El eremita y el mendigo

El eremita y el mendigo

 

El eremita y el mendigo

 

Habito en mi refugio en el norte de España. Me rodean una mesa de roble de mi bisabuela, un mapa muy usado clavado a la pared mediante chinchetas, humo de la chimenea de piedra y paredes recargadas de fotos, algunas incrustadas en marcos de muy distinto origen, formando una especie de museo. Las fotos también presidieron lo que fue mi hogar, el que la vida me obligó a abandonar hace ya casi diez años. Mis hijos están reflejados en la mayoría de las imágenes, entre las que también abundan las que nos representan a mi mujer y a mi.

La galería fotográfica es bien variada. Paisajes tantas veces glosados por cierto en escritos que he ido acumulando, escenas de cumpleaños no siempre felices, de visitas a padres y abuelos, de eventos diversos… Ahora me rodea la montaña agreste y un bosque de abetos más que soñado, idílico, conmovedor, con su río y todo.

Siempre me interesé por la escritura, por contar historias, así de sencillo. Eso se tradujo en textos que veían tímidamente la luz en alguna publicación aislada. Llegué a escribir una novela que se quedó en una única edición de quinientos ejemplares. No despegó jamás, aparte de lo que conseguí difundiéndola por mis propios medios.

Eso si, en su momento fue para mi un triunfo sobre tantas dificultades como supone poder publicar algo en este país. Unas cuantas presentaciones, apariciones en secciones literarias de diarios de poca difusión y entrevistas para canales locales de radio. Vendí poco más de trescientos ejemplares yo solo gracias a una campaña de promoción donde la editorial no dio señales de vida. Y después silencio total.

Dediqué demasiado esfuerzo quizás a aquel atrevimiento y eso me llevó a olvidarme absolutamente de mi trabajo. Dije adiós a ese empleo. Fui saltando de un puesto de trabajo a otro, con desempeños que esquivaban con mayor o menor éxito la formación que había recibido en una de las carreras más nobles que existen. Participé como socio en una empresa conservera y como empleado en una farmacéutica donde debía viajar casi el cien por cien de mi tiempo; me despojé de esa carga y pasé a ejercer como pasante de un notario. Demasiado sedentarismo y colesterol, sin embargo.

Saltaba de un sitio a otro como culo de mal asiento. Hasta que ocurrió aquel curioso desencuentro.

 

Ocurrió un día lluvioso de abril en una calle de la que fue mi ciudad de residencia durante muchos años. Un mendigo se encontraba inmóvil bajo una manta cochambrosa en los húmedos bajos de un edificio de oficinas. Me dio la impresión de que el individuo o estaba durmiendo o atravesando el campo yermo de un viaje narcótico.

—Eh, perdona, ¿te encuentras bien? —le pregunté hasta en tres ocasiones.

Se incorporó de repente, con una expresión demoníaca en su rostro, en apariencia cargada de malas intenciones, mientras se libraba de la manta hedionda. Me increpó con el brazo que sujetaba una costrosa botella de una bebida alcohólica. Se dirigió a mi con una ofuscación propia de un demente y así lo califiqué. Me alejé por instinto de él pero me asió de un brazo. Ese instante grabó una quemadura punzante en todo mi ser.

—¿Quién eres tú? Me hablas como si yo fuera un yonqui cualquiera ¿no?

Su voz sonaba clara y bien timbrada, sin nada que ver con los estereotipos que cruzaban por mi cabeza.

—Nada, nada, es que le he visto a usted así, inmóvil bajo la manta y… pensé que podía estar enfermo o algo parecido.

—¡Claro que estoy enfermo! La vida me ha tirado aquí, debajo de este rascacielos de oficinas. Entran y salen muchos señoritos de traje y maletín. Se creen los dueños de algo pero no son felices.

—¿Quiere algo? Una botella de agua, café, un tentempié… Se lo puedo traer de la cafetería que está en…

—¿Y de qué me serviría? Pan para hoy y hambre para mañana. Para unos soy un roto, para otros un descosido… ja,ja,ja. Pero los desechos sociales como yo hemos tenido un pasado, sí señor. Un pasado de honores y gloria en este mismo edificio.

La voz de aquel individuo y el vocabulario que utilizaba empezaron a revelarme una identidad oculta; una persona muy distinta a lo que daban de sí las apariencias habitaba bajo los harapos.

—¿Sabes que tengo un proyecto, amigo callejero? —inquirió mirándome directamente a los ojos—. Si, y te lo voy a contar. Algo me dice que me vas a escuchar.

—Sí, adelante, cuénteme lo que quiera.

