03 Dic Cuéntame un cuento
CUÉNTAME UN CUENTO

Vadereto del mes de diciembre de 2025. Lo convoca cada mes José Antonio Sánchez en su magnífico blog Acervo de letras. En esta ocasión el Vadereto de este mes de diciembre de 2025 consiste en:
Se trata de introducir en tu relato un preámbulo lo más parecido posible al que sugiere José Antonio y después continuar con la historia. Estás entrando a una mansión, saludado por un mayordomo y conducido por él hasta una chimenea bien caldeada. Allí, sentadas en el suelo, hay seis personas esperándote y cada uno ha de contar un cuento para poder recibir alojamiento gratuito.
CUÉNTAME UN CUENTO
Lo primero que me vino a la cabeza nada más llegar a esa gran mansión fue «¡Vaya!, parece que he llegado a mi destino a deshora».
En la casa suena la campana que avisa de la llegada de un nuevo huésped.
Un anciano mayordomo acude a la llamada y abre la gran puerta del caserón.
El personaje con la cabeza a medio cubrir llama su atención. Aparezco entre las sombras y relámpagos de la tormenta.
—Buenas noches, amable caballero —respondo con un estremecimiento y ligero castañetear de dientes—. Me he perdido y estoy helado de frío. ¿Podrían darme alojamiento por esta noche?
—¡Por supuesto! —Dice el anciano, mostrando un gesto de satisfacción—. Pasad y consideraos, desde este mismo momento, nuestro huésped. Os están esperando en el Salón.
—¿Cómo? ¿A mí? —intentando disimular mi falsa sorpresa con una media sonrisa.
—¡Efectivamente! —Responde el mayordomo—. Acompáñeme.
Nada más entrar, noto la calidez de una enorme chimenea. Ante ella, un grupo muy diverso de personas, sentados en el suelo, me saludan y dan la bienvenida. Amplias mesas contienen una suculenta variedad de manjares.
—Como se puede ver —añade el mayordomo—, puede usted quitarse el frío, el hambre y la sed. Si necesita algo más, solo tiene que pedirlo. Pero…
—¡Vaya! Ya llegamos al pero de siempre… Seguro que tengo que pagar algo. ¿Verdad?
—¡Efectivamente! —responde el anciano.
—¿Y me va a salir muy caro? No llevo gran cosa en los bolsillos.
—Será sencillo y barato. Acomódese junto a sus compañeros y cuéntenos un Cuento.
Tomé asiento entre aquel variopinto ejemplo de personas. Cada uno de ellos reflejaba una fotografía en sus caras y algunos en sus cuerpos. Me pregunto lo que pensarán al verme.
—¡Qué sorpresa! Ya somos ocho, contando con el organizador. El ocho es un número mágico, como ya sabemos… El número ocho cuenta con múltiples aspectos mágicos, no sé, como el símbolo del poder en numerología, je, bueno, me presentaré pero ya me conocéis por los blogs. Soy Adriana y llegué hasta aquí con grandes dificultades, como saben bien mis compañeros de viaje Armando y Ragnar. Entre los tres llegamos a duras penas, je, je. El convocante me aseguró que el viajecito a través de estos bosques perdidos tendría premio, y me convenció de que atendiera la propuesta y que no pasara página, je, je, je, me refiero a su página web —aclaró con cierto nerviosismo, como si tuviera que justificar cada chiste o chascarrillo—, porque en su blog lleva ya años dedicándose a la afición de lanzar retos literarios y… bueno, acabé dando credibilidad al gran Venditore. Así que, aquí estoy. ¡Ah! Y lo olvidaba, soy profesora en un Instituto de Bachillerato. Eso no sale en mi perfil de internet.
—Bueno, pero ¿qué es esto? ¿Una terapia colectiva? —inquiere un hombre pasado de peso, cuya esencia de perfume Baccarat Rouge 540 satura el ambiente. Si, soy un friki de los perfumes.
» ¡Como me llamo Armando que estoy por llamar a la Policía! —exageró el mullido bloguero con voz impostada—. Que el dueño de este tinglado nos mantenga aquí, esperando a este recién llegado que se oculta la cara con una capucha me da muy mal rollo. Hace mal tiempo ahí afuera, —convino, fingiendo un escalofrío—, pero aquí vamos todos al descubierto.
