El Refugio del Botánico

Tiempo de lectura seis minutos

 

 

Una casa de tres plantas en medio de un gigantesco jardín junto a un bosque de hayas y robles es un hábitat donde puedes encontrar una rica variedad vegetal: el sauce, el tilo, el castaño, los alisos, el abedulillo, los robles de invierno, el álamo, la magnolia…

El roble de invierno puede alcanzar hasta 45 m de altura y habita las laderas y faldas de las montañas, como es el caso del terreno donde Gerardo vive y alimenta su altruista entrega a la madre naturaleza.

Gerardo habita una hacienda en propiedad que recuerda a una casa clásica de la campiña inglesa. Está dotada de tres plantas con fachadas llenas de ventanales y una balconada a cada lado de la fachada principal.

Delante de esta, se abre diáfana una pradera muy amplia que riega de color la casa en cualquier época del año. Su dueño se ocupa de que así sea pues siembra todo tipo de flores, injerta distintas especies arbóreas y cuida del entorno para que ofrezca un lado que refleje un espacio vivo.

Para Gerardo no supone esfuerzo mantenerlo todo controlado para que su mundo vegetal luzca en todo su esplendor. Tiene sus preferencias, pero no muy acusadas. Le atrae especialmente una planta denominada “Lluvia de oro”, un lindo árbol ornamental que ha de plantar de forma aislada cuya dura madera es sustituta del ébano.

 

Sin embargo, el botánico es consciente de que todas sus partes son tóxicas y que la ingestión de sus semillas es mortal.

Conoce tal número de especies que se siente muy seguro identificándolas y no suele dudar a la hora de extraer las esencias que luego transforma en sustancias curativas en el laboratorio del invernadero.

El estilo de vida que decidió mantener a raíz de la muerte de su madre un año antes, le estaba recomponiendo como persona y reactivaba su espíritu hermanándole cada vez más con la naturaleza.

El botánico recorría grandes trayectos que le llevaban hasta las altas montañas del cañón de Añisclo en pleno pirineo aragonés. El que más le gustaba era el que conducía a los altos de la Ripareta, un enclave de vistas privilegiadas sobre el cañón, cuyo fondo había esculpido el río Bellós durante millones de años.

El sinuoso camino que seguía Gerardo en esa ruta pasaba por el desfiladero de las Cambras. Un camino en herradura que desciende hasta el intrincado puente de San Úrbez, elevado 30 metros sobre el río. Su objetivo consistía en detenerse y meditar ante la entrada a la ermita rupestre de San Úrbez, santo y pastor que vivió en esta cueva en el siglo VIII.

La desaparición de su madre supuso para Gerardo una especie de resurrección, como si el afán por crear un bello jardín intentara compensar esa ausencia. Hasta ese momento él daba clases de Zoología y Botánica en la universidad y disfrutaba realmente con ello. Pero ahí no acababa todo. Vivía una renovación. Bienvenida, catarsis.

Su gran proyecto era cultivar una gran extensión del terreno que sus padres poseían en las afueras de la ciudad, junto a una gran casona. La llamaban «El Refugio».

El hecho de haber conocido a Paola en el penúltimo curso de la carrera universitaria, supuso para Gerardo el primer cambio de rumbo. Ambos empezaron bien pronto a compartir una vida típica en el campus de profesores, rodeados de compañeros que abrazaban la vida intelectual y a la vez una manera de entender la convivencia que resultaba muy afín al medio natural donde se encontraba. El pirineo atrae a los espíritus libres.

 

Las primeras semanas de su estancia en El Refugio fueron exigentes para Gerardo. Un sinfín de viajes con el gran furgón cargado hasta el último centímetro atestiguaban la ingente cantidad de materiales que se vio obligado a trasladar.

Más de cien esquejes de plantas y árboles de jardín de todo tipo, materiales para realizar injertos, mangueras interminables de poliéster trenzado para aguantar la alta presión, válvulas de paso de agua, mil juntas y adaptadores de riego, abono en abundancia, y hasta elementos ornamentales como grava de río, marmolina y rocalla blanca.

 

Cada día transcurrido suponía un avance en su estado de ánimo. El botánico veía claro su objetivo y su mente ya le había dado forma. Extendería el jardín hasta el bosque

La conexión con el bosque era su asignatura pendiente. Llevaría los bordes de la pradera hasta la confluencia con el robledal que conducía hasta el hayedo y acondicionaría los caminos naturales para que atravesaran túneles vegetales, rampas de pendiente moderada y rincones únicos para la contemplación.

