La familia de cristal

La familia de cristal

 

La familia de cristal

 

Estaban por la labor de organizar un evento familiar en la casa residencial de San Sebastián, en la avenida de Tolosa, cerca del Palacio de Miramar. Habían decidido que la ocasión lo merecía porque se trataba de celebrar un ingreso económico importante para las arcas de cada uno de los herederos de la familia Urdanpilleta.

El notario les había convocado para el día siguiente en la Avenida de Zarautz a las doce de la mañana y estaban expectantes por lo que Don Valeriano les habría dejado a cada cual. Una situación repetida por los siglos de los siglos en la historia de la humanidad.

El primero en llegar a la convocatoria familiar fue Joritz. Se le daba muy bien cocinar y era el encargado de preparar un Sorropotún que no se lo saltaba un galgo. La siguiente en aterrizar por allí fue Betina, la hermana menor de los cuatro herederos, con su furgón habitual que recordaba a aquellas furgonetas Volkswagen de los años setenta.

La abuela vivía ahora en la casita de Zumaia, porque la playa de Santiago era el lugar ideal para ella, que siempre había amado el mar y la naturaleza. Una mujer de compañía convivía con ella y la cuidaba. Muy de vez en cuando aparecían por allí sus hijos, pero ella prefería vivir en su paraíso particular lo más lejos posible de sus vidas.

Uno de los nietos esperaba recoger de la casona de Don Valeriano algunos libros y DVD de su propiedad que le hacían especial ilusión.

Joritz renqueaba por una vieja lesión de sus rodillas al practicar el futbol sala y necesitó de la ayuda de su mujer Garbiñe y de su hija para descargar del congelador las bolsas de ingredientes para preparar tanto el Sorropotún como un par de bacalaos al pil-pil que estaban condenados a una desaparición rápida de la mesa.

Xuban hizo acto de presencia cargado con bolsas de viandas para el ágape. Ayudado por su mujer Hegoa y su hija Noa, los tres aparecieron en el umbral de la puerta principal sin poder sujetar del todo bien las múltiples bolsas que cargaban.

En los días previos a la reunión en la casona habían cruzado entre los hermanos llamadas telefónicas, llegando a la conclusión de que Aria, Betina, Xuban y Joritz debían hablar ese día sobre las aspiraciones de cada una de las cuatro familias respecto a lo heredado.

El esquema que se planteaba en la reunión en la gran casa, en principio, no era otro que la herencia provechosa que iba a caer sobre cada uno. Pero con esa premisa quedaban abiertos cuatro frentes al mismo tiempo.

—Hola Joritz —dijo Xuban mientras colocaba delicias sobre la mesa de invitados—. Te veo fenomenal.

—Si, estoy hecho un pincel —replicó Joritz en tono irónico. Estaba manipulando una cazuela gigante de barro para guisar el bonito y las patatas del Sorropotún.

—Anda, ¿Vais a preparar ya el condumio? ¿No es un poco pronto?

Joritz se limitó a dirigirle una mirada de perplejidad. “Pues tendré que preparar las herramientas primero, es lo lógico”, pensó.

En ese momento se oyó un vozarrón que desgarró el aire del amplio salón. Garbiñe, la mujer de Joritz, hacía acto de presencia. Había empezado su vergonzante camino para ser el centro de atención.

—¿Es que aquí no hay orden o qué? Venga, vosotras, a colocar vajilla así y así ¡Y los cubiertos!, vamos, que no se van a poner solos.

Las destinatarias de semejante rebuzno, hijas de los tres hermanos, obedecieron por educación elemental. Pero estaban perplejas.

—¡¿Y los vasos de cristal repujado?! ¿Qué hacéis con esos tan corrientes? ¡Venga!

Resultaba imposible superar el número de decibelios de ese tono vociferante y arrollador. Quizá si hubiera practicado el grito al borde de los acantilados de Itzurun habría conseguido derribar las paredes de aquella sala.

