Sangre entre los escaños. Revelaciones

Por las peticiones que he recibido de vosotros para dar continuidad a esta historia, os traemos aquí el segundo episodio titulado «Revelaciones». Haz click aquí para ver el capítulo anterior.

Os recuerdo que este es un escrito en el que cuento con la participación a partes iguales de mi buen amigo Antonio Arenas. Empieza la segunda parte con la aportación de:

(Arenas):

 

Ploteo nunca quiso ser periodista. Su sueño de juventud consistía en ser superdetective privado o inspector de policía de serie de televisión, como aquellas que devoraba de niño. Le entusiasmaba descubrir en ellas al autor de rebuscados crímenes diseñados por mentes superiores frente a los cuales la policía convencional no podía hacer nada.

Pero no pudo ser, se debía a la tradición familiar. Su abuelo fue reputado columnista del diario ABC, que incluso había estrenado un par de obras de teatro de guardarropía en los años cuarenta del siglo XX. Su padre, uno de los fundadores de Diario 16, era participante habitual de las tertulias políticas radiofónicas de los años noventa. Hijo único de aquel linaje, al llegar el siglo XXI no le quedó otra al pobre Ploteo que matricularse en la Facultad de Ciencias de la Información y convertirse en Ploteo Hermida III.

Pero mientras que el abuelo y el padre dieron indudable fuste y tronío a la estirpe, Ploteo Junior no pasaba de humilde plumilla/espía del montón. Por poner un ejemplo, siempre que creía tener una exclusiva, la daba antes un periodista de la competencia.

La ministra portavoz inició su alocución ante los medios.

 

–Señoras y señores, buenos días. Comparezco ante ustedes tras los trágicos acontecimientos ocurridos hace escasas horas y que tienen como triste protagonista a nuestra joven compañera, María Rojas. Ustedes conocen ya las tristes circunstancias en las que se ha producido su horrible asesinato. El asunto, como todos saben, se encuentra bajo investigación policial. Me gustaría dejar constancia de que todas las maledicencias de las que se están haciendo eco determinados medios de comunicación, no tienen fundamento sólido alguno, y que se trata de acusaciones políticamente interesadas, con el único fin de hacer daño al gobierno de la nación. Quiero subrayar el dolor de todo el partido por la terrible pérdida de tan singular compañera, y pedir que se respeten las investigaciones sin dar pábulo a mezquinos rumores. Con esta premisa, y rogándoles respeto, estoy abierta a sus preguntas.

 

En ese momento se produjo una situación absolutamente inédita e inquietante. El salón de los pasos perdidos del Congreso, abarrotado de periodistas, quedó en absoluto silencio. Un sepulcral silencio que hacía daño a los oídos. Parecía como si nadie se atreviera a hacer preguntas a la ministra portavoz. Todos los presentes se miraban sin atreverse a abrir la boca. Fueron unos segundos eternos que dejaron a todos con el corazón helado.

 

Y de repente ocurrió algo todavía más inquietante.

Los treinta y cinco o cuarenta periodistas de los distintos medios de comunicación que allí se encontraban, de derechas y de izquierdas, de su padre y de su madre, sin saber ninguno de ellos por qué, dirigieron su mirada hacia una de las esquinas de la sala. Justamente la esquina en la que se encontraban Ploteo, Mateo y Lucía. Aunque para ser precisos, las miradas se dirigían hacia un punto más concreto. Ese punto no era otro que los ojos de Ploteo, quien mantenía una mano alzada.

 

Entonces Ploteo habló:

 

–Señora Ministra, ¿acaso considera una maledicencia la filtración que en exclusiva acabo de recibir de fuentes absolutamente fiables? En el altillo del domicilio de María Rojas se ha encontrado escondida una navaja con su sangre, la cual ha sido procesada por los equipos técnicos de la policía, concluyendo que las únicas huellas halladas en la empuñadura corresponden de forma inequívoca al diputado Ernesto Mocentes.

 

(Marcos):

La ministra portavoz se removió incómoda en su asiento. Carraspeó y sacudió la cabeza en un gesto automático adquirido en múltiples sesiones informativas para dar a entender que descartaba cualquier palabra de las emitidas por ese plumilla periodístico.

–No tiene sentido traer aquí y ahora ese comentario, señor…

–Ploteo Hermida –se apresuró a aclarar el reportero.

–Bien, pues reserve esa noticia para su periódico. Yo no dispongo de información al respecto.