Empezaba a crearse un vínculo emocional entre el botánico y los árboles de un jardín que sumaba ya dos hectáreas de superficie. Un perímetro rodeado de lechos de flores quedaba marcado por macizos de plantas perennes o por piedras afiladas encajadas sólidamente.

En uno de sus trabajos de plantación, el botánico se sintió algo mareado y una amenaza de náusea apareció súbitamente.

—Siento que algo me trae el viento, rodea mis sentidos, intenta comunicarse conmigo —pensaba Gerardo en voz alta—. Es como una fuente de energía sin nombre pero que casi, casi me… susurra.

La sensación iba creciendo a medida que Gerardo se adentraba en el bosque, un atardecer especialmente cálido en el que parecía flotar un mensaje. Él descubre algo que le mantendría en un estado de shock semiconsciente durante horas.

—«Vientoo —dijo una voz profunda que parecía salida de una caverna—. Vientoo del Estee, aquel que resopla sobre lo más profundo de los bosques y llena las mentes de pensamientos confusos».

El botánico no consigue recuperar la entereza, pero hace un gran esfuerzo por hablar.

—¿Quién anda ahí? ¿Estás de broma, amigo? Suelta ese megáfono y … acércate –indicó sin tenerlas todas consigo.

–«No te llames a engaño, Gerardo. Soy un arce rojo, mi hojarasca me delata. No es difícil localizarme, amigo. Mido 25 metros de alto y mi tronco es bien grueso».

—No, no es que no te… vea, es que estoy aterrado –consiguió explicar con un temblor que recorría todo su cuerpo.

En el instante siguiente, la enorme copa del arce rojo se removió como queriendo llamar más la atención o a modo de saludo. En una visión que jamás podría olvidar, Gerardo observa asombrado cómo una boca se abre en pleno tronco del arce y sobre ella se moldean dos orificios nasales. Dos ojos que surgen repentinamente de sus cuencas leñosas lo miran con melancolía.

—«Llevo cientos de años esperando poder comunicarme con un cuidador. Así llamamos a quienes han tratado bien a este bosque. Tú eres uno de ellos Gerardo. Amas sin condiciones a todas las criaturas animales y vegetales que moran por aquí. Estás alojado en El Refugio desde hace meses sin ser consciente de que Paola ha quedado atrás en tu vida. Eso dice mucho a tu favor».

—Pero ¿Qué clase de pesadilla es esta? —se cuestionaba el botánico— ¿Una alucinación?

Un rumor sordo que poco a poco adquiría consistencia de tumulto empieza a manifestarse alrededor de Gerardo. Al menos un centenar de árboles agitaban sus copas a la vez creando un fragor que espantaba a los animales.

Ardillas, comadrejas, nutrias salidas de las orillas del río, sapitos y ranas saltarinas formaron un desfile incontrolado que salpicaba de movimiento el bosque y toda la ribera.

—«Te lo has ganado, Gerardo —añadió un tipo de abedul conocido como “llorón”—. Este es el premio a tu dedicación y entrega por nosotros, por todo el bosque que agradecido reconoce tus buenos cuidados».

La voz del abedul retumbaba en un tono casi estridente pues, haciendo honor a su nombre, parecía que gemía de dolor.

Una preciosa jacaranda mimosifolia de copa azul violáceo se erguía sobre sus quince metros de altura para bramar a los cuatro vientos.

¡Gerardo es el guardián!, ¡Gerardo es el guardián!

El Refugio del Botánico

 

El botánico no podía aguantar más aquel despropósito, por lo que decidió dar media vuelta y correr sin parar hacia el refugio. No supo cuántas veces había tropezado por el camino, pero con cada caída veía con dolor ante sí la imagen de Paola desvaneciéndose.

Ella corría por delante de él mirando hacia atrás de vez en cuando, pero parecía huir de su presencia. Gerardo llegó a creer que se sentía perseguida. En su ciega carrera, el botánico cae por un barranco hasta la orilla del río, donde los ojos desorbitados de una nutria le miran a menos de un palmo de distancia. Se incorpora como puede aterrado por la sorpresa y grita inmerso en la desesperación.

—Tengo que decírselo —era lo único que podía pensar con algo de cordura—. No se merece esto, no se lo merece.

A lo largo del camino de regreso a la seguridad del refugio, Gerardo observaba los rostros tallados en la madera de cada árbol que jalonaba su paso. Parecía un ejército quijotesco frente al que hacía falta una legión de hidalgos que defendiera el sano juicio del botánico.

Bocas descomunales abiertas en los troncos movían unos labios imposibles en una vibración tan rápida que creaban en Gerardo la sensación de que todos los árboles iniciaban un ritual. Pronto sus oídos detectaron un coro de mil voces de todos los tonos y vibratos que penetraban sin piedad en su cerebro.

