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El cóctel de empresa

 

Raimundo Flores se desenvolvía como pez en el agua cuando era requerido para cumplir misiones de protocolo encargadas por su empresa, donde acostumbraban a agasajar con banquetes y eventos lúdicos los éxitos conseguidos. En esta ocasión, habían ganado una nueva cuenta de cliente. Kimayuro 2040 era un bocado jugoso para la empresa de Raimundo pues representaba un volumen de muchas toneladas de productos petroquímicos que engrosarían la cuenta de resultados haciendo destacar al departamento de orgánicos por encima del resto. Esto empujaría a la empresa en general mucho más allá que en los últimos años, en los cuales solo habían obtenido peces medianos.

Iris Oil Corporation pagaba el sueldo de Raimundo desde hacía una década sin grandes subidas anuales, sin gran reconocimiento, pero en esta ocasión, la operación iba a catapultar al departamento de Rai. Este estaba exultante pues podía estar esperándole un puesto de supervisor medio en el departamento y eso conllevaría un ocho por ciento al menos de aumento salarial, más que en ninguna otra ocasión.

–Hemos organizado en el ático de Iris Central un ágape muy bien surtido –anunció el jefe de Rai–. El catering es de lo mejor y Violeta se encargará de la logística. Tú solo tienes que saludar a unos y a otros procurando caer bien a todos ¿Entendiste?

Cada vez que su jefe le hacía esa pregunta era como si la sangre ardiera en las venas de Raimundo, una sensación que le impelía a desear lo peor a aquel individuo que llevaba diez años obstruyéndole el avance en la empresa.

Su jefe había reconocido en Raimundo a un buen relaciones públicas, extrovertido, gran conversador y con una magnífica presencia, dotes que ese jefe jamás había valorado de cara al ranking de la empresa. En ocasiones, rangos superiores le habían comunicado su satisfacción con las gestiones de Raimundo Flores, pero Octavio, tal era el nombre del superior en jerarquía, nunca había permitido que tal satisfacción trascendiera.

El día del ágape, el ático empezó a recibir visitantes de Kimayuro 2040 a partir de las doce de la mañana, todos trajeados excepto algunas raras avis que deseaban llamar la atención. Violeta había estado genial poniendo en práctica su excelente don para engalanar los eventos con su deliciosa presencia y su agudeza mental para saber a cuál de los invitados había que separar de cierto grupo y a cuáles había que acercar.

Poblaban las repletas mesas unos bocaditos de cinco tipos de patés diferentes, entre ellos el de ciervo a la pimienta, el preferido de Octavio.  También destacaban los tacos de capón deshuesado relleno de pasas y puré de uvas negras, aceituna gordal cubierta de mouse de naranja y miel, diez tipos de quesos nacionales, ocho de ellos galardonados en concursos internacionales; lomo de orza macerado en salsa de olivas y limón, loncheados de jamón de Trévelez, Jabugo y Guijuelo… Las bebidas brillaban también por la exquisita selección, que maridaba perfectamente con sushi de siete elaboraciones diferentes, soja y konjac picante o galletitas saladas de arroz y cacahuete.

El ambiente invitaba al diálogo fácil y distendido, algo en lo que Raimundo era un experto. Hombres y mujeres de empresa, probablemente más partidarios en su mayoría de disfrutar de un buen aperitivo en cualquier otro sitio, iban poco a poco liberando sus corsés al ritmo del número de copas ofrecidas por el servicio de camareros. Estos hacían alarde de su buen manejo de las bandejas en movimiento, cargadas de cosas buenas para el paladar y un poco peores para el colesterol.

Caras felices, ojos enrojecidos por las bebidas espirituosas, risas y sonrisas, poblaban aquella terraza asomada al Paseo de la Castellana de Madrid. Raimundo creyó ver a un buen amigo de Kimayuro en la parte cubierta de aquel escenario, de modo que abandonó la terraza y se introdujo en el maremágnum de personas, mesas repletas de viandas y bandejas volantes portadas por camareros raudos. Al cruzarse con uno de ellos, Raimundo tropezó y propinó un golpe con su brazo derecho de tal magnitud que la bandeja y su abundante contenido saltaron por los aires cual piñata propulsada por un motor.

Raimundo tuvo el tiempo justo de enrojecer de vergüenza, agacharse para ser visto lo menos posible y deslizarse como una anguila por entre decenas de cuerpos desorientados por la confusión reinante. Antes de abandonar la sala, Rai creyó ver el rostro de su jefe enrojecido por ¿la ira? ¿la vergüenza? al comprobar que su cuerpo era una mancha viviente.

Unos segundos más tarde y sin saber cómo, Rai se encontraba en el vestíbulo de ascensores del edificio, alegrándose sobremanera por haber sido capaz de esfumarse como el viento sin dejar rastro.

Tan solo la mirada de Violeta le escudriñaba tras una columna tapándose la risa incontenible que pugnaba por salir a chorros de su boca.

–Ay, ay, Rai, mira que me gustas, pero a patoso no hay quien te gane.

 


 

Convocatoria: «Un jueves, un relato»

*INCOMODIDADES*

Esta es mi aportación a la convocatoria del jueves 03 de abril de 2024. En esta ocasión organiza el reto Neogéminis desde su blog.  En él encontrarás la temática de fondo y las reglas.

A veces, circunstancias desagradables nos descolocan provocando algún momento vergonzoso que debemos superar con estoicismo y otras, con la mayor diplomacia de la que seamos capaces para no evidenciar el mal momento que transitan otros.

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