Acto seguido, la portavoz tapó el micrófono con una mano y con gesto de disgusto susurró algo al oído de un colaborador ministerial sentado junto a ella.

Un estallido de voces incontroladas inició el esperado revuelo de preguntas, todas formuladas a la vez, sin concierto ni nadie que las moderara. Mateo levantó la mano subido a una silla y enarbolando un micrófono.

–¡Señora ministra, señora ministra! –exclamó a voz en grito. Cuando ella giró la cabeza hacia él estaba dispuesta a mandarle a paseo y abandonar la reunión. Pero algo en la expresión de Mateo la retuvo.

–Mi compañero Ploteo ha revelado un hecho reconocido y probado por el laboratorio policial de criminalística, por lo que al depender de este gobierno esperamos que ustedes hagan un anuncio oficial sobre todo este asunto. ¿Habrá hoy una nueva rueda de prensa?

 

Mateo Santesmases había sido educado en el seno de una familia asentada en una capital de provincias de esas que pasan desapercibidas para el visitante por no contar con el despliegue informativo y la inversión publicitaria necesarios para atraer turismo y fama.

A pesar de contener como casi todas las provincias de España grandes monumentos o referencias mediáticas atractivas al uso, como renombrados edificios históricos, pueblos emblemáticos, yacimientos arqueológicos de relevancia, restos de volcanes de otra era o vestigios artísticos de valor indudable, la ciudad que vio nacer a Mateo solía quedar postergada en un rincón oscuro de los recuerdos del visitante. Pero esa sordidez no había influido en el espíritu emprendedor y la personalidad extrovertida de Mateo. Su padre había sido investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) hasta su muerte por un ictus sufrido poco después de haberse jubilado. Ese hecho marcó para siempre a Mateo, quien había labrado un estrecho vínculo paterno filial, aunque la profesión del padre no parecía haber influido en su vocación, que consistía en el arte de contar historias sobre sucesos y reportarlas en un periódico, revista o similar.

Mateo Santesmases terminó la carrera de Ciencias de la Información en la Universidad de Madrid para estrenarse como periodista parlamentario pocas semanas más tarde. Su relación sentimental con la hija de un influyente ujier de la Cámara Baja le valió para obtener ese puesto, para él soñado, en virtud del cual nunca le faltó un plato caliente que llevarse a la boca en casa de su amada, ni invitaciones para asistir a un concierto o espectáculo de la noche madrileña.

Mateo conoció a Ploteo una noche en que el gran presentador televisivo José María Índigo intervenía en la sala Florida Park como maestro de ceremonias. La pareja formada por Mateo y la hija del ujier, de nombre Rosaura, de abundante melena rubia y estilizada figura embutida en un vestido de lentejuelas color añil, ocupaba una mesa contigua a la de Ploteo. Este iba acompañado por la mujer más atractiva de la sala, Olivia Turner, de aspecto recatado, rodeada de un aura de belleza natural sin grandes retoques de maquillaje. Su vestido negro de volantes ceñía un cuerpo tan esbelto como el de Rosaura.

La amistad entre los dos reporteros germinó cuando el camarero jefe pretendía estrechar los espacios entre los asistentes para añadir más mesas al espectáculo, que contaba con la exhibición de “Los trapecistas del Dalai Lama”, un grupo de chinos mandarines muy atléticos, duchos en ejecutar juegos malabares mientras se balanceaban en el aire.

–¡Oiga!, que nos van a comer los trapecistas si nos arrima usted tanto al escenario –dijo Ploteo con su potente voz muy bien timbrada–. El jefe de camareros reaccionó con una falta de empatía que no gustó nada a Mateo y este le agarró una mano y depositó en ella un billete de veinte eurillos que el individuo recogió al instante con fruición. Los espacios quedaron como al principio y Ploteo lo agradeció a su vecino estrechándole la mano.

–Muchas gracias, amigo, qué buen detalle. Mira, yo soy Ploteo y esta es Olivia.

Así empezó una amistad que estaba destinada a ser testigo de acontecimientos que marcarían para siempre sus vidas.

 

El responsable del laboratorio de criminalística recibió una llamada que le fastidió en grado sumo. Un funcionario del Ministerio del Interior le insistía en que guardara silencio absoluto sobre cualquier prueba obtenida en la investigación del asesinato de María Rojas.

–Es mi jefe a quien debe usted dirigirse ¿me oye? No está en mis funciones atender este tipo de llamadas y menos obedecer ante amenazas. Tenemos un código ético y… –La voz al otro lado de la conexión telefónica le interrumpió con cajas destempladas y en plan chulesco.