—¡Malos modos, malos modos! no está bien, ¡malos modos!
La dueña de esa voz alterada, entra en escena enmudeciendo a los presentes.
—Pero ¿qué se puede esperar de una propuesta tan absurda como la de pagar de este modo una estancia? —sigue el tal Armando en su rol de quién sabe qué gracia estaba intentando contar—. Aquí parece que no carecen de medios para dar cobijo a quien quieran, sin más exigencias —Se parecía a Obelix, cruzándose de brazos con gesto de enfado.
—¡¿Y nadie se pregunta qué le pasa a esta… criatura?! —pregunta un hombre pelirrojo, con aspecto de boxeador de peso semipesado—. No tendrá más de veinte años y… bueno, creo que sufre algún desajuste.
—¡Buh! ¡Buh!, ¿a que os ha asustado la escenita, ja, ja ,ja? —replica la chica—. Su carcajada rebota en las enormes paredes y el altísimo techo. Los artesonados de este, hechos en lo que me pareció madera de caoba, contribuyen a oscurecer el ambiente—. Perdonad si he resultado atrevida. Mirad, soy Lutecia, maestra de ceremonias de eventos para coaching emocional. ¿Habéis oído hablar de él? Me visitan muchos interesados en la cultura japonesa.
—Tu no asustarías ni a un niño, querida —apunta una señora entrada en la cincuentena. Luce un vestido verde de lentejuelas o brilli-brilli de esos, nunca sé diferenciarlos—. Por cierto, habéis hablado del organizador de todo esto. ¿Cuándo aparecerá Venditore? — La dama rebosaba satisfacción, como si ese fuera el gran acontecimiento de su vida.
—Lo de asustar a un niño, yo diría que depende de a qué niños te refieres, amiga…
—No somos amigas, que yo recuerde, pero me llamo Marian, y ya que estamos en un teatrillo de novedades te diré que aparte de mi blog literario soy monitora de un salón de yoga.
—¡Ah, sí! —Inquirió un hombre de edad madura, con barba de tres días y algo de tripa indeseada—. Si me ayudas a quitarme unos kilitos me haré socio de tu gimnasio… je, je, je. Mi nombre es Lucio, Luc para los amigos… y amigas. Ya sabéis, mi blog es “Pensad y se os dará”.
—En mi blog firmo como “Maxim”, ya sabéis quién es la maestra.
—Pues mira, yo soy Bernard, de Bernar y sus letras. Bloguero hasta el fin.
—Anda, tú vas a ser el de los artículos de historia y opinión. Me encantan tus contenidos —dijo Marian, quizás echándole un guiño interior como de posible fichaje romántico.
A mi me dio la impresión de que era un gilipuertas de esos que van por ahí queriendo ser el centro de atención para cubrir su falta de autoestima. He de decir que aquello estaba resultando para mi un auténtico show de emociones encontradas, una cada vez más atractiva invitación a una reunión con personas en general fuera de lo común, aunque conocidas en lo corriente.
—Bien, y ahora te toca a ti, recién llegado. ¿A qué dedicas tu vida? —dijo en plan distendido el boxeador—. Aunque primero quítate la capucha, por favor, estarás asándote con este calor de la chimenea más grande del mundo.
—Ya que vamos de presentaciones inesperadas esta es la mía —dije tras quitarme la capucha—. He pasado la fase en la que el mayordomo me dice a la entrada que, para merecerme su hospitalidad primero debo contar un cuento. Nuestro querido Venditore es así, ya lo conocemos. Por cierto aún no se ha dejado ver que yo sepa. En fin, que después de escucharos, me he inspirado y creo que ya tengo la historia.
»Mi nombre lo dejaremos en Ankh, como el apodo de los comentarios del blog. Acabo de dejar a mis dos niños y mi esposa en el cine. Iban a ver una de esas de dinosaurios que, en verdad me habría encantado disfrutar con ellos. Me encanta llevarles a todo tipo de actividades y compartirlas. Ahora que hace más frío hay una pista de patinaje en la ciudad que frecuentamos mucho.
