Los cuatro hermanos vivían en una hacienda en el campo manchego próximo a la localidad de Porzuna, provincia de Ciudad real. Un día especialmente soleado, Marc decidió darse una vuelta por la florida pradera que se abría en mil colores frente a la casa rústica haciendo contraste con la blancura de sus paredes, las tejas anaranjadas de la cubierta, tan típica de la zona, y el azul de los frisos de esas que fueron antiguas casas de labor.
En su afán por encontrar objetos metálicos de toda clase para aumentar su colección, Marc decidió usar su detector de metales como entretenimiento añadido al paseo.
Pensó que además ya era hora de cambiar de ruta y tomó la senda antigua, que había quedado difuminada por la maleza después de tantos años de estar en desuso. Junto al almendro de la primera curva de un camino cubierto de hierbajos y esparragueras, Marc escuchó el pitido característico de su detector.
–¡Vaya! Parece que aquí debajo hay algo grande ¡Eh, chicos! Mirad esto.
Míriam, Marc, Robin y Tino habían rebasado con creces la edad dorada de los cincuenta. Solían reunirse en la finca los fines de semana para disfrutar de aquella hacienda entrañable que sus padres habían adquirido hacía ya cincuenta años. Pero aquel día iba a quedar grabado para siempre entre sus recuerdos.
–¿Qué pasa, Marc? ¿Ya has encontrado el tesoro que nos hará ricos? –bromeó Robin.
–Ya, ya, lo que hay ahí debajo es una lata vieja, de cerveza seguramente –comentó Tino con la sorna de la que siempre hacía gala.
Marc permanecía callado. A medida que iba excavando sus ojos iban expresando una sorpresa creciente.
–Parece… es… no puedo creerlo… –consiguió decir el explorador de metales.
–A ver si has dado con la colección de lingotes de oro que enterré hace años –indicó Tino en tono sarcástico.
Robin y Míriam sonrieron mientras se acercaban al hueco que estaba abriendo Marc.
–Chicos, hay que traer las palas y al menos un pico para… –intentó explicar Míriam.
–¡Nada de eso, ni se os ocurra! – exclamó Robin alarmado. ¿Estáis viendo lo que yo?
–Sí, hermanito –afirmó Tino recién incorporado al grupo junto al hoyo.
–¡Es una bomba! –gritó Marc sobresaltado–. Increíble, aquí en nuestra finca…
–No toquéis nada –advirtió Robin–. Estos cacharros de la guerra civil pueden activarse en cualquier momento, aunque hayan pasado más de ochenta años como es el caso.
Los cuatro hermanos quedaron paralizados mirando absortos el hallazgo.
–Esta es una bomba clásica dentro de las «bombas de hierro» o explosivos no guiados transportados por una aeronave, que van de los 50 kg a los 250 kg –explicó Tino–. Si se detona no quiero ni pensar en las consecuencias.
–Eres una fuente de saber–indicó Míriam–, pero creo que debemos llamar al 112 ¡ya!
–Es lo mejor, desde luego –confirmó Robin. Marc seguía absorto observando el descubrimiento. La bomba mediría al menos un metro y parecía muy gastada por el tiempo y la humedad.
–Aquí en el subsuelo el agua es calcárea, con lo que es muy probable que el metal esté atacado por el óxido de calcio. Yo no me preocuparía tanto si es que el mecanismo interno está inutilizado.
–Ya, pero antes de jugar a la lotería con este cacharro del demonio hay que llamar al 112 y que el ejército o un experto venga a desactivar este regalito –comentó Tino con fina ironía.
» Lo más probable es que contenga una carga explosiva intacta –continuó–. Seguro que está equipada con una variedad de fusibles, algunos podrían detonar inmediatamente, otros con mecanismo de retraso o con algún tipo de trampa.
–Pues un simple roce de la pala sobre la bomba o el fusible puede causar una debacle, creo yo ¿no os parece? Dejemos de especular y llamemos a emergencias. ¡Ya está bien! –protestó Miriam.
En ese momento Marc resbaló con un terrón de hierba y raíces que contenía una gran piedra. Los hermanos temblaron ante el hecho de que ese peso pudiera caer sobre la bomba semienterrada.
Miriam se llevó las dos manos a la cara, espantada.
Robin sintió que el estómago se le encogía como si hubiera recibido un puñetazo en el vientre.
Tino agarró del brazo a Marc y este retrocedió ante lo que podía suceder en cualquier momento.
Un silencio total rodeó al grupo de osados. La tensión podía cortarse en el aire que respiraban….
Pero nada pasó. Marc se atrevió a asomar su congestionado rostro sobre el agujero. Una sonrisa lo iluminó ampliamente y señaló con un dedo tembloroso hacia el temible artefacto.
–¡Mirad, hermanos, mirad esto!
Pasados unos segundos todos sonreían. La bomba acababa de desmoronarse por entero debido a la corrosión, la humedad alcalina y el efecto de ochenta años de deterioro imparable.
El explosivo se había transformado en un montón de herrumbre. Una sensación de creciente alivio invadía a todos los presentes.
–A ver, cuidado porque debemos asegurarnos de que no ha quedado ni rastro de ese artefacto diabólico. Llamamos a los expertos y que procedan –aclaró Marc.
Al cabo de tres horas aquella parte del terreno quedó peinada por los artificieros de la Guardia Civil con el mensaje feliz para los hermanos de que nada debía preocuparles.
–Vamos a celebrar esta aventura con un buen vino –anunció Robin con evidente euforia.
En cinco minutos improvisaron un ágape de varias delicias regadas con una botella de “Los Intocables Black Malbec”, un tinto de uvas Malbec que acompaña a la perfección a una buena pechuga de pato con guisantes y cuscús.
–Marc, estás muy callado, –dijo Robin mientras cortaba lonchas de un exquisito queso de oveja manchego.
¿Sabéis qué? Es posible que haya más artefactos como este en todo el terreno que tenemos. Son treinta hectáreas.
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Pues esta es mi aportación al reto del relato de los jueves. Este lo ha organizado Mari en su estupendo blog. Se titula:
Etiquetas de vino
La idea es elegir una de las opciones que nos inspire esta imagen o el nombre de los vinos:
Debe aparecer en el relato una de las etiquetas. El texto puede hacer referencia a los vinos o no necesariamente. Las normas se encuentran aquí.
Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página bing.com/images/create/ excepto la imagen del final del post, publicada por Mari en su blog.