Desde ese momento ocupó un asiento ante la mesa que resultaba ser consecuencia de su enorme complejo de inferioridad. Siempre buscaba el centro geométrico de las mesas, por largas que fueran, y dando la espalda a la pared más próxima, nunca al escenario. Era la posición del gran directivo, del jefe absoluto, CEO, CMO, CTO o como quisieran llamarlo. No se le escaparía a nadie nada si la gente tuviera la visión preclara de Garbiñe.

Por otra parte, ningún respeto la acercaba a la familia Urdanpilleta, ningún vínculo realmente afectivo o emocional que no fuera empinar el codo en las reuniones familiares y decir cosas que duelen.

—¿Te has fijado, Kora? —dijo Noa a media voz—. Es como un torbellino de bilis y además la escupe cada vez que habla.

—Siempre dando el espectáculo la basta esta —repuso Kora mientras se secaba las manos.

—Mira, vámonos de aquí y que friegue ella —apuntó Noa mirando a Garbiñe de reojo.

—¿Fregar? Esa no moverá un dedo para nada. Verás cómo se queda ahí en la silla sin inmutarse más que para ir al baño.

Se formaron grupos de charla dentro y fuera de la casa. Sobre el césped de los jardines, paseaban en pareja algunos de los descendientes de los cuatro herederos.

Una de las dos hijas de Betina, algo chispada por el vinillo blanco, comentaba con Noa una confidencia.

—¿Pues sabes qué, bonita Noa? Uno de nuestros padres se va a llevar una sorpresa mañana en el notario.

—¿Y eso por qué, preciosa prima?

—No te burles… es que, tengo información confidencial.

—¿Ya estás con tus bromitas, peque?

—Qué gracia, siempre he sido la “peque”. Sabes que no me disgusta, pero esto es serio, prima.

—Pues suéltalo ya, cariño ¡vamos!

La prima de Noa se agachó para recoger un ramillete de índigos.

—Este color de los índigos …, es un tono entre el azul y el púrpura que me apasiona.

—Que sí, que te encocora y te ensimisma, pero ¿Qué me quieres confesar?

El piar de una bandada de vencejos cortó el aire.

—Uno de los cuatro herederos no recibirá lo que cree.

—Pues vaya notición… Eso suele pasar, alguien que reclama más de lo que le han dejado, las joyas de no sé quién o el piso ese tan valioso en el centro.

En este caso no le han dejado NA-DA —dijo la otra resaltando el adverbio.

Noa frunció el ceño.

—¿Y si fuese mi padre el infortunado? —inquirió tras unos segundos de silencio.

—El secretario del notario ha hablado con uno de los cuatro herederos y le ha anticipado el resultado del testamento… no sin antes pedirle una compensación económica.

—Bueno y entonces ¿por qué no ha sido honesto ese heredero? No ha rechazado la información y eso no está bien. Menuda tensión habrá ahora.

—Ningún problema, Noa. Si ese heredero se calla, el que vaya a recibir la mala noticia mañana se sentirá fatal y ya está. Pero además… parece ser que el secretario del notario tiene problemas de pasta, y creo que… Cuidado, se acercan por el oeste tu hermanita y la mía. Luego sigo con mi historia, que no he terminado. ¡Hasta el próximo episodio!

Las primas cruzaron sonrisitas forzadas y Kora se quedó a charlar con Noa.

—No sabes lo que acaba de comentarme la prima, no te lo vas a creer…

La abuela Ainhoa había decidido sentarse en un extremo de la mesa. Desde allí podía observar a todos y a la vez no estar cerca de ninguno. Sus cuatro hijos se habían dedicado a salir adelante como podían y según ella, lo que habían conseguido era mucho más de lo que merecían. Todo lo que Don Valeriano y ella habían logrado reunir con sus respectivos y saneados ahorros había recibido bocados considerables con el tiempo y la amatxo Ainhoa había tenido que ser firme y marcar límites pues su marido pintaba menos en la jerarquía.