También les apunté a clases de Taekwondo, como hice yo hace unos años. Las artes marciales te dan vida, no te la quitan, como las demás actividades que tanto molestan nuestra paz todos los días —. Me quedo absorto mirando el fuego, quizá por los recuerdos que invaden mi mente—. Bueno, al grano. Antes de llegar hasta aquí me ha pasado algo un poco delicado de contar.
—¡Anda!, será que has perdido la señal del GPS y no llevabas ni un mapa en papel —dice Adriana con timidez—. Je, je, es por eso de que ahora, bueno, nadie lleva uno de papel en el coche. ¿no?
—Genial tu interrupción —exclama Armando con su voz atronadora.
—No importa —continué—. El caso es que, viajando hasta aquí, llegué a la altura del Barranco del Toro y vi a un grupo de gente que celebraba algo desde el mirador. Paro mi vehículo y me mezclo con descaro en esa turba de amigos ajena a mi. Voy anunciando mi nombre de acá para allá. A todos les resulta extraño escuchar Ankh, como ya supuse. Aparte de eso, nada más perturbaba sus vidas, menos aún las insignificantes conversaciones que yo les ofrecía. Para ellos era un viejo baby boomer, quizá con intenciones de tipo carnal, como sugirió un grupito de alcoholizados por el vodka, así que me puse a reír y reír como un descosido y troné a los cuatro vientos allá junto al borde del Barranco del Toro, como un preludio de la tormenta que se inició poco después y que seguro que os mojó antes de llegar vosotros aquí. Bueno, mi reacción posterior no fue de un momento, ni alocada, ni insultante, válgame Dios. Hay que seguir los preceptos del Maestro hasta con esos que no te quieren y te faltan al respeto.
»Lo primero fue golpearles en donde pude con un canto de borde tan afilado como el de una navaja albaceteña. Cuando me aseguré de que todos estaban sin vida, me dispuse a empujar aquellos cuerpos uno a uno por el borde del abismo. Una vez logrado el objetivo me pasé más de media hora, os lo aseguro, contemplando mi obra para, entre otros placeres, comprobar que estaban bien muertos.
—¡Pero qué barbaridad! —exclama Marian la del salón de yoga. Los brilli-brilli de su traje verde como el moho de un borde de acantilado, refulgían con la agitación de sus brazos— ¡Esto es intolerable! ¿Es que nadie va a decir nada? Os veo a la mayoría como si estuvierais escuchando un podcast barato. ¿Tú que dices, Adriana?
La profesora de instituto miró a su alrededor y vio caras de gente deseando escuchar más de mi, aquel narrador que la había soliviantado con su cuento estrafalario.
—No, yo… no puedo creerme eso ¡Qué tontería! Vamos, ¿qué edad tenéis, cuentistas? Venga, que son solo historias y nada más, je, je, es que esto parece una peli o un reality, no sé, je, je.
—Para ya, Adriana, deja que Ankh continúe, válgame Dios—. Algunos rieron ante el comentario de Ragnar el boxeador.
—Bien, esto es lo que pasó y el cuento un colosal apetito me abrió —sentencié—, y sin más, me dispuse a dar buena cuenta de un muslo de pularda aliñado con crema de champiñones.
—“Oye, no vale, la historia debe continuar, ¡debes continuar la historia!” —, es una frase repetida entre casi todo mi público.
—Pues si la mía es la primera que se cuenta esta noche, acabaremos a las mil y monas. ¿No tenéis un poco de apetito siquiera? ¿O es que yo soy muy tragón?
Una figura de elevada estatura y cuerpo atlético hace acto de presencia surgiendo de entre la penumbra.
—Hola a todos y todas. Tenéis delante a Venditore, vuestro gran conocido virtual pero al que desconocéis en persona. Lo primero es felicitaros por haber seguido fielmente las reglas, entre todas, la frase clave: «Me he perdido y estoy helado de frío. ¿Podrían darme alojamiento por esta noche?». Y la obligación de contar un cuento. A algunos os habrá parecido algo absurdo, pero esta es la primera convocatoria de este tipo y en las siguientes espero que la variedad de propuestas vaya creciendo.
