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El visitante sin nombre. Un tema pendiente

Las chispas de una pavorosa llamarada asaltaban el recuerdo del visitante embozado en su gabardina escarlata.  Un diabólico horizonte flameante oscilaba en su memoria con las ráfagas del viento nocturno. El bosque alrededor de la mansión parecía teñido por el reflejo de temblorosos fogonazos que se comían vivos los matorrales y setos del jardín de Villa Jabato.

En su visión onírica, el visitante contemplaba un océano infernal cubierto de materiales incandescentes fundiéndose en un apretado abrazo mortal. Decenas de personas huían sofocadas por el humo reinante que pugnaba por obstruir sus pulmones. Una angustia creciente crecía de forma desmedida en sus mentes y les obligaba a buscar una salida a su inminente asfixia. Algunos saltaban sobre la valla que separaba la mansión del río. Este rodeaba la finca cinco metros más abajo del muro. Otros trepaban por encima de quienes hasta hacía unos momentos habían reído con ellos en plena fiesta.

Ojos desorbitados pedían auxilio desde cuerpos sin voz, clamando por encontrar un espacio de aire puro que les mantuviera con vida.

 

El visitante sin nombre aparece de vez en cuando en la misma fiesta de los sábados convocada en una mansión suntuosa en medio del bosque de la sierra madrileña. El hombre goza de un aspecto impecable, dotado de barba cuidadosamente recortada y perfumada con la esencia más exclusiva salida de las estanterías de su botica. “Douce violence” lo llamaba.

Quienquiera que se encontrara cerca lo percibía, y aunque fuera por unos segundos, quedaba prendado de un magnético e inadvertido sortilegio.

Había acudido en cuatro ocasiones a la fiesta. Cada vez que lo hacía, se presentaba ante varios de los invitados y los intentaba conocer lo justo para enterarse de qué papel habían representado en la confabulación que había conseguido empujar a su hermano al abismo de una vida muy marcada por la adicción y el sometimiento.

Los presentes interactuaban de buena gana con el visitante, contándole entre copa y copa los pormenores de sus actividades por lo general muy próximas al delito.

El visitante no se presentaba puntualmente cada sábado en Villa Jabato, sino que aplazaba la frecuencia con que lo hacía para que no se acostumbraran a él y pudieran llegar a sospechar que perseguía un objetivo.

Se dedicaba a indagar en las vidas de los invitados con febril entrega, pues una vez dentro de la villa recorría uno a uno los rincones donde la gente charlaba y se introducía en las conversaciones.

Su presencia estaba impregnada de aquel perfume etéreo, casi espiritual, como un halo vaporoso que le acompañase en todo momento rodeando su esbelto cuerpo.

Villa Jabato había pertenecido a su dinastía durante tres generaciones, hasta que Norberto, el hermano más joven, arruinó su vida y la de toda la familia con su adicción a las drogas y sus cuantiosas deudas de juego.

Los culpables del destino de Norberto se hallaban presentes en esa fiesta. Eran noventa y cuatro en total, que de un modo u otro habían contribuido a su ruina.

El visitante los iba conociendo uno por uno. Así que se dedicaba a conversar con todos los culpables para extraer un mayor jugo a su venganza conociendo pormenores de sus vidas que le hicieran regocijarse antes de cumplirla.

Para ganarse la confianza necesaria y conocerles más a fondo, utilizaba sus perfumes untados en su barba y manos, los lugares que más se exponen a los saludos y mejor marcan la intensidad del aroma. No en vano, de su laboratorio salían partidas continuas de esencias destinadas a nutrir de materia prima las fórmulas de muchas marcas de la perfumería más cara y codiciada.

Uno de los sábados de fiesta en Villa Jabato, un par de jóvenes de no más de 20 años se acercaron a él para entablar conversación. El aroma de “Douce violence” que desprendía la perfecta barba les había cautivado.

–Yo soy Young y él es Marty. Somos la parte británica de esta reunión –se presentaron ambos pretendiendo resultar graciosos.

–¿Qué es lo que más os gusta de esta casa? –preguntó sin más el visitante.

–Eh, ¿de esta casa? Pues… todo es lujoso y brillante. Da gusto comer en estos platos dorados –contesta Young.

–Para mí lo que mola son los jardines iluminados. Esas farolas de época antigua me enamoran –comenta Marty con una sonrisa de oreja a oreja.

–Ya ¿y si tuvierais que sacrificar una parte de esta casa ¿Cuál elegiríais?

Los dos jóvenes se miraron extrañados al principio. Reaccionaron pronto.

–Ah, ya –dice Young. Se trata de ese juego de rol de moda en todo fiestorro que se precie. Sí, sí, espera que lo piense.

–Para mí sería el wáter el primero en desaparecer –asegura Marty–. No soporto los inodoros. Metería dentro de la taza una bola de trapos untados en gasolina y les prendería fuego.

