Parálisis colectiva. Episodio 1

Parálisis colectiva. Episodio 1

 

En un momento dado, la gente se queda inmovilizada sobre las calles, en sus trabajos, en sus casas, en cualquier circunstancia. Quienes les rodean y no sufren aún la paralización de todo su cuerpo se alarman y cunde el pánico, empezando por las noticias. Los medios cargan de leña cualquier fuego posible.

Las redes sociales empiezan a difundir teorías de todo tipo y el pánico comienza a adueñarse de la Humanidad, por si fuera poco el que los pobres mortales llevaban acumulado.

Los suministros alimentarios empiezan a resentirse pues las cadenas de producción se van paralizando, deteniendo finalmente su actividad con consecuencias fatales socialmente: saqueos, robos en bancos y domicilios particulares, violencia desatada en las calles e incluso asistimos a los primeros asesinatos fruto de la desesperación, la ignorancia por lo que está pasando y un pavor creciente.

Las fuerzas de seguridad no son capaces de contener la avalancha de las masas enfurecidas que en la mayoría de países asaltan los Parlamentos y quieren ajusticiar a los políticos a quienes culpan de todo.

Ese día de octubre, el Parlamento ateniense protagonizó las noticias en todo el mundo, según los distintos husos horarios.

–“Una multitud ha irrumpido hace escasos minutos en la sede parlamentaria griega y está sometiendo a maltrato físico a los representantes de todos los partidos políticos de la Cámara” –narraban voces en todos los idiomas de los presentadores de noticiarios–.

–“Advertimos que las imágenes pueden herir su sensibilidad –continuaban, echando mano de la manida advertencia usada para aumentar el morbo–. Como pueden ver, el apaleamiento es brutal. Muchos de los señores y señoras diputados están sangrando abundantemente. El espectáculo es dantesco y … ¡oh! nuestro reportero ha tenido que coger la cámara. Al parecer, su compañero que estaba grabando la ha soltado de repente. Ahora vemos… vemos que el cámara permanece inmóvil. Está sufriendo la conocida parálisis colectiva que afecta ya a más de medio mundo. Aplazamos la conexión hasta que el equipo recupere la normalidad”.

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Habían transcurrido veinte días desde que extrañas escenas empezaran a reproducirse en varios países del mundo. En tan solo unas horas, múltiples filas desordenadas de personas de todas las edades poblaban las calles de las ciudades sin ejecutar el menor movimiento. Sus cuerpos parecían estatuas humanas, como si hubieran decidido participar en un espectáculo vanguardista, una “flashmob” en modo paralización colectiva internacional.

Al principio, las distintas divisiones de la policía comprobaban, sin sacar nada en claro, el estado de los afectados por la extraña inmovilización. No pestañeaban si quiera; algunos, los que llevaban más tiempo así, mostraban una sequedad extrema en los ojos. De hecho, muchos ya habían quedado ciegos.

Los servicios sanitarios de cada país, desplegaron sus unidades de cuidados intensivos por todos los territorios para ver si podían devolver a la normalidad a toda aquella gente, una multitud que, a fecha de hoy, tras veinte días de agonía, suma casi un millón de habitantes de nuestro planeta.

En un principio empezaron a trasladarlos a los centros sanitarios próximos a las víctimas de ese mal, quienes al cabo de menos de una hora caían desplomados sobre el suelo.

Nadie pudo hacer nada para salvar sus vidas.

–La saturación de los hospitales ha llegado al extremo a nivel mundial –anunciaba el canal público de la televisión española–. El colapso de los servicios sanitarios está obligando a estos a deshacerse de los cadáveres. Los profesionales de la Sanidad en todo el mundo también están cayendo víctimas de la extraña parálisis. En nuestro caso, varios compañeros y compañeras han tenido que… –en ese momento, el presentador del Telediario quedó inmovilizado, sin poder articular palabra alguna. Una expresión a medio camino entre el asombro y el asco inundaba su rostro. Su cabeza sin vida quedó postrada sobre el mostrador desde donde impartía la noticia.