–Despertaré de esta alucinación, debo hacerlo, esto no lo aguanto más.

Ese fue su último pensamiento antes de caer rendido sobre la entrada del refugio.

El Refugio del Botánico

 

Dos horas más tarde, cuando la noche había cerrado su manto sobre aquel enrarecido día de otoño, Gerardo contempla el rostro de Paola pensando que la pesadilla no había terminado.

—He.… tenido una… pesadilla –consiguió balbucear—.

—Nada de eso cariño. Tú debes haberte intoxicado con alguno de tus preparados medicinales.

—Vamos para adentro, pero me tienes que ayudar. Pesas una barbaridad. Te he llamado varias veces por el móvil en el horario habitual y me ha parecido alarmante que no respondieras.

Ya en el salón del refugio, ella revisa los trastos depositados sobre una de las mesas de trabajo de él. Localiza unos tubos de ensayo y detecta un aroma familiar para una botánica experimentada como ella.

—¿Has consumido Brugmansia? —pregunta alarmada.

—Trompeta de ángel —dice él con dificultad.

—Sabes perfectamente que produce alucinaciones, ansiedad, pérdida de memoria…

—Menudo coctel ¿eh? —consigue bromear el botánico.

—Rápido, tienes que tomar Eserina. Debes tener esas pastillas de Antilirium por aquí. Tú siempre has sido previsor.

Una vez la medicación hubo hecho efecto, la pareja intentaba calmarse ante el fuego de la chimenea.

–Pero ¿Cómo se te ocurre probar una planta como esa? Cariño, sabes que contiene escopolamina.

–Pues te vas a reír, pero intentaba sujetar con una mano uno de los tubos del líquido que había destilado de la planta y como la otra mano la tenía ocupada no se me ocurrió otra cosa que sostener el tubo entre los labios.

 

–Vamos, que te has dado un chute de escopolamina de cuidado.

–No era muy concentrado, porque he echado a correr por el bosque sin problema durante un buen rato. Habré ingerido lo justo para alucinar con los árboles parlantes y poder escapar de ello.

Ambos se miran a los ojos redescubriendo un amor enjaulado en el proyecto de nueva vida que Gerardo había decidido emprender en solitario.

–Nunca debí permitir alejarme de ti, Paola. Mi ceguera me ha llevado a una especie de aislamiento en lugar de a un retiro temporal.

–No te preocupes, cariño. Yo he venido a rescatarte y no te abandonaré.

Se besaron con ternura y unos segundos más tarde Paola cierra el diálogo.

 

–¿Árboles parlantes? ¡Tu alucinas!

 


© 2025 Marcos Manuel Sánchez. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción, distribución o modificación sin el permiso expreso del titular.

 

Gracias por haber llegado hasta aquí, amigo/a lector/a. Déjanos tu comentario. Tu opinión es muy valiosa.

¡Salud y mucha suerte en la vida!

 

Nota: Todas las imágenes de este post pertenecen a la página Deviantart

33 Comentarios
  • Federico Agüera Cañavate
    Posted at 19:09h, 11 junio Responder

    Espero que habrá un día que podamos comunicarnos con todos los seres vivos incluidos los árboles.

    • marcosplanet
      Posted at 09:06h, 12 junio Responder

      Pues mira, sería el comienzo de una era seguramente. Así, los seres humanos aprenderíamos mucho de esos otros seres vivos, depredadores incluidos.

  • Tarkion
    Posted at 09:48h, 17 mayo Responder

    ¡Marcos, compañero!

    Qué barbaridad de relato te has marcado. Me ha parecido una pieza redonda, no solo por lo que cuenta, sino por cómo está construido. Todo encaja con una naturalidad asombrosa, como si hubieras sembrado palabras igual que Gerardo siembra en El Refugio: con paciencia, con amor, con intención.

    Desde el primer momento se nota que no estás escribiendo un texto más, sino un mundo entero. Y no porque abuses de lo descriptivo —que podrías, con todo el conocimiento botánico que despliegas—, sino porque cada descripción está al servicio de algo: del personaje, del tono, de la transformación emocional que se va cociendo poco a poco. El ritmo lento del comienzo no es gratuito: acompaña el estado de Gerardo, esa especie de duelo silencioso donde todo parece en calma, pero por dentro hay algo latiendo.