» A diferencia de los retos literarios a los que os tengo acostumbrados desde hace tanto —aclara Venditore—, el que os lancé la semana pasada consistía en que alguien elegido en secreto por mi, propusiera una lista de invitados a esta mi humilde morada. Es como una nueva forma de lanzar el reto. Así le damos vidilla. No os conozco a ninguno de vosotros en persona, pero sí recuerdo algunas fotos… las más recientes, claro está; así que tengo a bien presentaros al recién llegado, al que conocemos como “Ankh”. Él propuso la lista y yo acepté. Todo un placer.
»¡Venga, escuchemos al resto de amigos primero! —dije animando a la tropa—. Y si os entra el hambre pues no se hable más y ¡acudamos a las mesas!
Lo cierto es que todos los presentes han contado historias dignas de ser recordadas, se han afanado en ello. Tras las vicisitudes del viaje de cada cual, con la dificultad para llegar a ese rincón de un bosque especialmente tupido, ahora había que añadir las sorpresas y los cuentos, junto a una cena pantagruélica. De modo que todos acabamos retirándonos enseguida a nuestras habitaciones casi en procesión.
Al día siguiente decidimos ir a dar un buen paseo por los pinares próximos, muy cerca de donde habíamos aparcado los coches. A algunos les sobrecogió adentrarse en semejante espesura. A mí me llamaron la atención los atractivos mazos de setas que asomaban entre castaños y robles, restos de leña y hojas. Tras un buen rato de caminar entre naturaleza viva, me quedé rezagado junto con Adriana, Armando y Ragnar. Los demás nos hacían señas para que les siguiéramos de vuelta a la mansión.
—¡No pasa nada! —voceé— ¡Estamos buscando setas! ¡Ya las probaréis!
A solas con los tres compañeros de blogosfera, hice una pregunta cuando ya llevaba medio llena mi cesta.
—¿Qué, os gustan estas de aquí? Son Boletus Edulis, riquísimos y también hay níscalos por todas partes; hice bien en traerme una cestita para recolectar lo que pudiera. ¿Os animáis?… no, ya lo veo por vuestras caras. Bueno, Ragnar, quizá te guste más practicar un poco de lucha, para entrar en calor, ya sabes. Se supone que al aire libre apetece más el ejercicio físico ¿no?
Ragnar se dio por aludido y con una sonrisa se quitó la sudadera y todo chulo se dispuso a hacerme frente.
—Bien, amigo Facundo, porque ese es tu verdadero nombre, Facundo Campuzano del Oso, antiguo estudiante del instituto Las ramblas en Vilaseca. Igual que vosotros dos, despojos humanos, asquerosos. Yo también fui vecino de ese pueblo y estudiante de ese centro ¿os va sonando?
El boxeador entorpecía mis comentarios con su intento de golpearme. No daba ni una en la diana. Le sacudí una patada en el estómago. Se quedó sin respiración.
—Estás zumbado, Ankh o como quieras llamarte —repuso con mala idea Adriana—. Así que para eso sirve el Taekwondo? ¿No decías que el Takwondo te da vida, no te la quita?
—Os mentí.
—Sal pitando de aquí o mis amigos te harán picadillo.
—¡Anda! Es lo mismito que vociferabas cuando me acosabais en el insti hace casi treinta años. ¿Lo recuerdas? Tú llevabas siempre encima una cámara VHS muy modernita, grababas las palizas y después enseñabas a todo el colegio tus grabaciones.
—Oye, quien quiera que seas —protestó Armando—. No me suenas de nada, así que date media vuelta y pírate ya, si no quieres salir malparado.
—Ah, ¿tú crees que voy a quedar maltrecho? ¿Por vuestros golpecitos tal vez, si? Prueba tu mismo si quieres, pero antes tengo que hacer una cosa.
A continuación propiné a Facundo un directo en la frente que lo dejó inconsciente.
—¿Qué le has hecho? ¿Lo has…?
—Lo he dejado inconsciente, nada más.
—¡Ya está bien de tanta violencia! —dijo Adriana pataleando.