Aquello se estaba transformando en una escena bien conocida para mi. Tuve un inmediato déjà vu.

—Trátame de tú, anda, nadie trata ya de usted a nadie, y menos a alguien como yo, ja,ja,ja. Llevo cerca de un año aquí, en los bajos de lo que fue mi lugar de trabajo durante una década. Mi antigua empresa se deshizo de mi y eso en mi sector supone un ostracismo radical. Como no cambies de trabajo no levantas cabeza.

—Pero siempre puede uno renunciar al nivel y trabajar en lo que sea hasta que… ¿De verdad que no encontraste nada?

—No. Me diagnosticaron un tumor maligno. Los médicos a los que fui lo hicieron constar en mi historial y ese historial pasó a manos de mi aseguradora. Y de aquí pasó a una base de datos de donde se nutren miles de empresas. Ni idea de cómo acceden a la información, pero es una realidad. Soy parte de los nuevos parias del siglo XXI.

—Lamento tu situación, no sé qué decir.

—No hace falta. Así que decidí quedarme aquí, día tras día, esperando que alguno de mis antiguos compañeros, aunque sea solo uno, me reconozca y al menos me dirija unas palabras de apoyo. Solo pido que me escuchen, como estás haciendo tu.

Me quedé perplejo, mirándole fijamente. Intenté imaginar su rostro sin esa barba tan abundante y grasienta, con el pelo corto y adecentado en una peluquería cara. Qué fácil es despertar atracción o rechazo en esta sociedad donde triunfan los oropeles.

 

—¿Sabes? No es la primera vez que hablo con personas que han sufrido caídas en la vida. Pero hay que saber levantarse, si, levantarse todas las veces que sea necesario. Cuando menos lo esperas viene el cambio, aunque no sea grande, pero es un comienzo.

—¿Es que tu también te viste arrastrado por las calles?

—Bueno, de dos maneras, si. Estuve escuchando historias de mendigos y gente que deambula sin rumbo por la ciudad. Supuso un riesgo en ocasiones, pero lo hice para documentar mi libro sobre vidas perdidas. Así era el título de la novela que salió de aquella experiencia.

El hombre de los harapos me miró con detenimiento. Yo diría que estaba a punto de brotarle una lágrima.

—“Vidas perdidas”. Buen título, sí —terminó diciendo mientras asentía con la cabeza—. Así que vas a publicar ese libro ¿no?

—Ya lo hice hace tiempo. Un fracaso sin más, aunque para mi fue edificante aprender de tanta gente como hay embarrada en el olvido, cubierta de un pasado que todos lamentan. Yo estoy en una fase intermedia pues decidí abandonar todo lo que más quiero que es mi familia y retirarme a las montañas como un eremita.

—¿Y vas a tirar la toalla? No lo hagas ¡nunca! Todos los que abandonan ese tren, como yo, acaban en la cloaca, ya me ves. No quiero que tu te hundas ¿me oyes?

El pobre desgraciado se veía reflejado en mi, cuando tuvo la oportunidad de no rendirse a pesar del golpe de mala salud.

Mi salud física no va mal, pero mi cabeza empieza a resentirse de tanto aislamiento. Esta montaña que me rodea y mi pequeña morada en el bosque de abetos es buena para el espíritu, pero cada día que pasa mis sueños me arrebatan la paz.

Volver con los míos no es una opción. Me rechazarían por haberlos abandonado, sin duda. Intento alargar mis paseos por el río de aguas cantarinas para luego escribir y escribir ¿Para quién escribo? No encuentro el rumbo a pesar de que mi mente se llena de cuentos sin fin, de narraciones que rondan mis sueños cada vez más obsesivos. Me asalta la idea de enterrar mis escritos convertiéndolos en volutas de humo bajo las ascuas en la chimenea. Quién sabe si esa es la única solución.

Pasan las semanas como si nada, perdido como estoy en mis mundos inventados. Miro el correo electrónico por primera vez esta semana. Encuentro un mensaje fechado hace tres días. No puedo creer lo que leo. Un representante de una productora de series de televisión quiere hablar conmigo. «Se trata de su novela “Vidas perdidas”. Hemos encontrado muy interesante la temática y el fondo de su obra y nos gustaría hablar sobre un posible contrato para una producción televisiva. Por favor indíquenos si está interesado».

Al leer el remite me quedé helado ¿Qué era aquello? ¿Una especie de milagro de última hora? ¿Una recompensa? ¿Un sueño en vías de hacerse real?