    Y cuando llega el momento en que el bosque empieza a hablar, es un giro absolutamente brillante. Porque entras de lleno en el terreno simbólico sin romper la coherencia interna del relato. La escena del arce rojo y los árboles reconociendo al “guardián” es potentísima, tanto en lo emocional como en lo narrativo. No es una fantasía gratuita. Es el reflejo de todo lo que el protagonista ha entregado, una especie de recompensa poética a su entrega. Y ahí es donde se produce algo que me parece muy difícil de lograr: consigues que el lector no se pregunte si lo que está pasando es real o no. Porque no importa. Lo sentimos real.

    La mención a la Brugmansia no actúa como una explicación reductora, sino como un recurso narrativo que permite que la duda conviva con la magia. Lo racional está ahí para dar cuerpo al delirio, pero no para negarlo. Y eso me parece un hallazgo enorme. Has conseguido que la alucinación no reste fuerza al momento místico, sino que lo envuelva, lo proteja, lo haga más creíble sin quitarle su carga simbólica.

    También me ha gustado mucho cómo manejas la estructura en tres actos: el planteamiento contemplativo, el clímax visionario y el cierre afectivo con Paola. Todo está en su sitio, con una progresión emocional que se siente muy orgánica. Incluso el diálogo final tiene ese equilibrio justo entre humor, ternura y confesión, que no es nada fácil de lograr.

    Narrativamente está lleno de recursos muy bien empleados: el foreshadowing de la toxicidad, el uso del entorno como reflejo emocional, los cambios de ritmo en función del estado del protagonista, la musicalidad de las frases largas alternadas con otras muy cortas que golpean… Y los personajes, aunque sean pocos, están muy bien definidos. Paola aparece poco, pero con fuerza, y el contraste entre su lucidez y el delirio de Gerardo funciona como un anclaje muy poderoso para cerrar el viaje.

    Y si hablamos de ambientación… poco que añadir. Es impecable. El Refugio, el jardín, el bosque, los caminos… no son escenarios: son personajes. Tienen alma. Y eso se logra cuando el que escribe, como tú, no está describiendo lugares, sino compartiendo vínculos.

    Has conseguido algo difícil: contar una historia de transformación sin necesidad de grandes traumas ni fuegos artificiales. Solo con sensibilidad, con un tono sereno pero muy profundo, con respeto por los personajes, por el lector… y por la naturaleza.

    Un texto que se disfruta en la primera lectura y que invita a una segunda, para quedarse con todo lo que siembras sin hacer ruido.

    ¡Un fuerte abrazo!

    • marcosplanet
      Posted at 17:29h, 18 mayo Responder

      Bueno, Miguel, este comentario es el no va más. Organizas tus impresiones de tal modo que resultan explicativas, descriptivas al máximo en los detalles más pequeños y enriquecedores a más no poder del relato que he escrito. Sí, porque tú analizas de forma exquisita el texto y de eso puedo aprender, y mucho.
      Es verdad que Gerardo representa al enamorado de la naturaleza que en un día cualquiera vive una e experiencia desbordante perturbando la paz que le rodea en El Refugio, ese santuario donde puede dar rienda suelta a su pasión por el mundo natural. Cómo bien señalas, es un escrito estructurado en tres actos, incluyendo el cierre afectivo con Paola, para mi esencial para redondear la historia.
      Bueno, te agradezco mucho tu tiempo y tus palabras, amigo de las letras libres de ataduras.

  • Josep Maria Panades Lopez
    Posted at 14:00h, 15 mayo Responder

    Hola, Marcos. Has escrito un cuento realmente alucinante, por su fondo y la forma de narrarlo, haciéndonos visualizar lo que describes en él.
    La descripción que haces de las plantas y de sus propiedades, me da que pensar en que tienes formación, o por lo menos, conocimientos de botánica (como Gerardo, posiblemente tu alter ego) y de farmacognosia.
    Me has recordado mi estancia en L’Ainsa y mi recorrido por el Sobrarbe, con visita incluida al cañón de Anisclo y alrededores, gozando, como tu protagonista, de la naturaleza salvaje. Adoro las montañas, los valles, y la vegetación que se puede contemplar en el pirineo aragonés y en muchas localizacioens españolas, pero el p¡irineo (también el catalçan) me atrae de forma muy especial, tanto que lo he visitado muchas veces, desde niño. Y es que yo también creo que el pirineo atrae a los espíritus libres, o que desean serlo, como Gerardo, y que el medio natural es una fuente de energía positiva, algo de lo que vamos cortos los urbanitas.
    A título de curiosidad, me pregunto si tuviste que encontrar una imagen de la casa (que parece de cuento) que coincidiera con la que describes, o bien al contrario, primero hallaste la imagen y luego adaptaste el relato a ella.
    Y por fin, la pregunta del millón: ¿qué fue de Paola? ¿Acaso su presencia también forma parte de la alucinación o me he perdido algo?, je, je.
    En resumen, has logrado mantenerme enganchado durante todo el relato, que rezuma una muy alta calidad narrativa.
    Un abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 16:58h, 15 mayo Responder