“Vaya jaleo que están armando todos esos”, pensaba la querida ama. A sus incontables años había que concederle todos los honores, y eso lo tenían muy claro sus cuatro hijos, ya bien talluditos todos.

—A ver si se sientan ¿no? —inquirió el ama yendo a lo más práctico, como siempre.

—No te preocupes, amatxo —dijo Xuban con una sonrisa— es que somos muchos y tenemos que organizarnos mejor. Mira, ya empiezan.

La mujer de Joritz se aposentó junto al asiento de Xuban.

—¿Puedo sentarme aquí, Xuban? ¿Está ocupado?

—Bueno, es que Hegoa se sentará conmigo. Puedes quedarte en el asiento de al lado. Nadie lo ha ocupado, creo.

—Ah, si, muy bien, gracias, gracias.

Aquella sorna repentina no sentó nada bien a Xuban, quien estaba acostumbrado a la burda manera de ser de esa señora pero nunca perdía las formas. Ese momento fue el inicio de una discusión.

—Anda bonita, ¿estás de broma o qué?

—No, no, yo de broma nada, pero es que necesito tu permiso para ponerme a tu lado.

“Esta ha bebido lo que no está en los escritos” —pensaba Xuban—, “pero se va a enterar por primera vez en muchos años”.

—¿Por qué me hablas así, Garbiñe?

—¿Yo? Porque quizás no sabes que necesito tu aprobación, querido cuñado.

—Bueno, me da la impresión de que van a saltar chispas —aseguró Xubán sin saber aún qué paso dar.

—¿Puedo tomar un langostino de esa bandeja que tienes a tu lado? No sé si debo.

—¿Quieres tomarme el pelo? Toma la bandeja.

En el momento de alzar la bandeja, ella estiró el brazo desparramando su contenido por todo el vestido de seda que cubría su orondo cuerpo.

Su marido intervino desde el fondo del salón subiendo la voz muchos tonos.

Ei, zer gertatzen da hor? Joan beharko dut ala ez? (eh ¿Qué pasa por ahí? ¿Voy a tener que ir o qué?) y la reacción de Xuban no se hizo esperar.

—Ja,ja,jaaajj. Esto es para partirse… no has, no has visto, jajajaajj, ¡tu cara! Es como la de un payaso asustado.

—Pues te debería dar miedo lo que dices —aseguró ella mientras intentaba limpiarse el manchón consecuencia del estropicio.

En ese instante alguien lanzó una advertencia desde el exterior.

—A ver, cuidado que el perro y el gato se están enzarzando…

Eso es lo último que oyó Joritz antes de salir lanzado hacia el escenario de los manchones de langostinos con mahonesa artesana.

—Oye hermano, estate tranquilo, que solo ha sido un divertido incidente —señaló Xuban conteniendo lo que le quedaba de risa. También él había oído lo del perro y el gato y concluyó que el comentario no podía haber sido más inoportuno.

Intentando restaurar la normalidad, la mujer de Xuban intervino de las mejores maneras. Sus palabras no sirvieron de nada.

—Venga, ha sido solo cuestión de mala suerte.

—No te metas, Hegoa —advirtió Joritz—, tu marido ha hecho una imbecilidad y claro, ya ves cómo ha quedado el vestido de Garbiñe… Trescientos pavos ¡trescientos! que me costó. Vosotros no sabéis qué es eso, claro.

—¿Eh? ¿Ya estás restregando tus grandezas como haces siempre? Claro, viendo el nivel de vida que lleváis… no reparáis en gastos pero a mi no me invitas jamás a comer por ahí. ¿Ves? Eso no me encaja.

—De todas formas ¿qué es para vosotros un vestido que ahora es sopa de marisco? —añadió Hegoa en plan irónico.