–Ya he hablado con su jefe y es usted el último destinatario de este mensaje de advertencia –dijo la voz engreída.

Acto seguido finalizó la llamada.

–Estos mamones se creen que lo pueden todo. Se van a enterar de quien es Mariano Colominas, ya lo verán.

A continuación, marcó un número en su teléfono móvil. La voz de Ploteo resonó vibrante al otro lado.

–Sí, aquí el Heraldo del Tiempo ¿con quién hablo?

(Arenas):

Ernesto Mocentes fue llamado de urgencia a la sede del partido Granate, donde debía dar muchas explicaciones. Los intentos del gobierno por frenar las sospechas sobre su autoría en el tremendo asunto de la muerte de María Rojas habían resultado infructuosos.

El Heraldo del Tiempo acababa de publicar a los cuatro vientos el informe forense y la totalidad de datos obrantes en el laboratorio policial de criminalística. Sin duda habían sido filtrados al rotativo digital, y eran de una contundencia y verosimilitud abrumadoras.

Sí, el informe pericial era claro: el diputado Mocentes, que llevaba tiempo sin frecuentar a María Rojas, la había contactado en los días previos al asesinato. Dos días antes de su muerte mantuvieron una larga conversación telefónica. Después mediante mensajes variados de whatsapp, el último de ellos media hora antes del instante en que se había establecido la hora del asesinato de la diputada.

Y la navaja.

Una faca toledana en la que se fundían “amorosamente” la sangre de María y las huellas de los dedos de Ernesto. Un poeta habría dicho que parecía como si el enamorado hubiera querido acariciar por última vez los líquidos más secretos y ocultos de su amada.

Por consiguiente, como habría dicho aquel viejo líder actualmente olvidado por todos en el partido, el candidato granate a la presidencia del gobierno estaba pringado hasta las cejas. La sala oval situada en la quinta planta de la sede de la calle Ferreras, imponía a cualquiera. Presidía la misma un retrato del padre fundador del partido, el augusto y decimonónico Mármol Catedrales.

Cuando Ernesto llegó a la sala, ya estaban sentados en sus confortables sillones los máximos dirigentes granates: el Presidente, Prometeo Nadal, el Secretario General, Eurípides Pascal, y el Bachiller Superior, Abdón Monegal. Este último habló:

–Ernesto, no nos vamos a andar por las ramas. Hemos intentado frenar todo esto, pero ha sido imposible. La noticia ha saltado imparable a los medios, y ya todo el país sabe que has asesinado a María. Debes dimitir de inmediato, devolver tu acta de diputado, entregarte a la policía y confesar tu abyecto crimen. Sólo así lograremos frenar la sangría de votos que, sin duda, vamos a padecer en las inminentes elecciones.

–Queridos amigos –contestó Ernesto– lo que me pedís sería perfecto, y yo no tendría reparo en acceder a ello si no fuera por un pequeño detalle: soy inocente.

Eurípides Pascal repuso iracundo:

–No vamos a consentirte ni un solo minuto de pamplinas baratas. El futuro de nuestra organización pende de un hilo y ese hilo eres tú. O lo cortas o te cortamos nosotros. De la contundente respuesta que demos ahora ante la ciudadanía depende nuestro resultado electoral.

Ernesto no daba crédito al desdén con que estaba siendo tratado por sus compañeros. Esperaba un mínimo de empatía y humanidad. La congoja le inundó y le impedía articular palabra. Por unos segundos se hizo un eterno silencio, que fue roto por el Presidente Nadal.

–Si no dimites de todos tus cargos orgánicos y confiesas tu horrendo crimen, al vía crucis legal que te espera deberás sumar el infierno con que el partido te va a obsequiar. Airearemos todos tus trapos sucios, por pequeños que sean, daremos instrucciones a los servicios de inteligencia para que hagan la vida imposible al más lejano de tus familiares. Todo lo malo que se te pueda ocurrir, ocurrirá.

Al escuchar estas palabras Ernesto, en lugar de formular una respuesta, sin saber por qué, comenzó a recordar instantes inconexos y fugaces de su vida: el amor de su madre, los esfuerzos de su padre por sacar adelante a la familia, su primer beso infantil, los atardeceres en Lisboa, las caricias de María… Y le invadió una infinita pena, rompiendo a llorar con un desconsuelo que conmovió por un instante al Tribunal de la Inquisición que tenía delante de sí.