En un pisito del municipio madrileño de Alcobendas, una mujer ya entrada en los cuarenta intentaba secar su abundante cabello castaño. Cuando decidió recogérselo en una improvisada coleta, estaba viendo el noticiario de las tres de la tarde. Su marido comentaba la alarmante situación en que se hallaban inmersos.

–¡Esto es algo apocalíptico, demencial! –protestaba muy excitado–. No podemos permitir que nos pase esto ¿Es que los políticos o el ejército no pueden hacer nada? Vaya fiasco de Estado del bienestar. No somos capaces de hacer frente a…

–¿A aquello que no entendemos? ¿A algo desconocido hasta ahora? No existe un protocolo eficaz para intentar enderezar este caos ¿no lo ves? –intervino ella sin apartar la mirada del televisor.

–Para eso están los mandamases ¿no? ¿Para qué si no? –continuó ella–. Estamos tan acostumbrados a que nos lo den todo hecho que solo sabemos protestar ¿Has visto alguna información en un medio que no sea la televisión? ¿A que no?

–No soy tan eficiente como tú, Carmen. Trabajas desde hace años sintetizando vacunas y eres consultada como experta. Tendrás una visión más amplia o clara de lo que está sucediendo, pero yo no. Soy un ciudadano más, sin conocimiento alguno sobre pandemias o lo que sea esto que nos está atacando.

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Ella se mantuvo de pie, pensativa. Le irritaba que su marido, en paro desde hacía un año, protestara prácticamente por cualquier cosa. La comida nunca estaba del todo a su gusto, la butaca de un cine o de un teatro solía incumplir sus expectativas de confortabilidad o el mundo laboral era injusto con él por no haber conseguido empleo desde que le despidieron de la constructora.

Carmen sostenía el cepillo del pelo en una mano dándose golpecitos sobre el mentón. Permaneció, así como medio minuto hasta que él volvió a su protesta.

–Bueno, ¿es que no vas a decir nada?

Ella miró hacia un punto perdido en una pared y rompió su silencio sonriendo.

–Puede que no esté todo perdido. Hay algo que no hemos investigado y tengo que comunicárselo a Kwan.

–¿Quién demonios…?

–Hay unos coreanos que saben mucho de pandemias. Nos pondremos al día y lucharemos en esta batalla. Lucharé por ti, querido –. Remató Carmen con cierta sorna.

 

 

En el Centro de investigaciones bioquímicas y medioambientales Almavita ubicado en Seúl (Corea del Sur), unas diez personas enfundadas en curiosas batas de color pomelo discuten acaloradamente sobre la conveniencia de seguir una línea de investigación que pudiera conducirlas a alguna solución inmediata.

–El problema es gigantesco –exponía el director médico de la entidad estatal–. Lo sabéis desde que empezaron a faltar alimentos en los supermercados, desde que las calles son hervideros de personas sin rumbo fijo que asaltan cualquier local público y emplean la violencia desatada unos contra otros. Han transcurrido veinte días desde este… brote epidémico o lo que sea y aún estamos en la casilla de salida ¿Alguien ha obtenido pruebas concluyentes con las muestras de sangre de los afectados?

–Nosotros aún no, pero los colegas españoles han hallado una pista que parece esperanzadora –dijo un joven de abundante pelo negro teñido de rubio intenso. Kwan Yung disfrutaba en sus horas libres de una desaforada afición por el mundo del Manga.

–Ah, ¿sí?  –inquirió con ironía una mujer de cabello blanco y rasgos que la alejaban del canon racial coreano–. Pues ilústranos ahora porque para mí es primera noticia.

–Se trata de marcadores utilizados para detección de tumores tempranos –comentó el joven Kwan. Exhibía una tela de araña tatuada en su cuello que disgustaba al director médico de Almavita–. Mi antigua compañera del master que hice en Madrid me ha pasado los resultados de pruebas de laboratorio y el resultado es este.

Acto seguido, el joven mostró en un proyector de imágenes una cuadrícula con una docena de fotos tomadas a través del microscopio.