—¿Y cómo es que has dado con nosotros? —quiso saber Armando, enfurecido— ¿Nos has estado investigando y después has esperado durante décadas para vengarte?
—Pues mira, cerebrito, eso no es así. Primero pasaron los años. La idea de hacer justicia me perseguía al ir haciéndome adulto, luego se consolidaron las redes sociales. Os empecé a investigar hace un par de años y di con todas vuestras aficiones y pasatiempos, como el de apuntaros a un blog literario. Se ve que habéis mantenido la relación o lo que sea tan diabólico que os une. Los tres habéis abierto blogs donde escribís lo que queréis, supongo que lo decidisteis juntos, como otras muchas cosas. ¡A saber! Seguro que sois temibles en vuestros trabajos. Os he localizado por plataformas de mensajería instantánea y diseñáis estrategias en común. Mi propio trabajo me facilita toda esa información. En fin, eso ahora ya me importa un bledo.
—¡Apártate! ¡Apártate te digo! Imploró, más que ordenó, el tal Armando.
—¡Fuera de aquí! —espetó Adriana esgrimiendo una rama caída. Si tuviese el móvil llamaba a la policía, tenlo por seguro.
—Si, si, qué buena idea la de Venditore de dejar los móviles en la casa. Es bueno reconectar con la naturaleza.
»Cuando yo contaba con dieciséis años de edad, me partisteis varias costillas, una de ellas quedó astillada dentro de uno de mis pulmones. Eso me llevó a perder todo un curso de bachillerato unido a una máquina de respiración asistida, el dolor me hacía imposible estudiar y los calmantes me dormían.
A todo esto, Facundo despertó tras haber recibido mi golpe en la frente. A continuación esquivé un intento de puñetazo del mayor gañan que hubo nunca en el Instituto Las ramblas. Yo le propiné dos rodillazos en las costillas, otro en el estómago, que volvió a hacerle caer, y ya de rodillas le inmovilicé cuello y brazos con los míos.
»Me quedó reducida la visión de un ojo, además —añadí—. Otra sacudida al cuello de Facundo y quedó hecho un guiñapo. Su cuerpo sin vida se desplomó sobre el pasto de montanera. Ahora tenía entre mis antebrazos el cuerpo de quien me hizo la vida imposible durante varios años de estudios. Él era repetidor reincidente y su tamaño y fuerza superiores a los míos.
—Facundo siempre obraba a tus órdenes, Armando. Tú eras el cerebro de los tres. Adriana solo te daba coba y hacía lo que le pidieras con tal de que no le hicieses bullying a ella. ¿Verdad? ¡Necesito que me contestes!
—Estás, estás… él nunca… —a continuación, Adriana soltó el palo y se desmoronó sobre sus rodillas llorando—. Él, él… siempre me… amenazaba y yo temblaba cada vez que me pedía hacerle … de todo ¿tengo que… dar más… detalle?
—No, porque ya lo intuía, pero qué bien ha sonado en mis oídos. Bueno, y ahora tu, gusano. ¿Por qué hacías lo que hacías? Eso de acosar… ¿tan solo te ponía a cien o había algo más? ¿Problemas en casa, quizás? Anda, sé bueno y dímelo todo.
—Estás… loco. Eres un psicópata. Yo nunca tuve problemas en casa, ¡nunca!
—Ah, ¿no? Tu padre llegó a ingresar en una clínica de desintoxicación para separarle de sus problemas con el alcohol. Un caso manido, frecuente, y que da lugar a palizas y maltrato psicológico a los familiares con quienes conviven esos enfermos ¿por qué quieres ocultarlo?
—No lo oculto, so cabrón, te vas a enterar —Armando recogió del suelo un resto de madera gruesa e intentó golpearme con ella. Yo aparté de una patada su arma y le solté un rodillazo mortal en la unión entre las costillas y el esternón. Adriana quedó paralizada ante los cadáveres de sus amigos por conveniencia.
