Las montañas Mare Imbrium forman una espectacular cadena montañosa en la luna que puede ser observada por los aficionados a vigilar el cielo en sus jornadas nocturnas. La cuenca de Imbrium es una vasta llanura de lava presente en la superficie lunar debido a un impacto masivo de meteoritos procedentes del espacio exterior hace casi 4 mil millones de años.
El Mar de las lluvias o Mare Imbrium, es la cuenca más grande en el lado visible de la luna con un diámetro de aproximadamente 1.160 kilómetros.
Antonio, un sabio observador que podía atisbar ya las puertas de entrada a la frontera de su tercera edad, exploraba con su telescopio la cara de la luna que nos sonríe y la que nos despide cada día. Su pasión devota le llevaba a reflejar fotografías detalladas con su telescopio Reflector Celestron. Este contaba con un disparador remoto dotado con temporizador para evitar cualquier movimiento no deseado al presionar el botón del obturador.
Antonio no tenía más que depositar el móvil sobre el aparato y seguir las instrucciones de la aplicación StarSense Explorer. Con cada imagen guardada en la memoria del dispositivo, mi amigo realizaba minuciosas disecciones que cuanto más las analizaba menos ganas le daban de seguir observando la esférica tristeza de la luna gris.
La aplicación indica la dirección en la que hay que mover el telescopio para centrar el objeto celeste que deseas observar. Y para Antonio constituía un factor ilusionante que un día cualquiera, tras levantarse y respirar desde su terraza ajardinada captando las esencias del amanecer, pudiera contemplar la belleza sin igual de un astro que no fuese pardo-grisáceo en su superficie rota por miles de impactos de bólidos celestes.
Esto le había conducido a una rutina diaria que no acababa de llenar sus ansias descubridoras de nuevos mundos. Allá donde las coordenadas espaciales situaban al actual satélite terrestre, él veía otro cuerpo planetario, satélite también, pero de un tamaño cinco veces superior al lunar. El inmenso esferoide sustituía completamente la imagen triste y plagada de un gigantesco acné que poblaba las caras de la luna.
Su lúcida imaginación le proveía de imágenes idílicas provenientes de la superficie de otro cuerpo celeste, con continentes bien marcados a simple vista, entre cuatro o cinco formaciones de color terroso invocando en ellos la vida de todas las especies.
Antonio se recreaba con la idea de descubrir “enormes selvas verde esmeralda, desiertos resplandecientes como el oro y cientos de ríos de agua cristalina surcando los continentes de norte a sur”. Estas palabras le han llegado a este humilde narrador como por telepatía infusa.
Lo que la mente de Antonio le proyectaba era una vida floreciendo por todas partes e inundándolo todo en el nuevo hábitat espacial que solo los ojos de su imaginario podían contemplar.
Allá en aquel irreal cuerpo celeste, nuestro amigo era capaz de revivir escenas de su vida pasada, de anhelos perdidos y quizá vueltos a encontrar, como la pérdida de una relación amorosa o el distanciamiento de una amistad profunda con un compañero de infancia y primera juventud muy especial para él.
La relación amorosa de Antonio sufrió un enturbiamiento propio de tantos miles de personas que a base de convivencia necesitan disponer en ocasiones de un espacio propio, alejados de todo y de todos, que no siempre es sencillo de encontrar.
La persona que representaba la otra parte de la convivencia estuvo de acuerdo y sus vidas se separaron durante un tiempo.
Lamentablemente, una enfermedad perversa, que afecta a tanta gente por cierto, se apoderó de ella, pero allí estaba nuestro hidalgo Antonio, sumido en una de las batallas más cruentas de su vida, que tuvo varias, alguna de ellas desde la niñez, cuando la parca de la misma enfermedad que aquejaba ahora a su expareja se cobró un duro tributo en aquel pasado aún no borrado de la mente de un niño.
Y es que hay situaciones que obligan a estar haciendo de hidalgo y de escudero de la persona que desde el principio has amado, de ese ser especial que cautivó tu vida en un momento dado y con quien has compartido tantas vivencias buenas y malas, a quien has aprendido a tolerar todo tipo de desavenencias, así como él/ella ha hecho lo mismo con las tuyas.
Con esa persona que permanece a tu lado has tenido hijos, esos pedacitos de tu corazón dotados de un alma que quieres que les haga inmortales; has jugado una y mil veces en el lecho trasteando todo su cuerpo, acariciando nubes con las yemas de tus dedos alrededor de su piel, descubriendo ideas y proyectos futuros con ilusión, solo por el hecho de que estáis juntos, retozando con la vida.
La compañera de vida de Antonio resurgió de la oscuridad en que el mal la había sumergido y con una fuerza sobrehumana alcanzó el cuerpo renovado del fénix en un renacer épico que la mantiene firme controlando al mal desde hace ya muchos años.
Eso para que nos intenten asustar con el miedito inmediato a casi todo, a la subida de no sé qué precios, a las enfermedades, a las guerras, tan reales que las retransmiten en directo por los canales televisivos y televisados de todo el mundo, al cambio “flemático” o no sé qué despropósito monumental que nos intentan vender para confundirnos y meternos más miedo.
Pues no, el miedo no consiste en imposiciones desde el poder fáctico sino en ese estremeciendo tan real que solo sufre el propio individuo y nadie más que él/ella lo siente, padece y desconoce.
Porque cuando alguien te ve aquejado de un mal te pregunta ¿Cómo estás? Pero tú desconoces la respuesta pues es ambigua y la salida inmediata no existe.
No hay un punto cardinal a donde puedas dirigirte cuando un mal se adueña de la salud de tu cuerpo. Solo sabes que cuentas con tu fuerza interior, con la mente que, si se mantiene firme y fiable te protegerá de la invasión que estás sufriendo.
Pero no puedes afirmar con rotundidad nada en absoluto, dada la inestabilidad de la situación a la que te ha llevado el emisario de una parca, una puerca vocera de la dueña de la guadaña más dañina que existe. Aunque cada vez son más los portazos que pega la gente ante esa imagen de la dueña de tu vida que dice venir a apropiarse de ella.
Como esa parte del fabuloso cuento “La muerte en Samarra” atribuido a Gabriel García Márquez, pero cuyo origen se remonta a las narraciones del Talmud y del sufismo.
<<Un criado llega aterrorizado a casa de su amo.
–Señor –dice–, he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
–Huye a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.
–Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza –dice.
–No era de amenaza –responde la Muerte– sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá>>.
Cada vez son más los portazos que gente supuestamente corriente da a la parca y la mantiene a raya. Son tantos ya que se ha formado un halo claro de esperanza alrededor de los que vivimos más o menos afectados.
En el caso de nuestro hidalgo Antonio, tuvo que hacer alarde de una actitud encomiable que, no por buena o noble debe ser tenida como sencilla de sobrellevar por cualquiera. Esa entrega a su expareja desde el momento más crítico sigue adelante desde hace muchos años y no declinará jamás.
De eso estoy seguro porque mi amigo Antonio posee muchos dones ocultos, que le permiten con elegancia y caballerosidad mostrar su periplo por la vida como un hidalgo recorriendo el campo de batalla del recién vencido enemigo, con ese sosiego que solo merecen ostentar los nobles guerreros de verdad.
Sí, en ocasiones me da por pensar en ese precioso e imaginario mundo paralelo que Antonio urdió alrededor del astro que nos rodea sin cesar, y que con su cara gris horadada por su propio cáncer milenario observa a los amantes de los astros y les convoca al conjuro de transformar con la imaginación las heridas de la adversidad en sus vidas para intentar crear el satélite de sus sueños.