–Vale –interviene Young–, pues yo echaría mano de un acelerante de combustión para quemar la sala de baile. ¡No me gusta bailar y que me observen!

–Muy bien, muy bien –los anima el visitante–. Veo que habéis captado el mensaje.

Y a continuación da media vuelta y desaparece de allí a paso rápido.

–Qué tío tan peculiar ¿verdad? –comenta Young mientras ofrecía una copa de brandy a su compañero.

Ambos siguen con la mirada la trayectoria del visitante. Este se dirige a un pequeño grupo de señoritas que no paran de reír y hablar en voz alta.

–Hola guapas –se atreve a decir con un tono distendido que le ha costado mucho alcanzar. ¿Qué tal os sienta este evento?

El grupo de chicas aminora el ritmo de risas y cuchichean descaradamente delante de él, como si lo vieran un tanto rarito.

–¿Evento? –dice una de ellas con sorna–. Ni que estuviéramos en un fotocall de Instagram.

El resto le ríe la gracia.

–Bueno, mirad, ¿conocéis ese juego de rol que está de moda? ¿Ese en que os preguntan qué lugar de donde os encontráis haríais desaparecer?

Sorprendentemente para casi todos, una de las señoritas asiente con la cabeza y lo hace con un gesto más serio de lo que la situación parecía requerir.

–Sí, he llegado a jugar a eso. Hace ya mucho y no he vuelto.

Su grisáceo testimonio permanece flotando en el aire como un nubarrón que no acaba de romper en lluvia.

–Bueno, acláranos cómo te fue en ese juego –le animan sus compañeras.

–No resultó muy agradable, desde luego. Alguien propuso lo que este… amigo nos cuenta y dijo que le gustaría ver desaparecer a un par de conocidos que no le caían bien. Era un tipo que había bebido mucho y parecía exaltado por alguna droga. Se acercó de repente a las dos personas que no le gustaban y… las empujó cuando se apoyaban en el balcón de la terraza. Menos mal que apenas separaban esta del suelo un par de metros. Pero ambas acabaron con lesiones.

–Ajá ¿veis qué interesante puede ser jugar a eso del rol? –pregunta el visitante con un brillo en sus ojos que hace dudar a algunas de las chicas.

–Venga, va, yo me apunto –afirma una tal Arancha dando una palmada–. Total, yo no quiero empujar a nadie… –comenta con gracia.

–Yo también –dice Magda, una morena simpática y menuda.

–Y yo –anuncia un señor de unos cincuenta años que acaba de entrar en escena. La rotundidad y seguridad con la que habla sorprende al visitante.

–Me llamo Honorato y creo que encajo como el dinosaurio del grupo. Soy afortunado de estar rodeado de gente tan joven.

–Bien, Honorato –comenta el visitante sin intención de presentarse–. Pues empieza tú el reto ¿Qué harías desaparecer primero de esta casa?

Honorato mira directamente a la cara de aquel extraño en quien también se había fijado en la primera ocasión en que ambos habían coincidido en las  fiestas del sábado.

El semblante y el físico ya le resultaron familiares la primera vez que se vieron en la villa, pues recordaba haberle visto pululando por las dependencias policiales donde Honorato había tenido que lidiar con un tal Norberto, en una operación policial que acabó con el arresto de este. Su ficha policial destacaba antecedentes de robo reiterado en domicilios de la urbanización a la que pertenecía Villa Jabato, es decir, Norberto robaba a sus vecinos para poder mantener su dependencia de las drogas.

Norberto había sufrido en sus carnes las consecuencias de pertenecer a una familia rica de reconocida raigambre de la que, por su adicción, se vio desplazado a los submundos de prestamistas sin escrúpulos y narcos despiadados que transformaron su personalidad en una marioneta, un andrajo manipulado hasta el extremo para exprimir toda la fortuna de la familia.

Bien, dijimos que esta era la segunda ocasión en que Honorato coincidía con el visitante sin nombre.

El hombre de la barba cuidada consiguió captar su atención desde el momento en que observó su comportamiento ante la gente. El “perfumado”, como Honorato lo bautizó, siempre obtenía respuesta de aquellos a quienes abordaba.

Lo de convocar o invocar un juego de rol era algo novedoso.

–»Lo habrá aprendido hoy mismo de alguien –decía para sí Honorato–. Voy a ver hasta dónde quiere llegar este tipo» –concluyó antes de ser el primero en responder al reto.

–Pues yo haría desaparecer primero… la sospecha de que alguien sea culpable de algo.

El comentario hizo abrir ojos como platos a varios de los presentes.

–Porque, vamos a ver, ¿Quién no tiene algo que ocultar bajo la manga? Alguna cosita mala que haya hecho en su vida –continuó Honorato con cierta picardía.