–¿Veis los puntos de color morado alrededor de los hematíes? Son células extrañas que han crecido alrededor, como si fuesen parte de un tumor. Carmen Estepa, mi colega española, ha demostrado en su informe que dichas células bloquean a los glóbulos rojos y ralentizan su movimiento.

–Entonces, amigo Kwan ¿la sangre circula más lentamente, como si el corazón bombeara menos? –preguntó la mujer de pelo blanco con un deje de incredulidad.

–Así es, Sara. Llega un momento en que el cuerpo no puede ejecutar más movimientos y termina por yacer en el suelo.

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El grupo de investigadores había permanecido callado hasta que tres de ellos tomaron la palabra casi a la vez.

–¿Y por qué se mantienen en pie durante varios minutos, sin caer?

–¿Cómo explicas que aguanten esa postura si la sangre deja de circular?

–Caerían desmayados de inmediato.

El joven Kwan alzó las manos queriendo contener los ánimos.

–Sé que es difícil entender todo lo que está pasando. El mundo está sufriendo una pandemia cuya causa no es un virus o una bacteria, aparentemente. Lo que muestran estas imágenes son grupos de células descontroladas que hacen de barrera para la libre circulación de la sangre.

Un hombre de avanzada edad, con barbilla hundida y una amplia frente que se prolongaba en las entradas de su alopecia, tomó la palabra mientras señalaba con un puntero la pantalla del proyector.

–Como director del equipo y miembro más veterano, he investigado muchos casos de pandemias, tantos que me permiten ver que estas imágenes siguen un patrón ¿Veis cómo se agrupan las células moradas para detener la marcha de los glóbulos rojos?

Los presentes guardaron silencio durante unos segundos y a continuación empezaron a murmurar.

–Bien, queridos colegas –dijo el director rompiendo el cuchicheo–, espero sus comentarios de uno en uno ¿Si, Sara?

La mujer de pelo blanco que dudaba de la exposición de Kwan se acercó a la pantalla del proyector y señaló una de las imágenes.

–Esta serie morada de células parece que se esté organizando en filas paralelas ¿lo veis? Siguen un patrón muy marcial, como si ejecutaran una instrucción militar.

Director Seong ¿ha visto algo similar en otras investigaciones? –preguntó Kwan.

–Me recuerda el estudio para encontrar una vacuna contra el virus Ébola en el año 2015. Se probó en cuatro mil personas no infectadas pero que estaban en contacto directo con el virus. Uno de los síntomas es el dolor muscular y yo relacioné esto con la acción colectiva de unas células malignas que impedían a la sangre circular en ciertas zonas del organismo.

–Señor Seong ¿guarda usted imágenes de aquellas células? –dijo Sara con palpable interés.

–Por supuesto. Además, se siguen fabricando dosis de la vacuna. Vamos a formar un equipo de seguimiento de este hallazgo de Carmen, nuestra colega española. Buen trabajo Kwan –dijo Seong con una respetuosa inclinación de cabeza.

Algunos de los presentes sintieron que respiraban un aire gélido tras el agravio comparativo en el que Seong había incurrido involuntariamente. El trabajo solidario es un principio básico para garantizar los mejores resultados de los equipos, pero en el centro de investigaciones bioquímicas y medioambientales Almavita, eso no era algo corriente.

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Día veintiuno tras el inicio de la tragedia

 

Los ejércitos de la mayoría de los países del mundo han movilizado miles de camiones y furgones cargados de cuerpos inertes con destino a bases ocultas que solo unos pocos conocen.

Divisiones aerotransportadas colaboran en las labores de traslado hasta los secretos enterramientos que esperan a esos seres sin hálito de vida condenados al olvido más insidioso. Los gobiernos tiraron la toalla. No era posible informar a los familiares y allegados de tantas víctimas. A no ser que aquellos los buscaran activamente entre las masas de ciudadanos paralizadas en cualquier lugar donde el mal quiso hacerse presente.

Escuelas, universidades, hospitales, centros de trabajo de todo tipo, paradas de autobús, estaciones y vagones de metro, aeropuertos, viviendas familiares, residencias de ancianos… en todas partes se manifestaba el mismo fenómeno inmovilizador.