—¿Sabes, pequeña ardillita que no ha roto un plato en todos estos años? He llegado a conocer por mis investigaciones, que has ordenado el despido directo de cientos de empleados en las empresas donde has trabajado. Siempre has estado en altos cargos de la división de Recursos Humanos de grandes empresas. Y siempre adoptabas la resolución más drástica, que además solo dependía de tus manos pues estabas al nivel de la Dirección General , que no se involucraba en esos temas casi nunca.
—¡No! ¡Yo no! Me niego a reconocer nada, tu no eres un juez. ¿Qué piensas hacer, denunciarme por cumplir con mi trabajo? Yo me largo de aquí.
—No miras a tu alrededor. Tal y como están las cosas… te conviene librarte de aquellos traumas ¿eh, ardillita? ¿Te gustaría que te grabase ahora con tu cámara VHS?
La cadena que colgaba de mi cuello, el “Ankh” que portaba su gran víctima de bullyiing del instituto, empezó a brillar en un momento dado.
—La medalla egipcia Ankh, o cruz de la vida…—aclaró Adriana—. Tú sobrevivirás, nosotros ya hemos caído en el inframundo.
El amuleto fue lo último que vieron los ojos de Adriana antes de morir asfixiada con su cuello entre mis manos.
El retorno a la casa de Venditore no tuvo mayor dificultad para mi. Arrastré los cadáveres hasta el lugar donde había aparcado mi coche entre los árboles, los introduje en el mismo con esfuerzo y accioné el mando automático de cierre. Recogí mi cestita de setas y caminé hasta entrar en el salón donde anuncié a todos con gran agitación que debía trasladar a Armando urgentemente a urgencias porque tenía un insufrible dolor de estómago y sangraba por la boca. Postulé que quizá eran los efectos de alguna Amanita Muscaria que se habrá tragado, que se lanzó a por una que le resultó especialmente atractiva…
—Pero ahora debo recoger mi móvil y salir pitando con esos tres. Me han dicho que ya habrá un modo de recoger sus pertenencias. Son pequeñas bolsas de mano, como esta, la mía. Las dejamos aquí en la entrada, Cada uno saldría de vuelta a casa nada más volver del paseo. Están bien nerviosos, así que dejamos aquí el coche de Adriana y yo les acompañaré cuanto antes con el mío hasta el hospital de la ciudad. Esto llevará tiempo, así que no vengáis todos en tropel ahora mismo, no serviría de nada. Os avisaré yo ¿de acuerdo?
Ninguno de los presentes quiso restar más tiempo a mi iniciativa y salí corriendo hasta mi vehículo. Allí aparecían debidamente sentados los tres cuerpos sin vida de mis colegas de bitácora.
Notas:
—Esta historia está escrita en primera y tercera personas, para dinamizar un poco la trama. Quien vea en ello un error que me lo haga saber para mejorar el conocimiento de todos, si lo tiene a bien.
Y si os parece pertinente:
—¿Qué final le habríais dado vosotros?
Relación de personajes
Adriana: maestra de instituto. Aficionada a la numerología. Apodo en su Blog “Maxim”.
Armando: hombre bravucón, cuya esencia de perfume Baccarat Rouge no pasaba desapercibida. Trabaja en una firma dedicada a la distribución de alta perfumería.
Ragnar: un hombre de unos treinta años, boxeador de peso semipesado. Nadie sabe si es o no su nombre artístico, pero él lo mantiene para que lo identifiquen. Su blog lo visita de vez en cuando para escribir reflexiones.
Lutecia: maestra de ceremonias de eventos para coaching emocional. De veintipocos años. Tiene un blog literario y otro profesional.
Marian: cincuentona. Monitora de un salón de yoga. Algo arisca, por lo menos con Lutecia. Su blog es muy visitado por amantes de la cultura japonesa.
Lucio: Luc para los amigos. Su blog es “Pensad y se os dará”.
Ankh: el narrador de este cuento.
Venditore: el organizador de todo el cotarro de convocatorias literarias por internet.
No os olvidéis de dar vuestro like si os apetece.
¡Y gracias por leerme!
Chica
Posted at 12:44h, 04 diciembreMarcos, tua criatividade é muito grande!
Quantos personágens e situações até hilárias criaste!
Valeu!
Belo conto, bem contado,rs…
abraços, chica
Vi aqui e resolvi participar…