Quizá por eso Abdón Monegal se atrevió a decir al fin aquellas empáticas y humanas palabras que Ernesto esperaba escuchar desde el principio:

–Tranquilízate, Ernesto. No queremos verte así. Te daremos unas horas de cortesía para que medites tu decisión.

 

Ernesto Mocentes, la esperanza blanca del partido Granate, el gran candidato a la presidencia del gobierno, recorrió cabizbajo y lloroso los pasillos de la quinta planta de aquel enorme edificio. Camino a la salida se topó de bruces con un cartel electoral colgado en la pared, al lado del ascensor que se disponía a tomar. Un cartel de la inminente campaña con su imagen sonriente y un potente eslogan: “Vota Ernesto Mocentes. Él hará realidad lo imposible”.

Al verlo, su llanto infantil se tornó en una enloquecida risotada. Se recolocó el nudo de la corbata atusando a continuación sus cabellos con una mano, y se dijo a sí mismo:

–Si ahí pone lo que pone, debe ser verdad. No me puedo dejar llevar por la tristeza y la depresión. Lucharé por demostrar mi inocencia. Debo darme prisa o estos tiburones acabaran conmigo y mi carrera política. Tengo que hacerme con el mejor detective de la ciudad, el que sea capaz de desenmascarar al verdadero criminal. Se lo debo a María.

Penetró en el ascensor reconfortado por sus pensamientos.

–Buenas tardes –dijo Ernesto saludando mecánicamente a un individuo que se encontraba en su interior, proveniente de alguno de los pisos superiores. Ni siquiera lo miró a la cara. Toda su atención estaba contenida en un único pensamiento: encontrar al asesino de María.

El desconocido respondió al saludo de Ernesto.

–Buenas tardes caballero, y perdone. Es necesario cometer este disparate. Necesito su sonrisa para mí.

 


 

Y hasta aquí llega el segundo episodio de esta saga. Aquí tienes el capítulo siguiente: Necesito su sonrisa.

Haz click en el corazón de más abajo si te ha gustado y deja por favor tu valioso comentario.

Te deseo salud y suerte en la vida.

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada pertenecen a la página  bing.com/images/create/ a no ser que se indique otro origen en el pie de foto.

8 Comentarios
  • Io
    Posted at 17:03h, 08 mayo Responder

    Enganchadísima estoy,!!! voy directa a la siguiente entrega. Gracias a los 2 por tan apasionante e intrigante saga. Enhorabuena

  • Miguelángel Díaz
    Posted at 20:55h, 03 mayo Responder

    Continúa creciendo la intriga, Marcos.
    Estáis escribiendo un relato interesante a cuatro manos.
    Un fuerte abrazo 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 10:30h, 04 mayo Responder

      Muchas gracias por tu valiosa opinión, Miguel Ángel
      Un fuerte abrazo.

  • Rosa Boschetti
    Posted at 17:30h, 13 abril Responder

    Hola Marcos. A Ernesto podríamos decirle: «cuídate de lo que deseas, porque puedes conseguirlo»; ya que, sin saberlo, acaba de conocer al asesino de María. Un abrazo

  • Federico
    Posted at 04:05h, 09 abril Responder

    Un relato de candente actualidad. Debe dimitir un político imputado o solo hacerlo cuando se demuestre su cumpabilidad?

    • marcosplanet
      Posted at 20:08h, 09 abril Responder

      Buena pregunta, pero en la mayoría de países europeos la dimisión es lo primero en plantearse.
      Saludos cordiales.

  • Juan Y Su Horizonte
    Posted at 18:48h, 05 abril Responder

    Me complacieron mucho los dos relatos, Has cuidado reflejar el ambiente de la política actual cuando describes lo de las minorías con acierto. El tono empleado es interesante y de thriller político, He leído también hace poco una novela de hace unos años de Esteban González Pons llamada «El Escaño de Satanás» y te la recomiendo porque aunque introduce el terror en la carrera de San Jerónimo y El Hemiciclo, el argumento que lo encuadra es la actual panoplia de políticos que existen para nuestra desgracia en la nación española.¡Que tengas un buen Abril y enhorabuena a los dos que escribís al alimón los dos relatos que has publicado!

    • marcosplanet
      Posted at 21:05h, 05 abril Responder

      Muchas gracias por tu análisis y por tu recomendación de lectura.
      Espero poder seguir captando la atención de los lectores con esta saga.
      Saludos cordiales.

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