–Gobiernos de distintas naciones han decidido colaborar oficialmente poniendo en contacto remoto a equipos de investigación para salvar la situación desesperada en que se encuentran las ciudades –anunciaban en las noticias distintos canales de televisión por toda la Tierra.

–Sí, claro, comentaba un capitán de la Sección de Proyectos y Laboratorio de la Unidad Militar de Emergencias (UME)–. Para “salvar la situación”. Son unos caraduras los que escriben esas noticias. El gobierno y sus políticos nos tienen fritos con sus continuos engaños y dan instrucciones falsas constantemente a los medios.

–Cuidado Marcelo, no vuelvas a decir eso en voz alta –apuntó el comandante en jefe–. Saben que jamás filtraremos nada a sus medios de comunicación comprados, pero, si nos traicionan oídos indiscretos la hemos cagado.

–Sí, mi comandante, pero me indigna que hablen de salvar la situación cuando entre políticos jamás resuelven nada eficazmente. El trabajo lo hacen los científicos militares y civiles, arriesgando como siempre sus vidas para… que en el Olimpo del poder todo siga igual o mejor.

–Por cierto, capitán Marcelo. Está ocurriendo algo nuevo y totalmente imprevisto que no podemos ocultar por más que insista el gobierno en que no trascienda.

–¿Qué es, mi comandante? –. La cara de Marcelo se tensó por unos instantes mientras contenía la respiración. Conocía muy bien a su superior y sabía que a una introducción como esa le sucedía una noticia inquietante.

El comandante en jefe Héctor Legazpi adoptó un tono de voz que resultó un tanto lúgubre.

–Se trata de… algo que podríamos haber previsto si hubiéramos mirado más allá de nuestras narices.

–Bueno ¿de qué se trata, Héctor? –La familiaridad en el trato derivaba de una amistad indisoluble desde que ambos eran cadetes en la academia.

–Pues, resulta que las calles de las ciudades más pobladas del mundo empiezan a llenarse de animales, perros principalmente y como no tienen otra comida a mano pues…

–¿Cómo?, pero ¿están atacando a los que aún siguen vivos? –consiguió preguntar el capitán.

–Los están devorando ¡a todos! Desamparados al quedarse sin sus amos y sin comida, los animales empiezan a ladrar sin parar. Los vecinos que no han sido afectados por el mal paralizante los han ido soltando para que salieran del edificio y no les molestaran. Entonces comenzó el drama. Recuerda que hay tantas mascotas como seres humanos, o más…

–Un festín macabro a nivel mundial –comentó Marcelo con la mirada perdida–. ¿Los gobiernos están tomando medidas?

–Es un caos generalizado. Los políticos no se ponen de acuerdo. Ten en cuenta que hay muchos gobiernos de coalición, integrados por al menos dos partidos políticos y en algunos casos llega a haber decenas de ellos en un mismo gobierno. Demasiadas voces para tomar acciones efectivas. En algunos países es el ejército el que toma cartas en el asunto y están tratando la crisis según sus protocolos para emergencias.

–Dudo que ningún protocolo pueda funcionar ante este horror. Son demasiadas variables –apuntó Marcelo mientras miraba la pantalla de un ordenador. Estaba conectado a un canal militar de televisión digital donde las imágenes iban cambiando de localización según el lugar del planeta. En todos los casos, las calles aparecían repletas de gente inmóvil con los ojos desorbitados. Sobre el suelo reposaban los cuerpos que habían dejado de sostenerse en posición vertical. Algunos aún con vida.

–Mira Héctor –dijo Marcelo dirigiéndose al comandante– Hay perros deambulando por ahí. No parece que estén atacando a los afectados.

