo que nos tenía a todos en vilo –dice Coleste– ¡Vaya!, esto si que es una sorpresa.

–Nos has defendido de bribones como Manglano y sus amigos delincuentes –afirma Termi–. Pero también nos inmovilizabas a nosotros con tu golpe maestro cuando nos acercábamos demasiado a la entrada de tu guarida, por así decirlo.

–Así es. Debía proteger mi refugio, cómo no. Pero mi misión aquí también ha terminado.

¿También? –pregunta Cocos con gesto de duda.

–Ya os contaré el porqué de su misión aquí, chicos –aclara Luisón–. Me ha confesado muchas cosas sobre su pasado. Y ahora debe volver con sus padres para cerrar el círculo de su vida.

 


 

Y hasta aquí hemos llegado. Haced click en el corazoncito de más abajo y sobre todo dejad vuestro valioso comentario.

Salud y suerte en la vida.

 

Nota: todas las imágenes de este relato pertenecen a la web   excepto la foto usada por José Antonio para la convocatoria, enlazada a su web.

17 Comentarios
  • Anónimo
    Posted at 10:28h, 16 abril Responder

    Un relato que pone de relieve una realidad que por desgracia continúa vigente. También resalta cuestiones solidarias y de lealtades entre grupos. La verdad es que tocas muchos palos y recreas la realidad del mundo de las drogas y sus consecuencias. Saludos!

  • Ana Piera
    Posted at 00:12h, 12 abril Responder

    Hola Marcos, debo confesarte que me cuesta bastante leer entradas extensas, por falta de tiempo no por otra cosa. Yo por eso escribo breve. La tuya afortunadamente resultó interesante y amena. Creo que es un muy buen aporte para el VadeReto de este mes. De todo lo mencionable, me gustaría recalcar el valor de la amistad y el compañerismo. Al final Martina puede hacer su labor acompañada de un cómplice. Los amigos del parque se dan fuerza unos con otros. El tema de la mama de Martina definitivamente es de actualidad y algo más real y frecuente de lo que uno pueda pensar. Me gusta que haya un final feliz a pesar de todas estas complicaciones.
    Abrazos…

    • marcosplanet
      Posted at 10:15h, 13 abril Responder

      Muchas gracias por aportar tu valiosa opinión, Ana. La relación entre los personajes del parque es estrecha y condicionada por su trayectoria de vida, desgraciada ante todo y por una fuerza que une en la adversidad a aquellos que tienen sano el corazón y no guardan rencores en su interior. Por otro lado, las adicciones marcan mucho también a las personas que rodean a los adictos.
      Un abrazo.

  • Federico
    Posted at 14:44h, 10 abril Responder

    El camino de perdición de la droga está de plena actualidad. Saludos

  • Maty Marín
    Posted at 11:56h, 10 abril Responder

    Real y abordado de una manera muy natural, sin dejarnos perder el hilo ¡Vaya con este mundo! Adicciones, un convento para evadirse… Sí que juntaste las palabras Marcos, lo expresaste tal cual.
    Un saludo!

    • marcosplanet
      Posted at 13:51h, 10 abril Responder

      Eso he procurado, elaborar una historia con una evolución coherente y coincidente con la que iba en paralelo.
      Un saludo.

  • ARENAS
    Posted at 15:04h, 09 abril Responder

    A mi juicio este relato es de lo mejor que te he leído en el blog. Las tramas paralelas estupendamente urdidas. Los personajes y las situaciones muy bien construidos. Dan ganas de saber más de ese grupo de singulares sin techo y de Martina y su familia. Tocas varios asuntos con hondura y verdad. Realmente excelente, hermano.

    • marcosplanet
      Posted at 20:07h, 09 abril Responder

      Muchas gracias, amigo del alma. Tus palabras me ayudan a seguir con esta ardua labor de juntar palabras.
      Un abrazo.

  • Artesanas de la palabra
    Posted at 23:19h, 08 abril Responder

    Hola Marcos, es un relato duro, que muestra a las claras las carencias de la sociedad, el bajo mundo de la droga, los sintecho y tantas cosas, para reflexionar. Realmente muy bueno, por fin se pudo cerrar el círculo, saludos.
    PATRICIA F.

    • marcosplanet
      Posted at 20:09h, 09 abril Responder

      Muchas gracias por tu opinión, Patricia. Ese era el objetivo, cerrar el círculo de la historia. Y no ha sido fácil.
      Saludos.

  • Rovica
    Posted at 18:33h, 08 abril Responder

    Sin duda, este relato hace reflexionar sobre una sociedad y una realidad que debería requerir de una solución inmediata, pero, parece que nuestros políticos, dedican su tiempo a “otros temas” Como siempre, interesantísimo texto. Un abrazo amigo Marcos.