Xuban y Hegoa se miraron y el matrimonio no fue capaz de aguantar la carcajada que les vino a continuación. Cuando Joritz estaba a punto de recriminar a la pareja, enrojecido por la ira, alguien gritó en la zona del jardín.

—¡Cuidado, hombre! Mete al perro donde estemos seguros. Ha estado a punto de derribar al niño. Parece mentira, Simón.

Alarmados, Joritz, Xuban y Hegoa, junto a varios de los demás comensales, salieron al exterior. Garbiñe permaneció clavada a su asiento, entregada al vino tinto de la Rioja alavesa, rendida a la evidencia de que no disponía de un vestido limpio que ponerse.

Al salir a los jardines, comprobaron que el ambiente ya parecía haberse apaciguado.

—Bueno, Ohiana, Simeón —exclamó Xuban— ¿queréis una copita de Txacoli o qué? ¡Venga ese abrazo!

Los recién llegados aceptaron de buena gana.

—¡Vaya aterrizaje que habéis tenido, Ohiana! —dijo Noa con una cálida sonrisa. La tomó de la mano y la llevó a pasear entre los rododendros.

—Bueno, esas voces que venían del salón no parecían muy de amigos ¿no? Sonaban a mi padre y al tuyo ¿a que si?

Las dos primas se miraron y decidieron acercarse sin rencores al comedor para brindar por la vida.

La mesa estaba volviendo a llenarse de comensales. Los entrantes más deliciosos eran la especialidad de Hegoa. Con la colaboración de Xuban, empezó a disponer un despliegue de delicias como paté de venado en croûte, solomillitos de cerdo al limón con crema de pimentón de la Vera, tartaletas de pollo al vino dulce con crocanti, crujientes de cecina con gorgonzola, mascarpone y miel o lazos de patatas paja con cobertura de gambas al peppermint.

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Las bebidas espirituosas llevaban un buen rato produciendo sus efectos entre los asistentes.

Noa se acercó a su tía Betina y le dijo lo guapa que estaba. Garbiñe intervino intentando parecer amable.

—Estás con una copita de más ¿eh?, anda, sal fuera a que te dé un poco de aire fresco, bonita.

 

Si Don Valeriano estuviera vivo y presente en la reunión no habría nadie, incluida Garbiñe, que hubiese alterado el murmullo educado de las conversaciones, como gustaba al cabeza de familia. Qué edificante había sido para los Urdanpilleta que hubieran salido de aquella raíz que Don Valeriano supo hacer crecer con equilibrio y mano severa. La abuela Ainhoa había sido otro pilar idéntico para controlar las salidas de tono, pero ahora estaba ya demasiado mayor para hacerse oír.

Además, aunque ella lo escuchaba todo y lo procesaba perfectamente en su cabeza, se comportaba como si no se enterara de nada. Algunos de los hijos y nietos pensaban que le daba igual que su dinero diera de si para los caprichos de algunos y sin que la matriarca pusiera inconveniente. Pero el ama guardaba en su cabeza todos los detalles, todas las formas de aprovecharse de sus dineros que cada uno de ellos habían ideado.

Al día siguiente se notificaría a todos el testamento de su marido, que ella conocía bien. Una sonrisa juguetona se abrió paso entre sus labios.

—Eh, amatxo, ¿no tomas un vinito o qué? —dijo muy contenta Betina, siempre tan efusiva. Hizo mención a si le gustaban las gambas al peppermint—. Pozik zaude? Gustatzen al zaizkizu pipermintazko ganbak?

—Menos mal que no llamé a las asistentas. Así no beberéis tanto. Ala, a remangarse y recoger, que vienen los segundos platos.

 

El Sorropotún y el bacalao al pil-pil hicieron las delicias de todos. A los postres, Aria, la única heredera sin hijos, quiso hacer un brindis, aunque se le trababa un poquito la lengua.

—Bueno, chicas y chicos, esta va por la amatxo, que nos va a enterrar a todos.