–Es cuestión de tiempo y de las circunstancias de cada país. Mira, en Bangkok hay muchos animales sin dueño por todas partes. La mayoría están vivos, esperando que los comerciantes los saquen de sus jaulas para trocearlos y transformarlos en comida. Lo mismo sucede en multitud de zonas de Asia y otros continentes donde es costumbre el mercadeo callejero de este tipo. Lo que es más preocupante es que muchos de esos animales han escapado de su encierro, bien porque la gente los libera para no escuchar sus chillidos, bien porque han huido por sí mismos. El caso es que la situación es gravísima y pinta cada vez peor.

–¿Y qué están haciendo desde el pomposo “Mando Central Coordinado” que ha montado la Unión Europea? –Hay que evitar a toda costa el problema de los animales hambrientos.

–También nos acecha otro mal de fondo –comentó el comandante Héctor–. Su rostro se hallaba ensombrecido por la impotencia ante el panorama, con el efecto añadido de la tenue iluminación del despacho que ocupaban en el cuartel General de la Unidad Militar de Emergencias (UME).

El capitán Marcelo Benavides intervino repentinamente. Su cara mostraba la agitación que se revolvía en su interior.

–No digas más. Se irán propagando enfermedades por todo el planeta, debido a la putrefacción de los cuerpos inertes.

–Y la de los cuerpos que aún siguen vivos… –sentenció el comandante.

En sus boletines diarios, la televisión pública española anunciaba de vez en cuando pinceladas informativas acerca de lo que estaban haciendo las Fuerzas de Seguridad del Estado. En el laboratorio de la empresa Coral Farmacéutica, donde Carmen Estepa trabajaba sintetizando vacunas, un monitor de televisión mostraba el busto parlante de una presentadora que estaba dando el parte.

–“El Cuartel General de la Unidad Militar de Emergencias (CGUME) se encuentra ubicado en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid).

El CGUME está compuesto por los siguientes Órganos:

En la pantalla apareció en primer plano el siguiente cuadro resumen:

 

–Estado Mayor (EM).

–Órgano de Apoyo al Mando (OAM).

–Sección de Asuntos Económicos (SAE).

–Asesoría Jurídica (ASEJU).

 

La población de este país no debe temer que ninguna circunstancia escape al control de esta férrea unidad militar que es la UME. Sus mandos están trabajando con profesionalidad y entrega para combatir el mal que estamos viviendo.

Una voz resonó potente y grave a espaldas de Carmen.

—¿Este país? Se llama España, con todas sus letras. No, si gracias a este gobierno acabaremos por borrar de la memoria tan bonito nombre.

Luciano era protestón y reaccionario a cualquier tendencia de opinión que estuviera de moda.

–Nos quieren convencer de efectos increíbles como el cambio climático, friéndonos en las fechas cálidas del año o congelándonos en las más frescas. Todo es extremo. Pero a lo largo de la Historia, se han repetido multitud de procesos de calentamiento o enfriamiento del planeta. Gracias a que no existía la televisión, la población se adaptaba a los cambios y ya está.

–Venga, Luciano, no empieces uno de tus alegatos anti-todo –apuntó Carmen sonriendo–. Toma nota de la reunión urgente que ha convocado el jefe en la sala Complutense. El equipo entero ha de estar allí en media hora.

–Vale, pero continuaré mi alegato después del meeting. ¡No os podéis librar! –dijo el protestón imitando con la voz de Gandalf, uno de sus personajes de ficción favoritos creado por J.R.R. Tolkien.

La sala Complutense estaba decorada en estilo minimalista.  Doce sillas blancas de madera y una mesa de metacrilato eran parte de su escuálido mobiliario, completado por una estantería terminada en dos puertas bajas que no guardaban ninguna cosa. La pantalla de tela para el proyector de techo y un pequeño fogón de aluminio junto a la cafetera, representaban todo el equipamiento.

El jefe de equipo de Coral farmacéutica aparentaba unos setenta años de edad. Su cara surcada de arrugas y restos de haber pasado la viruela de niño, era como un mapa que versara sobre una vida intensa, llena de emociones fuertes. Sus manos huesudas con manchas de pigmentación también traicionaban los cincuenta y cinco años que había cumplido la semana anterior.