–¿Cómo de mala? ¿Quiere usted que confesemos delitos aquí y ahora o algo así? –dijo Magda mirando a Arancha desconcertada.

 

Honorato se limitó a dirigir su mirada a los ojos del visitante sin nombre, como si tuviera que ser él quien tomara la palabra, pero se le adelantó otro.

–Bueno, yo oculté una vez a mi padre que había copiado en el examen final de las oposiciones a funcionario –dijo una de las chicas con una sonrisa sarcástica.

Animados por las copas que llevaban encima, los presentes intervenían en cadena.

–Ah, si se trata de ese tipo de cosas –terció una joven con acento extranjero–. Bueno, debo decir que una vez le quité a mi hermana su anillo de esmeralda porque me encantaba su brillo y color y lo escondí durante meses.

–¿Y no se lo devolviste? –pregunta Arancha.

–Pues… es que terminó perdiéndose por el desagüe del lavabo y jamás pude recuperarlo.

–No está mal de momento –interviene Honorato–. Pero debéis esforzaros más. A ver, tú –dice dirigiéndose al visitante–. Añade algo más sabroso a este juego.

El visitante sin nombre da un largo trago a su copa rebosante de cava. Tras eructar sin piedad, cosa que hizo relativa gracia a algunos, habló con estudiada y burlona parsimonia.

–Pues, sí que puedo añadir jugo al juego. En una ocasión maté un ruiseñor y lo añadí al cocido de mi suegra; una vez desplumado, eso sí. La gracia es que ella era una experta en aves y amante de todo animalito viviente, por lo que al identificar al pajarito que le había servido de compañía durante los últimos diez años, le entró un sofocón que obligó a ingresarla en urgencia hospitalaria.

 

Un gesto de satisfacción ilumina de súbito el rostro de Honorato.

–Vamos mejorando, ya lo creo amigo mío. Me ha ilustrado mucho tu comentario–. Después lanzó una mirada repasando las expresiones del resto del grupo. El rubor aparecía en ellas mezclado con rechazo y hasta con signos de miedo. El visitante sin nombre había destapado una cajita de Pandora. Este se acerca a menos de cinco centímetros de la cara de Honorato.

–¿Qué pretende con tirar de la cuerda, amigo? –le pregunta en un tono tan frío que produjo la misma reacción de estupor colectivo.

Honorato estaba esperando ese momento con fruición.

–Soy inspector de la Brigada de estupefacientes de la Policía Nacional.

Antes de que cualquier expresión se reflejara en ninguno de los presentes, un grito sordo procedente de los cuartos de baño se extendió por toda la sala. Pequeñas hebras de humo negro se deslizaban por debajo de las puertas de los lavabos y pronto el olor acre a plástico y madera quemada empezó a dificultar la respiración.

–Pero ¿Qué ha sido eso? ¿Quieren gastarnos alguna broma? No parecía esto una fiesta de esas de sorpresas tontas ¿no? –se oía comentar a la gente alarmada.

El visitante sin nombre sonreía ante un hecho que él conocía perfectamente. El joven Marty había cumplido su deseo de quemar los inodoros pues los odiaba. Marty y su amigo Young estaban asumiendo su rol en el juego desde que el visitante se lo había sugerido hacía unos minutos.

Fue entonces cuando Arancha y Magda reaccionan recordando la impactante revelación de Honorato.

–Así que usted es… inspector de policía… –afirma Arancha con un gesto de duda.

–De la Brigada de estupefacientes de la Policía Nacional, sí.

–¿Podemos saber por qué se encuentra aquí jugando a un Rol?

Honorato señala descaradamente al visitante sin nombre.

–Porque este… señor, nos puso muchos palos en las ruedas para sacar adelante la investigación sobre… su hermano Norberto.

La cara del visitante sin nombre no cambió de expresión, pero sí lo hizo su percepción de la situación. Resulta que el poli podía desbaratarle su plan de venganza.

La mayoría de los noventa y cuatro asistentes a esa fiesta de roles había intervenido de una forma u otra en acarrear la desgracia a su familia. Narcos, camellos, prestamistas, usureros y hasta algunos vecinos de la urbanización de lujo a los que Norberto nunca había robado, parecían haber confabulado para arrojar a la familia al abismo de la insolvencia y la miseria. Les había costado varios años persistir, pero lo habían conseguido.

 

La tal Arancha había logrado engatusar a Norberto hasta llegar a convivir con él una temporada durante la cual le inyectaba heroína mientras dormía. Se la proporcionaban dos camellos en alza: los simpáticos Young y Marty. Era la primera vez que Norberto tenía contacto con cualquier tipo de droga. Magda, la compañera sentimental de Arancha, había ideado el plan de convivencia con el rico vecino de la sierra madrileña para poder beneficiarse de su enorme fortuna induciéndole su adicción a las drogas.