El sí que les respondí fue mayúsculo, monumental. Al cabo de un par de semanas ya habíamos firmado el contrato. A los tres meses se iniciaron las primeras pruebas de grabación en estudio. Al cabo de un año “Vidas perdidas” podía disfrutarse en la plataforma televisiva codeándose con obras de primera línea. Seguía sin creérmelo, pero mi cuenta bancaria me convencía de lo contrario.

Salí pitando de mi retiro somnoliento, alejado de mi casita perdida en la montaña. Más que nada por motivos del guion. La productora me necesitaba totalmente disponible.

Decidí acercarme poco a poco a mi abandonada familia, uno por uno, sin grandes pretensiones. Porque el perdón no les resultaría nada fácil ni yo lo esperaba del todo.

Me instalé en un ático formidable en la parte más moderna de la ciudad, muy cerca por cierto del lugar donde encontré a aquel mendigo cuyo recuerdo me perseguía cada día.

Acudí al lugar de nuestro único encuentro decidido a cambiar la vida de aquel hombre. No sabía muy bien cómo, pero estaba dispuesto a hacerle partícipe de mi éxito. Le daría opciones para trabajar de asesor o agente y ya veríamos cómo mejorar su estado de salud.

Nadie me esperaba. El lugar estaba condenadamente limpio, sin huella alguna de aquella persona.

Busqué por los alrededores, pregunté en la recepción del rascacielos, en las porterías de los edificios, en tiendas y cafeterías. Ni rastro de él.

Un día tras otro perseguí aquella figura del mendigo de largo pelo y luenga barba, pero sin resultado alguno.

Quizá los momentos compartidos en aquella charla querían anunciarme algo. Él parecía un caso desahuciado, pero quizá quiso dejar en mí su huella de esperanza, su insistencia en no desistir, como si algo le hiciera pensar que yo iba a salir de mi atolladero. Su persistencia en encontrar a alguien de su pasado que le dirigiera la palabra daba fe de su determinación, le convertía en referente de la resistencia.

Quién sabe si aquel ser humano habría cambiado de ubicación o de situación personal ¿Estaría trabajando? ¿Habría sobrevivido al tumor?

Tan solo el ronroneo de los vehículos en la noche atravesaba el paisaje urbano. El eco de las palabras del mendigo viajaba conmigo cada noche. “—¿Y vas a tirar la toalla? No lo hagas ¡nunca! Todos los que abandonan ese tren, como yo, acaban en la cloaca, ya me ves. No quiero que tú te hundas ¿me oyes?”.

Que así sea.

©Marcos Manuel Sánchez Sánchez


 

¿Qué te ha parecido esta historia? Deja por favor tu opinión en comentarios. Me ayuda a mejorar.

Y sin más me despido hasta la próxima.

¡Salud y suerte a tod@s!

12 Comentarios
  • Themis
    Posted at 18:19h, 31 julio Responder

    Muy buen relato, muy esperanzador, que enseña a no perder el camino, a perseverar, a «no tirar la toalla», nunca, que sigas con aquello que nace dentro de tí y que sabes en el fondo que es lo tuyo, cueste lo que cueste, seguir y encontrar un día por casualidad, cuando ya el querer abandonar se hace cargo, a ese ser que nos trasmite el ánimo para no detenernos y mostrarnos a través de si mismo que puede suceder. Abrazo grande, gracias.
    Themis

    • marcosplanet
      Posted at 11:24h, 02 agosto Responder

      Me alegran mucho tus palabras, Themis. Sobre todo cuando vienen con frecuencia mal dadas en la vida o cuando se prolongan los baches durante mucho tiempo, tocamos fondo pero la lucha es continua y hay que intentar como podamos, sin rendirnos, salir a flote.
      Un fuerte abrazo, Themis.

  • Miguel Ángel Díaz Díaz
    Posted at 19:40h, 30 julio Responder

    Un relato tremendamente positivo, Marcos.
    En una sociedad que da de lado a quienes no siguen el guion y las reglas de edad y trabajo nos muestras dos opciones: la de quien acaba hundido en el fondo y quien sigue luchando. El protagonista, desde su constancia tiene un golpe de suerte que le abre puertas. Quizás se acordara tarde del mendigo, una vez pasados varios meses y nos dejas sin conocer si lo encuentra en un final abierto. Es de estos relatos en los que se muestra el liado positivo de las situaciones.
    Un fuerte abrazo 🙂