–Bien, veo que estais todos menos Carmen Estepa –observó el doctor Filipo. Llevaba cinco años al frente del laboratorio biofarmacéutico de Coral y había sido laureado en varias ocasiones con menciones honoríficas en vacunología.

–Carmen acaba de recibir una llamada. No creo que tarde –apuntó Leonardo de Luca, el director ejecutivo de la empresa. Había acudido a la convocatoria para sorpresa de todos.

–Bien, esperaremos a… –Filipo interrumpió la frase para saludar a Carmen quien en ese momento entraba apresuradamente en la sala.

–Muy bien, ya estamos todos. A ver… quien ha convocado esta reunión ha sido nuestro director general Leonardo de Luca, porque la situación es crítica. El gobierno está presionando a los laboratorios y centros de investigación para que les demos la solución a este mal de forma rápida, eficaz y envuelta en oropeles –ironizó con vehemencia. El aumento de la presión interna marcaba una vena en forma de “Y” en su frente despejada.

–No podemos precipitarnos –continuó– porque si quieren que encontremos soluciones, un fracaso inicial nos desbancaría de la carrera mundial por hallar la vacuna definitiva. Para explicarnos por qué esto es vital para Coral Farmacéutica, cedo la palabra a Leonardo.

–Todos conocéis la trampa económica que supuso para nosotros la lucha para ser los primeros en sintetizar una vacuna definitiva contra el Ébola en los dos últimos años. No tuvimos suerte y este gobierno se la adjudicó a la competencia. Las pérdidas económicas para Coral superaron los diez millones, así que ahora debemos aprovechar los enormes avances que obtuvimos en aquella investigación para ser los primeros en combatir este mal paralizante. Y para reparar el daño que sufrimos en nuestro balance financiero.

El director general de Coral farmacéutica lucía un porte de hombre apuesto, de cuidado aspecto en general, del que destacaba en especial su barba de cinco días perfectamente recortada.

Filipo intervino a continuación señalando con el puntero la pantalla de proyección. En ella aparecía imágenes de abigarrados grupos de células, algunas teñidas de color morado.

–Tenemos la suerte de contar en este equipo con investigadores de primera. Un ejemplo es la doctora Carmen Estepa. Hoy nos ha traído hasta aquí el resultado de una investigación que comparte con el doctor Kwan Yung en Seúl. Carmen… –dijo señalando el asiento que ocupaba la doctora.

–Bueno, acabo de hablar con Kwan, mi colega de investigación en el Centro de investigaciones bioquímicas y medioambientales Almavita en Corea del Sur. Por eso me he retrasado, disculpad.

» Estas células moradas bloquean la libre circulación de glóbulos rojos en el aparato circulatorio humano –continuó–, terminando por paralizar cualquier movimiento. Los afectados acaban tendidos sobre el suelo o postrados en sus asientos, lugares de trabajo o allá donde quiera que les sorprendiese el mal.

» El escenario mundial ya lo conocéis por las noticias, un auténtico desastre con más de cien millones de muertos. Hay países con costa que arrojan los cuerpos atados con un pesado lastre desde barcos en alta mar. Los países ubicados en el interior de los continentes optan por utilizar grandes cuevas o túneles en las montañas. Si no reaccionamos con rapidez me temo que otras enfermedades se extenderán como plagas bíblicas sin posibilidad de control.

» Debemos encontrar la vacuna definitiva y creo que voy por buen camino.

 

Día 22 tras el inicio de la tragedia

 

Un ciudadano de mediana edad acaba de dejar a su hija en la guardería del barrio donde vive. Esa mañana ha decidido ir a pie hasta la oficina siguiendo los principios de vivir el presente y concentrarse en el hoy y el ahora que proclaman tantos centros de terapia emocional.

Bien es verdad que la nueva plaga que se había cebado sobre la humanidad mantenía bajo mínimos algunos servicios y el abastecimiento de alimentos, combustibles o fármacos sufría retrasos de diversa magnitud dependiendo del número de víctimas de la plaga que afectara a un sector de actividad u otro. Sin embargo, el porcentaje de perjudicados aún no estaba suficientemente extendido en ese país como para que el gobierno tuviera que tomar medidas de aislamiento. Los medios de comunicación insistían en que, mientras no se conociera la causa, no debía cundir el pánico. Otra cosa era el control policial establecido para evitar el vandalismo y la violencia callejera desatados por la situación. El ejército había empezado a tomar las calles en tres cuartas partes del mundo.