      Pues Paola es de lo más real. Gracias a ella, Gerardo recibe el antídoto para dejar de alucinar. En cuanto a la imagen, primero fue el relato y después ella. Procuro ir adaptando las imágenes a los relatos. Me alegra mucho que te haya enganchado esta historia y todas tus palabras. Rebosan pasión por la naturaleza y la literatura. Me veo reflejado en Gerardo, desee luego, por su amor por la naturaleza y por formar parte de esos espíritus libres que mencionas.
      Respecto a la farmacognosia es una disciplina fascinante que me gustaría conocer en profundidad.
      Otro abrazo para ti, Josep.

  • Cabrónidas
    Posted at 12:51h, 15 mayo Responder

    Bien es sabido que los alucinógenos más potentes, como los venenos, están en manos de la Naturaleza. Ya sabe cómo defenderse de manos intrusas, sí.

  • Idalia H. Payano T.
    Posted at 04:32h, 15 mayo Responder

    Un lugar de ensueño Marcos, y un relato precioso, con tantos detalles que nos hacen delirar y nos trasladan a ese lugar, al refugio y también a ese bosque tan mágicamente vivo y encantador.

    Las imágenes son preciosas y las descripciones y detalles de la naturaleza tienen una enigmática atracción que nos impide quitar la vista de la lectura, porque en realidad no es que estamos leyendo, sino que estamos dentro de tu relato, somos parte de él, sentimos su respiración y escuchamos a esos árboles hablar como un coro arbóreo que siente la necesidad de reverenciar a Gerardo, al guardián, y a la vida misma.

    Hace unos días vi una película documental que se estrenó el año pasado y se titula Wilding, el regreso de la naturaleza, por lo que he podido apreciar en tu blog, te gustara tanto como a mi, ojalá puedas verla, tu relato tiene cierta conexión con la trama.

    Un gusto venir a leer esta entrega tan fantásticamente real. Un abrazo.,

    • marcosplanet
      Posted at 17:09h, 15 mayo Responder

      Muchas gracias por la recomendación de la película, idalia. la buscaré para saber en qué plataforma puedo verla. Me alegra mucho que hayas conectado con la visión de la naturaleza que tiene el protagonista y que te hayas quedado con la figura del guardián. El «bosque mágicamente vivo y encantador» es la imagen que he querido transmitir y me encanta que la hayas percibido.
      Otro abrazo para ti.

  • Dakota
    Posted at 19:05h, 14 mayo Responder

    Hola Marcos, que relato más bonito, por ese jardín, las imágenes te ayudan a transportarte.

    Tenemos que estar unidos al mundo natural para sanar el alma.

    Se respira ese entorno mediante tus letras.
    Felicidades. Un abrazo.

    • marcosplanet
      Posted at 17:25h, 15 mayo Responder

      «Tenemos que estar unidos al mundo natural para sanar el alma», lo comparto plenamente.
      Muchas gracias por tus palabras, Dakota.
      otro abrazo para ti.

  • finil
    Posted at 14:08h, 14 mayo Responder

    Buenas marcos,
    Excelente relato. Las imágenes preciosas, y leerlo ha sido un viaje auténtico a los Pirineos, donde los paisajes parece que tengan vida propia.
    Te aseguro que esos árboles de los que hablas, existen. En Gibraltar he tenido la oportunidad de verlos.
    Una historia realmente envolvente para los que amamos el bosque, que invita a perderse entre los árboles y los pensamientos. Enhorabuena Marcos<
    Un abrazo y un árbol de dragón

    • marcosplanet
      Posted at 15:50h, 14 mayo Responder

      El drago me parece un árbol fascinante. Produce la resina «sangre de dragón» la cual se utiliza en algunas medicinas tradicionales o como colorante.
      Esta resina fue ya objeto de comercio en el mundo antiguo. La resina solo se recoge una vez al año; de ahí su gran valor.
      ¡Cuéntame más sobre los árboles parlantes de Gibraltar, por favor!
      Muchas gracias por tus palabras.