Un banquero sin escrúpulos llamado Eliseo había convencido a Norberto para invertir en criptomonedas, cuando ya llevaba tiempo rendido a la heroína. Eliseo pertenecía a un selecto club de póker de unos veinte miembros que consiguieron incluir a Norberto en su círculo para hacerle perder cientos de miles de euros cada año en partidas de supuesto alto nivel con jugadores profesionales. El caso era exprimir su fortuna como fuese. Todos ellos eran asiduos de las fiestas del sábado en Villa Jabato, ahora propiedad del banquero.

A veces, los del club contrataban a jóvenes vecinos de la familia más rica de la sierra para dar a Norberto alguna paliza de advertencia cuando se negaba a participar en aquellas partidas amañadas. En más de una ocasión tuvieron que ingresarle en el hospital más próximo. El calvario que había de sufrir lo compensaba con mayores dosis de estupefacientes y mayor dependencia de la peor gente con la que nadie desearía estar.

 

Tras la declaración de Honorato en plena fiesta anunciando que era inspector de estupefacientes, el visitante intentaba valorar cómo iba a afrontar el riesgo de que el policía desmontara su venganza. Pero un nuevo suceso conmovió a los presentes.

Esta vez el humo precedió a un fuego intenso provocado por dos cócteles Molotov que el británico Young acababa de lanzar en medio de la sala de baile. Esto obedecía a la confesión que hizo al visitante sin nombre antes de asumir que quemaría la sala porque odiaba que lo vieran bailar.

–Está resultando interesante mi juego de rol –murmuró entre dientes el hermano de Norberto.

Mientras tanto, Young, ayudado por su amigo Marty, continuó arrojando cócteles explosivos que sujetaban a sus brazos como ramilletes incendiarios que algún demonio del fuego hubiera depositado en ellos desde el averno.

La euforia inundaba la mente del visitante sin nombre. El inspector Honorato quedó inmóvil y estupefacto.

Una columna de fuego prendió en los cortinajes más espesos del salón de baile condenado a formar una pira gigantesca. La gente echaba a correr sin norte ni control. Los alcoholizados Young y Marty repartían cócteles incendiarios por todos los rincones.

La escopolamina con la que habían llenado sus arterias durante toda la fiesta estaba terminando su efecto, pues la dosis ingerida se hallaba en pleno apogeo de delirio y otras psicosis. Esos dos enviados de satanás acabarían embotados por el aturdimiento y finalmente, muriendo por parálisis de la musculatura lisa corporal.

El inspector de la sección policial de estupefacientes efectuaba a la desesperada una llamada de socorro a su comisaría de distrito. Al cabo de una hora, lo que contemplan los atónitos policías de las tres patrullas enviadas junto a dos camiones de bomberos es un infierno en la noche.

Villa Jabato se estaba consumiendo incluso por el interior de sus paredes de hormigón. Tal era el número de capas impermeabilizantes con las que había sido construida, que ese material ardía con veloz profusión, mejor que cualquier otro combustible. El fabricante no tuvo en cuenta que añadir aquel aditivo barato espumante de dudosa procedencia iba a acabar con los mismos cimientos de una mansión.

Con relativa fortuna para todos los asistentes al último evento en Villa Jabato no hubo ningún quemado, pero de la intoxicación masiva por gases no se libró nadie.

–Los efectos causados por inhalar vapores de poliestireno expandido se traducen en daños neuronales irreversibles –comentaba uno de los facultativos enviados en las cinco ambulancias del servicio de emergencia sanitaria–. Se trata de monóxido de carbono y estireno monómero, dos compuestos muy poco fiables a la hora de evaluar sus consecuencias inmediatas. Cada cual los asimilará con una intensidad diferente.

Una figura recortada contra el horizonte nocturno intervino entonces en la conversación. Se situó a espaldas del equipo médico y llamó la atención del doctor que daba explicaciones al inspector de la Brigada de estupefacientes Honorato Gil quien, estupefacto por tercera vez, escuchaba sin mediar palabra.

–Entonces, doctor, es probable que los efectos sean permanentes y las secuelas indeterminadas –añade el visitante sin nombre con una sonrisa torcida.

El medico asiente sin dudar.

El visitante da media vuelta y se aleja unos pasos del escenario.

Sus manos se cierran en puños, los tendones de sus largos brazos se tensan, un rictus marca su cara congestionada, se le dispara la adrenalina y eso le produce un rubor que cubre de rojo sangre todo su rostro.  Mira al cielo de la noche negra donde se proyecta el reflejo del gigantesco rescoldo en que se ha convertido la mansión y respira profundamente al aire libre, viendo renovado su espíritu por el resarcimiento de las noventa y cuatro cuentas pendientes solucionadas.


 

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Os deseo mucha salud y suerte en la vida.

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la de portada pertenecen a Deviantart.com

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