Algunos se soliviantaron un tanto, pero el vinillo ayudaba a desinhibirse de casi todo.

“¡Zure osasunari topa!”, dijeron todos.

—Vaya, Aria, estarás bien contenta —dijo Betina.

—Pues… como todos ¿no? El txacoli está de muerte.

—No me refería a eso. Es que siempre has llevado una vida tan… libre de compromisos, a tu aire ¡Ay!, hermana mía —dijo rodeándole el cuello con un brazo y dándole un beso efusivo—, tenemos tan poquito en común. No tienes pareja, viajas por todo el mundo, sin hijos que cuidar y soportar… Para mi, desde luego, la vida ideal.

—Pues brindemos también por eso, hermanita ¡Topa egin dezagun!

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Al final del banquete, Xuban abría la puerta de la trasera de la casa para facilitar el paso a Simeón, que cargaba con una de las enormes sartenes utilizadas en los cocinados. Nada más traspasar el umbral se encontró cara a cara con un enorme perro que intentaba trepar por su cuerpo. El susto fue considerable, pero consiguió avanzar. Mediado el recorrido hacia la cochera le sorprendieron los ladridos procedentes del interior de la misma.

—Anda, Simeón, no sabía yo que tuvierais dos ¡Y tan grandes!

—Sii, son muy majetes.

—Ya, pero lo tenéis encerrado…

—Es que es el más revoltoso.

—… encerrado en la cochera donde guardo mi coche. Como le ponga las manos encima lo va a arañar.

—Bueno, es peor sacarlo que dejarlo dentro. Tu verás.

—Sácalo ya, anda. Yo me largo de aquí.

 

Simón era una persona callada, que evitaba polémicas y discusiones. Podía decirse que se mantenía al margen de las diatribas entre los Urdanpilleta. La discreción le había servido de mucho en su vida, buen trabajo, buen sueldo, gran coche y casa… espiritualmente, sin embargo, había sufrido el rechazo de su familia hebrea al no querer seguir los rituales de la Torá.

—¿Qué pasa, Simón, ¿están molestando los perros? —dijo Ohiana con voz apagada?

—No te había oído entrar, cariño. ¿Estás bien? Te veo algo mustia.

—No, nada, es que… me…

En ese momento Ohiana empezó a sollozar y de sus ojos brotaron las primeras lágrimas.

—Cariño, ¿qué te pasa? Pero si estabas tan feliz todo este tiempo —. Ohiana suspiró, se secó las lágrimas y lentamente encendió un cigarrillo.

—Me da pena que en el reparto de la herencia esta casa sea posesión de otro heredero que no sea mi padre. Lo demás no cuenta para mi, solo esta es la propiedad que quiero seguir disfrutando toda la vida. Es más, no creo que a los demás les importe tanto como a mis padres y a mi.

—Bueno, siempre podríais llegar a un acuerdo después y que el heredero te traspase la propiedad ¿no?

—Bueno, veremos lo que nos depara mañana.

 

Noa y su prima habían vuelto a coincidir para continuar el cotilleo relativo a la lectura del testamento del día siguiente. Paseaban de nuevo junto a los rododendros. Noa estaba nerviosa.

—Venga, prima, desembucha.

—Recuerdas que te dije que el secretario del notario tiene problemas económicos ¿si?. Pues me he enterado de que los cuatro herederos han recibido llamadas del tío ese de la notaría pidiéndoles pasta, no mucha, por desvelarles el testamento.

—Pero ¿Qué tontería es esa? Si les va a dar igual enterarse hoy o mañana…

—Ya sabes que el ser humano se muere por descubrir estas cosas cuanto antes. Y creo que ellos entran en ese perfil.

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El día siguiente amaneció con el astro rey iluminando con intensidad palpable la playa de La Concha. El turismo en San Sebastián no cesa, y ese día no era una excepción. Los transeúntes, procedentes de al menos una docena de países y de varias provincias de España, discurrían por el paseo marítimo y se dispersaban como una mancha de aceite por las calles adyacentes.

