Os entrego aquí el primer episodio de esta serie de escritura compartida con mi amigo Antonio Arenas, que esperamos sea de vuestro agrado. Desde aquí os invitamos a que al final de cada capítulo aportéis vuestra opinión sobre lo que creéis que va a ocurrir en el episodio siguiente, según vuestras impresiones personales.
¡Feliz lectura!
Dos periodistas pateaban la Cámara Baja en su cometido habitual de recabar información sea cual fuere el rincón de procedencia. Mateo y Ploteo se afanaban en una labor más bien de espías avezados que de simples reporteros. A Mateo se le daba mejor el cara a cara con las fuentes mientras que a Ploteo le gustaban las distancias largas, un mensaje leído subrepticiamente por encima del hombro del propietario, gestos o signos entre amiguetes de la Cámara que gustaban de esa especie de código de comunicación…
Su trabajo, en fin, contaba con el aderezo de un escenario plagado de figuras de la máxima autoridad estatal. Eran la parte politizada del escalafón que el Estado tiene reservado a aquellos devotos a unas siglas que hasta hace bien poco habían estado ligadas al bipartidismo crónico, ese que moviliza al noventa por ciento de los votantes. El resto, como habitualmente, lo rellenan una diversidad de colores destinada al fracaso individual pero al éxito grupal. Como en las manadas, lo colectivo ayuda al individuo a confundirse con la versión más pura del primitivismo animal. Una jarca de becerros maleducados y malintencionados que tan solo busca una escalada rápida en la pirámide del poder.
Aquella mañana iba a ser diferente. Acababa de ocurrir algo que iba a superar todo lo que Mateo y Ploteo habían vivido en el Congreso de los Diputados durante sus veinte años de experiencia como sabuesos. La noticia sacudió al país con el primer café.
María era una joven diputada de 25 años que acababa de estrenar su escaño. Destacaba por su magnetismo personal. En poco tiempo se había hecho un importante hueco en el grupo parlamentario, era una futura promesa muy presente ya. Tan joven, tan inteligente, tan hermosa. María, no cabía ninguna duda, había nacido para ser feliz. Y para hacer felices a los que la rodeaban. Sabía saborear la vida hasta su raíz. Para ella cada día era una experiencia única e irrepetible. Exprimía los instantes con una alegría contagiosa, que convertía en mágica su presencia allá donde se encontrase.
Ernesto había soñado muchas veces con María. Por eso dedicó años a buscarla infructuosamente, desde adolescente. Cuando ya se había dado por vencido, inesperadamente, la encontró. Y Ernesto supo de inmediato que aquella muchacha luminosa era la mujer de sus sueños.
María tardó exactamente hora y media en decir ‘sí’ a aquel soñador disparatado y loco. Ni un minuto más. Si en algún lugar habitaba el Amor, era entre los brazos de María y Ernesto.
Pero todo cambió cuando hace un año a Ernesto le dio aquella extraña ventolera. Llevaba meses agobiado, sin poder dormir. Tenía constantemente la sensación de precipitarse por un pozo sin fondo. Cuando por fin se atrevió a contar a María lo que le ocurría, ella quedó en silencio. Ni siquiera habló cuando Ernesto le anunció que quería terminar definitivamente su relación. No intentó convencerlo de nada.
Su extrema sensibilidad se lo impedía. María entendía muchas cosas sin necesidad de que le diesen explicaciones.
Sí, María había nacido para ser feliz. Y sin embargo… Desde que Ernesto se marchó, desapareció su felicidad para saborear la maravilla de lo cotidiano, la belleza de las pequeñas cosas. ¿Dónde se habría escondido la luminosa sonrisa de María?
Pero ningún mal dura eternamente.
Hoy era un día ‘especial’. Por fin volvía a su lado Ernesto, después de un año de ausencia.
Dos días atrás la había llamado telefónicamente. Y se sinceró con ella: Ernesto ya no caía por un pozo, estaba en su mismísimo fondo. Y la cuestión era que necesitaba a María para salir de él. Le confesó que vivía sumido en una profunda depresión. Que cuando se marchó lo hizo por pánico. Miedo a volverse dependiente de aquella relación tan especial, miedo a convertirse en esclavo del amor. Pero aunque fuese así, le daba absolutamente igual, correría con las consecuencias, no podía vivir sin ella.
Quizá otra mujer se habría hecho de rogar. Habría puesto dificultades al reencuentro.