Por el camino, el ciudadano va pensando en la charla que ha preparado para exponer su enfoque de ventas en la pequeña empresa que le contrató hace seis años. El éxito de su exposición será decisivo para su próxima promoción. Si sus jefes lo aprueban, en menos de un mes le habrán subido el sueldo un veinte por ciento con coche de empresa y otras ventajas sociales.

Su mujer hace tiempo que le anima a proponer sus ideas para impulsar las ventas de autoclaves que esterilizaban material quirúrgico en la mitad del tiempo habitual, una invención de la modesta empresa de servicios médicos donde figura en nómina.

El paseo le resulta especialmente grato pues está pensando también en su hijita de pocos meses que ha empezado ese año la guardería.

–Es tan bonita y dulce… una bendición. Y tendremos más bebés, estoy seguro –decía con orgullo para sus adentros–. En un momento dado, el caminante sube unas escaleras a buen ritmo. No en vano practica footing y calistenia casi a diario. El caso es que, hacia la mitad de la subida, nota que le va faltando el aire, una sensación desconocida para el sujeto.

–No puede ser, ¿Qué me está pasando? Casi no puedo, seguir…

En ese instante, el ciudadano se detuvo y agarró con una mano la barandilla cercana. Pocos segundos más tarde, una mezcla de confusión y mareo se adueñó de sus sentidos. Dejó de percibir sonidos, el aroma de los jardines en flor, la humedad del riego por aspersión que los regaba…

–Esto es, raro, no puedo… más.

Su mente queda suspendida en el tiempo. No consigue obtener información de aquello que le rodea. Otras personas que circulan por allí ni se dan cuenta de que otro ser humano ha sucumbido al mal. Durante más de veinte minutos de desesperación por no encontrar su propia voz, el ciudadano pugna por arrojarse al suelo, pero no puede. Sus miembros no responden y su mente le alerta de que algo muy grave está acabando con su vida.

–No veo nada, solo una luz roja insoportable, ¡que la apaguen por Dios!

Los glóbulos rojos de su torrente sanguíneo han perdido la batalla ante las células malignas que les impiden avanzar por venas y arterias. Su corazón bombea lo mínimo para mantenerle en pie agarrado a la barandilla, pero el tiempo se le acaba.

–¡Quita!, ¡quítate de mis oídos trueno del demonio! –protesta en su interior, impotente por no poder articular palabra alguna. Lo que en principio se manifestó como una sordera se había transformado en ruidos de golpes metálicos abrumadores. Parecía haber pegado la oreja a un yunque mientras forjaban a martillazos hierro candente sobre el mismo.

–No puedo… más.

El ciudadano que pretendía prosperar en su oficio, orgulloso de su matrimonio, de su vida y de su dulce bebé, acababa de desplomarse sobre los desgastados escalones, humedecidos por las últimas lluvias de ese grisáceo mes de octubre.

No muy lejos de allí, diez personas más en un área de cuatro manzanas acababan de sufrir la misma suerte.

 

 

Unos ojos vigilantes escudriñaban el inmenso espacio que les separaba de su objetivo. El generador de imágenes que utilizaba su propietario retransmitía fielmente las consecuencias de la parálisis colectiva en el mundo. El bip-bip de la máquina de control de vida conectada a su cuerpo le anunciaba que debía recargarla.

Un luminoso y chispeante cielo color violeta presidía su privilegiada atalaya.

 


 

Por favor, si has llegado a leerlo, deja tu opinión en comentarios y dale like al corazoncito de abajo del todo, al final del post.

Vuestra opinión es muy bienvenida. ¡Salud y suerte en la vida, amigos!

 

Nota: todas las imágenes de este post incluida la portada las he configurado con la ayuda de la página  bing.com/images/create/ .

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