      • finil
        Posted at 22:41h, 14 mayo Responder

        Hola de nuevo teniente,
        Bueno parlantes no lo tengo claro, porque aunque he caminado entre ellos, ninguno me ha susurrado palabra alguna. Eso sí, tienen las mismas caras misteriosas de la foto de tu relato. Los guardianes vegetales de ese jardín botánico parecen vigilar en silencio, y entre ellos, unos cuantos dragos.
        Cuentan que su savia es roja como la de un dragón herido. No he tenido la suerte de verla, pero no me cuesta creerlo. Por qué si no, les llamarían dragones?. Allí están, con sus ramas como garras y su follaje espinoso desafiando al cielo.
        Te gustaría verlo. Es un rincón mágico donde parecen crecer historias con cada árbol. Quizás si alguien pase allí el tiempo suficiente, uno de esos árboles decida contarle su historia.
        Un abrazo con mis ramas

        • marcosplanet
          Posted at 17:23h, 15 mayo Responder

          Qué bonito final aportas a tu comentario, Finil. Me encantaría encontrar ese rincón mágico donde parece que cada árbol cuenta su propia historia. Sobre los dragos hay leyendas como la de las Hespérides. Seguro que has oído o leído que las Islas Canarias, junto con otras islas del Atlántico, fueron identificadas por los griegos antiguos como el lugar donde se encontraba el Jardín de las Hespérides. Había un dragón milenario llamado Ladón, que cuidaba el Jardín de las Hespérides y que aún sigue vivo en sus hijos: los árboles llamados dragos.
          Según la leyenda, su sangre cayó sobre las Islas Canarias y de cada gota creció un drago.
          Estos árboles, llamados “árbol dragón”, tienen un grueso tronco del cual surge un racimo de ramas retorcidas que parecen las cien cabezas de Ladón.
          Bueno, no quiero enrollarme, es solo que has dicho cosas muy inspiradoras y me vienen ganas de escrivbir una historia sobre dragos… y dragones.
          Un abrazo, compañera de reflexiones y relatos.

          • finil
            Posted at 22:42h, 15 mayo

            jajaja Marcos que honor, ser musa por un momento!!
            Bueno te diré que me llamó la atención este árbol «tan raro» cuando empecé el instituto. Era (y es) un edificio con un gran drago en el centro del patio. Nunca lo había visto. Ahora son más comunes pero antes no se veían por estos lares.
            Me siguen pareciendo curiosos, pero mi preferido es el Álamo blanco, que me acompañó en mis épocas de estudiante en un sitio del interior con su auténtico sonido al mar, que echaba tanto de menos, y los Sauces que revientan de belleza. Con esos si te puedes inspirar jajaja

          • marcosplanet
            Posted at 09:46h, 16 mayo

            Pues si, el sauce ha sido representado en los cuentos tradicionalmente como un árbol sabio que ha transmitido consejos a los personajes de esas historias, como si cada «arruga» de la corteza fuesen cien años de experiencia. Mira, si no, la abuela sauce de Pocahontas…
            Un fuerte abrazo.

  • ARENAS
    Posted at 13:39h, 28 diciembre Responder

    La Zoología y Botánica y Félix, amigo Marcos. Y Félix. Nunca nos olvidemos de Félix. Amor por la Naturaleza y Félix son una misma cosa para aquellos niños de los setenta que hemos llegado más lejos, porque salimos antes.
    En enero de 1978 yo era un adolescente de 16 años.
    Había ido con mi familia a visitar a unos tíos a Madrid. Me enteré de que Félix iba a dar una conferencia en el Ateneo. Sentía verdadera devoción por él. Es difícil explicarlo con palabras.
    No me costó trabajo convencer a mis padres para que me llevaran al Ateneo junto con mi hermano, porque ellos iban a la misma hora a ver una obra de teatro por allí cerca.
    Imaginad a dos chavales de 16 y 13 años entrando solos a un edificio señorial y decimonónico como el Ateneo de Madrid.
    En la puerta había un señor uniformado que nos miró con cara de extrañeza, pero nos dejó pasar sin problemas. La entrada era libre.
    El salón de actos impresionaba. Más por los asistentes que por el local: señoras y señores muy mayores, con aspecto de «gente seria». Mucho traje, corbatas, abrigos de pieles…Todo gente de postín.
    Y en medio de aquello dos mozalbetes desentonando absolutamente en tan estirado ambiente.