Pero María no, ella entendía perfectamente los motivos que habían llevado a Ernesto a tan dolorosa separación, y no estaba dispuesta a mantener esa absurda situación ni un día más.
Esa tarde Ernesto volvía a casa de la joven diputada. Era lo único que importaba. A María le latía el corazón con una alegría desbordante.
Sonó el timbre.
– ¡Ernesto!
Estaba muy nerviosa. Tal vez por eso casi se escurrió al echar a correr para abrir la puerta. ¡Mira que si justo hoy que vuelve Ernesto, caigo de cabeza y me desnuco!
Rio con la estúpida ocurrencia.
Abrió la puerta.
– ¡Ernesto!
Pero aquel hombre de pequeños ojos acuosos y finos labios con expresión de asco no era Ernesto. Aquel extraño ni si quiera dio ocasión a María de preguntar qué quería de ella.
Ella sólo tuvo tiempo de llevarse las manos a la garganta, intentando contener el hilo de sangre que comenzaba a manar con abundancia del profundo tajo que con una navaja aquel desconocido le había asestado en pleno cuello.
Este desagradable individuo iba a ser el inesperado testigo de la última mirada de unos ojos nacidos para la vida. Una mirada de infinita tristeza, que se fue apagando mientras el sujeto susurraba dejando ver sus torcidos y desgastados dientes.
–Perdone señorita, era necesario hacer este disparate. Necesito sus ojos para mí.
Rumores de la más variada condición solían pulular entre las ondas sonoras que poblaban el aire de los pasillos del Congreso de los diputados a todas horas, cada día. Pero la mañana del día siguiente al asesinato de la diputada, todo eran especulaciones dignas del patio de vecinos más añejo del viejo Madrid. Aquello parecía una corrala, llena de voces que susurraban especulaciones, cautas en mencionar nombres propios pero impacientes por averiguar si Ernesto Mocentes, exdiputado en Zamora por los verdes, tenía algo que ver con el inesperado viaje de María Rojas hacia el otro mundo.
–Esto no me lo pierdo yo ni por mi sueño más dorado –anunció Mateo a su colega periodístico Ploteo en pleno salón de los pasos perdidos–. Les acompañaba la bella Lucía, la portadora de la cámara de filmación que siempre esgrimía en sus reportajes. Nunca quiso entender de política y se mantenía al margen de cuchicheos. Los rechazaba hasta el punto de obligarse a llevar auriculares para no escuchar a sus compañeros de profesión en los corrillos de los cámaras. En presencia de Mateo y Ploteo no llevaba auriculares.
–A ver, explicádmelo un poco –comentaba ella a sus dos amigos–. ¿Qué tenía que ver Mocentes con María Rojas?
Mateo decidió ser el siguiente en intervenir.
–Es un asunto del pasado de esos dos. Entiendo que se trata de un acontecimiento que pone en riesgo la credibilidad… –su amigo Ploteo lo interrumpe con impaciencia.
–… la credibilidad de todo un partido como el Granate, aventajado por el Celeste en cinco puntos según las encuestas.
–El gobierno de los granates se debilitará aún más con el escándalo –apuntó Mateo–. Ante todo, por ese alarde de pomposidad que le estaban dando a María Rojas para elevarla a lo más alto de sus jóvenes promesas. Eso fue justo después de haber fracasado en los últimos comicios al intentar ensalzar a alguien como… –Ploteo volvió a interrumpir.
–… alguien como Ernesto Mocentes, ex militante de los Verdes y ahora miembro de pleno derecho de los granates tras haber sido nombrado por ellos hace dos años como el candidato presidenciable.
Lucía observaba a uno y otro como quien ve un partido de tenis desde la tribuna media.
–Es decir, que los granates han elegido como candidato a la presidencia del país a un señor que puede haber tenido una aventura con otra gran promesa del partido como iba a ser María ¿no? –Sus compañeros asintieron con la cabeza–. Y ahora la han asesinado a ella y los focos están puestos en él.
–Sí, el escándalo es mayúsculo, ya lo ves.
El salón de los pasos perdidos recibe en ese momento una avalancha de periodistas y técnicos de televisión y radio de la parafernalia mediática. Siguen la estela del ministro portavoz de los granates, quien va a hacer una declaración pública.
Y hasta aquí llega el primer episodio de esta saga. Si quieres leer el siguiente, aquí lo tienes.
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Te deseo salud y suerte en la vida.
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