La Avenida de Zarautz ofrecía una zona esplendida para pasear tranquilos. Sin embargo, los Urdanpilleta estaban más tensos de lo normal.

La más afectada era Ohiana. Compungida por no saber si podría volver a disfrutar de la casona de la Avenida de Tolosa, caminaba sin interés en observar nada de lo que le rodeaba. Una pastelería bien conocida por ella y por sus padres, estaba difundiendo a los aires callejeros un aroma inconfundible a milhoja de merengue y nata, la tentación mayor de su vida. Joritz y Garbiñe siempre le compraban una, excepto un día en el que se habían terminado y ya iban a cerrar.

Una vez dentro de la notaría, accedieron a una sala de reuniones donde esperarían al señor notario.

La lectura fue rápida, el testamento muy claro:

A Xuban le correspondía el piso de la calle Easo, muy cerca de la playa.

Betina recibiría cinco plazas de garaje en el mismo casco viejo. La renta por alquiler le reportaría un buen ingreso mensual. Y la venta si quisiera sería un negocio redondo.

La abuela Ainhoa se quedaría con la casa de Zumaia y una muy jugosa cantidad de dinero a buen recaudo en la Caja de Ahorros.

A Aria  le había correspondido la casona que le hacía tanta ilusión a Ohiana, pero Aria  le dijo que no importaba, que llegaría a un acuerdo de compra-venta con Joritz sin problema.

Joritz fue la gran sorpresa del reparto. Don Valeriano no le dejó nada en absoluto: “Porque mi hijo es ya muy adinerado y ninguno de mis bienes le resultará necesario ¿A que me entiendes, Joritz?” —había dejado escrito en el último párrafo.

—¿Qué tal si celebramos hoy también que todos parecemos contentos? —dijo Joritz con un aire entre resignado y burlón.

 


Y nada más por hoy. Nos despedimos de vosotros los lectores, espero que seáis muchos. Es lo mejor que podía pasarnos en un blog como este.

Escribe tu comentario, entra y participa.

13 Comentarios
  • Federico Agüera Cañavate
    Posted at 23:16h, 28 junio Responder

    El reparto de la herencia entre hermanos siempre es una cosa delicada y crea rencillas. Saludos

  • Lume
    Posted at 01:28h, 18 junio Responder

    Hola Marcos! Me ha gustado mucho la manera en la que fluye la historia a través de los distintos personajes y sus situaciones. El final ha sido un toque agradable que rompe con las peleas familiares que suelen originar las herencias. Muchas gracias por compartir esta historia, un abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 10:58h, 18 junio Responder

      Me encanta que te pases por aquí y aportes tu opinión. Sabes que valoro mucho tu forma de enfocar las historias.
      Un abrazo.

  • Miguelángel Díaz
    Posted at 21:00h, 12 junio Responder

    He disfrutado tu relato, Marcos, pensando e imaginando que la reunión familiar iba a acabar de mala manera, con enfrentamientos entre ellos. Me ha gustado cómo lo resuelves.
    Un fuerte abrazo 🙂

    • marcosplanet
      Posted at 21:11h, 12 junio Responder

      Muchas gracias Miguel. Me alegra mucho que te pases por el blog y además si te ha gustado el relato pues más alegría aún. Sabes que aprecio mucho tu opinión.
      Un fuerte abrazo.

  • Maty Marín
    Posted at 20:17h, 06 junio Responder

    ¡Marcos! Tu relato me ha parecido por demás entretenido. ¡Qué cosas con eso de las herencias! Te confieso que me da «no sé qué». Resalto lo que haces muy notorio: así como el último relato que te leí, la manera de poner nombres a cada sujeto y cosa. ¡Muy ocurrente! Me costó un poquito, sabes? Pero a la vez le deja al relato toda su singularidad. Y nuevamente y como siempre y sin lugar a dudas, ¡Me impresionan muchísimo las imágenes que logras! Así que Marcos, con todo, este ha sido uno de los paseos más divertidos que me has regalado y por ello te doy las gracias además de felicitarte de verdad. ¡Un gran abrazo Marcos!