    Pero allí estaba también Félix. Os aseguro que iluminaba con su sola presencia aquel tétrico lugar. Félix era más espectacular y magnético en persona que en la tele. Su charla fue deliciosa. Amena, instructiva y entretenidísima. No trataba sobre animales, sino sobre la evolución humana. Félix era absolutamente anticonvencional, fresco., espontáneo. En mitad de su conferencia se incorporó, se desprendió de la americana y en mangas de camisa comenzó a hacer rotaciones con su hombro para explicarnos un avance anatómico fundamental en el paso de los antiguos prosimios a los primeros homínidos.
    Verle gesticular así delante de un público tan rígido y envarado me encantó.
    La hora larga que duró su charla dirigió constantemente su mirada a mi hermano y mí. Quizá pudo extrañarle ver a dos adolescentes entre tanto vejestorio. ¿Qué harán aquí estos dos?, debió pensar.

    Al terminar la conferencia algunas de aquellas personas se acercaron a saludarle. Yo no me atreví, era muy tímido.
    Y entonces ocurrió algo que no me podía esperar: cuando vio que nos íbamos sin decirle nada, se desentendió de las personas con las que charlaba y nos llamó. «Chicos, un momento…».
    Me temblaron las piernas. Hizo un gesto con la mano para que nos acercásemos a él.
    Preguntó nuestros nombres, si nos había gustado la charla…
    Nos estrechó con fuerza la mano y nos dio las gracias por asistir a su conferencia. ¡Félix dándome a mí las gracias por algo! Me pareció inaudito.

    Salí del Ateneo flotando en una nube. Le dije a mi hermano que no me lavaría jamás la mano.
    Todo esto os parecerá una tontuna, pero yo guardo el recuerdo de aquel día como algo muy especial en mi vida.
    Dos años después, un 14 de marzo por la mañana, puse la radio en la habitación de mi Colegio Mayor de Madrid y mi amigo Félix estaba hablando. No le di mayor importancia, pero sí presté inmediata atención, como siempre que escuchaba su voz. De repente, dejó él de hablar y apareció un un locutor escupiendo el drama: «era la voz de Félix Rodríguez de la Fuente, que ha fallecido esta madrugada en Alaska…».
    El mazazo fue brutal. Como si me dieran la noticia de la muerte de un familiar o de un amigo íntimo. Jamás he sentido la muerte de un «famoso» como de Félix. Todavía hoy se me encoje el corazón recordando aquel momento.
    Es sabido que su muerte fue una tragedia nacional.
    Pero hoy quería dejar constancia de la tragedia personal que supuso para un desconocido chaval de la perdida periferia manchega.

    • marcosplanet
      Posted at 16:22h, 28 diciembre Responder

      La figura de Felix Rodríguez de la Fuente permanecerá siempre viva, y su influencia forma parte de mi amor por la naturaleza, que es la suma de muchos sentimientos encontrados. Como lo son aquellos momentos de mis once años, cuando mi padre adquirió una casita de pastor allá en La Mancha, en medio de un fértil valle que parecía sacado de aquellos paisajes vírgenes de la Prehistoria. En aquel entorno agreste y enormemente feraz se desarrolló mi adolescencia y décadas de felicidad encontrándome con la madre naturaleza que todo lo baña con su manto de pureza.
      Gracias por tus palabras amigo mío.

  • Mila Gomez
    Posted at 03:54h, 28 diciembre Responder

    Hola, Marcos, a tu historia no le falta ningún ingrediente, has recreado la nueva vida de Gerardo y no falta detalle. Es curioso como muchas veces la pérdida de un ser querido te lleva a un nuevo nacimiento, en este caso la madre fue la precursora de la decisión de su hijo. Nos muestras la belleza del Pirineo aragonés (conozco mucho de él y me encanta), y puedo apreciar todo lo que allí se respira de sano, y lo que se puede conseguir de lo que nos regala la madre Tierra. Gerardo cuenta con la ventaja de ser botánico, y ha sabido aprovechar debidamente los beneficios de muchas plantas, sabe apreciar y no pierde ocasión de reinventarse. Marcos, cuentas la historia de forma que podamos ser partícipes de que en la naturaleza, con las plantas los árboles… realmente son medicina y están más acorde con el ser humano. Una invitación sino a vivir en un espacio natural, el saber que allí estamos conectados mejor con el universo, y que siempre podemos encontrar el momento de unificarnos con la tierra. Siempre se ha dicho que la madre tierra provee, pero el ser humano ha decidido encontrar en las ciudades o grandes espacios, imitaciones menos saludables.
    Un gran relato, invita a la reflexión, y visualmente hasta nos lleva a ver ese árbol; lluvia de oro, que por cierto me encanta con sus flores amarillas.
    Felicidades, realmente creo que vives lo que escribes.,
    Un abrazo.