  • Arenas
    Posted at 17:15h, 30 julio Responder

    Impresionante y sobrecogedor relato en el que todo queda abierto.
    Hay una frase que me inquieta: «Aquello se estaba transformando en una escena bien conocida para mi. Tuve un inmediato déjà vu.»
    Ya, ya sé que el protagonista de tu relato parece hacer referencia a que la situación del mendigo se le antoja muy parecida a la suya propia.
    Pero un dejá vu es otra cosa, algo más. ¿Y si tu protagonista se estuviera refiriendo a algo mucho más profundo?. A mí, repito, me inquieta esa frase.
    Para mí, que el desencuentro que relatas cambió la vida del mendigo. Este se vio reflejado en el eremita y decidió afrontar de cara sus problemas (los del eremita digo, no los suyos propios). Volvió a la vida, encontro de nuevo trabajo, y como era brillantísimo logro auparse a la alta dirección de una productora televisiva. La misma que envió aquel correo al eremita de tu historia.
    El mendigo había encontrado al fin un fin en su aparentemente finiquitada vida: redimir a tu protagonista de sus duelos y quebrantos.,

  • Ana Piera
    Posted at 15:00h, 23 julio Responder

    Hola Marcos, un relato muy humano que trata sobre la resiliencia. No rendirse nunca. Está muy bien ambientado, Ese encuentro con el mendigo es clave. Una pena que luego no lo haya podido encontrar para ayudarlo. Al final las cosas salen bien para tu protagonista, el relato deja un buen sabor de boca. Te felicito.

    • marcosplanet
      Posted at 15:19h, 23 julio Responder

      Gracias por tus palabras, Ana. Me animan mucho. Este relato describe la resistencia, si, por parte de dos personas con distinto destino.
      🤗

  • Juan Y Su Horizonte (Juan El Portoventolero)
    Posted at 19:31h, 22 julio Responder

    Un relato inmenso por lo conceptual en relación a asuntos como La Soledad, La Familia, El Extrañamiento Vivencial, Dios , El Azar y naturalmente El Sufrimiento. Se lee con verdadero apetito, muy ameno. He comprobado con inmensa tristura, que la situación del mendigo es muy real en este chiflado mundo que nos ha tocado vivir, lo verifiqué en mis andanzas privadas y en las profesionales (soy guardia civil) y he escuchado historias estremecedoras. Por eso me ha gustado lo que compartes, además es edificante y rompes una lanza para que nadie juzgue por las apariencias. ¡ E incluso conozco la tarea pírrica de dedicarme a escribir y publicar una novela (¡es uno de los trabajos de Hércules, por la complicación que atesora!) todo me lleva a reflejar la emoción que he sentido por conocer TODO sobre lo que narras.
    ¡Recibe, M a r c o s, Mis Consideraciones Más Distinguidas! 🇪🇸

    • marcosplanet
      Posted at 15:33h, 23 julio Responder

      Te quedo muy agradecido por tus palabras, Juan. No sabes bien lo que me animan a continuar juntando letras. Has descrito perfectamente lo que he querido destacar en mi relato, que son lo que respalda las actuaciones y decisiones de los dos protagonistas. En el fondo ambos están destinados a volver a encontrarse…
      ¡Un abrazo!

  • Cabrónidas
    Posted at 14:23h, 22 julio Responder

    A veces nos hace falta un empujón, un estímulo que nos ponga en la dirección correcta. O al menos en una dirección que nos saque de la inacción. A veces el impulso que necesitamos viene del lugar más insospechado; uno al que nunca iríamos o pasaríamos de largo.

    • marcosplanet
      Posted at 15:36h, 23 julio Responder

      Así es, coincido plenamente con lo que dices. ¿Quién querría hacer caso de la recomendación de un mendigo? Pero todos somos seres humanos, y en momentos determinados nadie escapa a este inmenso juego de la Oca que es la vida y que puede obligarte a caer en un pozo o a avanzar de suerte en suerte.

  • Mirella Denegri
    Posted at 10:03h, 22 julio Responder

    No se como explicarte la experiencia que he tenido con tu relato. Son mis 3 de la mañana, y como siempre, a esta hora me desvelo… abrí mi blog para leer algo y que me dieran ganas de volver a dormir y sin embargo, tu relato me abre mas los ojos…Siento como si me hubiera comido un dulce que al inicio se sentía un poco amargo pero al final, me dejó llena de un rico sabor…la verdad, atrapa esta lectura…bsss

    • marcosplanet
      Posted at 10:26h, 22 julio Responder

      Muchas gracias por tus palabras, Mirella. Me encanta que te haya gustado. Sí, es verdad que al principio la cosa parece un poco turbia pero la historia cuenta la evolución de una actitud del protagonista hacia un final esperanzador.
      Un abrazo.🤗

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