    • marcosplanet
      Posted at 20:10h, 09 abril Responder

      Así es Rovica.
      Muchas gracias por comentar.
      Un fuerte abrazo.

  • Froi
    Posted at 15:35h, 07 abril Responder

    Dos mundos que preocupan relativamente, porque, aunque sea un relato, hay una realidad detrás de la que no queremos darnos cuenta, como bien apuntas, apostados en nuestro lado cómodo. A mi me sorprendió mucho, hace unos años, tal vez cuando la pandemia, cuando le preguntaron a un indigente por su vida y explicó su caída después de años de abundancia y bienestar. Y es más, se atrevió a decir que cada día más gente ocupará la calle.
    Interesante. Un abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 14:36h, 08 abril Responder

      Muchas gracias Froilán por aportar tu opinión. Son temas polémicos, tanto la drogadicción como los ‘sin techo’ pero bastante relacionados. Uno puede llevar al otro, sin duda.
      Lo de que cada día habrá más gente que ocupará la calle es una gran verdad. Es lo más probable si la sociedad sigue esta trayectoria sin moverse ni un ápice.
      Un abrazo.

  • Jose Antonio Sánchez
    Posted at 13:22h, 07 abril Responder

    Hola, Marcos.
    Un relato, efectivamente, extenso, pero que permite muchas reflexiones.
    Tocas dos temas muy importantes que, por desgracia, todos podemos tener muy cerca: la adicción y los sin-techo.
    Muchos desprecian a las personas que caen en alguna de estas dos desdichas, sin ser conscientes de lo fácil que es descender a cualquier de los dos abismos, si no a los dos. Nos encontramos muy cómodos en nuestro status quo y pesamos que estamos a salvo.
    De manera muy acertada, nos das contextualización de cada uno de los personajes para mostrarnos cómo, de la noche a la mañana, estos pasan de una vida acomodada y placentera a verse en plena calle expuestos a todo.
    También nos narras el perfil de aquel que ya perece nacer marcado. Desde niño se encuentra con un destino negro que lo lleva de un barranco a otro.
    Con respecto al tema de la droga, también expones muy bien lo fácil que es caer en ella. Vivimos en una sociedad con demasiadas exigencias, demasiada presión y demasiada facilidad para usarlas como «medicina». No debemos olvidar que hay cosas habituales en nuestras vidas que pueden terminar siendo usadas como drogas, como puede ser la bebida, la comida, el tabaco… y cualquier hábito que termine controlándonos.
    También muestras, muy acertadamente, los grandísimos problemas que acarrea, no solo personales sino también familiares. Sin embargo, esta última, la familia se muestra fundamental, con su paciencia, su comprensión y apoyo para batallar contra este escollo tan grande. De la misma forma, la familia que se forma en el parque muestra que la compañía es fundamental y necesaria incluso para los que malviven de esa forma. Como dice Luisón, al final, solo la piña, el grupo, conseguirá mantenerlos vivos.
    Con respecto a la narración, has sabido llevar la intriga hasta el final, cerrando el círculo y uniendo las dos tramas que planteabas. Aunque me descuadra un poco el tema del convento, pero lo tomo más como un paréntesis de aislamiento y meditación para convertir a Martina en justiciera del parque (supongo que influenciado por esos enormes y bellos ojos de la foto inspiradora).
    En definitiva, un relato lleno de reflexiones sobre nuestra sociedad y los distintos caminos en que podemos adentrarnos. No somos conscientes de lo afortunados que somos de vivir nuestras vidas por muchos problemas que podamos tener. Hay muchas más escaleras que bajan de las que suben.
    Muchas gracias por tu aportación, Felicidades.
    Un Abrazo grande.

    • marcosplanet
      Posted at 14:41h, 08 abril Responder

      Muchas gracias por dar tu valoración sobre mi relato, José Antonio. El paso por el convento es para Martina de paso obligado con el fin de cumplir una misión más en su vida, pues ella ha entendido lo que por desgracia le pasó como una llamada en su interior que la ilumina para hacer el bien en lugar de buscar la venganza. Llevar a cabo ese paréntesis la va a ayudar a reflexionar y enfocar su vida hacia lo más positivo de la naturaleza humana. Cuando se presenta a sus compañeros del parque ha decidido que debe hacer otro paréntesis para regresar con sus padres. Lo que venga después es cosa del destino…
      Un fuerte abrazo.

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 23:10h, 06 abril Responder

    Cerrar el círculo de su vida… Un final con profundidad. Un relato con muchas connotaciones. El mundo de la droga es algo terrible. Se entra fácilmente, pero cuesta mucho salir. Un fuerte abrazo

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