    Mila Gomez

    • marcosplanet
      Posted at 06:36h, 28 diciembre Responder

      Muchísimas gracias, Mila. Tus palabras me han llegado a emocionar. Es tal como dices. Amo la naturaleza y eso debe quedar reflejado en mis relatos, lo que es enormemente gratificante para mi. Comentarios como el tuyo hacen que desee continuar en esta labor de aficionado a contar historias.
      Un fuerte abrazo.

  • Abraham Cuentacuentos
    Posted at 21:18h, 27 diciembre Responder

    Me gusta como este texto captura bellamente la esencia de un jardín no solo como un espacio de belleza natural, sino también como un refugio para el alma.

    Me conmovió especialmente la pasión y dedicación de Gerardo, que refleja cómo la naturaleza puede ser un espejo de nuestros anhelos más profundos y un santuario para la reflexión personal.

    Su historia inspira a buscar nuestra propia conexión con el mundo natural y a reconocer su poder curativo y rejuvenecedor..

    Un placer leerte,

    Abraham Cuentacuentos

    • marcosplanet
      Posted at 06:38h, 28 diciembre Responder

      Agradezco mucho tu opinión, Abraham. Tus palabras me animan mucho a seguir con mi afición por la escritura.
      Un cordial saludo.

  • Arenas
    Posted at 20:47h, 27 diciembre Responder

    Es lo que tiene la Zoología y Botánica. Los que nos hemos criado a sus pechos, seremos para siempre unos incorregibles soñadores.
    Estuve en San Úrbez y sus derredores hace unos años, y conociendo aquel mágico lugar descarto de plano que la causa de lo que sucedió a Gerardo fuera esa accidental y mínima ingesta alucinógena.
    No amigo, no. No nos intentes vender la moto. Tú, precisamente tú, sabes muy bien que los árboles hablan. Es loable tu intento de volvernos a la cordura, te lo agradecemos en el alma, pero cesa en tan vano y loco empeño. No vas a disminuir la certidumbre de algo que sabemos desde antiguo todos los que nos criamos a los pechos de Zoología y Botánica.

    • marcosplanet
      Posted at 06:40h, 28 diciembre Responder

      Jajaj, ¡diste en la diana! Lo cierto es que intenté mantener el carácter de las visiones como factor dominante, pero en realidad…
      ¡Un fuerte abrazo, amigo mío!

  • froi
    Posted at 18:36h, 27 diciembre Responder

    Hace un año, me fui con unos comnpañeros del trabajo a algún ricón del pirineo cercano al que tu nombras. Un buen motivo para ahondar en ese relato que nos lleva a una vida en contacto con los miembros del bosque, que te hablan, que te hacen reflexionar.
    Agradable lectura. Buena tarde, amigo.

  • Mirna Gennaro
    Posted at 02:44h, 27 diciembre Responder

    Menudo viaje el del cuidador! Menos mal que su compañera conocía el antídoto!
    Hermosa descripción de ese lugar de ensueño.
    Un abrazo

    • marcosplanet
      Posted at 17:29h, 27 diciembre Responder

      Muchísimas gracias Mirna, por tu comentario y por tu tiempo. Otro abrazo para ti.

  • Vicente Ramírez
    Posted at 19:48h, 26 diciembre Responder

    Gran relato.
    Un final inesperado.
    Por suerte, estuvo como enviada del cielo, esa mano que a veces no deja que nos adentremos en el más allá.

    Saludos.

    • marcosplanet
      Posted at 17:30h, 27 diciembre Responder

      Así es, amigo Vicente.
      Muchas gracias por dar tu opinión.
      Saludos.

  • Nuria de Espinosa
    Posted at 15:40h, 26 diciembre Responder

    Tras escuchar un coro de mil voces, no me extraña que tuviera ese último pensamiento de despertar antes de caer rendido sobre la entrada del refugio…. Yo me habría muerto de miedo. Pero supongo que habrá aprendido la lección porque el chute debió salirle por las orejas.???? Buen relato Marcos, un final que no esperaba. Me encantó. Un abrazo

  • Ric
    Posted at 13:35h, 26 diciembre Responder

    Debe ser excelente poder aislarse en una vida con la naturaleza, es algo que debo intentar.

    Me maravilla tu atracción por el Pirineo, ya que lo has mencionado en varios de tus relatos y lo que, para mi, es algo complicado, vivir en contacto con las criaturas del bosque, los que hemos sido mucho tiempo urbanitas, lo tenemos crudo, pero confieso que me motiva.

    Buen relato compañero, un ¡saludo cordial!

    • marcosplanet
      Posted at 17:58h, 26 diciembre Responder

      Muchas gracias Ric. Pues si, el Pirineo me ha inspirado mucho por su extraordinaria belleza y su magnetismo irresistible.
      Saludos!

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