    • marcosplanet
      Posted at 13:02h, 07 junio Responder

      Hola Maty. Si, poner nombres puede resultar difícil, pero para mi es como una afición, me gusta y salen solos, oye. Sobre los nombres claro, tuve que formar una familia al completo y eso requiere una descendencia que, aunque aquí no pasa de los dos hijos por cada uno de los tres hermano, y teniendo en cuenta que la cuarta hermana, Aria, no tiene hijos, la combinación resulta más leve. Aparte que hice lo imposible para que no tuvieran intervención con nombre algunos de los personajes, refiriéndome a cuñado, hermanas o nietas, para no liar. Lo que pasa es que sigue siendo complicado. En fin, me alegra que te haya resultado un «paseo» divertido, haciendo alusión a mis viajes, jajaja.
      Un fuerte abrazo para ti, Maty.

  • finil
    Posted at 11:31h, 05 junio Responder

    Joe Marcos! que bien manejas los dramas familiares con herencias. Ese desheredado al que al final todo se la sopla, es casi un héroe filosófico en estos tiempos. Mi favorito
    A esa hija tan preocupada que creía que iban a dejar al padre fuera, que al principio me ha dado cierta ternurilla, luego me han dado gana de preguntarle si no llama más la sangre que un testamento, Pero vamos, hoy en día parece eso más una entelequia, como decía tantas veces mi profe de filosofía en el instituto cuando intentábamos descifrar esos textos jajaja
    Después de tanto embrollo y tanta tensión, lo que se me ha antojado de verdad es irme a probar esas delicias al País Vasco, Pero sin dramas. Solo un buen vino y unos pinchos
    Un abrazo comandante

    • marcosplanet
      Posted at 12:23h, 05 junio Responder

      Hola Finil. Esa chica que no quería que el padre quedara fuera es hija de Joritz, el que se quedó sin heredar porque ya era rico.
      Suscribo lo de ir al País Vasco a lo del buen vino y unos pinchos ¡cómo no!
      Un abrazo, reina de las letras.

  • Ana Piera
    Posted at 02:21h, 05 junio Responder

    Hola Marcos, aunque me he liado un poco con tanto nombre me parece que has captado la esencia de los repartos de herencias, sobre todo en familias extensas y adineradas. Porque quien tiene dinero más quiere y el que no tiene también. A veces por muy poquito se arman trifulcas que acaban con la familia. En este caso el afectado, Joritz creo que se lo toma con bastante tranquilidad. Don Valeriano debió estar harto de los alardes de su hijo y con eso quizá pensó que le daría una buena lección. Todo está muy bien, pero lo que me encantó fueron los platillos que se cocinaron para la ocasión y también la muy buena ambientación que le has dado. Te dejo un abrazo. Ana Piera.

    • marcosplanet
      Posted at 12:26h, 05 junio Responder

      Muchísimas gracias, Ana. Has sabido entender perfectamente la intención de Don Valeriano. Joritz era un presuntuoso y le encantaba presumir de lo bien que vivía. Y por eso lo entendió.
      Un fuerte abrazo, Ana.

  • Miguel Pina
    Posted at 19:20h, 04 junio Responder

    Un relato muy logrado a través de los diálogos que otorgan gran fuerza creativa. Me ha gustado la ambientación en Donosti y alrededores y como no la trama de las herencias en las que se suele decir que se descubren como son realmente los hermanos.
    Un abrazo, Marcos.

    • marcosplanet
      Posted at 21:10h, 04 junio Responder

      Donosti siempre me ha hipnotizado por su belleza, su gente y su gastronomía. He querido darle un homenaje con este relato.
      Otro abrazo para ti, Miguel.

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